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En 1973 un grupo de personas cruzó el océano en balsa para estudiar la violencia. Hoy se la conoce como “la balsa del sexo”
Santiago Genovés sabía bien qué era la guerra. A él, nacido en Ourense, en 1923, le obligó a hacer las maletas y trasladarse siendo aún un adolescente a México como refugiado. Por eso ya con 49 años y tras convertirse en un referente internacional en el campo de la Antropología física decidió marcarse una meta ambiciosa: responder a la que, en su opinión, era “la pregunta más importante” de su época: “¿Podemos vivir sin guerras?”
Para averiguarlo diseñó uno de los experimentos sociológicos más locos del siglo XX. Con ayuda de un fabricante de barcos británico construyó una pequeña balsa de 12×7 m y embarcarse en ella junto a otras diez personas, cuatro hombres y seis mujeres, en una travesía de casi 5.000 millas desde Canarias hasta México.
Bienvenido a Acali. En la lengua amerindia náhuatt “acali” significa “la casa en el agua”, así que cuando a comienzos de los años 70 el reconocido antropólogo hispano-mexicano Santiago Genovés Tarazaga decidió poner en marcha un peculiar experimento que consistía en observar cómo convivía un variopinto grupo de 11 desconocidos durante meses, en alta mar, sin poder abandonar una pequeña balsa, decidió que esta debía llamarse así: “Acali”.
Desde entonces a la expedición se la conoce sobre todo como “Experimento Acali”, aunque ese no es el único nombre que ha recibido. Genovés había escogido uno mucho más ambicioso y que pretendía captar su gran objetivo, “Proyecto Paz”.
No tuvo mucho éxito. De hecho en los años 70 era más habitual que la prensa se refiriese a la travesía con un nombre mucho menos utópico y que aludía al peculiar batiburrillo de hombres y mujeres jóvenes que convivían en la diminuta embarcación: “la Balsa del Sexo”.
Un océano, una balsa, 11 personas. Los ingredientes del experimento de Genovés eran cuanto menos poco ortodoxos. Primero estaba la balsa, una embarcación de 12×7 m con casco de acero, una cabina de 4×3,7 m en la que debía convivir el pasaje y una pequeña vela para impulsarse. Segundo, la tripulación, formada por una decena de personas, además de Genovés, con orígenes y condiciones de lo más diversos y edades comprendidas entre los 23 y 37 años. El mayor de todos era el antropólogo, de casi 50.
Por último, en tercer lugar, estaba la travesía. El antropólogo se propuso ni más ni menos que recorrer el Atlántico, en una larga singladura que les llevaría desde el Puerto de la Luz, en Las Palmas de Gran Canaria, hasta la costa de México, casi 5.000 millas de navegación oceánica que tardaron 101 días en completar. Con ese propósito disponían de un equipo de radio y un buen aprovisionamiento, con cinco toneladas de comida y agua.
“Diez valientes desconocidos”. De esos tres componentes el más importante sin duda era la “tripulación”, palabra que, todo sea dicho, no acababa de convencer a Genovés. Él veía a sus compañeros de navegación como un grupo de prueba, sujetos escogidos para participar en un ambicioso y poco ortodoxo experimento. Conejillos de indias. Para que se adaptasen lo mejor posible a ese propósito, el científico hizo algo igual de sorprendente: en 1973 publicó anuncios en varios periódicos internacionales, incluido The Times, en los que pedía voluntarios para una expedición atlántica.
“Diez valientes desconocidos”, recuerda la BBC. Los anuncios eran muy claros en cuanto a sus requisitos: dejaban claro que se buscaba tanto hombres como mujeres, preferiblemente casados, aunque sus parejas no podrían acompañarlos en la expedición, y debían tener entre 25 y 40 años. Acabó escogiendo a una decena de candidatos que hicieron de la balsa “Acali” un pequeño microcosmos flotante, una mezcla de sexos, orígenes, experiencias y religiones.
Un cura africano y una camarera de USA. Lo del microcosmos quizás parezca una exageración, pero Genovés creó un auténtico crisol a bordo de “Acali”. Entre otros perfiles, había un antropólogo uruguayo, una buceadora francesa, una capitana sueca, un fotógrafo japonés, un sacerdote católico de Angola y una camarera llegada de Alaska.
