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o pagas por reciclar o te cae una multa

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Llevamos décadas reciclando y la polémica sigue a la orden del día. Hay estudios que han llegado a la conclusión de que no hemos entendido del todo cómo va eso del reciclaje, nos seguimos equivocando con los productos que van en cada contenedor y, si hablamos de plásticos, la cosa es aún peor. El mundo recicla menos del 10% del plástico que desecha y hasta se han tenido que poner en práctica campañas para premiar el buen reciclaje.

Y hay problemas con el reciclado en muchas áreas, desde los plásticos hasta los residuos de alimentos que terminan en la calle o el vertedero. En Corea del Sur también tenían un problema con esto, pero ahora reciclan el 97% de sus residuos alimentarios. ¿Cómo? Con un sistema de pago por reciclar y multas si no se hace bien.

Corea del Sur. Recientes estudios apuntan que alrededor del 30% de todos los residuos surcoreanos son alimentarios, pero que más del 90% de ellos se separan y recogen de forma eficaz. Jae-Cheol Jang es profesor del Instituto de Agricultura de la Universidad Nacional de Gyeongsang y uno de los autores del estudio, quien comentó a BBC que “en Corea del Sur se procesan cada año cerca de 4,56 millones de toneladas de restos de alimentos. De esa cantidad, 4,44 millones de toneladas son recicladas para otros usos, lo que significa un reciclaje del 97,5% de los restos”.

Objetivo: evitar vertederos. Estos restos se utilizan para la producción de biogás, la alimentación de animales y abono, pero no siempre fue así. Se estima que, en 1996, el país solo reciclaba el 2,6% de sus residuos alimentarios. En los 80, Corea del Sur experimentó el auge de la industrialización, la urbanización y la gentrificación, lo que creó el problema de qué hacer con los residuos en un país con una densidad media de más de 530 personas por kilómetro cuadrado.

Se crearon vertederos cerca de las grandes ciudades, lo que movilizó a la población debido a los olores y residuos, por lo que empezó una campaña para poner fin al problema de los vertederos. Eso llevó a la creación en 2005 de una ley que prohibía tirar los restos de comida en vertederos. El Gobierno fue un paso más allá en 2013 con un sistema de pago por peso de residuos de comida.

Korean Food Banchan 03
Korean Food Banchan 03

Banchan

Pagar por reciclar. Y no, no es que te paguen para que recicles como forma de incentivar la acción, sino que tú debes pagar cada vez que tiras restos. Esto es un desafío para un país en el que, culturalmente, se puede llegar a desperdiciar mucha comida que acabaría en vertederos o en cubos. Y digo que es cultural porque está la tradición del banchan.

Si has ido a algún restaurante coreano, sabrás que hay un plato principal que está rodeado por otros muchos platillos como verduras, carnes o diferentes salsas que sirven para complementar ese plato principal, pero si desperdicias, hay multas, como veremos más adelante.

Tres opciones. A la hora de reciclar y procesar eficazmente estos residuos, los ciudadanos tienen tres opciones que varían dependiendo de la región, el distrito o, incluso, entre diferentes bloques de apartamentos de una misma ciudad. Yuna Ku es reportera de BBC y comenta cómo es el sistema:

  • Bolsas autorizadas: son bolsas amarillas de unos tres litros que cuestan unos 300 won —20 céntimos— y que, cuando están llenas de residuos, se sacan a la calle para que el servicio municipal las recoja. También hay de 20 litros que cuestan algo más de un euro.
  • Sistema automatizado: están en bloques de edificios y son máquinas por identificación por radiofrecuencia que permiten pesar los residuos de comida. El usuario lleva un recipiente de acero con sus residuos, lo coloca en la máquina y, automáticamente, esta lee el código de la tarjeta de residencia de la persona. Esta tarjeta tiene los datos de identificación de la vivienda y también un sistema de crédito. Cuando pesa los residuos, los deposita en su interior y cobra el dinero correspondiente. Yuna afirma que suele tirar residuos por valor de unos 4,5 euros al mes.
  • Pegatinas: esto está pensado para restaurantes. Se trata de pegatinas prepago que los restaurantes compran y colocan en los contenedores para que el servicio de recogida sepa que… ya han pagado. Aquí es donde está el verdadero desafío debido al mencionado banchan.
Q18919 Food Waste Box A01
Q18919 Food Waste Box A01

