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Con señas particulares: retratos de quienes hicieron posible la mejor película mexicana de 2020
Una seña particular es capaz de concentrar nuestra identidad. En un contexto de desaparición forzada, es la que probablemente nos ayudaría a volver a casa. Un lunar, una cicatriz, una marca blanca de nacimiento, la forma de nuestros pómulos, nuestro tipo de cabello. En la ópera prima Sin señas particulares, ganadora del Ariel a Mejor película de 2020, Magdalena busca a su hijo Jesús, quien no existe para el Estado: sin señas, sin pistas, sin rastro. Nadie lo busca, excepto su madre.
Sin señas particulares es una ópera prima que contó con poco presupuesto, aunque mucho de amistad. Narra una historia de desaparición, como las miles que aquejan a un México en plena crisis forense y con más de 88 mil desaparecidos y 52 mil cuerpos sin identificar. Solo que lo hace desde los terrenos de la ficción y no desde el documental, una decisión que conlleva la oportunidad de construir nuevas conexiones con una audiencia que debe leer a diario, con indignación y entumecimiento, historias de horror y ausencia.
La película estrenó en Sundance y de ahí recorrió festivales nacionales e internacionales, cosechando premio tras premio. Pero a veces el éxito de una película y su traslado a los medios de comunicación, que somos tan afectos a los datos, pueden opacar sus historias. Las de los sueños, las amistades, los cuerpos que hubo detrás. El cine, después de todo, no existe sin cuerpo.
A partir de sus señas particulares, algunas de las personas que la hicieron posible nos comparten su historia.
Textos: Antonio Guzmán, Susana Guzmán y Jessica Oliva
Fernanda Valadez
Fernanda Valadez no cumplía los estándares de la feminidad que su familia esperaba de una niña de 7 años. No le gustaba usar vestidos, zapatos o huaraches porque ella prefería las actividades físicas. “Me van a pisar los dedos”, pensaba cuando se veía obligada a usar sandalias y ella quería jugar fútbol. Una cicatriz a un costado de su ojo izquierdo es el recuerdo de esa niña enérgica que mientras jugaba en una fiesta infantil fue tumbada por uno de esos columpios metálicos en los que podían subir hasta cuatro personas.
Su amor por el cine proviene de la dificultad que significaba ver películas en pantalla grande. Fernanda comenzó a ver algunas cintas como La espada en la piedra o Bambi desde la televisión de su casa, gracias a que uno de sus vecinos, quien era el programador del cineclub de la Universidad de Guanajuato, se las prestaba.
Ver una película en pantalla grande era un acontecimiento inédito para quien vivió su infancia durante los años 80 fuera de las ciudades más grandes del país. Aunque para esa época en algunas ciudades de México surgían los primeros complejos de cine, como Multimedios Cinemas, en Guanajuato la única opción para disfrutar de la proyección de una película eran los teatros que adaptaron algunos espacios como salas de cine.
“Para los que venimos de otros estados pensar hacer cine se siente algo lejano; crecemos viendo cine de otras latitudes y nos da la sensación de que la realidad que te da el cine es muy bella pero también muy lejana. Me costó mucho trabajo decir ‘voy a ser cineasta’ y fue por eso que entré hasta los 26 años a la escuela”, cuenta la directora de la película Sin señas particulares, su ópera prima y con la que obtuvo 16 nominaciones en el Ariel.
Ahora, la posibilidad de hacer cine le es más apasionante que verlo porque ha descubierto que puede expresarse mejor a través de historias que conceptos. Y ha encontrado en el cine también, una forma de romper barreras. “Una de las cosas con las que lucha el ser humano es con la sensación de que el mundo está dividido entre ‘los otros’ y ‘yo’. El cine rompe esa barrera porque te puedes identificar con los personajes. Nos permite apropiarnos de lo extraño”.
Astrid Rondero
Astrid solía practicar deportes con los niños de su colonia, puesto que durante toda su infancia prefirió rodearse de pequeños del sexo opuesto. En uno de esos juegos intentó recoger la pelota de béisbol que estaba atorada entre unos agaves pero al hacerlo, uno de ellos abrió su pierna derecha y la marcó con una cicatriz blanca aún muy clara. “Es la seña con la que podrían encontrarme”, dice la guionista de Sin señas particulares. Toca madera para que nunca suceda.
Logró esquivar los ideales de su familia sobre su forma de vestir así como las películas que veía de pequeña. “Por suerte tengo una hermana que se encargaba de hacer ‘lo femenino’, siempre estaba vestida preciosa”, nos cuenta entre risas. Además, el trabajo de su mamá demandaba tanto tiempo que nunca descubrió que Astrid veía las películas de cine negro –probablemente no aptas para su edad– que rentaba su papá.
Fue gracias a la cinefilia de su padre y la pasión de su abuelita por el piano que desde pequeña pensó que lo más grande que una podía hacer era algo relacionado con el arte. Sin embargo, el divorcio de su padres y la partida de su papá también impactó su relación con el cine. “Él se fue, pero dejó la tarjeta del Blockbuster”, nos cuenta Astrid, quien comenzó a ver otras cintas que no solo eran protagonizadas por Arnold Schwarzenegger.
Desde entonces se obsesionó y no volvió a soltar las imágenes en movimiento. En la preparatoria ya sabía lo que quería hacer y solo contaba los días para entrar al CUEC (hoy Escuela Nacional de Artes Cinematográficas de la UNAM). Ahora, después de más de 10 años como realizadora y productora, el cine para ella significa recuerdos, amigos, pasión por hacer películas, etapas de vida. “También son críticas: cuando los críticos juzgan muy fuerte nuestras películas no logran entender que para nosotros son etapas de nuestras vidas. Cuando sufrimos una mala crítica, sufrimos que nos están diciendo que cinco años de nuestra vida fueron una basura”.
Aunque Astrid ha logrado encontrar un lugar dentro de diversas producciones mexicanas, habitando diferentes roles, admite que no fue sino hasta su participación como guionista y productora de Sin señas particulares que sintió la confianza y el poder de decir “yo voy a ser productora y directora”. En el cine se encuentran sus anhelos y expectativas y dentro de ellas está generar empatía con sus historias. “Lo que permite hacer el cine de ficción es acompañar en primera persona desde la seguridad de tu butaca”.
Dalia Reyes
Dalia Reyes habla de sus muchos lunares, pero decide no destacar ninguno en un inicio. Más bien su mente se va a la cicatriz que tiene en la muñeca derecha, un recuerdo de una operación del radio y el cúbito que le practicaron más o menos a los 10 años de edad. “Me caí en patines”, nos cuenta. Su tren de pensamiento se concentra inmediatamente después en los hoyuelos que se le hacen en las mejillas cuando se ríe, aunque también accede a hablar de sus señas particulares extendidas, aquellas que van más allá del cuerpo y que de cierta forma también concentran nuestra identidad. Menciona a sus huipiles, de Oaxaca, de Puebla. Los compra en los municipios que visita y siempre los usa.