Hubo quien se embarcó para huir de un marido maltratador y quien se pasó buena parte de la travesía pensando en los antiguos viajes de los barcos europeos llenos de esclavos. Algo sí tenían en común. Genovés planteó la selección de tal forma que la decena de participantes fuesen más o menos jóvenes y atractivos.
Al océano sin experiencia. Había además otro rasgo que compartía la mayoría de la tripulación. Uno sorprendente si se tiene en cuenta la aventura en la que se embarcaron y de la que hablaría mucho tiempo después, durante una entrevista, José María Montero Pérez, el antropólogo uruguayo que decidió enrolarse en la expedición de su colega mexicano.
“Excepto Genovés, yo mismo y una oficial sueca, ninguno tenía hábitos marinos ni había navegado nunca. Los viajeros tuvimos que padecer una adaptación física al medio marino. Hubo cuatro o cinco que se marearon durante varias semanas”.
Y esa mezcla… ¿Para qué? La gran pregunta. Y la respuesta es la más obvia también. Con semejante mezcla de personas distintas, atractivas y aisladas durante meses a kilómetros de la costa, en un entorno desafiante y en mitad del océano, Genovés quería crear un caldo de cultivo para que surgiesen toda clase de emociones.
La comparación es inevitable y se ha repetido hasta la saciedad durante los últimos años, pero es bastante exacta: el antropólogo recreó su particular ‘Gran Hermano’, una suerte de reality que se adelantó varias décadas a la industria de la televisión, aunque con una peculiaridad crucial. A diferencia de la famosa casa de Guadalix de la Sierra, de “Acali” no se podía salir. O sí, si estabas dispuesto a enfrentarte a las olas y los tiburones.
Resolviendo la gran incógnita. Genovés quería observar, estudiar, analizar y comprender. Y para crear el medio más propicio tomó una serie de decisiones extra: puso al frente de la nave a una mujer, relegando a los hombres a tareas menores; los tripulantes no podían tener material de lectura y la intimidad quedó reducida a su mínima expresión. Dormían casi apiñados. Y resultaba imposible asearse o ir al baño (si por baño entendemos inclinarse en un agujero, encaramado a las olas) a salvo de miradas ajenas.
“Toda mi vida he querido saber por qué la gente pelea y entender qué es lo que sucede en verdad en nuestras mentes”, escribiría más tarde el antropólogo, profesor de la Universidad Autónoma de México. Reflexiones como esa nos ayudan a entender mejor sus objetivos y motivaciones. Por ejemplo, entre sus notas hay observaciones sobre cómo influían diferentes aspectos de organización en el comportamiento de las ratas de laboratorio.
“Ratas en un espacio limitado”. “Gracias a pruebas en animales de laboratorio sabemos que la agresión puede desencadenarse poniendo distintos tipos de ratas en un espacio limitado. Quiero averiguar si es igual para los seres humanos”, recoge una de las notas publicadas por la BBC. En otra se habla de estudios con simios que demuestran “una conexión entre la violencia y la sexualidad” y que “la mayoría de los conflictos entre machos son consecuencia de la disponibilidad de las hembras que están ovulando”.
Genovés analizaba el conflicto, pero él defendía que su objetivo último estaba lejos de provocar la confrontación gratuita. “Acali” era su experimento, su laboratorio en mitad del océano. Y su propósito, como aseguró en una ocasión a la capitana, era “descubrir la forma de crear la paz en la Tierra”. Los métodos eran poco convencionales, pero esa era una seña de identidad de Genovés, que antes de embarcarse en “Acali” ya había participado en las expediciones del aventurero noruego Thor Heyerdhl.
¿Y cuál fue el resultado? Complicado. La balsa zarpó de Las Palmas de Gran Canaria el 13 de mayo de 1973 y no llegó a la isla mexicana de Cozumel hasta 101 días después, tras cubrir un largo periplo impulsada por los alisios y la corriente. No había motor. Ni barcos que se encargasen de seguirles de cerca por si necesitaban respaldo. Las jornadas, semanas y meses pasaron en alta mar sin embargo sin que saltasen conflictos violentos de importancia. Por supuesto hubo “fricciones y discusiones”, rememoraría después Montero, pero nunca desembocaron en grandes confrontaciones.
El propio Genovés dejó constancia de su asombro en cierto momento del viaje al constatar que, si hubo un episodio en el que surgió alguna conducta violenta, fue por la presencia de un tiburón, no por las razones que él esperaba. Ni por “celos, ni conflictos entre los 10 integrantes de la expedición”, reseñó en otra de las notas citadas por la BBC. “Nadie parece recordar que estamos aquí tratando de hallar una respuesta a la pregunta más importante de nuestra época: ¿Podemos vivir sin guerras?”, se desesperaba.
