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Leonora Carrington y sus lazos con el cine mexicano

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La pintura, la literatura, la escultura o la escenografía… El arrojo artístico de Leonora Carrington, en su insaciabilidad, supo dirigirse a distintos mecanismos de creación que erigieron aquello que hoy en día atesoramos como un legado invaluable. En los años 40, escapando de los estragos de la Segunda Guerra Mundial, una veinteañera Carrington (nacida en Inglaterra) encontró un hogar definitivo en la Ciudad de México, donde su obra pudo evolucionar y proliferar hasta convertirla en una de las exponentes del surrealismo más relevantes del mundo.

Si bien la corriente surrealista –al igual que gran parte del vanguardismo del siglo XX– hizo alarde del cine como medio de expresión, curiosamente Carrington prefirió eludir la imagen en movimiento y mantener su enfoque en las letras y artes plásticas. Sin embargo, la imaginación desbordante de la creadora y su afinidad con los intelectuales mexicanos la llevaron a colaborar en un par de filmaciones, al frente y detrás de cámaras. Así lo hizo a partir de los años 60, sin necesidad de desprenderse de su excepcional visión subversiva. Todo lo contrario: sus créditos en cine, aunque mínimos, habrían servido para reafirmar semejante cualidad.

Leonora Carrington, en En este pueblo no hay ladrones (1965)

Abrazar el surrealismo implicaba postularse en contra de la norma y de cualquier ejercicio de represión, derivado de la moral imperante en la sociedad. Sin tratarse estrictamente de cine surrealista –donde Un perro andaluz (1929) de Luis Buñuel ocupa las posición más venerada–, las contadas películas en las que intervino Leonora Carrington habrían presumido de un espíritu rebelde afín, por no decir revolucionario, en un momento en que la cinematografía mexicana exigía una bocanada de aire fresco.

La pintora vuelta actriz

Muchos podrían pensar que el primer acercamiento de Leonora Carrington al séptimo arte fue a través del diseño de producción o quizá por medio de algún guion de su autoría… Pues no, en realidad ella nunca estuvo acreditada como guionista de cine e independientemente de su oficio como escenógrafa, su debut para la pantalla grande estuvo limitado a cameos en dos películas de 1965. Una de ellas fue el mediometraje El alma pura, de Juan Ibáñez, inspirado en el homónimo cuento de Carlos Fuentes y versado sobre la relación incestuosa entre dos hermanos. Su segunda aparición fue en el largometraje En este pueblo no hay ladrones de Alberto Isaac, sustentado en el relato homónimo de Gabriel García Márquez, donde una pequeña población se vuelve víctima de un insólito robo.

Ambos títulos se produjeron poco después de que el Grupo Nuevo Cine cambiara las reglas del juego. Dicho colectivo estuvo compuesto por una joven generación de cineastas y críticos que, para 1961, soñaba con superar «la crisis económica y creativa» padecida por el cine mexicano (vía). Juan Ibáñez y Alberto Isaac fueron hijos de esta revolución fílmica en nuestro país y justamente sus primerísimas películas son las que mencionamos líneas arriba, con Leonora Carrington a cuadro. En El alma pura, la prestigiosa artista dio vida a una madre y esposa refinada y conservadora, mientras que para En este pueblo no hay ladrones, encarnó a una viuda devota a través de una escena en la cual también destaca un cameo de Luis Buñuel, en el papel de un cura.

Estos roles cinematográficos de Carrington habrían sido una apropiación burlona de aquellas ideologías que –como surrealista y feminista– sencillamente no concordaban con su propia manera de pensar, según es argumentado en Leonora Carrington on and off Screen, artículo académico de 2019, respaldado por la Universidad Edge Hill en Reino Unido. En la vida real, la británica nacionalizada mexicana creció bajo la sombra de la religión católica y del conservadurismo, inherentes al sistema patriarcal, pero nunca se dejó esposar por tales grilletes de moralidad. Al establecerse como una opositora del status quo, su interpretación de un personaje de mentalidad cerrada o uno entregado al catolicismo era entonces sólo un acto de sátira consciente de sí misma.

Fuera de cuadro y casi una década después, Leonora Carrington fungió como supervisora de arte en el largometraje de terror La mansión de la locura (1973) de Juan López Moctezuma, siendo éste su tercer y último crédito como colaboradora en una producción cinematográfica. Los escenarios ideados por ella habrían nacido del mismo interés en la magia y el simbolismo que brindó sentido a sus pinturas y esculturas, además de que la historia de la cinta aparentaba ir en la línea de escritos suyos, como La casa del miedo (1938) y de su propia experiencia en un hospital psiquiátrico.

Habiendo expuesto sus lazos con el cine mexicano, finalmente conviene recordar que Carrington también ha sido el centro de atención en varios documentales que abordan su abundante trabajo en las artes plásticas. Uno de ellos se titula Invocación Surrealista. Leonora Carrington (2007) el cual pueden ver gratis desde el canal de YouTube de TV UNAM.

La entrada Leonora Carrington y sus lazos con el cine mexicano se publicó primero en Cine PREMIERE.

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