Antes del cine, Dalia quería ser periodista o socióloga o antropóloga. Estudió en la facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM (“Tenía en la prepa amigos que querían estudiar cine y yo decía: ¿ay, eso qué?”). Poco después cayó en cuenta de que era posible escribir más allá de notas o artículos. Entró al curso de guion del Centro de Capacitación Cinematográfica, se fue a su primer rodaje y después viajó a Barcelona, donde encontró al documental. La unión del audiovisual con la investigación y el espíritu periodístico la apasionaron. El cine llegó a su vida como una herramienta ideal para impulsar historias.
La identidad cinematográfica de Dalia revuelve, pues, alrededor del documental. Lo dirige y lo produce a través de su propia compañía. Ríe generosa cuando le recordamos su nominación al premio Ariel por el diseño de arte de Sin señas particulares, una película de ficción, aunque su experiencia oficial en dicho departamento no ha sido mucha: hizo el arte de una tesis del CCC –pero porque se trataba de su guion– y fue asistente del director de arte Oscar Tello en la película Inercia, de Isabel Muñoz, como parte de su servicio social. Sin embargo, desde hace tiempo mantiene una colaboración creativa con Fernanda Valadez y Astrid Rondero, a quien conoció en el programa de Jóvenes Creadores. “Yo entro a Sin señas particulares por esta necesidad de crear y crecer juntas, de ayudarnos a levantar nuestros proyectos”.
Dalia describe a Fernanda y a Astrid como sus compañeras creativas, sus mentoras. Habla de sus lazos como una complicidad camaleónica, basada en el respeto absoluto por las capacidades creativas de la otra. Dalia ha ayudado a tallerear guiones de Astrid, Astrid apoyó a Dalia en el montaje de su segunda película. Comparte que así ha sido su trayecto cinematográfico: crear con sus amigas. “Si había una posibilidad de tener éxito con nuestros proyectos, era porque podíamos ayudarnos. Aunque no tengamos todos los recursos sabemos que nos tenemos a nosotras”.
Mercedes Hernández
“Volé por los cielos. Recuerdo que cuando caí, sentí el impacto y luego vi blanco. Pensé que había muerto”. De esta manera narra Mercedes la vez en que fue atropellada por una combi. Ella tenía 28 años. Ahora lo recuerda con humor, a pesar de que el accidente dejó el saldo de un dedo pulgar roto que a la fecha no flexiona, y que por ende, modificó su bella caligrafía. También le quedaron en sus rodillas y mano algunas cicatrices indelebles y otra más cerca de su ojo izquierdo que pudo aminorarse con cirugía plástica. Son las “señas particulares” de una actriz que siente pavor hacia el término por estar asociado a la desaparición forzada. No pasa lo mismo al hablar propiamente de cicatrices, que le hacen pensar gustosa en el cuento La noche de los feos, de Mario Benedetti.
Cuando Mercedes tenía entre once y doce años, un hermano comenzó a llevarla a la Cineteca Nacional. En aquellas visitas reconoce su primer acercamiento serio al mundo del cine. Ahí vio películas que no eran aptas para su edad, que rompían las reglas y que contaban historias a veces incomprensibles. Habiendo degustado la obra de cineastas transgresores como Arturo Ripstein, Mercedes Hernández se convirtió en una cinéfila durante la preparatoria y, más tarde, en maestra de espíritu justiciero, involucrada en las causas sociales. Confiesa que nunca quitó el dedo del renglón sobre dedicarse a la actuación y eventualmente estudió arte dramático con el metódico Ludwik Margules. Su debut en cine sucedió gracias a El violín de Francisco Vargas y a partir de ahí, sería convocada por la directora de casting Natalia Beristáin de forma recurrente.
En Sin señas particulares, Mercedes encarna a la protagonista de la historia: una mujer que emprende una odisea con tal de hallar a su hijo desaparecido. Si bien el personaje no posee abundancia en diálogos, esto permitió a Mercedes valerse del cuerpo, la mirada y la gestualidad para construirlo. La actriz aplaude que Fernanda Valadez concibiera una ficción sin adaptar historias verídicas, pues así evadió el riesgo de revictimizar a personas que realmente padecieron los estragos de la violencia.
Para Mercedes trabajar en Sin señas particulares fue como vivir un curso intensivo de actuación, donde también aprendió del ímpetu perfeccionista de la cinefotógrafa Claudia Becerril y de la misma realizadora. Sobre su conexión con Fernanda, la actriz piensa en cómo cada una ha crecido y madurado desde que hicieron el cortometraje 400 maletas hace más de cinco años. “Estoy muy contenta de que Fer sea una directora de actores, que no te da discursos en el set, sólo te entona”.
Claudia Becerril
Claudia tiene cabello chino y despeinado. Sus papás nunca pudieron hacer nada para apaciguarlo. En su cuerpo habitan dos tatuajes: uno de la Osa Menor y otro de florecitas que se hizo con una amiga en la pandemia. También tiene un lunar dentro del ojo y otro grande que parece mancha en la espalda, del lado derecho. Este último, dice, le gusta mucho.
Hace énfasis en que sus manos le parecen demasiado largas para su complexión y me advierte que nunca la veremos sin aretes. Nunca. Sin ellos siente como si le faltara algo y la invade la ansiedad. Un día se salió de su casa con las orejas desnudas, por lo que tuvo que recurrir a comprarse otros en la calle. “Y siempre voy a traer algo negro”, añade, aunque también afirma que ya está tratando de incluir más color en su ropa.
Uno de los primeros recuerdos infantiles de Claudia es estar en una sala de cine. Las imágenes en movimiento llegaron a su vida antes incluso de saber leer: su papá era quien le iba informando qué pasaba en la pantalla cuando había subtítulos. Conforme fue creciendo se dio cuenta de que ir sola a ver películas le daba mucha paz, aunque sus primeros intereses académicos se orientaron a la ciencia y la filosofía. Estudió primero biología y después periodismo en la UNAM, donde empezó a alimentar su interés por la imagen y su análisis. Hoy agradece a varios maestros de esa facultad y a los del CCC por impulsarla a estudiar fotografía. “Yo sola no lo veía como una posibilidad”, nos confiesa.
