Cine y Tv
Lo que el viento se llevó: revalorizando su legado en el siglo XXI
Hubo una época en que Lo que el viento se llevó fue considerada la mejor película de todos los tiempos, así como una de las mayores proezas del cine. Su realización implicó adaptar la titánica novela homónima de Margaret Mitchell, atravesar por un triple cambio en la dirección durante su proceso de producción y requerir elaborados acuerdos para unir los talentos de Vivien Leigh y Clark Gable. Esto le llevó a ser reconocida con 13 nominaciones al Premio de la Academia, de las que cosechó ocho estatuillas incluyendo Mejor película por encima de La diligencia y El mago de Oz, para posicionarse como la gran vencedora de un 1939 que sigue siendo considerado por muchos como el año más brillante de la industria norteamericana. Estos esfuerzos le convirtieron en el filme más taquillero de su época, una marca que sigue ostentando hasta la fecha si consideramos que los ajustes de inflación le dan una recaudación superior a los $7,400 mdd. Un clásico en toda la extensión de la palabra.
Estas glorias no pudieron evitar que el filme perdiera cada vez más terreno en el gusto del público y la crítica, que cada vez cuestionan más su posición entre lo mejor de la historia: BBC le dio el lugar 97 en su conteo de cine norteamericano; Sight & Sound la excluyó de su top histórico; los lectores de Empire hicieron lo propio en una encuesta realizada por el medio británico. Hay quienes atribuyen esta dramática baja de popularidad al paso del tiempo y su duración de casi cuatro horas, pero lo cierto es que su posición es mucho más compleja, pues a diferencia de otros filmes de su misma época, hay repasos que incluso dudan de su grandeza y su legado.
¿Cómo fue que la que alguna vez fue vista como la mayor proeza del celuloide ha sido relegada por el público y condenada al olvido?
La esclavitud sureña
La construcción de un clásico cinematográfico no es tarea fácil, pues requiere valores narrativos y simbólicos suficientemente poderosos para resistir los embates del tiempo. El caso de Lo que el viento se llevó es sumamente complejo, pues su trama ubicada en la Atlanta de la Guerra Civil, su filmación en una unión americana con severos problemas raciales y su estreno en un mundo fragmentado por la intolerancia generó un ambiente de nerviosismo ante la que parecía ser una cinta dirigida contra la gente de color. Estas preocupaciones desencadenaron una intensa campaña de la prensa negra “para descubrir si algunos de los que se oponen a Hitler a una distancia segura tienen el coraje necesario para oponerse a los prejuicios raciales cuando estos pueden afectar sus carreras y bolsillos” [vía]. El resultado fue la supresión de la palabra nigger en los diálogos de los actores caucásicos y un Oscar histórico que convirtió a Hattie McDaniel en la primera persona afroamericana galardonada con la codiciada estatuilla. Grandes victorias en la lucha por la igualdad racial, las cuales dieron la sensación de que el filme, lejos de exaltar las diferencias raciales, era una mera exploración del conflicto secesionista desde la perspectiva sureña.
Estas ideas cambiaron con la llegada del siglo XXI, con repasos que criticaron al equipo creativo por mantener el término despectivo entre los actores de color para garantizar visiones estereotípicas, así como la utilización de la palabra darkies (oscuritos) para mostrar el aparente cariño de los blancos por sus esclavos. No menos debatible fue el reconocimiento a la actriz que diera vida a Mammy, quien fuera relegada a una mesa aislada para ella, su acompañante y su agente ante las políticas segregacionistas del hotel en que se realizaron los Premios de la Academia.
Esto, aunado a la fidelidad de un material fuente que presuntamente idealiza la esclavitud al mostrar cómo no padecen ningún tipo de maltrato y cuya situación se debe a su propia renuencia a la libertad, así como al enorme aprecio que sienten por sus amos, ha provocado que las audiencias actuales le posicionen entre las cintas más racistas de la historia. ¿Una acusación justa o demasiado extrema para una película realizada en la primera mitad del siglo XX?
Estas visiones descontextualizadas han provocado que el filme sea equiparado con El nacimiento de una nación (1915), señalada por su exaltación a los orígenes del Ku Klux Klan. Una comparación delicada, pero sellada para siempre con las propiedades metanarrativas del cine y la ingeniosa visión de Spike Lee, quien inició su propia exploración del grupo extremista en El infiltrado del KkKlan (2018) con la imagen de una Scarlett O’Hara incrédula ante la derrota sureña en batalla de Atlanta.
