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Los lobos: La resistencia se logra en manada

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Carrusel-LosLobos

El departamento es pequeño y los niños saben bien que no pueden salir. Esa es una de las reglas. También saben que cada vez que se peleen deben reconciliarse con un abrazo. Esa es otra. El avance del día se intuye en la luz natural que atraviesa las cortinas, uno de los únicos aditamentos que visten la estancia. No importa. La falta de muebles facilita los juegos y la expansión de la imaginación: los dos hermanos corren, juegan, discuten, se convierten en superhéroes. Se pintan a sí mismos en las paredes como lobitos de caricatura. Aúllan. Cuidan su casa como lo haría una manada. Le dan play a la grabadora portátil para escuchar las voces de su mamá y de su abuelo inmortalizadas en el casete y practican una y otra vez la frase en inglés que cumplirá su más grande sueño: «I want to go Disney!«.

En Los lobos, a diferencia de lo que sucede en otros dramas sobre migración, la infancia y la ternura quedan al centro del relato. Son claves para la supervivencia en un territorio desconocido y adverso. Doblemente premiada en el festival de Berlín en 2019, la película sigue a una madre que, junto con sus dos hijos pequeños, se instala en un barrio marginado y hostil de California para empezar una nueva vida. Pero el inicio es duro y las horas de jornada laboral, largas. Los hermanos deben quedarse solos en un minúsculo departamento durante el día, cuidarse unos a otros y observar el mundo extraño desde la ventana, con las voces de la grabadora y los personajes de su imaginación como única compañía. De esta forma, la ficción del cineasta tapatío Samuel Kishi también es un coming of age, un rito de paso para los pequeños protagonistas, Max y Leo Nájar, quienes son hermanos en la vida real.

los lobos
Maximiliano Nájar y Leonardo Nájar en la película los lobos.

«Es lo que necesita su madre de ellos», nos platica Kishi, «que sean un poquito más independientes para que puedan hacer equipo y sobrevivir. Eso también forma parte de la resiliencia».

El director ya había puesto ambos pies en el festival de Berlín hace seis años con su ópera prima Somos Mari Pepa, otra ficción fresca y orgánica sobre la juventud y el fin definitivo de la niñez, que fue nominada a cuatro premios Ariel. Desde entonces la idea de Los lobos rondaba en su mente, aunque en un inicio se iba a llamar Los vientos de Santa Ana. El título temprano tiene mucho que ver con sus propias memorias de la infancia, de cuando su mamá los dejaba a él y a su hermano Kenji –ahora compositor de sus películas– en un departamento de Santa Ana, California, mientras se iba a trabajar. Los lobos germinó de estos recuerdos para convertirse en un tratado sobre la fuerza de la infancia.

«A veces no le damos el peso que los niños tienen en la familia», nos platica Martha Reyes Arias, quien, para encarnar a Lucía, la madre, platicó con mujeres migrantes durante el proceso de scouting en EE. UU. (la película fue filmada en Albuquerque, Nuevo México). «Eran mamás solteras, la mayoría. Me empezaron a platicar su situación, por qué se fueron, cómo fue su proceso de adaptación y cómo influyen los niños en ese proceso. Si lo aceptan o no, si se adaptan o no. Eso también ayuda o perjudica a la sobrevivencia».

los lobos
La película Los lobos incluye algunas secuencias animadas pequeñas, producto de la imaginación de sus protagonistas.

La ficción también se escribe en manada

Todo empezó con un juego de memoria y la amenaza de una hoja en blanco. Samuel Kishi decidió seguir el ejemplo de Joe Brainard y su libro Me acuerdo, publicado en 1970, en donde el artista estadounidense enlista una colección de recuerdos y reflexiones. Todos los apuntes comienzan con la frase «Me acuerdo que» y juntos forman un retrato de su vida y su contexto. Impresionado por el libro y la sencillez de sus principios, el cineasta emuló el ejercicio con sus propias memorias y su imaginación quedó capturada por una de ellas: la imagen de su mamá rentando un pequeño departamento en un barrio duro e inhóspito de California. «De manera muy astuta nos dejaba una grabadora de casetes para entretenernos mientras se iba a trabajar. Grabó historias, cuentos, las reglas de la casa, lecciones de inglés y nos decía: ‘si me extrañan póngale play‘». 

Sin embargo, Samuel Kishi sabía que tener una anécdota no es lo mismo que tener una historia. Aunque la película tiene tintes autobiográficos, las imágenes del pasado tuvieron que ser «revolcadas» por la ficción. Los lobos es el resultado de un trabajo intenso y continuo de reescritura, uno en donde su papel como director y escritor, según nos platica, fue el de observar, investigar, dejar respirar a los personajes, escuchar al resto del equipo y aceptar el cambio durante todo el proceso de filmación –e incluso después–. «Pensamos que cuando se escribe el guion ya está, pero no. No es que ya salga 100% honesto. Sigue teniendo muchas partes rasposas», nos comparte.

