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Lo que el viento se llevó: revalorizando su legado en el siglo XXI

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Hubo una época en que Lo que el viento se llevó fue considerada la mejor película de todos los tiempos, así como una de las mayores proezas del cine. Su realización implicó adaptar la titánica novela homónima de Margaret Mitchell, atravesar por un triple cambio en la dirección durante su proceso de producción y requerir elaborados acuerdos para unir los talentos de Vivien Leigh y Clark Gable. Esto le llevó a ser reconocida con 13 nominaciones al Premio de la Academia, de las que cosechó ocho estatuillas incluyendo Mejor película por encima de La diligencia y El mago de Oz, para posicionarse como la gran vencedora de un 1939 que sigue siendo considerado por muchos como el año más brillante de la industria norteamericana. Estos esfuerzos le convirtieron en el filme más taquillero de su época, una marca que sigue ostentando hasta la fecha si consideramos que los ajustes de inflación le dan una recaudación superior a los $7,400 mdd. Un clásico en toda la extensión de la palabra.

Estas glorias no pudieron evitar que el filme perdiera cada vez más terreno en el gusto del público y la crítica, que cada vez cuestionan más su posición entre lo mejor de la historia: BBC le dio el lugar 97 en su conteo de cine norteamericano; Sight & Sound la excluyó de su top histórico; los lectores de Empire hicieron lo propio en una encuesta realizada por el medio británico. Hay quienes atribuyen esta dramática baja de popularidad al paso del tiempo y su duración de casi cuatro horas, pero lo cierto es que su posición es mucho más compleja, pues a diferencia de otros filmes de su misma época, hay repasos que incluso dudan de su grandeza y su legado.

¿Cómo fue que la que alguna vez fue vista como la mayor proeza del celuloide ha sido relegada por el público y condenada al olvido?

Lo que el viento se llevó Gone with the Wind

La esclavitud sureña

La construcción de un clásico cinematográfico no es tarea fácil, pues requiere valores narrativos y simbólicos suficientemente poderosos para resistir los embates del tiempo. El caso de Lo que el viento se llevó es sumamente complejo, pues su trama ubicada en la Atlanta de la Guerra Civil, su filmación en una unión americana con severos problemas raciales y su estreno en un mundo fragmentado por la intolerancia generó un ambiente de nerviosismo ante la que parecía ser una cinta dirigida contra la gente de color. Estas preocupaciones desencadenaron una intensa campaña de la prensa negra “para descubrir si algunos de los que se oponen a Hitler a una distancia segura tienen el coraje necesario para oponerse a los prejuicios raciales cuando estos pueden afectar sus carreras y bolsillos” [vía]. El resultado fue la supresión de la palabra nigger en los diálogos de los actores caucásicos y un Oscar histórico que convirtió a Hattie McDaniel en la primera persona afroamericana galardonada con la codiciada estatuilla. Grandes victorias en la lucha por la igualdad racial, las cuales dieron la sensación de que el filme, lejos de exaltar las diferencias raciales, era una mera exploración del conflicto secesionista desde la perspectiva sureña.

Estas ideas cambiaron con la llegada del siglo XXI, con repasos que criticaron al equipo creativo por mantener el término despectivo entre los actores de color para garantizar visiones estereotípicas, así como la utilización de la palabra darkies (oscuritos) para mostrar el aparente cariño de los blancos por sus esclavos. No menos debatible fue el reconocimiento a la actriz que diera vida a Mammy, quien fuera relegada a una mesa aislada para ella, su acompañante y su agente ante las políticas segregacionistas del hotel en que se realizaron los Premios de la Academia.

Esto, aunado a la fidelidad de un material fuente que presuntamente idealiza la esclavitud al mostrar cómo no padecen ningún tipo de maltrato y cuya situación se debe a su propia renuencia a la libertad, así como al enorme aprecio que sienten por sus amos, ha provocado que las audiencias actuales le posicionen entre las cintas más racistas de la historia. ¿Una acusación justa o demasiado extrema para una película realizada en la primera mitad del siglo XX?