Todos estos elementos han provocado que algunos sectores de la audiencia teman que Lo que el viento se llevó no sea una simple película, sino un reflejo de la añoranza que muchos norteamericanos sienten por la cada vez más lejana supremacía blanca. Un símbolo cultural que debe ser erradicado, al igual que los viejos monumentos confederados que permanecen de pie hasta nuestros días y cuyas posibles retiradas han inspirado fuertes discusiones en los últimos años, incluyendo la infame marcha que numerosos grupos de ultraderecha protagonizaron en Charlottesville en 2017. La primera reacción llegó del Orpheum Theatre de Memphis, que en 2018 canceló un screening del filme al considerarlo “insensible para un largo segmento de la población local”.
Scarlett O’Hara como símbolo
El cine siempre ha batallado por capturar la fuerza femenina, con personajes primordialmente débiles, sumidos en roles secundarios y dependientes del hombre para realizarse como personas. No fue el caso de Scarlett O’Hara, cuya evolución de una chica mimada cuyo único objetivo es contraer nupcias con un joven que le obsesiona a una mujer autosuficiente que termina convirtiéndose en el pilar fundamental de su familia y sus personas más cercanas, le llevó a ser considerada la primera heroína del celuloide y una auténtica pionera de la simbología feminista.
La imagen del personaje interpretado por Vivien Leigh se deterioró con el paso del tiempo. Nadie duda de su poderío, pero sus métodos son cada vez más cuestionados, pues recurre al engaño para alcanzar sus objetivos, lo que resulta en numerosos atentados contra su propio género y en la seducción de los hombres para garantizar su bienestar. Esta oscuridad incrementa cuando el personaje es comparado con Melanie Hamilton (Olivia de Havilland), quien preserva la inocencia sin importar los pesares suscitados tras el conflicto bélico.
Más polémica aún es la mítica escena de la escalera, cuando un Rhett Butler alcoholizado y desesperado por los desplantes de Scarlett, toma a su esposa en brazos para recordarle que “no somos caballeros y no tenemos honor, ¿verdad? No es tan fácil, Scarlett. Me rechazaste mientras perseguías a Ashley Wilkes, mientras soñabas con Ashley Wilkes. Esta es una noche que no me rechazarás”. En su momento se le consideró el momento cumbre del mayor romance del celuloide, con la pasión salvaje como el único medio para alivianar las tensiones entre los amantes, lo que resultó en una fémina radiante a la mañana siguiente.
El concepto cambió hacia finales de los 80 cuando la filósofa feminista Marilyn Friedman [vía] concluyó que la secuencia se apoya en la ambigüedad para mostrar lo que realmente era una violación marital. “Retratan al violador como un hombre guapo cuya dominación es placentera en la cama”, determinó la teórica, “y retratan a las mujeres como felices de tener sus propias elecciones sexuales y rechazos aplastados por tales hombres”. Aunque el feminismo no ha determinado una postura concreta, el momento sigue generando acaloradas discusiones hasta nuestros días, con una buena parte de la audiencia satanizando al filme por su aparente idealización de la masculinidad tóxica. Pero, ¿es realmente una cinta misógina o un reflejo de la violencia que padecieron tantas mujeres en la época en que se desarrolla la trama?
La grandeza de Lo que el viento llevó
Si Lo que el viento se llevó ha perdido el aura de perfección que una vez le caracterizó no es por la reducción de su calidad narrativa, técnica o histriónica, sino porque al igual que muchas otras películas, las nuevas audiencias han tenido cada vez más dificultades para verla dentro del contexto histórico en que fue realizada o en el que se desarrolla su trama. Una vez logrado el objetivo, es difícil cuestionar su posición entre las mayores joyas cinematográficas de todos los tiempos.
Si la historia ha trascendido por generaciones no es por sus estereotipos, sus subtramas del Klan, ni la controversia alrededor de su pareja protagonista, sino por la manera en que rompió los moldes preestablecidos para construir el mayor drama romántico que se haya visto en pantalla. Una Scarlett O’Hara que resquebraje la idea de inocencia y debilidad femenina para garantizar la supervivencia durante el mayor conflicto bélico en suelo norteamericano y así cumplir la vieja promesa hecha a sí misma: “con Dios como testigo […], nunca más volveré a pasar hambre”. No es una heroína, pero tampoco una villana, sino una mujer imperfecta que hace lo necesario por salir avante. Recurre al engaño y la seducción, pero también al sacrificio para trabajar al lado de los que alguna vez fueran sus esclavos. Nunca lo ve como una humillación, sino como una prueba para demostrar a la sociedad, pero sobre todo a sí misma, que no era el sexo débil, sino una persona que puede superar cualquier obstáculo.