Ideas de asesinato. Genovés no acertaba del todo. Con el paso del tiempo sí surgieron conflictos y tensiones evidentes. Aunque fue él el que acabó en el centro de esas tiranteces. Lo reconoció en otro de sus escritos al señalar que “el único” que dio muestras de un comportamiento agresivo y violento durante el viaje fue él. Tampoco entonces daba de todo en el calvo. Como recordarían cuatro décadas después parte de los tripulantes durante un documental sobre la expedición, la larga singladura sí llevó a algunos a fantasear con ideas homicidas. El foco, de nuevo: Genovés.
“Lo dejaríamos caer”. Una de las tripulantes admitió en declaraciones recogidas por The Guardian cómo parte del grupo acabó volviéndose en contra del antropólogo. Y que incluso acariciaron en secreto la idea de liquidarlo con un cuchillo. “Lo envolveríamos en una sábana, lo llevaríamos sobre la barandilla y lo dejaríamos caer”, confesaba sobre los planes con los que llegaron a fantasear por entonces.
Aquello se quedó solo en eso, en el terreno de la ensoñación. La balsa acabó llegando al Caribe, fue traslada a tierra, los tripulantes pasaron una cuarentena y diferentes exámenes médicos y psicológicos y Genovés siguió con su peculiar carrera académica y publicando libros, alguno sobre el “Acali”, hasta que falleció en septiembre de 2013, ya mayor, a punto de cumplir los 90.
¿Y lo de “Balsa del Sexo”? La idea de que cuatro hombres y seis mujeres, jóvenes y que además resultaban “sexualmente atractivos”, en palabras del antropólogo, viajasen por el Atlántico apiñados a bordo de una diminuta balsa no tardó en azuzar la imaginación de la prensa de principios de los 70. A Genovés le gustaba referirse a su experimento como “Proyecto Paz”. Los reporteros que se encargaron de escribir sobre la travesía consideraron sin embargo que había otro apodo que le encajaba mejor: “Balsa del Sexo”.
En los periódicos podían leerse frases como “Pasiones desenfrenadas en el mar”, “el viaje del amor” u “orgías entre las olas”. ¿Acertaban? Esa es parte de la fascinación de “Acali”.
La sexualidad era parte de los factores que interesaban a Genovés y The Guardian precisa que a bordo llevaba cuestionarios y hojas de cálculo con los que pretendía relacionar la agresividad y la actividad sexual con aspectos como las fases lunares o la altura de las olas. En la balsa hubo efectivamente relaciones y se fraguaron algunos vínculos especialmente íntimos. Ahora, probablemente hubiesen desilusionado a quienes leían las tórridas crónicas publicadas por los tabloides sobre la expedición.
“No fue lo que la gente imaginó”. Sobre el tema hablaría años después el uruguayo José María Montero para aclarar un aspecto clave: a diferencia de lo que vendía la prensa, la balsa estaba lejos de ser un nido de fogosidad. No había privacidad. “No fue lo que la gente se imaginó”, relataba el antropólogo sobre la vida sexual durante la singladura.
“Fue pobre y escasa. Cualquiera que haya navegado sabe el laburo que significa andar en una balsa tan endeble a la que únicamente impulsa una vela […]. No hay tiempo para pensar en la vida sexual. Las guardias hay que respetarlas y la intimidad casi no existe. Era inhibitorio”.
“Un sucucho a la vista”. El hacinamiento tampoco resultaba excitante. La falta de privacidad se extendía a cuestiones tan básicas como el aseo. “Todos teníamos que hacer nuestras necesidades en un sucucho abierto que había sobre una borda, a la vista de todo el mundo, y a nadie le llamaba la atención”.
Aquello de la “Balsa del Sexo” incluso pasó factura al proyecto. En un momento de la travesía, Genovés recibió por radio el anuncio de que su universidad, escandalizada por los titulares, quería marcar distancias. Lo que sí le granjeó fue fama. Y un meritorio lugar en los rankings de los experimentos científicos más extraño del siglo pasado.