Como cinefotógrafa admite que otra de las señas que concentran su identidad radica en crear un concepto que le dé unidad a todo durante un rodaje. Una suerte de código entre ella y las directoras desde donde observan las cosas. En el caso de Sin señas particulares se trató de la idea de lo ominoso, un mal que se acerca. También el concepto de la dualidad de la naturaleza, pues puede ser hostil pero también servir de resguardo. Como cuando el personaje de Magdalena se refugia del enemigo en las sombras de la vegetación. Claudia hace énfasis en que mucho del trabajo de mesa para la película en realidad fue trabajo de campo, en el que tuvo la oportunidad de explorar el terreno y colaborar con un equipo que, en la cotidianidad, se sintió como una familia.
Hoy, después de su trabajo en Sin señas..., que le valió el premio Ariel a Mejor fotografía –y de colaborar en otros proyectos, como la nueva película de Alejandra Márquez Abella– , Claudia admite sentirse más cercana a la noción de hacer cine que tenía mientras estudiaba. Nos habla del disfrute, del gozo de crear: “Siento que regresé”.
David Illescas
En un rostro de lunares dispersos, David tiene además una cicatriz curva sobre su pómulo derecho. Aunque no lo recuerde con claridad, él sabe por su madre la causa de esa seña particular. Ocurrió cuando era muy pequeño. Estaba jugando con un primo, en cuyas manos yacía un proyectil que repentinamente sería lanzado a la cara del futuro actor. La herida provocada por el golpe sangró mucho, pero sanó con el tiempo y el olvido desvaneció cualquier ápice de rencor. La única preocupación de David era que aquella marca imborrable obstaculizara su trayectoria actoral, pero no fue así. Hoy incluso reconoce que detrás de una cicatriz puede existir una anécdota valiosa para los de su profesión. «Uno se agarra de lo que tiene, de su caja de emociones, de sus experiencias, para poder darle vida a un personaje», comenta con una sonrisa.
Su primer encuentro significativo con el cine sucedió durante su juventud en la Sierra Norte de Oaxaca, de donde es oriundo. Después de cada clase en su escuela secundaria se proyectaban cineminutos que le fascinaban, incluido Nadie regresa por tercera vez, de Alejandro Lubezki. Descubrió entonces que su mayor anhelo era dedicarse a la actuación: una pasión que más tarde guió sus pasos hasta el Centro Universitario de Teatro de la UNAM. Mientras estudiaba ahí, David asistió a conferencias impartidas por Terry Gilliam y Volker Schlöndorff, de quienes conoció los retos de dirigir El imaginario mundo del Doctor Parnassus y El tambor de hojalata, respectivamente. Aquellos prominentes cineastas lo motivaron a también convertirse en un contador de historias: actualmente está preparando su primer cortometraje como director y guionista. Él asegura que será filmado en su lengua materna (zapoteco) y con los niños de su comunidad natal.
Como actor, el oaxaqueño saltó al cine en 2014, gracias al cortometraje 400 maletas de Fernanda Valadez. En aquella ocasión, David interpretó al hijo desaparecido de la protagonista e indagó sobre las personas que abandonan sus hogares para cruzar ilegalmente a Estados Unidos. Por otro lado, cuando el papel de Miguel de Sin señas particulares cayó sobre su regazo, supo que ahora debía investigar la otra cara de la migración: la situación de los deportados. Escuchó de primera mano experiencias «muy horrorosas» acerca de vivir con miedo a ser arrestado y enviado de vuelta en condiciones precarias. Las anécdotas le ayudaron a hacer de Miguel un personaje lleno de dolor e incertidumbre que, junto a Magdalena, entreteje una historia trágica cuyo cometido es provocar catarsis en el público.
“El arte nos enseña a ser mejores seres humanos cada día”, puntualiza. “A ser empáticos con nuestros compañeros, con el prójimo”.
Clarice Jensen
Clarice piensa primero en su cabello rizado (único en su familia) o en que toda su ropa es oscura. Pero después recuerda aquella cicatriz arriba de su clavícula que derivó de un procedimiento quirúrgico. Años atrás, ya en edad adulta, a la chelista le fue removida parte de su glándula tiroides debido al aparición de un quiste. Si bien la marca ha ido perdiendo visibilidad, otra consecuencia de la cirugía fue no poder cargar con su chelo durante algún tiempo, por lo que la operación resultó en un periodo de inactividad, además de doloroso. A la fecha, Clarice puede sentir ocasionalmente que se ahoga, sobre todo cuando debe lidiar con mucho estrés o con demasiados pendientes. Por fortuna, hoy su tiroides marcha bien. «Solo la mitad está ahí, pero sigue funcionando», afirma risueña.
Empezó a tomar clases de chelo cuando tenía apenas tres años. A la par de crecer, la oriunda de Kansas City continuó sus estudios hasta que su pasión y dedicación le abrieron las puertas del conservatorio Juilliard en Nueva York. Maravillada por la heterogénea oferta musical neoyorquina, la chelista decidió entonces experimentar con el sonido e interpretar más obras contemporáneas. Por otro lado, en algún momento también quedó impresionada con El árbol de la vida de Terrence Malick. «No podía creer lo bien que se usó la música en esa película», rememora y confiesa que así emergió dentro de ella un profundo deseo de involucrarse en el mundo del cine. Uno de sus mentores fue el compositor nominado al Óscar Jóhann Jóhannsson, con quien llegó a colaborar y cuyas bandas sonoras le provocan admiración por su belleza, textura y ambigüedad.
Fernanda Valadez y Astrid Rondero la contactaron vía correo electrónico para proponerle que hiciera la banda sonora de un filme titulado Sin señas particulares. El montaje estaba casi listo y Clarice pudo ver una versión donde se utilizaron composiciones originales de su primer álbum. «¡Esto es increíble!», pensó, pues nunca antes había escuchado su música en armonía con imágenes que encima le parecían hermosas y poderosas. Aceptó el encargo, convencida no sólo de la importancia del tema, sino del modo sutil y atemporal con que la directora contaba la historia de Magdalena y representaba el horror que se vive en ambos lados de la frontera. Fiel a las enormes posibilidades que brindan un chelo y un pedal de efectos, la solista creó un puñado de piezas inéditas con múltiples capas y sonidos alargados. Sin señas particulares se convirtió oficialmente en el primerísimo largometraje que estrenó con música de su autoría.
«Es un trabajo que me encanta hacer», comparte Clarice. «Encontrar una coincidencia entre la imagen y los colores, las sombras y los matices, y los tonos y las notas musicales que se tocan».