Rhett Butler también forma una parte fundamental en su ascenso. No como el típico enamorado que manifiesta su amor con palabras huecas, sino alentando la rebeldía de la joven al considerarla capaz de realizar todo lo que se proponga siempre que sea capaz de romper las cadenas que la atan a un viejo sistema opresor plasmado en un frágil Ashley Wilkes. Nadie cuestiona su agresividad, pero poco se ha hablado de su sensibilidad al ser él quien añoraba el romance imposible así como la búsqueda de una hija cuya pérdida conduce al fatídico rompimiento. Una reversión simbólica para exhibir el lado femenino del hombre.
A esto sumemos su carácter épico logrado con la perspectiva confederada, no como un símbolo de añoranza esclavista, sino de una lucha desigual entre hermanos y por causas que nunca han sido bien esclarecidas. La historia de los vencedores habla de una batalla por la libertad, mientras que la escrita por los perdedores alude a una heroica, pero inútil lucha contra las imposiciones de un norte opresor que aprovechó sus avances para imponer su ideología en el joven país, pero nunca en defensa de una esclavitud que desde entonces parecía condenada a la desaparición. Un mito americano que se ha difuminado con el tiempo y que apenas es recordado bajo el nombre de la Causa Perdida.
Finalmente, también es un recordatorio de tiempos imperfectos que se han ido para no volver, pero de los que se puede aprender para evitar los errores del pasado. Un sistema económico caracterizado por la crueldad, una Guerra Civil que dejó cerca de 620,000 bajas para posicionarse como el conflicto bélico más sangriento de los Estados Unidos y una sociedad eminentemente machista donde la mujer vivía para servir los deseos del hombre. No menos dura fua la época de su estreno en un país caracterizado por las desigualdades raciales y de género, con los afroamericanos segregados en beneficio de los blancos y las mujeres batallando por alcanzar la igualdad tras la Gran Depresión. Conflictos lejanos, pero que se mantienen latentes no sólo en una unión americana contemporánea sino en una sociedad mundial dominada por el odio, el racismo, la misoginia y la xenofobia, y que convierten las críticas contra Lo que el viento se llevó en un desprecio, no contra la película en sí, sino contra una humanidad cimentada sobre la violencia e incapaz de cambiar.
Quizá sea tiempo de dejar atrás las polémicas arrastradas por Lo que el viento se llevó y aprovechar sus lecciones para, al igual que Scarlett O’Hara, evolucionar con la esperanza de un mundo mejor bajo la eterna premisa de que mañana será otro día.
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en este documental, un hipopótamo narra la crisis ambiental provocada por Pablo Escobar
Desde mediados de la década de los 80, Colombia enfrenta una peculiar crisis ambiental. Resulta que, un día, al conocido narcotraficante Pablo Escobar se le ocurrió que, en su zoológico privado, ubicado dentro de la finca apodada como Casa Nápoles, faltaban ejemplares de una especie: hipopótamos. Así, mandó traer a su tierra, primero desde África y después desde Estados Unidos, a cuatro de estos animales. Lo que él no imaginaba era que dos de ellos escaparían de la finca y se reproducirían, iniciando una sobrepoblación incontrolable.
Hoy ya son más de 170 hipopótamos los que rondan por el territorio colombiano, y la realidad es que su estancia en la región preocupa no sólo por el bienestar de los pobladores de las áreas cercanas al río Magdalena, donde los animales prefieren estar, sino porque no se tienen los recursos necesarios para que vivan ahí. Ante las llamadas a la acción, las autoridades no escuchan. Y los migrantes de cuatro patas y grandes mandíbulas siguen ahí. Ese es su nuevo hogar, aunque no lo hayan elegido.
Si bien la situación no se ha atendido de la debida forma, en 2007 sucedió algo que puso la problemática bajo el foco público, pues un grupo de cazadores asesinó a uno de estos hipopótamos traficados para satisfacer una personalidad estrafalaria. La prensa se encargó de darle un nombre al animal: Pepe.
El cineasta dominicano Nelson Carlo de los Santos Arias se enteró de esta historia y se puso manos a la obra para trasladarla a la pantalla. El resultado es en partes iguales una sátira del capitalismo y de los absurdos de las excentricidades, además de un ejercicio de estilo que derriba las barreras entre el documental y la ficción. Todo mientras el tenaz Pepe nos narra su travesía mediante voz en off.
En entrevista, el director del documental Pepe nos cuenta cuáles fueron las decisiones que informaron su cinta.