Imágenes | Bullit Film y Solitsocial dot com (Unsplash)
En Xataka | En 1938 dos científicos se encerraron en una cueva con un objetivo: crear días de 28 horas
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La turistificación está tomando una de las zonas más remotas del planeta, la Antártida. Y eso supone un enorme desafío
Ahora que arranca 2025 y el contador de los días libres vuelve a ponerse a cero en las empresas es probable que empieces a darle vueltas a una de las mejores preguntas del año: ¿A dónde viajar estas vacaciones? Quizás te suene extraño, pero cada vez más gente mira al continente antártico al plantearse esa cuestión. No, no son multitud. Y sí, sus datos están lejos de las riadas de visitantes que llegan en verano a España o Japón; pero los datos demuestran con claridad que la Antártida está ganando puntos a una velocidad pasmosa como destino para turistas intrépidos.
Y eso, en cierto modo, supone un problema.
¿De vacaciones a la Antártida? Sí. Y lo cierto es que tampoco es nada nuevo. Lo que sí resulta novedoso es el éxito que ha alcanzado el continente helado como destino de vacaciones a lo largo de los últimos años. Habitualmente se considera que el turismo arrancó en la región a mediados del siglo XX. En 1959 se firmó en Washington el Tratado Antártico para preservar el continente como “reserva natural dedicada a la paz y la ciencia” y a mediados de los 60 se emitía ya una resolución específica sobre turismo.
No erraron el tiro al hacerlo. Como recuerda la antropóloga Sahana Ghosh en Nature, el flujo de turistas a la Antártida se disparó entre finales de los 60 y comienzos de los 70 con el MS Explorer y los vuelos reguladores desde Argentina. “Durante las dos décadas siguientes, las cuestiones sobre exploración y soberanía minera eclipsaron las preocupaciones por el turismo, que se expandió”, explica. En los 90 el flujo de visitantes era lo suficientemente intenso como para captar de nuevo la atención de la comunidad internacional y desde entonces ha aumentado a buen ritmo.
¿Tantos turistas van? No se trata tanto de su número como de la tendencia. Y su dibujo es claramente ascendente desde hace tiempo. Los datos de IAATO, una asociación fundada en 1991 por operadores turísticos y agencias que organizan viajes a la Antártida, son reveladores: a comienzos de los años 90 visitaban el continente blanco según sus cálculos unas 7.000 personas al año, en el invierno de 2017 se sumaban ya casi 44.000 y el pasado octubre la CNN revelaba que en 2024 la cifra superaría las 122.000.
Los registros de IAATO sobre visitantes que llegan a la Antártida “solo en cruceros”, sin llegar a desembarcar y pisar su hielo, muestran un crecimiento incuestionable: de 7.000 en 2017 a 43.000 la temporada pasada, lo que supone un aumento de más del 500%.
Más de 124.000 visitantes. Hace justo un año la cadena BBC dedicó un amplio reportaje al mismo tema, el aumento del turismo en la Antártida, en el que deslizaba también unas cuantas cifras para la reflexión: por entonces ya apuntaba que las previsiones pasaban por que el flujo de visitantes alcanzase los 100.000 por primera vez durante la temporada turística octubre 2023-marzo 2024, con un incremento exponencial del 40% respecto al récord anterior.
Los datos definitivos, publicados en el apartado de estadísticas de IAATO, muestran que el flujo fue efectivamente intenso. Sus técnicos contabilizaron en 2023-2024 unas 43.224 personas que pasaron por la región a bordo de cruceros, 80.251 “visitantes terrestres” y 787 de “campo profundo”, que es como define a las personas que vuelan al interior de la región o se suben a un barco para explorar la Península Antártica o las islas circundantes.
Más turistas, más oferta. aumenta el número de visitantes y aumenta sobre todo la oferta. La CNN hablaba en octubre con Robin West, director general de expediciones Seabourn, quien recordaba que cuando viajó por primera vez a la Antártida muchos de los barcos disponibles para visitantes ofrecían básicamente literas, baños compartidos y un régimen de comidas casi castrense.
Nada de comodidades equiparables a los cruceros modernos. Aquello fue en 2002. Y viajar a la Antártida suponía a menudo embarcar en buques pequeños o viejos cortahielos procedentes de Rusia o Canadá.
Entre suites y brindis de champán. Hoy las cosas son bastante distintas. Lindblad y National Geographic dieron un paso crucial hace años y desde entonces la oferta se ha enriquecido, equiparándose a otros destinos tradicionales para cruceristas. “Últimamente Ponant, Silversea, Seabourn y Scenic han dado un gran paso adelante en la experiencia de lujo de primer nivel”, relata Colleen McDaniel, de Cruise Critic, a la CNN.