Juan Jesús Varela
Juan Jesús tiene varias marcas de nacimiento. Una se ubica en el lado derecho de su cadera y es la que comparte con su papá. Es pequeña y su pigmento es de un tono más oscuro que el del color de su piel. Lo mismo sucede con otra que cruza por la mitad de su cuello hacia la espalda, y que muchas personas tienden a confundir con una mancha que se puede limpiar. «Hasta con el dedo me tallaban, familiares y hasta algunas de las novias que he tenido», comparte riendo.
Entre las marcas de su cuerpo destaca también aquella que le quedó en el estómago por la quemadura de una cuchara. Un diminuto trauma de aceite hirviendo ocurrido mientras preparaba comida para su mamá, con quien mantiene una conexión cercana. Dicha relación, de hecho, jugó un papel importante en la audición que hizo para Sin señas particulares, en la que en un principio no tenía intención de participar. Por esos tiempos asistía a la preparatoria en el SABES Cabecera Guanajuato, al que la Fernanda Valadez acudió para hacer un pequeño casting. Sus compañeros lo convencieron de ir a investigar.
«Cuando pasé yo, Fernanda me dijo que el papel era el de una persona que se iba a ir a Estados Unidos. Me preguntó: ‘¿tú qué le dirías a tu mamá’. Yo soy muy apegado a mi mamá y me dije, si lo voy a hacer es porque lo voy a hacer bien. Di mi mejor intento».
Cuando a Juan Jesús le avisaron, meses después, que había sido seleccionado, la noticia lo agarró por sorpresa. Había abandonado la preparatoria por un semestre y trabajaba como albañil. Las palabras «Muchas felicidades, te quedaste con el papel» sellaron para él una última semana de casting para finalistas y poco después empezó la filmación. Juan Jesús recuerda que la producción lo recogía para ir a los llamados y que como los vecinos de su barrio lo veían subir a camionetas se empezaron a preocupar. «Dice mi mamá que varias veces le preguntaron que si yo no andaba en malos pasos».
El otro anuncio inesperado ocurrió este año, después de que la película hubiera estrenado ya en cines mexicanos y recorrido el mundo en festivales internacionales. Juan Jesús estaba en la gasolinera en la que trabaja actualmente cuando recibió un mensaje de felicitaciones de parte del director Edgar Nito (Huachicolero). Había sido nominado al premio Ariel en la categoría de Revelación actoral. En un inicio lo confundió, pues confiesa que no estaba familiarizado con los premios.
Juan Jesús también habla con cariño de Mercedes Hernández, quien interpreta a su madre en la película. Piensa en los ánimos que ella le dio para continuar con su carrera y para que asistiera a castings. A sus 19 años, el novel actor expresa deseos de continuar por este camino: por lo pronto podremos verlo en el video musical Luna y mar, dirigido por Edgar Nito.
Ana Laura Rodríguez
Hace 12 años Ana Laura Rodríguez se lastimó el cuello al intentar cargar una piedra en un terreno de Guanajuato. Creyó que el dolor provenía de una simple torcedura y que podría curarse con el masaje de un sobador, pero esa alternativa terminó por herirla más. Finalmente, para mantener su cuello estable tuvieron que colocarle una placa metálica y una serie de tornillos. La cirugía dejó en Ana Laura una cicatriz que atraviesa el largo de su cuello y que sirve como un recordatorio de que todos los días son un reto que ella afronta con entusiasmo.
La condición de su cuello no le ha impedido subir el cerro al menos dos veces a la semana, una actividad que, en sus palabras, le permite filosofar y encontrarse consigo misma. Tampoco fue impedimento para interpretar a Olivia en Sin señas particulares, un reto muy demandante a nivel físico por las condiciones en las que se trabajó dentro del set.
“Por mi edad, uno de los principales retos fue el cansancio que implicaba empezar a rodar en la madrugada. En la noche podíamos pasar horas repitiendo escenas. Una de las que más le gustó a Fernanda [Valadez] es aquella en la que Olivia se encuentra con Magdalena. Era muy larga y tuvimos que repetirla muchas veces porque mi memoria, honestamente, no era del todo buena”, nos cuenta.
A pocos meses de cumplir 60 años, Ana Laura Rodríguez recibió una de las mayores sorpresas de su vida: una nominación al Ariel en la categoría de Mejor revelación actoral. En seis décadas de vida jamás imaginó actuar en una película, ni tampoco tuvo interés en formarse en algo relacionado con el cine. Sin embargo, el amor y cercanía con su hija, la directora Fernanda Valadez, la llevó a enamorarse del cine y hasta formar parte de él como actriz. “Fer tuvo un recurso muy limitado y tuvo que echar mano de todo, incluso de su madre”, nos cuenta.
La percepción del mundo ha cambiado para Ana Laura desde que su cercanía con el cine va más allá de gozarlo como espectadora. Ahora, al ver una película no puede evitar pensar en el esfuerzo que hubo detrás: desde conseguir los ingresos básicos para llevarlo a cabo hasta el proceso creativo del cual fue testigo con su hija. “Debemos poner de nuestra parte para hacer del mundo algo mejor. Una de las maneras es adquiriendo conocimiento porque muchas veces evadimos lo que no queremos conocer, pero hacerlo por medio del cine es una muy buena manera”.
Susan Korda
Para Susan también se trata de su cabello. Chino, salvaje, grisáceo cerca de las raíces, negro más hacia las puntas. Dice que un día antes de nuestra charla, mientras caminaba con su perra en las calles de Berlín, una mujer las vio y se acercó a decirle con buen humor que tenían el mismo cabello. Los perritos se parecen a sus dueños, le dijo la extraña, aunque en realidad los chinos de la cineasta provienen de su papá. Cuando era una niña, de cara a los estándares de belleza de los años 60, se hizo un alaciado químico pero solo le duró un día. Lo que no sabía en ese entonces es que sus rizos desarrollarían un superpoder envidiable: pueden sujetarse a sí mismos en un chongo, sin necesidad de usar una liga.
El cine, explica Susan, llegó a su vida como un fuego lento. Reconoce que sufría de una inseguridad, muy femenina, que consiste en sentir que para dedicarse a algo una debe dominarlo por completo. Sin embargo, hubo una llamada que detonó su despegue en la edición y la realización cinematográfica. A mediados de los años 80, después de cursar algunos estudios de medicina y seguir su curiosidad natural hacia otras experiencias relacionadas con las imágenes en movimiento, le llamaron de una producción en Houston para fungir como editora. Susan rechazó la oferta porque trabajaba como asistente en otra película que se producía en Berlín y con la que se sentía comprometida. «Mi novio de ese entonces, que estaba en un festival en Cuba, me dijo: ‘Espera, ¿estás rechazando trabajar en el corte de una película para ser una asistente? ¡Explícate!’», recuerda riendo.