El documental tiene esta escena en la que vemos un letrero de la Casa Nápoles que, de manera muy irónica, dice: “Por favor, no alimentar a los animales. Protejamos a los animales”. Pero creo que, si algo no estaba haciendo Pablo Escobar, al mandar traer estos animales (para su finca), por su excentricidad, es protegerlos. ¿Siempre fue tu intención manejar este tono irónico para retratar otro aspecto del ambientalismo?
Sí, entiendo la pregunta. Yo creo que, como latinoamericanos, nuestras realidades están llenas de ironías y de absurdos. Entonces, creo que mi trabajo, a veces, como realizador, a lo mejor se puede simplificar en decir: hay que ver una situación, una historia, un personaje, digamos, [y preguntarnos] qué emociones o qué figuras literarias o poéticas se construyen desde allí.
Yo creo que hay algo absurdo directamente en el origen de esta historia, porque Pablo Escobar yo creo que sería el primero que marca esa cultura de la excentricidad en los narcotraficantes, que de alguna u otra forma es otra cara del capitalismo puro y duro, y que también ejerce el Estado o sus élites políticas. Creo que el contrabando es el [lado] negativo del poder político económico de nuestros países desde la colonia. Entonces, esas historias de dominaciones son absurdas porque acaparan las vidas de las personas de una forma arbitraria, esa forma arbitraria de dominación.
A veces, nosotros los latinoamericanos hemos aprendido a reírnos sobre eso, pero nuestros ancestros africanos en el Caribe nos enseñaron a reírnos cuando realmente llorábamos. Al cambiar el llanto por la risa, [todo] se complejizaba. Entonces, para mí, por eso el humor es tan importante, porque es una forma de resistencia, de asumir el absurdo de las dominaciones.
Tengo entendido que una parte de la idea para esta película vino cuando tú en 2007 supiste, a través del trabajo de Camilo Restrepo (afamado artista visual colombiano), de un animal que asesinaron en el río Magdalena. Desde que te enteraste de este incidente, ¿qué tanto cambió tu idea para llegar a lo que vemos en pantalla? Y, por otra parte, ¿qué tanto acercamiento tuviste con Camilo para trabajar en esta película?
En realidad, Camilo no trabaja en la película, sino que cuando yo terminé una película que se llama Cocote (2017), terminé muy cansado. Yo siempre quise ir a Colombia. Tenía algunos amigos ahí y en distintas ciudades, y como no tenía el dinero para andar en hoteles y cosas así, me quedaba donde los amigos. Entonces me quedé en la casa de Camilo cuando conocí Medellín. Él tenía una escultura [de Pepe] en su sala y me contó la historia como salió en los periódicos, [o en internet]. Bastaba simplemente buscarlo y salían distintas cuestiones.
Pero cuando él me lo cuenta, tiene un error. Tiene un error biológico en su relato, porque él me dice que cuando un hipopótamo se pelea con el dominador –o sea, con el alfa– y pierde, él debe irse de la manada para encontrar otra. Lo exilian. Y lo que le pasó a este hipopótamo es que se fue exiliado en busca de otra manada sin saber que no existe, porque él no está en el continente africano, está en el continente americano. Pero cuando yo comienzo a investigar, me doy cuenta de que [lo que dijo Camilo] no es verdad, que en realidad los hipopótamos machos, cuando pierden la pelea, se van con una hembra y así es que ellos se expanden en el territorio. Entonces, así se van multiplicando. Eso es una idea completamente diferente. Es el crecimiento de una población desplazada que llega a través de un secuestro, ¿no? Como pasó con migrantes africanos o árabes, con plantas, vacas, burros o caballos.
Ese error biológico fue lo que me despertó. (…) Empecé a pensar en todas esas personas que han muerto en este continente sin saber realmente dónde estaban, por todas estas migraciones y la construcción de este mundo occidental que tenemos, que tiene su base en la colonización del continente americano. Luego ellos se van a expandir al mundo, pero digamos que hay una conquista de la América que va a marcar la pauta de dominación que hoy conocemos.
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¿Qué te atrae de la docuficción para contar este tipo de historias? ¿Por qué decidiste que tenía que ser una docuficción?
Comencé a estudiar cine formalmente cuando tenía 20 años, aunque ya a los 17 o 18 hacía cortos. Me gané una beca y me fui a estudiar a Buenos Aires porque en Dominicana no había escuela de cine. Para nuestra generación, la docuficción era lo peor que se podía decir porque la docuficción era un modelo mainstream de la televisión norteamericana. Me he dado cuenta de que no participo tanto del mundo del cine. Más bien, cuando hago una película, salgo a los festivales y veo lo que está pasando y todo eso. Pero en mi vida normal, aunque veo un montón de películas, estoy en otro mundo, casi no tengo amigos en el cine, para que tú entiendas.