Un ejemplo de elementos por pulir fue el personaje de Lucía, a quien Samuel tenía un poco idealizada. «En varios de los tratamientos de guion, los coguionistas[Luis Briones y Sofía Gómez Córdova] y yo, por cierto muy talentosos, no lográbamos escribir a una Lucía real. Una madre real. Yo tenía una idealización de mi madre, con ciertos clichés y muchas cosas que no me permitían tener ese alejamiento que necesitaba», confiesa el cineasta.

los lobos
La familia completa al centro de la película Los lobos.

La participación de Martha en la construcción del personaje, por lo tanto, fue clave para conseguir en la reescritura un retrato auténtico de la maternidad. La actriz no estaba considerada originalmente para actuar en la película, debido a que se veía demasiado joven para el papel. En realidad fue invitada en un inicio por Samuel para dar un taller de actuación a los niños finalistas en el proceso de casting y a leer la réplica de diálogos con ellos. Finalmente, el cineasta le sugirió que hiciera pruebas para poder seleccionarla. Una vez elegidos todos los actores, Martha vivió un tiempo en su propio departamento con Max y con Leo para construir lazos y confianza. Su experiencia y mirada encontraron a la verdadera Lucía.

«Platicaba con Kishi de que quería que la mamá fuera alguien real», nos cuenta la actriz tapatía, quien hace su debut protagónico en largometraje con esta película, «¡quería que se viera lo que yo experimenté teniéndolos encima! (ríe). Dejaba el agua corriendo, se me olvidaba apagar las cosas. Los niños ocupan toda tu atención y es muy difícil hacerlo sola, ser la única persona a cargo. Yo no he visto que eso esté retratado así en nuestro cine y en nuestro imaginario colectivo. Siempre hay esta mamá que se sacrifica, que aunque esté muy cansada te hace de cenar y te sonríe y todo eso. Yo quería agregar esos otros momentos que también existen, y eso no significa que no quieras a tus hijos, significa que también eres persona y que sientes.

Creo que sí nos afecta psicológicamente a las mujeres ver a tanta mujer perfecta en todos lados. No solo cómo se ven sino cómo se comportan en pantalla. Hay que hacer humanas a las mamás, dejar de idealizarlas».

La actriz Martha Reyes en la película Los lobos.

La historia también se alimentó de las andanzas de los protagonistas más pequeños. Maximiliano Nájar, de nueve años en ese entonces, fue elegido de entre 900 niños junto con otro actor que interpretaría al hermano más chico, pero quien decidió no participar al final. Ahí fue cuando Leo Nájar, el hermano de Max de cinco años de edad, entró en acción. «Como eran hermanos en la vida real, la magia se dio solita», platica Martha. «La confianza para esos abrazos y jalones de pelo ya tenía cinco años de experiencia (ríe)».

Para lograr el tono natural y fresco, cercano al documental, que caracteriza al cine de Kishi, los niños finalistas pasaron por talleres de actuación. Primero el impartido por la propia Martha y después uno con Fátima Toledo, coach y directora de actores que ha trabajado en películas como Ciudad de Dios, y recientemente también en las mexicanas Vuelven y Noche de fuego. Cuando Leo se unió al elenco, el director y Martha repitieron los ejercicios. La preparación resultaba clave para aprovechar al máximo el tiempo y encender la chispa de la espontaneidad, ya que los niños solo pueden estar seis horas al día en un set, la mitad de lo que aproximadamente trabajan los adultos. «Necesitábamos que los niños fueran capaces de repetir tomas sin perder frescura y que también pudieran improvisar», explica la actriz.

El detonante de la película Los lobos fueron las propias memorias de la infancia del director Samuel Kishi

La presencia de los niños trajo, a su vez, nuevas reescrituras y adaptaciones. Leo Nájar, por ejemplo, vivió durante la filmación un rito de paso que Samuel terminó por incluir en la historia: el hito que consiste en aprender a abrocharse las agujetas. «Era un problema de todos los días», dice el cineasta riendo. «Leo y sus zapatos. Llegaba y era un caos porque a la hora de ponérselos siempre se peleaba con Martha y Max para que le abrocharan las cintas. Pensé que era una metáfora muy bonita, así que me regresé a escribir. Su arco dramático es que va a aprender a abrochárselos, tanto en la película como en la vida real».