Entre otras comodidades la tripulación dispone de suites, restaurantes, spas, experiencias de aventura, cabinas con grandes puertas y balcones desde los que asomarse para ver icebergs o brindis con champán en mitad de llanuras heladas.
“La industria está en expansión”. Para Elizabeth Leane, profesora de Estudios Antárticos en la Universidad de Tasmania, la lectura que deja el sector es clara. “La industria está en expansión y hay una gran diversificación de actividades, que incluyen kayak, sumergibles y helicópteros”, relataba hace poco a la BBC. “En algún momento crecerá demasiado, pero no sabemos cuál será esa cifra”. Pasar unos días entre las aguas heladas de la Antártida quizás no sea aún una actividad de masas, pero en general cunde la idea de que nunca fue tan fácil ni cómodo llegar al polo.
Barcos con más de 400 plazas. Hace un año IAATO tenía registrados en su directorio 95 embarcaciones, una veintena de ellas yates, pensadas para que los turistas con buen presupuesto puedan visitar una de las regiones más remotas del planeta. En la lista se incluían buques con capacidad para más de 400 visitantes. Y no todos eran precisamente millonarios. Cuando elaboró su reportaje en el polo, la CNN habló con una pareja de policías retirados de Las Vegas. Ella trabajaba como agente de viaje. Él disfrutaba de su jubilación viajando.
La otra factura del turismo. El problema es que el turismo antártico no solo deja una factura medible en euros o dólares. El flujo de visitantes y cruceros genera otro coste que preocupa mucho más a los científicos: el medioambiental. En 2022 un grupo de investigadores publicó un artículo en Nature que analizaba precisamente la huella de carbono asociada a la presencia humana en la región. Y en su análisis tenía en cuenta tanto la actividad de los científicos como el trasiego de visitantes ociosos.
“El carbono negro de la combustión de los carburantes fósiles y biomasa oscurece la nieve y hace que se derrita más rápido. La huella de carbono negro de las actividades de investigación y el turismo en la Antártida probablemente haya aumentado a medida que la presencia humana en el continente crecía en las últimas décadas”, recogía el artículo. Tras su análisis, los expertos habían constatado un mayor contenido de carbono en la nieve situada cerca de bases científicas y puntos de desembarco para turistas, lo que influía a su vez en la salud del manto blanco.
Más allá del carbono. La contaminación generada por los buques no es lo único que preocupa a los científicos. Para evitar que los turistas introduzcan bacterias o virus en el ecosistema, a aquellos que desembarcan se les dan ciertas pautas: nada de tumbarse en la nieve y ni acercarse a la fauna. Los miembros de la IAATO también siguen normas que buscan proteger el medio ambiente antártico e incluyen protocolos de esterilización o directrices sobre la eliminación de los residuos generados.
Tal vez parezca excesivo, pero se han realizado ya varios estudios explorando a fondo las prendas, equipos y bolsillos de los visitantes que confirman la amenaza que supone un desembarco descontrolado en la Antártida.
“Los riesgos son reales. Una especie invasora de césped se ha establecido en una de las Islas Shetland del Sur de la Antártida, mientras que la gripe aviar llegó recientemente a las Islas Subantárticas, donde ha tenido un efecto devastador en la población de focas”, comentaba hace un año la profesora ecologista Antártida Dana Bergstrom a la BBC.
Un desafío muy presente. El sector no es ajeno a los retos que implica el turismo antártico. De hecho uno de los temas centrales en la agenda de la reunión RCTA de 2024 fue precisamente ese: la urgencia de turismo responsable que no interfiera en las rutas de viaje y la vida silvestre. Los operadores lo saben y toman medidas como los protocolos para proteger sus ecosistemas o el uso de buques con propulsión eléctrica para reducir la huella de carbono. En juego está la buena salud de una de las regiones más fascinantes del planeta… y un potente destino turístico en ciernes.
Imágenes | Jeremy Stewardson (Unsplash) 1, 2 y 3
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Globos de Oro 2025: “The Brutalist” se corona como la mejor película dramática
El drama de posguerra “The Brutalist” fue el ganador esta noche como mejor película dramática en la edición 82 de los Globos de Oro en una contienda en la que competía contra “A Complete Unknown”, el drama eclesiástico “Cónclave”, “Dune: segunda parte”, “Nickel Boys” y “September 5”.