Entonces, ahora que volví a salir al mundo con esta película, me encontré con que la palabra “docuficción” se había normalizado. Para mí, era un insulto decir que una película era una docuficción porque implicaba una cosa horrible de la televisión norteamericana de los 90 o principios de los 2000. Yo diría que, más que una docuficción –que, por Dios, no quisiera hacer nunca–, lo que realmente estoy haciendo es una ficción. Ante todo, mi película se constituye como una ficción, porque una definición rápida de ficción, digamos, es todo aquello que construye un verosímil en sí mismo, ¿verdad?
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Hay una discusión muy vieja de Godard en la cual todo es ficción y todo es documental al mismo tiempo. Y en todo caso, cuando uno filma algo, la imagen en sí misma guarda esa particularidad. (…) Te voy a poner un ejemplo: una imagen siempre es ficción y siempre es documental porque, cuando estamos filmando a un actor, estamos filmando al personaje de la película, pero también estamos filmando al actor que hace de ese personaje. Otro ejemplo es cómo se da el problema del tiempo en el cine. En el cine se da al mismo tiempo un tiempo que es directo, que es el tiempo de la toma, y también un tiempo que es construido en el montaje. El cine en sí mismo, o la imagen del cine o ese lenguaje al que nosotros llamamos cine, ya es un lenguaje que es un mutante que lleva en sí mismo dualidades, en vez de ser dicotómico. La docuficción lo vuelve dicotómico cuando en realidad hay una dualidad en la imagen en la que uno puede abrazar ese documento que se está pensando y, al mismo tiempo, se está creando una fábula, como en el caso de Pepe.
Otra de las conversaciones que creo que se pueden abrir con tu película es con respecto a las palabras y los idiomas. Me gusta mucho cómo Pepe comienza su viaje hablando en otro idioma, pero cuando ya está en Colombia, en otros pasajes de su vida, nos habla en español. ¿Cómo fue para ti difuminar esas líneas en el idioma?
Mira, yo vengo de un territorio muy oral, ¿no? Del Caribe. Tal vez ya no lo tengo tan marcado porque tengo la mitad de mi vida viviendo fuera, y la verdad es que cuando uno vive fuera, sobre todo en otros países hispanohablantes, uno se adapta una forma en la que nos podemos comunicar. Pero digo, el castellano dominicano es un castellano bastante lejos de la regla. Es algo que, por ejemplo, tú y yo podemos ir a un barrio y, a pesar de que yo te estoy hablando así, yo entiendo perfectamente todo lo que está pasando y tú no vas a entender absolutamente nada.
Entonces, la oralidad en el Caribe es maravillosa, porque la oralidad del Caribe es casi un créole. Es un créole y la invención del humor en el Caribe es la destrucción del lenguaje como nosotros lo conocemos. Es todo lo contrario a Colombia y México, que tienen un castellano bastante cercano a la regla. En el Caribe se destruyen las lenguas coloniales. Por ejemplo, en el Caribe francés directamente hay un créole.
Para mí, la oralidad con la cual yo trabajo es mi inspiración para pensar en el montaje. Cuando pienso en el montaje o en la idea de hacer significación en el montaje, no pienso en reglas narrativas. La oralidad caribeña, loca, disruptora, fuera de las reglas, es más inspiradora para mí que el arco del héroe.
Eso lo tomo de un gran pensador caribeño, para quien la oralidad no se contenta simplemente con describir los paisajes, sino que los construye al mismo tiempo. Por eso quise que Pepe abordara todos esos lenguajes que intervienen en ese hecho histórico. Entonces, él comienza hablando en Bukushu, que es el lenguaje predominante del río Cabango. Luego habla afrikáans. Afrikáans es una creolización del holandés con palabras bantúes. Se le habla afrikáans porque es el idioma que en ese territorio que hoy conocemos como Namibia fue el idioma del opresor y el que realmente colonizó a la mayoría de las tribus ahí. Y evidentemente, habla español o castellano porque llega a una América hispana.
Para mí, Pepe tenía que tener esa esquizofrenia que tiene el ser que, como todos nosotros, somos producto de un proceso de colonización.
Pepe ya está disponible en MUBI.
José Roberto Landaverde Me fascina escribir, escuchar, leer y comentar todo lo relacionado con el cine. Me encanta la música y soy fan de The Beatles, Fleetwood Mac y Paramore. Mis películas favoritas son Rocky y Back to the Future y obvio algún día subiré los “Philly Steps” y conduciré un DeLorean. Fiel creyente de que el cine es la mejor máquina teletransportadora, y también de que en la pantalla grande todos nos podemos ver representados.