La película en Houston, que terminó por aceptar, resultó ser el documental For All Mankind, de Al Reinert, que recibió una nominación al Óscar, así como dos premios en Sundance por revolucionar la forma en que las audiencias veían el espacio en el cine. Fue su primer trabajo oficial como editora de cine, un rol que destaca por su capacidad para dar enseñanzas de vida. Después de una carrera de décadas como cineasta, escritora y productora, Susan describe al cuarto de edición como un lugar mágico, su primer maestro espiritual. «Antes quería ser la persona más lista en la habitación. Tenía esta actitud de ser quien ‘arregla’ lo hecho por los cineastas o fotógrafos», confiesa. «El cuarto de edición me enseñó a estar bien con no saberlo todo. Y también a reconocer que no saber es un estado de gracia. Necesitas encontrarte con el material no con juicios, sino con aceptación. Me convierte en alguien receptiva».
El concepto de receptividad también surge cuando Susan habla del trabajo de Astrid y Fernanda, a quienes conoció cuando las cineastas mexicanas asistieron –en años distintos– al programa Berlinale Talents. Describe el amor con el que ambas cubren sus procesos como un estado de total apertura, en donde hay espacio para todas y para todo. Agradece, sobre todo, que le hayan dado crédito como una de las editoras de Sin señas particulares, como parte de una la alianza creativa que establecieron desde hace tiempo (Susan trabajó también con Astrid en Los días más oscuros de nosotras).
«Siempre han confiado en mí. He aprendido mucho de ellas», comparte. «¡Y además tienen perros!».
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en este documental, un hipopótamo narra la crisis ambiental provocada por Pablo Escobar
Desde mediados de la década de los 80, Colombia enfrenta una peculiar crisis ambiental. Resulta que, un día, al conocido narcotraficante Pablo Escobar se le ocurrió que, en su zoológico privado, ubicado dentro de la finca apodada como Casa Nápoles, faltaban ejemplares de una especie: hipopótamos. Así, mandó traer a su tierra, primero desde África y después desde Estados Unidos, a cuatro de estos animales. Lo que él no imaginaba era que dos de ellos escaparían de la finca y se reproducirían, iniciando una sobrepoblación incontrolable.
Hoy ya son más de 170 hipopótamos los que rondan por el territorio colombiano, y la realidad es que su estancia en la región preocupa no sólo por el bienestar de los pobladores de las áreas cercanas al río Magdalena, donde los animales prefieren estar, sino porque no se tienen los recursos necesarios para que vivan ahí. Ante las llamadas a la acción, las autoridades no escuchan. Y los migrantes de cuatro patas y grandes mandíbulas siguen ahí. Ese es su nuevo hogar, aunque no lo hayan elegido.
Si bien la situación no se ha atendido de la debida forma, en 2007 sucedió algo que puso la problemática bajo el foco público, pues un grupo de cazadores asesinó a uno de estos hipopótamos traficados para satisfacer una personalidad estrafalaria. La prensa se encargó de darle un nombre al animal: Pepe.
El cineasta dominicano Nelson Carlo de los Santos Arias se enteró de esta historia y se puso manos a la obra para trasladarla a la pantalla. El resultado es en partes iguales una sátira del capitalismo y de los absurdos de las excentricidades, además de un ejercicio de estilo que derriba las barreras entre el documental y la ficción. Todo mientras el tenaz Pepe nos narra su travesía mediante voz en off.
En entrevista, el director del documental Pepe nos cuenta cuáles fueron las decisiones que informaron su cinta.
El documental tiene esta escena en la que vemos un letrero de la Casa Nápoles que, de manera muy irónica, dice: “Por favor, no alimentar a los animales. Protejamos a los animales”. Pero creo que, si algo no estaba haciendo Pablo Escobar, al mandar traer estos animales (para su finca), por su excentricidad, es protegerlos. ¿Siempre fue tu intención manejar este tono irónico para retratar otro aspecto del ambientalismo?
Sí, entiendo la pregunta. Yo creo que, como latinoamericanos, nuestras realidades están llenas de ironías y de absurdos. Entonces, creo que mi trabajo, a veces, como realizador, a lo mejor se puede simplificar en decir: hay que ver una situación, una historia, un personaje, digamos, [y preguntarnos] qué emociones o qué figuras literarias o poéticas se construyen desde allí.
Yo creo que hay algo absurdo directamente en el origen de esta historia, porque Pablo Escobar yo creo que sería el primero que marca esa cultura de la excentricidad en los narcotraficantes, que de alguna u otra forma es otra cara del capitalismo puro y duro, y que también ejerce el Estado o sus élites políticas. Creo que el contrabando es el [lado] negativo del poder político económico de nuestros países desde la colonia. Entonces, esas historias de dominaciones son absurdas porque acaparan las vidas de las personas de una forma arbitraria, esa forma arbitraria de dominación.
A veces, nosotros los latinoamericanos hemos aprendido a reírnos sobre eso, pero nuestros ancestros africanos en el Caribe nos enseñaron a reírnos cuando realmente llorábamos. Al cambiar el llanto por la risa, [todo] se complejizaba. Entonces, para mí, por eso el humor es tan importante, porque es una forma de resistencia, de asumir el absurdo de las dominaciones.
Tengo entendido que una parte de la idea para esta película vino cuando tú en 2007 supiste, a través del trabajo de Camilo Restrepo (afamado artista visual colombiano), de un animal que asesinaron en el río Magdalena. Desde que te enteraste de este incidente, ¿qué tanto cambió tu idea para llegar a lo que vemos en pantalla? Y, por otra parte, ¿qué tanto acercamiento tuviste con Camilo para trabajar en esta película?
En realidad, Camilo no trabaja en la película, sino que cuando yo terminé una película que se llama Cocote (2017), terminé muy cansado. Yo siempre quise ir a Colombia. Tenía algunos amigos ahí y en distintas ciudades, y como no tenía el dinero para andar en hoteles y cosas así, me quedaba donde los amigos. Entonces me quedé en la casa de Camilo cuando conocí Medellín. Él tenía una escultura [de Pepe] en su sala y me contó la historia como salió en los periódicos, [o en internet]. Bastaba simplemente buscarlo y salían distintas cuestiones.
Pero cuando él me lo cuenta, tiene un error. Tiene un error biológico en su relato, porque él me dice que cuando un hipopótamo se pelea con el dominador –o sea, con el alfa– y pierde, él debe irse de la manada para encontrar otra. Lo exilian. Y lo que le pasó a este hipopótamo es que se fue exiliado en busca de otra manada sin saber que no existe, porque él no está en el continente africano, está en el continente americano. Pero cuando yo comienzo a investigar, me doy cuenta de que [lo que dijo Camilo] no es verdad, que en realidad los hipopótamos machos, cuando pierden la pelea, se van con una hembra y así es que ellos se expanden en el territorio. Entonces, así se van multiplicando. Eso es una idea completamente diferente. Es el crecimiento de una población desplazada que llega a través de un secuestro, ¿no? Como pasó con migrantes africanos o árabes, con plantas, vacas, burros o caballos.