Previamente, el cineasta estadounidense Brady Corbet consiguió este domingo el Globo de Oro, el primero de su carrera, a mejor director de película por esta cinta.
Como muchas citas notables sobre arquitectura, “The Brutalist” habla de grandeza, permanencia, escala. Uno imagina que Lázló Tóth, el visionario arquitecto húngaro que escapó del Holocausto y navegó hacia Estados Unidos para encontrar su sueño americano, estaría totalmente de acuerdo.
Tóth, interpretado con profunda alma e intensidad implacable por Adrien Brody en “The Brutalist”, es en realidad ficticio, aunque podrías ser perdonado por pensar lo contrario, pues su historia está tan ricamente realizada en la audaz película.
“The Brutalist”, que toma su nombre del estilo crudo de arquitectura que crea Tóth, también trata sobre el trauma incalculable que siguió a la Segunda Guerra Mundial. Se trata de la experiencia del migrante, y de lo que sucede cuando el sueño americano llama y luego falla.
También explora un sueño diferente: el sueño del artista, y lo que sucede cuando se encuentra con fuerzas opuestas, ya sean desplazamientos geográficos o cálculos económicos fríos.
Con información de AP.
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Samsung trae funciones de los Galaxy a las nuevas Neo QLED y OLED
Arranca la primera gran feria de tecnología del año. El CES de Las Vegas ya está aquí y los principales fabricantes a nivel mundial nos enseñan lo que tienen planeado para este 2025. Es el caso de Samsung, que en su evento ha dado a conocer lo que ellos llaman como ‘Samsung Vision AI’.
Si el año pasado vimos que la inteligencia artificial era una de las grandes apuestas para la serie de móviles Galaxy, ahora son los televisores Neo QLED, OLED y QLED quienes reciben estas mejoras.
Samsung explica que los televisores ya no serán solo una caja en nuestro salón. Los nuevos televisores prometen “entender el entorno” y adaptarse a las preferencias del usuario. ¿Cómo? Aquí os explicamos cuáles son las primeras novedades de IA que Samsung va a incorporar en sus nuevos televisores para 2025.
La primera de ellas es ‘Click to Search’. Si en móvil tenemos el ‘Rodea para Buscar‘, en televisores Samsung ofrecerá una opción que ofrece información instantánea sobre lo que aparece en pantalla. Podremos ver quién es el actor que aparece o preguntarle cosas sobre lo que se está mostrando. Un asistente de IA integrado sin tener que salirse de la visualización.
La segunda herramienta es ‘Live Translate’. Como su nombre indica, se trata de una traducción en tiempo real de lo que se muestra en la tele. Según explica Samsung, esta función eliminará las barreras lingüísticas, permitiendo que casi cualquier contenido pueda entenderse en distintos idiomas.
Finalmente tenemos una opción de personalización como son los fondos de pantalla con IA generativa, para crear imágenes a nuestro gusto.
Por el momento, la IA de Samsung seguirá basada en Bixby, aunque desde la compañía no descartan colaborar con Google y Gemini, tal y como vienen haciendo en móviles.
No nos olvidamos del uso de la IA para mejorar los algoritmos de imagen y sonido. Como ya vienen haciendo los fabricantes desde hace un tiempo, los televisores ajustarán en tiempo real la imagen y el audio en función del ambiente y el contenido. Por ejemplo por la noche no se configurará igual una película oscura que un partido de fútbol.
De manera paralela, Samsung ha anunciado una colaboración con Microsoft para añadir Microsoft Copilot en televisores y monitores. Con esta alianza los usuarios podrán buscar información, utilizar comandos a distancia por voz y recibir recomendaciones, como hemos descrito anteriormente.
El modelo que estrenará la Samsung Vision AI será el nuevo Neo QLED 8K QN990F, su modelo insignia para 2025. Este televisor vendrá con más tamaño, alcanzando hasta las 115″, una tasa de refresco de 240 Hz y el procesador NQ8 AI Gen 3.
Las funciones de IA también llegarán al resto de nuevos modelos Neo QLED, QLED y OLED, esta última una tecnología en la que Samsung va a redoblar su apuesta.
En Xataka | La IA en móviles me sonaba a humo. Hasta que probé la del Samsung Galaxy S24 Ultra
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