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2024: Un año de musicales, sorpresas y grandes eventos
Se termina 2024, uno de los años más extraños y reveladores que la industria ha experimentado recientemente. Si bien, tuvimos los clásicos taquillazos que abarrotaron los cines (y agotaron palomeras coleccionables), también hubo fracasos que sacudieron a más de un estudio, polémicas capaces de convertir las redes sociales en un campo minado, y eventos que hicieron de este, un año inolvidable. Digamos adiós al 2024 con un repaso por aquellas películas y eventos que marcaron la agenda en los últimos meses.
Todo inició con la batalla final del llamado Barbenheimer. La temporada de premios se convirtió en el escenario perfecto para que Greta Gerwig (directora de Barbie) y Christopher Nolan (realizador de Oppenheimer) se hicieran presentes en casi todas las ceremonias de la industria. Aunque la taquilla favoreció a la muñeca, los premios le dieron la victoria al hombre que creó la bomba atómica. Entre vestidos rotos y números musicales de ensueño, Emma Stone (con su segundo Óscar) y Ryan Reynolds (interpretando I’m Just Ken) también hicieron historia.
Quienes sufrieron en la primera parte del año fueron, principalmente, Dakota Johnson y Henry Cavill. Ella se enfrentó a las burlas y los comentarios de Madame Web, pero él no se quedó atrás con la decepción de Argylle: Agente secreto. Al final, la película nos traicionó y demostró que Cavill no era el protagonista (como se vendió), pero el daño a su imagen (por un fracaso más) ya estaba hecho. Si todos los que le dan like a sus fotos sexys en redes pagaran un boleto para verlo en el cine, las cosas serían diferente.
Godzilla y Kong regresaron para partirse la cara (otra vez), asegurar otra película y dejarnos algunos memes. Melissa Barrera nos demostró en Abigail por qué su despido de Scream fue todo un error, y Zendaya no sólo montó gusanos de arena. Con Desafiantes hizo que el tenis le pareciera emocionante hasta a quienes no lo entienden.
También llegó el pánico. No, no se debió a ninguna pandemia (toquemos madera), sino a dos fracasos sorpresivos que dejaron temblando a más de uno. Por un lado, Ryan Gosling y sus increíbles stunts en Profesión peligro le importaron a muy pocos. Por el otro, Chris Hemsworth y Anya Taylor-Joy demostraron con Furiosa: De la saga Mad Max que las interacciones en redes sociales tampoco equivalen a boletos vendidos en el cine. La baja taquilla de Amigos imaginarios y El planeta de los simios: Nuevo reino también hizo que muchos se mordieran hasta la cutícula. El fin del cine como lo conocemos parecía inevitable.
O al menos eso creíamos… ya saben que los cinéfilos a veces somos un poquito dramáticos.
Will Smith regresó con otra cachetada, pero ahora con guante blanco y dirigida a todos quienes dudaron de su poder taquillero. La cuarta película de Bad Boys dio inicio a un junio de ensueño. Los cines se llenaron de gente, las palomitas y los nachos se vendieron como antes, hubo familias incómodas, salas atiborradas, empleados con cansancio y cara de pocos amigos. Todo eso que sucede cuando hay un éxito histórico.
Y sí, ese éxito histórico tiene nombre: Intensamente 2, que se convirtió en la película más taquillera en la historia de México. Entre personas que compartieron sus frustraciones con Riley o se sintieron identificados con sus ataques de ansiedad, nadie pudo escapar de dicho título.
Todos los que se alegraban por los fracasos de Marvel Studios se comieron sus palabras. Deadpool y Wolverine (su único estreno del año) arrasó en la taquilla y rompió récords para una película con clasificación para adultos. El cine basado en cómics no ofreció propuestas tan fuertes como otros años, pero aquellas que sí llegaron (Madame Web, Hellboy: The Crooked Man, Guasón 2 y Kraven El Cazador), pasaron con más pena que gloria. Hasta a Venom le costó alcanzar la taquilla de sus antecesoras.
Otro aspecto inolvidable es la avalancha de musicales que recibimos en los últimos 12 meses. Los mexicanos todavía coreábamos las canciones de Wonka (o al menos aquellas que no son tan olvidables) cuando Chicas pesadas llegó a la cartelera. De forma mañosa, Paramount Pictures ocultó que se trataba de un musical, y aunque el impacto fue nulo a comparación del éxito de 2024, muchos ya desearíamos sus $100 millones de dólares recaudados.