Ese error biológico fue lo que me despertó. (…) Empecé a pensar en todas esas personas que han muerto en este continente sin saber realmente dónde estaban, por todas estas migraciones y la construcción de este mundo occidental que tenemos, que tiene su base en la colonización del continente americano. Luego ellos se van a expandir al mundo, pero digamos que hay una conquista de la América que va a marcar la pauta de dominación que hoy conocemos.
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¿Qué te atrae de la docuficción para contar este tipo de historias? ¿Por qué decidiste que tenía que ser una docuficción?
Comencé a estudiar cine formalmente cuando tenía 20 años, aunque ya a los 17 o 18 hacía cortos. Me gané una beca y me fui a estudiar a Buenos Aires porque en Dominicana no había escuela de cine. Para nuestra generación, la docuficción era lo peor que se podía decir porque la docuficción era un modelo mainstream de la televisión norteamericana. Me he dado cuenta de que no participo tanto del mundo del cine. Más bien, cuando hago una película, salgo a los festivales y veo lo que está pasando y todo eso. Pero en mi vida normal, aunque veo un montón de películas, estoy en otro mundo, casi no tengo amigos en el cine, para que tú entiendas.
Entonces, ahora que volví a salir al mundo con esta película, me encontré con que la palabra “docuficción” se había normalizado. Para mí, era un insulto decir que una película era una docuficción porque implicaba una cosa horrible de la televisión norteamericana de los 90 o principios de los 2000. Yo diría que, más que una docuficción –que, por Dios, no quisiera hacer nunca–, lo que realmente estoy haciendo es una ficción. Ante todo, mi película se constituye como una ficción, porque una definición rápida de ficción, digamos, es todo aquello que construye un verosímil en sí mismo, ¿verdad?
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Hay una discusión muy vieja de Godard en la cual todo es ficción y todo es documental al mismo tiempo. Y en todo caso, cuando uno filma algo, la imagen en sí misma guarda esa particularidad. (…) Te voy a poner un ejemplo: una imagen siempre es ficción y siempre es documental porque, cuando estamos filmando a un actor, estamos filmando al personaje de la película, pero también estamos filmando al actor que hace de ese personaje. Otro ejemplo es cómo se da el problema del tiempo en el cine. En el cine se da al mismo tiempo un tiempo que es directo, que es el tiempo de la toma, y también un tiempo que es construido en el montaje. El cine en sí mismo, o la imagen del cine o ese lenguaje al que nosotros llamamos cine, ya es un lenguaje que es un mutante que lleva en sí mismo dualidades, en vez de ser dicotómico. La docuficción lo vuelve dicotómico cuando en realidad hay una dualidad en la imagen en la que uno puede abrazar ese documento que se está pensando y, al mismo tiempo, se está creando una fábula, como en el caso de Pepe.
Otra de las conversaciones que creo que se pueden abrir con tu película es con respecto a las palabras y los idiomas. Me gusta mucho cómo Pepe comienza su viaje hablando en otro idioma, pero cuando ya está en Colombia, en otros pasajes de su vida, nos habla en español. ¿Cómo fue para ti difuminar esas líneas en el idioma?
Mira, yo vengo de un territorio muy oral, ¿no? Del Caribe. Tal vez ya no lo tengo tan marcado porque tengo la mitad de mi vida viviendo fuera, y la verdad es que cuando uno vive fuera, sobre todo en otros países hispanohablantes, uno se adapta una forma en la que nos podemos comunicar. Pero digo, el castellano dominicano es un castellano bastante lejos de la regla. Es algo que, por ejemplo, tú y yo podemos ir a un barrio y, a pesar de que yo te estoy hablando así, yo entiendo perfectamente todo lo que está pasando y tú no vas a entender absolutamente nada.
Entonces, la oralidad en el Caribe es maravillosa, porque la oralidad del Caribe es casi un créole. Es un créole y la invención del humor en el Caribe es la destrucción del lenguaje como nosotros lo conocemos. Es todo lo contrario a Colombia y México, que tienen un castellano bastante cercano a la regla. En el Caribe se destruyen las lenguas coloniales. Por ejemplo, en el Caribe francés directamente hay un créole.
Para mí, la oralidad con la cual yo trabajo es mi inspiración para pensar en el montaje. Cuando pienso en el montaje o en la idea de hacer significación en el montaje, no pienso en reglas narrativas. La oralidad caribeña, loca, disruptora, fuera de las reglas, es más inspiradora para mí que el arco del héroe.
Eso lo tomo de un gran pensador caribeño, para quien la oralidad no se contenta simplemente con describir los paisajes, sino que los construye al mismo tiempo. Por eso quise que Pepe abordara todos esos lenguajes que intervienen en ese hecho histórico. Entonces, él comienza hablando en Bukushu, que es el lenguaje predominante del río Cabango. Luego habla afrikáans. Afrikáans es una creolización del holandés con palabras bantúes. Se le habla afrikáans porque es el idioma que en ese territorio que hoy conocemos como Namibia fue el idioma del opresor y el que realmente colonizó a la mayoría de las tribus ahí. Y evidentemente, habla español o castellano porque llega a una América hispana.
Para mí, Pepe tenía que tener esa esquizofrenia que tiene el ser que, como todos nosotros, somos producto de un proceso de colonización.
Pepe ya está disponible en MUBI.
José Roberto Landaverde Me fascina escribir, escuchar, leer y comentar todo lo relacionado con el cine. Me encanta la música y soy fan de The Beatles, Fleetwood Mac y Paramore. Mis películas favoritas son Rocky y Back to the Future y obvio algún día subiré los “Philly Steps” y conduciré un DeLorean. Fiel creyente de que el cine es la mejor máquina teletransportadora, y también de que en la pantalla grande todos nos podemos ver representados.
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Cine y Tv
2024: Un año de musicales, sorpresas y grandes eventos
Se termina 2024, uno de los años más extraños y reveladores que la industria ha experimentado recientemente. Si bien, tuvimos los clásicos taquillazos que abarrotaron los cines (y agotaron palomeras coleccionables), también hubo fracasos que sacudieron a más de un estudio, polémicas capaces de convertir las redes sociales en un campo minado, y eventos que hicieron de este, un año inolvidable. Digamos adiós al 2024 con un repaso por aquellas películas y eventos que marcaron la agenda en los últimos meses.