Uno de estos contenedores con radiofrecuencia

Multas. ¿Y qué pasa si no cumples? Yuna afirma que la población suele cumplir (ahí están los datos de cambio de hábitos de reciclaje en el país), pero si alguien no coloca los residuos de comida de forma autorizada, debe pagar. En los edificios hay cámaras de seguridad que identifican a los vecinos y las multas pueden ser de unos 63 euros, dependiendo de la frecuencia en la infracción.

En el caso de los restaurantes, también hay cámaras, pero las autoridades pueden sospechar si ven que no se tiran suficientes desperdicios. En este caso, las multas pueden superar los 10.000.000 won, lo que son unos 6.800 euros. Yuna comenta que los coreanos tienden a cumplir las reglas debido a un fuerte estándar moral y que, comparado con el sueldo medio, el pago por reciclar no es elevado.

Desafíos. Ahora bien, esto deja dos desafíos. En Corea del Sur, el 49% de los desperdicios se usa para alimentar animales de granjas y, si esos restos no se procesan adecuadamente, puede poner en riesgo la salud de los animales que, posteriormente, serán el alimento de la población. Es algo que ya ha tenido consecuencias, como el brote de fiebre porcina que, en 2019, puso en riesgo varias granjas del país y llevó al Gobierno a prohibir temporalmente la alimentación con raciones elaboradas a partir de restos de alimentos.

Por otro lado, en el resto del mundo un sistema así sería más o menos aceptado dependiendo del país. Calcar el sistema surcoreano no sería lo óptimo y Rosa Rolle, experta en pérdida y desperdicios de alimentos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, comentó a BBC que estos hábitos serían adecuados para concienciar a la población. Sin embargo, considera que en países de Latinoamérica, por ejemplo, el énfasis debería ponerse en maximizar el uso de los alimentos, minimizando los desperdicios o donando lo que sobre, por ejemplo.

De la manera que sea, si se aplican este tipo de medidas, según Rolle “deben basarse en datos sólidos para una comprensión de dónde, por qué y en qué cantidad se produce la pérdida y desperdicio. Las soluciones deben basarse en la evidencia científica y ser apropiadas al contexto. No hay una medida única que sirva para todos”.

Imágenes | revi, Foerster,  Bobby Palm

En Xataka | Si queremos reciclar paneles solares tenemos que recuperar sus metales. Y ya sabemos cómo lograrlo con el 99% de la plata

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Japón lleva medio siglo cobrando un arancel 0% a los coches extranjeros. No encontrarás uno entre los 50 más vendidos

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Japón es un país fascinante, de esos que cuesta comprender desde el punto de vista de un occidental. Quizás porque nosotros mismos hemos dado la espalda a la cultura asiática durante nuestros años de enseñanza o porque, sencillamente, tienen unas particularidades históricas y culturales que se nos hace complicado asimilar.

Lo que es seguro es que los japoneses tienen muy arraigado el consumo del producto local. Hay que tener en cuenta que la sociedad japonesa es profundamente nacionalista, quizás por estar rodeada de otras países donde este sentimiento también está muy arraigado como China o las Coreas, lo que ha provocado continuas tensiones en la zona.

Después de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos financió la recuperación de Japón, con el claro objetivo de poner un tapón geopolítico al comunismo que amenazaba desde China y desde Corea. Un movimiento que podía haber diluido este sentimiento nacionalista.

Poco a poco, el país fue creciendo y en los años 70 consiguió diversificar su industria y, al mismo tiempo, aplicar novedades técnicas que lo situaron a la vanguardia mundial en muchos sectores. Aprovechando la debilidad del yen frente al dólar, decidieron poner todo su empeño en exportar la mayor cantidad posible de sus productos.