Estas visiones descontextualizadas han provocado que el filme sea equiparado con El nacimiento de una nación (1915), señalada por su exaltación a los orígenes del Ku Klux Klan. Una comparación delicada, pero  sellada para siempre con las propiedades metanarrativas del cine y la ingeniosa visión de Spike Lee, quien inició su propia exploración del grupo extremista en El infiltrado del KkKlan (2018) con la imagen de una Scarlett O’Hara incrédula ante la derrota sureña en batalla de Atlanta. 

Todos estos elementos han provocado que algunos sectores de la audiencia teman que Lo que el viento se llevó no sea una simple película, sino un reflejo de la añoranza que muchos norteamericanos sienten por la cada vez más lejana supremacía blanca. Un símbolo cultural que debe ser erradicado, al igual que los viejos monumentos confederados que permanecen de pie hasta nuestros días y cuyas posibles retiradas han inspirado fuertes discusiones en los últimos años, incluyendo la infame marcha que numerosos grupos de ultraderecha protagonizaron en Charlottesville en 2017. La primera reacción llegó del Orpheum Theatre de Memphis, que en 2018 canceló un screening del filme al considerarlo “insensible para un largo segmento de la población local”.

Lo que el viento se llevó Gone with the Wind

Scarlett O’Hara como símbolo

El cine siempre ha batallado por capturar la fuerza femenina, con personajes primordialmente débiles, sumidos en roles secundarios y dependientes del hombre para realizarse como personas. No fue el caso de Scarlett O’Hara, cuya evolución de una chica mimada cuyo único objetivo es contraer nupcias con un joven que le obsesiona a una mujer autosuficiente que termina convirtiéndose en el pilar fundamental de su familia y sus personas más cercanas, le llevó a ser considerada la primera heroína del celuloide y una auténtica pionera de la simbología feminista.

La imagen del personaje interpretado por Vivien Leigh se deterioró con el paso del tiempo. Nadie duda de su poderío, pero sus métodos son cada vez más cuestionados, pues recurre al engaño para alcanzar sus objetivos, lo que resulta en numerosos atentados contra su propio género y en la seducción de los hombres para garantizar su bienestar. Esta oscuridad incrementa cuando el personaje es comparado con Melanie Hamilton (Olivia de Havilland), quien preserva la inocencia sin importar los pesares suscitados tras el conflicto bélico.

Más polémica aún es la mítica escena de la escalera, cuando un Rhett Butler alcoholizado y desesperado por los desplantes de Scarlett, toma a su esposa en brazos para recordarle que “no somos caballeros y no tenemos honor, ¿verdad? No es tan fácil, Scarlett. Me rechazaste mientras perseguías a Ashley Wilkes, mientras soñabas con Ashley Wilkes. Esta es una noche que no me rechazarás”. En su momento se le consideró el momento cumbre del mayor romance del celuloide, con la pasión salvaje como el único medio para alivianar las tensiones entre los amantes, lo que resultó en una fémina radiante a la mañana siguiente. 

El concepto cambió hacia finales de los 80 cuando la filósofa feminista Marilyn Friedman [vía] concluyó que la secuencia se apoya en la ambigüedad para mostrar lo que realmente era una violación marital. “Retratan al violador como un hombre guapo cuya dominación es placentera en la cama”, determinó la teórica, “y ​​retratan a las mujeres como felices de tener sus propias elecciones sexuales y rechazos aplastados por tales hombres”. Aunque el feminismo no ha determinado una postura concreta, el momento sigue generando acaloradas discusiones hasta nuestros días, con una buena parte de la audiencia satanizando al filme por su aparente idealización de la masculinidad tóxica. Pero, ¿es realmente una cinta misógina o un reflejo de la violencia que padecieron tantas mujeres en la época en que se desarrolla la trama?