Algo curioso ocurrió con Guasón 2: Folie à Deux, pues a semanas del estreno nadie parecía tener claro si era un musical o no. Lady Gaga lo negó, Todd Phillips (director) lo confirmó, y el mundo entero lo odió. Vaya diferencia con Wicked, cuyas canciones hicieron de algunas salas (y la premiere en el Auditorio Nacional) toda una fiesta. Tristemente, las canciones de Moana 2 no le llegaron a los talones a las de su antecesora. Y para cerrar el año tenemos Mufasa: El rey león, con canciones de Lin-Manuel Miranda… y la promesa de arruinar lo que conocíamos sobre el padre de Simba.
Para los amantes del terror, Desaparecer por completo demostró que el cine mexicano podría ofrecer propuestas muy originales. Un Tarot de la muerte se encargó de llenar la pantalla con sangre, y Lupita Nyong’o (con un gato) se enfrentó al primer día de la invasión en Un lugar en silencio: Día uno. Nicolas Cage se convirtió en Longlegs, y Sonríe 2 nos demostró que las maldiciones también acechan a las cantantes. Incluso la saga Alien revivió con éxito. Ojalá MaXXXine hubiera corrido con la misma suerte.
México fue el país seleccionado para grandes eventos, y no necesariamente por esa “regla” que relaciona las visitas de los actores con una terrible calidad. En realidad, es porque nuestro país se ha convertido en una de las economías más importantes para la industria hollywoodense. El elenco de Duna: Parte dos provocó gritos, lágrimas (y malas preguntas del programa Venga la alegría) en su visita al Auditorio Nacional de la Ciudad de México. Timothée Chalamet nos habló de futbol, se puso la playera de la Selección Mexicana y reafirmó por qué es uno de los favoritos del público.
Otras producciones siguieron los pasos de Duna: Parte dos, y así recibimos a los elencos de Furiosa: De la saga Mad Max, Bad Boys: Hasta la muerte, Beetlejuice Beetlejuice, Venom: El último baile y Wicked (al grito de ¡Ariana, hermana, ya eres mexicana!). Hasta Aaron Taylor-Johnson quiso cerrar el año en México, pues vino para presentar Kraven El Cazador, robarle suspiros a más de uno y despertar bajas pasiones en redes.
Por primera vez, la Comic-Con Experience (CCXP) celebró una de sus ediciones en México. Miles de fans se dieron cita para presumir su cosplay, comprar coleccionables, escuchar a sus artistas favoritos de cerca y sentirse parte de una comunidad. Sydney Sweeney promocionó Inmaculada, su más reciente película de terror. Los organizadores quedaron fascinados y ya anticipan una un espectacular regreso en 2025.
El Festival Internacional de Cine de Morelia también nos dejó otra edición para recordar. Nos visitaron Alfonso Cuarón, Rodrigo Prieto y hasta el enorme Francis Ford Coppola. Este último presentó Megalópolis, la vapuleada película que durante décadas quiso hacer y por fin lo logró. Es cierto que dicho título dejó a los espectadores confundidos, pero no tanto como los que se preguntaron qué demonios hacía la polémica Emilia Pérez (con su fallida representación de México) en el festival. Esperemos que, en 2025, más y más estrellas quieran visitar el país y no teman a los reporteros y conductores de Venga la alegría.
Fue un gran año para quienes gozan del cine mexicano y todas sus propuestas. José Eduardo Derbez consiguió su primer protagónico. Fiona Palomo y Alfonso Dosal nos estremecieron con Un actor malo, Osvaldo Benavides (sí, Nandito de María la del barrio) debutó como director con Noche de bodas, mientras que Rodrigo Prieto hizo lo mismo, pero con un clásico como Pedro Páramo. Firma aquí nos enseñó que el amor no debe ser perfecto, y Casi el paraíso convirtió al primer best seller mexicano en una película muy interesante. La querida Ana Serradilla también volvió, esta vez con una comedia sobre dos inseminaciones mal realizadas (Una pequeña confusión).
Isaac Ezban volvió a mezclar la fantasía, el horror y el drama familiar con Párvulos: Hijos del apocalipsis. Sujo, de Astrid Rondero y Fernanda Valadez emprendió el camino rumbo al Óscar, y Alonso Ruizpalacios impactó al público con La cocina, que lo llevó a conseguir una nominación en los Independent Spirit Awards. El ganador, al menos en cuanto a taquilla se refiere, fue Adrián Uribe con El candidato honesto. Esta es apenas la tercera película mexicana que supera los $100 millones de pesos (MDP) desde 2020.