Todo inició con la batalla final del llamado Barbenheimer. La temporada de premios se convirtió en el escenario perfecto para que Greta Gerwig (directora de Barbie) y Christopher Nolan (realizador de Oppenheimer) se hicieran presentes en casi todas las ceremonias de la industria. Aunque la taquilla favoreció a la muñeca, los premios le dieron la victoria al hombre que creó la bomba atómica. Entre vestidos rotos y números musicales de ensueño, Emma Stone (con su segundo Óscar) y Ryan Reynolds (interpretando I’m Just Ken) también hicieron historia.
Quienes sufrieron en la primera parte del año fueron, principalmente, Dakota Johnson y Henry Cavill. Ella se enfrentó a las burlas y los comentarios de Madame Web, pero él no se quedó atrás con la decepción de Argylle: Agente secreto. Al final, la película nos traicionó y demostró que Cavill no era el protagonista (como se vendió), pero el daño a su imagen (por un fracaso más) ya estaba hecho. Si todos los que le dan like a sus fotos sexys en redes pagaran un boleto para verlo en el cine, las cosas serían diferente.
Godzilla y Kong regresaron para partirse la cara (otra vez), asegurar otra película y dejarnos algunos memes. Melissa Barrera nos demostró en Abigail por qué su despido de Scream fue todo un error, y Zendaya no sólo montó gusanos de arena. Con Desafiantes hizo que el tenis le pareciera emocionante hasta a quienes no lo entienden.
También llegó el pánico. No, no se debió a ninguna pandemia (toquemos madera), sino a dos fracasos sorpresivos que dejaron temblando a más de uno. Por un lado, Ryan Gosling y sus increíbles stunts en Profesión peligro le importaron a muy pocos. Por el otro, Chris Hemsworth y Anya Taylor-Joy demostraron con Furiosa: De la saga Mad Max que las interacciones en redes sociales tampoco equivalen a boletos vendidos en el cine. La baja taquilla de Amigos imaginarios y El planeta de los simios: Nuevo reino también hizo que muchos se mordieran hasta la cutícula. El fin del cine como lo conocemos parecía inevitable.
O al menos eso creíamos… ya saben que los cinéfilos a veces somos un poquito dramáticos.
Will Smith regresó con otra cachetada, pero ahora con guante blanco y dirigida a todos quienes dudaron de su poder taquillero. La cuarta película de Bad Boys dio inicio a un junio de ensueño. Los cines se llenaron de gente, las palomitas y los nachos se vendieron como antes, hubo familias incómodas, salas atiborradas, empleados con cansancio y cara de pocos amigos. Todo eso que sucede cuando hay un éxito histórico.
Y sí, ese éxito histórico tiene nombre: Intensamente 2, que se convirtió en la película más taquillera en la historia de México. Entre personas que compartieron sus frustraciones con Riley o se sintieron identificados con sus ataques de ansiedad, nadie pudo escapar de dicho título.
Todos los que se alegraban por los fracasos de Marvel Studios se comieron sus palabras. Deadpool y Wolverine (su único estreno del año) arrasó en la taquilla y rompió récords para una película con clasificación para adultos. El cine basado en cómics no ofreció propuestas tan fuertes como otros años, pero aquellas que sí llegaron (Madame Web, Hellboy: The Crooked Man, Guasón 2 y Kraven El Cazador), pasaron con más pena que gloria. Hasta a Venom le costó alcanzar la taquilla de sus antecesoras.
Otro aspecto inolvidable es la avalancha de musicales que recibimos en los últimos 12 meses. Los mexicanos todavía coreábamos las canciones de Wonka (o al menos aquellas que no son tan olvidables) cuando Chicas pesadas llegó a la cartelera. De forma mañosa, Paramount Pictures ocultó que se trataba de un musical, y aunque el impacto fue nulo a comparación del éxito de 2024, muchos ya desearíamos sus $100 millones de dólares recaudados.
Algo curioso ocurrió con Guasón 2: Folie à Deux, pues a semanas del estreno nadie parecía tener claro si era un musical o no. Lady Gaga lo negó, Todd Phillips (director) lo confirmó, y el mundo entero lo odió. Vaya diferencia con Wicked, cuyas canciones hicieron de algunas salas (y la premiere en el Auditorio Nacional) toda una fiesta. Tristemente, las canciones de Moana 2 no le llegaron a los talones a las de su antecesora. Y para cerrar el año tenemos Mufasa: El rey león, con canciones de Lin-Manuel Miranda… y la promesa de arruinar lo que conocíamos sobre el padre de Simba.
Para los amantes del terror, Desaparecer por completo demostró que el cine mexicano podría ofrecer propuestas muy originales. Un Tarot de la muerte se encargó de llenar la pantalla con sangre, y Lupita Nyong’o (con un gato) se enfrentó al primer día de la invasión en Un lugar en silencio: Día uno. Nicolas Cage se convirtió en Longlegs, y Sonríe 2 nos demostró que las maldiciones también acechan a las cantantes. Incluso la saga Alien revivió con éxito. Ojalá MaXXXine hubiera corrido con la misma suerte.
México fue el país seleccionado para grandes eventos, y no necesariamente por esa “regla” que relaciona las visitas de los actores con una terrible calidad. En realidad, es porque nuestro país se ha convertido en una de las economías más importantes para la industria hollywoodense. El elenco de Duna: Parte dos provocó gritos, lágrimas (y malas preguntas del programa Venga la alegría) en su visita al Auditorio Nacional de la Ciudad de México. Timothée Chalamet nos habló de futbol, se puso la playera de la Selección Mexicana y reafirmó por qué es uno de los favoritos del público.
Otras producciones siguieron los pasos de Duna: Parte dos, y así recibimos a los elencos de Furiosa: De la saga Mad Max, Bad Boys: Hasta la muerte, Beetlejuice Beetlejuice, Venom: El último baile y Wicked (al grito de ¡Ariana, hermana, ya eres mexicana!). Hasta Aaron Taylor-Johnson quiso cerrar el año en México, pues vino para presentar Kraven El Cazador, robarle suspiros a más de uno y despertar bajas pasiones en redes.
Por primera vez, la Comic-Con Experience (CCXP) celebró una de sus ediciones en México. Miles de fans se dieron cita para presumir su cosplay, comprar coleccionables, escuchar a sus artistas favoritos de cerca y sentirse parte de una comunidad. Sydney Sweeney promocionó Inmaculada, su más reciente película de terror. Los organizadores quedaron fascinados y ya anticipan una un espectacular regreso en 2025.