Esas exportaciones inundaron la economía mundial de productos. Uno de los más significativos fueron los coches. En sus innovaciones técnicas, el país priorizó la eficiencia de sus motores, clave para inundar el mercado cuando llegó la crisis del petróleo. Frente a los coches americanos y europeos, los japoneses eran más baratos y eficientes.

Fue en ese momento cuando la industria se disparó por completo y Japón decidió tomar una decisión: levantó los aranceles a los coches extranjeros.

Pasen y vean

Algo así debieron pensar los políticos japoneses en 1978. Con el objetivo de ser más competitivos de cara a los mercados exteriores, el país levantó todos los aranceles para quienes querían importar un coche a su país. Es decir, cualquier marca extranjera podría vender sus coches en Japón sin pagar un solo euro extra.

En Japón no debían tener ningún miedo a lo que iba a suceder. Su industria era tan potente y los factores culturales tan determinantes que los vehículos extranjeros no han terminado de calar en el mercado.

Para prueba, en 2016 la Unión Europea levantó el arancel del 10% con el que gravaba a los coches japoneses. También se levantaba el 3% que pagaban los fabricantes nipones por producir en Europa pero utilizar piezas japonesas. A cambio, la Unión Europea encontraba la puerta abierta para vender otros productos, como queso o vino.

Entonces, la Unión Europea venía de comprarle a Japón 575.000 automóviles por valor de 9.000 millones de euros mientras que apenas les vendimos 279.000 vehículos por un valor de 7.300 millones de euros, recogían en El Mundo. De auqí podemos sacar dos lecturas.

La Unión Europea, especialista en la exportación de coches, apenas había colocado en el país nipón 279.000 coches en un mercado en el que casi se vendieron cinco millones de coches ese 2016. De las 12 marcas más vendidas aquel año en el país, sólo una (Mercedes en décima posición) era extranjera. Y ninguno de los 30 coches más vendidos en el país era extranjero.

Los coches que la Unión Europea conseguía colocar en Japón eran vehículos de precio alto. La unidad media le costaba a Japón más de 26.000 euros mientras que las compradas por la Unión Europea costaban menos de 16.000 euros. Es decir, a Europa le costaba (y mucho) competir por volumen.

Cuando Japón abrió sus puertas al mundo, debía ser conscientes de la particularidades del país. Las duras normas de emisiones y espacio han hecho desaparecer los coches de centro de las grandes ciudades. Desde los años 60 se aplica en el país el Shako Shomeisho, la obligación de contar con un espacio donde aparcar el coche para tener derecho a comprar un coche. En un país que se concentra en las ciudades, la limitación es decisiva.

Además, el cliente japonés confía plenamente en sus compañías y le cuesta abrirse a nuevas tecnologías. La acogida del coche híbrido frente a cualquier otra tecnología (y la resistencia de las propias firmas niponas al coche eléctrico así lo atestigua) es buen ejemplo de ello.

A esto hay que sumar que, por precio, los grandes generalistas no pueden competir ya que los vehículos locales se venden mucho más barato aprovechando una fabricación dentro del país que es más competitiva que más allá de sus fronteras. El valor del yen, más bajo que el dólar, el euro o la libra, les permite obtener grandes cantidades de dinero para el desarrollo y la fabricación de un producto que les permite bajar los precios en su mercado local.

Por el contrario, las compañías extranjeras que tienen que vender allí se enfrentan a un mercado recortado por las normativas de emisiones, la barrera de las regulaciones del espacio y que tienen la obligación de cambiar la producción del coche ya que al conducir por la izquierda necesitan posicionar los mandos en el lado opuesto. Un coste añadido que pone otra traba más.

El resultado es que los europeos y los americanos acabamos por ofrecer a Japón coches que no interesan. Además, en Japón son religión los monovolúmenes, contenidos por fuera y de amplísimo espacio interior. Un tipo de coche que ha desaparecido en Europa mientras que en Japón el Toyota Sienta, el Nissan Note y el Honda Freed ocuparon las plazas de tercer, cuarto y quinto coche más vendido en el país.