Con una forma de trabajo que se opone a la verticalidad en los sets de filmación –y a la repetición exagerada de tomas como signo de «genialidad»–, Samuel enfatiza la constante comunicación y colaboración para sacar avante una historia. Recuerda en especial el trabajo con el fotógrafo Octavio Arauz, y la decisión conjunta de estudiar y utilizar la luz natural de la locación, debido a las limitaciones del presupuesto. Decisiones comunitarias para escribir y enfrentar los retos de un trabajo de horas comprimidas. «Sabía en qué momento debía estar presente como director y cuándo debía hacerme a un lado», explica.

«Parte de este juego también tiene que ver con la figura del director, a quien vemos como este ser de pedestal, semidiós, en este imaginario que hemos construido. Eso de la dirección impositiva y de que todo sale de su mente de genio. Eso es una mentira, al menos para mí. El cine tiene que estar vivo. Y todo ser vivo está inmerso en el cambio».

Kishi busca la vitalidad y naturalidad de los sucesos en la forma en que concibe (y limita) las tomas de una misma escena, y en cómo se tejen a la hora del montaje. «Yo creo en tres tomas medulares», explica, «la primera es la más guionada, aquella que sigue más lo que está escrito. En la segunda trabajamos el ritmo, al comprimir la escena. En la tercera viene la improvisación, nos ponemos a jugar. Cuando llegamos a la sala de montaje vamos mezclando las tres tomas. La tercera, por ejemplo, refresca. Y eso genera algo orgánico y vivo, nada acartonado». 

Samuel Kishi en el rodaje de la película Los lobos.

La película de los lobos con agujetas

En un inicio, Samuel Kishi planeaba filmar Los lobos en el mismo barrio de California en que vivió con su mamá y hermano; sin embargo, durante la búsqueda de locaciones se percató de que todo había cambiado en ese lugar. El ambiente duro y paralizado había desaparecido, así que decidió irse a Albuquerque, en donde finalmente encontró lo que estaba buscando: «un sitio atrapado en el tiempo», según nos contó durante el estreno en la Berlinale.

Hoy, el mundo sale de una pandemia que nos atrapó en un limbo de espacio y tiempo. Aunque la película se trata de un relato de migración, el cineasta cree que los esfuerzos de resistencia de Lucía, Max y Leo (y sus vivencias dentro de ese minúsculo departamento) pueden encontrar ahora distintas lecturas, a dos años de que su historia empezó su travesía por festivales del mundo. La pandemia, asimismo, significó para el equipo aún más «reescritura» de planes. «Fue un recorrido tan largo. La película se estrenó en festivales a finales de 2019, y nos tocó este proceso de adaptación. Tuvimos la suerte de alcanzar los últimos grandes festivales, con público. En Berlín no sabíamos que iba a ser la última función con esa cantidad de masas. La primera proyección ahí fue de mil personas, algo se sería inaudito ahorita», comparte Kishi.

Los lobos, película de Samuel Kishi.

Desde entonces, la película ha recibido cerca de 20 premios internacionales, incluyendo los máximos galardones en el pasado Festival Internacional de Cine en Guadalajara y el Festival Internacional de Cine de Guanajuato 2020. El recibimiento del público y de la crítica de distintas latitudes, de acuerdo con el cineasta, «le abrió lo ojos» hacia la universalidad de su propio relato y la conexión que genera. Desde Busan hasta La Habana, para adultos e infancias. En una proyección en Berlín, los niños en la audiencia incluso aplaudieron cuando Leo logra abrocharse la agujetas. «Poder estrenar en nuestro país. Poder llegar a un publico más general es un regalo impresionante», dice Kishi,»yo ya estaba un poco pesimista. Decía, bueno, no la vamos a estrenar hasta el 2023. Así que ha sido muy bonito poder llegar», dice el cineasta.

Para una cinta que germinó de un pequeño recuerdo tan situado y personal, sobre dos niños que experimentan el cambio desde su departamento, el viaje ha sido enorme. Al preguntarle de qué forma trabaja para confiar en esas ternuras íntimas y sin grandilocuencias el cineasta responde que su secreto es tratar de ser muy honesto a la hora de escribir. «Y eso parecería que es muy sencillo pero es complicado. Es una cuestión de encuerarse emocionalmente. De atreverte a ser honesto y decir, esto es lo que siento. Este es el que soy», explica. En su testimonio sobre cómo se aproximó a su idea se deja ver un poco de la temeridad de los narradores que, como arqueólogos –y como dice la escritora Gabriela Damián Miravete–, creen en los indicios internos y diminutos para exhumar relatos. «A veces pensamos que debemos escribir la mejor historia jamás contada, la GRAN película», afirma Kishi. «Pero no. A ver. Empecemos desde lo pequeño».

Los lobos, la película

La película Los lobos estrena en salas mexicanas a partir del 10 de junio.

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