El Festival Internacional de Cine de Morelia también nos dejó otra edición para recordar. Nos visitaron Alfonso Cuarón, Rodrigo Prieto y hasta el enorme Francis Ford Coppola. Este último presentó Megalópolis, la vapuleada película que durante décadas quiso hacer y por fin lo logró. Es cierto que dicho título dejó a los espectadores confundidos, pero no tanto como los que se preguntaron qué demonios hacía la polémica Emilia Pérez (con su fallida representación de México) en el festival. Esperemos que, en 2025, más y más estrellas quieran visitar el país y no teman a los reporteros y conductores de Venga la alegría.
Fue un gran año para quienes gozan del cine mexicano y todas sus propuestas. José Eduardo Derbez consiguió su primer protagónico. Fiona Palomo y Alfonso Dosal nos estremecieron con Un actor malo, Osvaldo Benavides (sí, Nandito de María la del barrio) debutó como director con Noche de bodas, mientras que Rodrigo Prieto hizo lo mismo, pero con un clásico como Pedro Páramo. Firma aquí nos enseñó que el amor no debe ser perfecto, y Casi el paraíso convirtió al primer best seller mexicano en una película muy interesante. La querida Ana Serradilla también volvió, esta vez con una comedia sobre dos inseminaciones mal realizadas (Una pequeña confusión).
Isaac Ezban volvió a mezclar la fantasía, el horror y el drama familiar con Párvulos: Hijos del apocalipsis. Sujo, de Astrid Rondero y Fernanda Valadez emprendió el camino rumbo al Óscar, y Alonso Ruizpalacios impactó al público con La cocina, que lo llevó a conseguir una nominación en los Independent Spirit Awards. El ganador, al menos en cuanto a taquilla se refiere, fue Adrián Uribe con El candidato honesto. Esta es apenas la tercera película mexicana que supera los $100 millones de pesos (MDP) desde 2020.
Muchos podrán quejarse de Televisa a través de todos los medios posibles. Pero eso no evitó que La casa de los famosos México llegara a la conversación cinematográfica. A alguien se le ocurrió que la final de la segunda temporada se transmitiera en el cine, y los resultados fueron inquietantes: $1.97 MDP. Quizá a algunos no les parezca mucho, pero es más de lo que recaudaron 60 estrenos nacionales en todo el año. Muchos actores, analistas de la industria y directores sintieron más miedo con dicho dato que con Longlegs: Coleccionista de almas, Sonríe 2, o el acento de Selena Gomez en Emilia Pérez.
El año también será recordado por hacernos llorar… y mucho. Fue demoledor ver cómo Zac Efron perdió a casi toda su familia en Garra de hierro. Blake Lively y Justin Baldoni por poco y se avientan hasta los floreros en la filmación de Romper el círculo, pero vaya que conmovieron a millones de espectadores con la relación tóxica de sus personajes.
Muchos se identificaron con Demi Moore en La sustancia y su crisis frente al espejo. Otros tantos lloraron como bebés con la viudez de Andrew Garfield en El tiempo que tenemos. Pero si de “lágrimas sabrosas” hablamos, nada como el primer vuelo de Brillo en Robot salvaje o el primer abrazo de Elphaba y Glinda en Wicked. ¿Acaso no se siente bien dejar fluir nuestras emociones con un buen puño de palomitas como acompañamiento?
Ha llegado el momento de despedir el 2024, pero no podemos hacerlo sin mencionar todas esas propuestas que, sin esperarlo, se ganaron un lugar destacado. Ahí rondan un sanguinario payaso que rompió récords sin un gran distribuidor, Demi Moore con la actuación de su vida, Longlegs y su brillante marketing, Sydney Sweeney y Glen Powell derramando miel en Con todos menos contigo, y hasta Hugh Grant como un hereje perturbador.
¡Adiós, 2024! Y como dijeran en esa película que tiene tan en boga a Eugenio Derbez: ¡Hasta nos duele esa p*nche parte del cuerpo nada más de acordarnos de ti!
Juan José Cruz. Soy de los que siempre defendió a Robert Pattinson como Batman y puede ver la misma película en el cine hasta 7 veces. ¿Mi gusto culposo? El cine de terror de bajo presupuesto.
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Actualidad
Wicked deslumbra México: Ariana Grande, Cynthia Erivo y un mágico estreno en el Auditorio Nacional
La magia del mundo de Oz llegó a México con la espectacular premiere de la película Wicked en el Auditorio Nacional de la Ciudad de México. El evento, que se llevó a cabo el 11 de noviembre de 2024, reunió a fanáticos del musical y a destacadas personalidades del espectáculo, convirtiendo la alfombra amarilla en un desfile de talento y glamour.
Una alfombra amarilla llena de estrellas
La alfombra amarilla, decorada con elementos inspirados en el mágico mundo de Oz, recibió a las estrellas principales de la película. Ariana Grande, quien interpreta a Glinda, deslumbró con un vestido blanco que evocaba la elegancia de su personaje. Por su parte, Cynthia Erivo, en el papel de Elphaba, conquistó a los presentes con su energía y cercanía, firmando autógrafos y compartiendo momentos con los asistentes.
Jonathan Bailey, quien interpreta a Fiyero, también estuvo presente, añadiendo un toque de encanto británico al evento. Los actores se mostraron emocionados por la calurosa recepción del público mexicano, quienes abarrotaron el Auditorio Nacional desde tempranas horas.
Celebridades mexicanas y un toque de nostalgia
El evento contó con la presencia de Danna Paola y Ceci de la Cueva, quienes dejaron su huella en la versión teatral de Wicked en México. Ambas actrices expresaron su orgullo por formar parte de este proyecto, con Danna Paola prestando su voz para la versión en español de Elphaba. La cantante tuvo un emotivo encuentro con Ariana Grande, quien elogió su interpretación con las palabras: “Suenas hermoso”.
Un evento para la historia
La premiere no estuvo exenta de momentos de emoción. La multitudinaria asistencia generó momentos de caos cuando algunos fanáticos cruzaron las vallas de seguridad en su afán por acercarse a las estrellas. A pesar de ello, el evento se desarrolló con éxito, dejando a los asistentes con la promesa de una película que estará a la altura de las expectativas.
El impacto cultural de Wicked en México
Wicked no solo ha sido un fenómeno en Broadway, sino que ha dejado una profunda huella en México a través de sus adaptaciones teatrales. Ahora, con su salto al cine, la historia de Elphaba y Glinda promete conquistar una nueva generación de fanáticos.
Con una dirección magistral de Jon M. Chu y actuaciones memorables, Wicked se perfila como uno de los estrenos más importantes del año, y México tuvo el privilegio de ser parte de este mágico viaje.
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