Muchos podrán quejarse de Televisa a través de todos los medios posibles. Pero eso no evitó que La casa de los famosos México llegara a la conversación cinematográfica. A alguien se le ocurrió que la final de la segunda temporada se transmitiera en el cine, y los resultados fueron inquietantes: $1.97 MDP. Quizá a algunos no les parezca mucho, pero es más de lo que recaudaron 60 estrenos nacionales en todo el año. Muchos actores, analistas de la industria y directores sintieron más miedo con dicho dato que con Longlegs: Coleccionista de almas, Sonríe 2, o el acento de Selena Gomez en Emilia Pérez.
El año también será recordado por hacernos llorar… y mucho. Fue demoledor ver cómo Zac Efron perdió a casi toda su familia en Garra de hierro. Blake Lively y Justin Baldoni por poco y se avientan hasta los floreros en la filmación de Romper el círculo, pero vaya que conmovieron a millones de espectadores con la relación tóxica de sus personajes.
Muchos se identificaron con Demi Moore en La sustancia y su crisis frente al espejo. Otros tantos lloraron como bebés con la viudez de Andrew Garfield en El tiempo que tenemos. Pero si de “lágrimas sabrosas” hablamos, nada como el primer vuelo de Brillo en Robot salvaje o el primer abrazo de Elphaba y Glinda en Wicked. ¿Acaso no se siente bien dejar fluir nuestras emociones con un buen puño de palomitas como acompañamiento?
Ha llegado el momento de despedir el 2024, pero no podemos hacerlo sin mencionar todas esas propuestas que, sin esperarlo, se ganaron un lugar destacado. Ahí rondan un sanguinario payaso que rompió récords sin un gran distribuidor, Demi Moore con la actuación de su vida, Longlegs y su brillante marketing, Sydney Sweeney y Glen Powell derramando miel en Con todos menos contigo, y hasta Hugh Grant como un hereje perturbador.
¡Adiós, 2024! Y como dijeran en esa película que tiene tan en boga a Eugenio Derbez: ¡Hasta nos duele esa p*nche parte del cuerpo nada más de acordarnos de ti!
Juan José Cruz. Soy de los que siempre defendió a Robert Pattinson como Batman y puede ver la misma película en el cine hasta 7 veces. ¿Mi gusto culposo? El cine de terror de bajo presupuesto.
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Actualidad
Wicked deslumbra México: Ariana Grande, Cynthia Erivo y un mágico estreno en el Auditorio Nacional
La magia del mundo de Oz llegó a México con la espectacular premiere de la película Wicked en el Auditorio Nacional de la Ciudad de México. El evento, que se llevó a cabo el 11 de noviembre de 2024, reunió a fanáticos del musical y a destacadas personalidades del espectáculo, convirtiendo la alfombra amarilla en un desfile de talento y glamour.
Una alfombra amarilla llena de estrellas
La alfombra amarilla, decorada con elementos inspirados en el mágico mundo de Oz, recibió a las estrellas principales de la película. Ariana Grande, quien interpreta a Glinda, deslumbró con un vestido blanco que evocaba la elegancia de su personaje. Por su parte, Cynthia Erivo, en el papel de Elphaba, conquistó a los presentes con su energía y cercanía, firmando autógrafos y compartiendo momentos con los asistentes.
Jonathan Bailey, quien interpreta a Fiyero, también estuvo presente, añadiendo un toque de encanto británico al evento. Los actores se mostraron emocionados por la calurosa recepción del público mexicano, quienes abarrotaron el Auditorio Nacional desde tempranas horas.
Celebridades mexicanas y un toque de nostalgia
El evento contó con la presencia de Danna Paola y Ceci de la Cueva, quienes dejaron su huella en la versión teatral de Wicked en México. Ambas actrices expresaron su orgullo por formar parte de este proyecto, con Danna Paola prestando su voz para la versión en español de Elphaba. La cantante tuvo un emotivo encuentro con Ariana Grande, quien elogió su interpretación con las palabras: “Suenas hermoso”.
Un evento para la historia
La premiere no estuvo exenta de momentos de emoción. La multitudinaria asistencia generó momentos de caos cuando algunos fanáticos cruzaron las vallas de seguridad en su afán por acercarse a las estrellas. A pesar de ello, el evento se desarrolló con éxito, dejando a los asistentes con la promesa de una película que estará a la altura de las expectativas.
El impacto cultural de Wicked en México
Wicked no solo ha sido un fenómeno en Broadway, sino que ha dejado una profunda huella en México a través de sus adaptaciones teatrales. Ahora, con su salto al cine, la historia de Elphaba y Glinda promete conquistar una nueva generación de fanáticos.
Con una dirección magistral de Jon M. Chu y actuaciones memorables, Wicked se perfila como uno de los estrenos más importantes del año, y México tuvo el privilegio de ser parte de este mágico viaje.
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