Lo que el viento se llevó Gone with the Wind

La grandeza de Lo que el viento llevó

Si Lo que el viento se llevó ha perdido el aura de perfección que una vez le caracterizó no es por la reducción de su calidad narrativa, técnica o histriónica, sino porque al igual que muchas otras películas, las nuevas audiencias han tenido cada vez más dificultades para verla dentro del contexto histórico en que fue realizada o en el que se desarrolla su trama. Una vez logrado el objetivo, es difícil cuestionar su posición entre las mayores joyas cinematográficas de todos los tiempos.

Si la historia ha trascendido por generaciones no es por sus estereotipos, sus subtramas del Klan, ni la controversia alrededor de su pareja protagonista, sino por la manera en que rompió los moldes preestablecidos para construir el mayor drama romántico que se haya visto en pantalla. Una Scarlett O’Hara que resquebraje la idea de inocencia y debilidad femenina para garantizar la supervivencia durante el mayor conflicto bélico en suelo norteamericano y así cumplir la vieja promesa hecha a sí misma: “con Dios como testigo […], nunca más volveré a pasar hambre”. No es una heroína, pero tampoco una villana, sino una mujer imperfecta que hace lo necesario por salir avante. Recurre al engaño y la seducción, pero también al sacrificio para trabajar al lado de los que alguna vez fueran sus esclavos. Nunca lo ve como una humillación, sino como una prueba para demostrar a la sociedad, pero sobre todo a sí misma, que no era el sexo débil, sino una persona que puede superar cualquier obstáculo. 

Rhett Butler también forma una parte fundamental en su ascenso. No como el típico enamorado que manifiesta su amor con palabras huecas, sino alentando la rebeldía de la joven al considerarla capaz de realizar todo lo que se proponga siempre que sea capaz de romper las cadenas que la atan a un viejo sistema opresor plasmado en un frágil Ashley Wilkes. Nadie cuestiona su agresividad, pero poco se ha hablado de su sensibilidad al ser él quien añoraba el romance imposible así como la búsqueda de una hija cuya pérdida conduce al fatídico rompimiento. Una reversión simbólica para exhibir el lado femenino del hombre.

A esto sumemos su carácter épico logrado con la perspectiva confederada, no como un símbolo de añoranza esclavista, sino de una lucha desigual entre hermanos y por causas que nunca han sido bien esclarecidas. La historia de los vencedores habla de una batalla por la libertad, mientras que la escrita por los perdedores alude a una heroica, pero inútil lucha contra las imposiciones de un norte opresor que aprovechó sus avances para imponer su ideología en el joven país, pero nunca en defensa de una esclavitud que desde entonces parecía condenada a la desaparición. Un mito americano que se ha difuminado con el tiempo y que apenas es recordado bajo el nombre de la Causa Perdida.

Finalmente, también es un recordatorio de tiempos imperfectos que se han ido para no volver, pero de los que se puede aprender para evitar los errores del pasado. Un sistema económico caracterizado por la crueldad, una Guerra Civil que dejó cerca de 620,000 bajas para posicionarse como el conflicto bélico más sangriento de los Estados Unidos y una sociedad eminentemente machista donde la mujer vivía para servir los deseos del hombre. No menos dura fua la época de su estreno en un país caracterizado por las desigualdades raciales y de género, con los afroamericanos segregados en beneficio de los blancos y las mujeres batallando por alcanzar la igualdad tras la Gran Depresión. Conflictos lejanos, pero que se mantienen latentes no sólo en una unión americana contemporánea sino en una sociedad mundial dominada por el odio, el racismo, la misoginia y la xenofobia, y que convierten las críticas contra Lo que el viento se llevó en un desprecio, no contra la película en sí, sino contra una humanidad cimentada sobre la violencia e incapaz de cambiar.

Quizá sea tiempo de dejar atrás las polémicas arrastradas por Lo que el viento se llevó y aprovechar sus lecciones para, al igual que Scarlett O’Hara, evolucionar con la esperanza de un mundo mejor bajo la eterna premisa de que mañana será otro día.

Lo que el viento se llevó Gone with the Wind

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