Y puedes seguir bajando en el listado de los 50 coches más vendidos en Japón en 2024. No encontrarás uno solo que sea extranjero.

Foto | Toyota

En Xataka | El problema de los coches estadounidenses en Europa no son los aranceles: es que no nos interesan lo más mínimo

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Poner paneles solares en el espacio nunca ha sido rentable, pero hay algo que motiva el interés actual: su uso militar

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La vieja idea de recolectar energía del Sol desde el espacio para transmitirla de manera ininterrumpida a la Tierra ha chocado siempre con los enormes costes y barreras tecnológicas que han impedido su despliegue. Hasta ahora.

Un interés global. Gobiernos y empresas de todo el mundo parecen tener un interés renovado por la energía solar espacial. La drástica caída de los costes de lanzamiento, gracias a la irrupción de cohetes reutilizables como los de SpaceX, podría haber despejado de la ecuación el principal obstáculo económico.

La tecnología necesaria también ha madurado en paralelo: los paneles solares son más ligeros y eficientes, y la transmisión inalámbrica de energía (microondas o láser) está más avanzada. Lo mismo con la robótica, que será necesaria para ensamblar las estaciones en órbita.

El factor militar. Como ocurre con cualquier proyecto renovable, la transición energética y los compromisos de emisiones son el motor de este nuevo esfuerzo. Pero detrás de los intereses recientes del gobierno chino o el Pentágono hay algo más: el potencial militar de la energía solar espacial.

“La utilidad militar de transmitir energía a unidades terrestres, aéreas o marítimas es obvia”, dijo a Spacenews el gestor de proyectos de tecnología táctica de DARPA, Paul Jaffe. Transportar combustible a lugares remotos con aviones cisterna puede ser una práctica habitual, pero “no es una forma práctica de llevar energía donde la necesitemos para fines de defensa”.

Además de DARPA, que mantiene conversaciones con startups de energía solar espacial e invierte en el desarrollo de transmisión de energía inalámbrica a larga distancia, la Fuerza Aérea y la Marina de Estados Unidos están también en el ajo.

Los proyectos del Pentágono.  El Laboratorio de Investigación de la Fuerza Aérea (AFRL) desarolla activamente tecnología solar espacial a través de su programa “Space Solar Power Incremental Demonstrations and Research”.

Su misión insignia “Arachne” probará en órbita un panel sándwich que convierte la luz solar en energía de radiofrecuencia para transmitirla a un receptor terrestre. Liderada por Northrop Grumman, está prevista para este mismo año con el objetivo explícito de proporcionar energía a las fuerzas desplegadas y reducir la dependencia de convoyes de combustible, que son más vulnerables.

Por su parte, el Laboratorio de Investigación Naval (NRL) integró un módulo llamado PRAM en el avión espacial secreto X-37B para probar la conversión de energía solar a microondas. Ahora el proyecto forma parte de la Fuerza Espacial.

Qué podemos esperar. El interés militar es un catalizador importante, y posiblemente sea una de las motivaciones detrás del gigantesco proyecto de la Academia China de Tecnología Espacial (CAST), que desplegará sus primeros satélites en órbita baja para 2028 y en órbita geoestacionaria para 2030.

Pero en los próximos años también veremos todo tipo de despliegues comerciales y de agencias espaciales, incluida la Agencia Espacial Europea con su iniciativa SOLARIS, que se centra en estudios de viabilidad. A pesar de estos progresos, los desafíos siguen siendo considerables.

Las dos grandes dudas son la rentabilidad, en el caso de los esfuerzos comerciales, que competirán con las energías renovables desplegadas en tierra, cada vez más rentables a pesar de su intermitencia. Y la seguridad, que depende de que los haces emitidos a distancias de cientos o decenas de miles de kilómetros sean muy precisos. Tal vez veamos algunos pájaros “fritos” por el camino.

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España lleva años liderando el aguacate mediterráneo, pero ahora hay alguien que le disputa el trono: Marruecos

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Siempre hay aguacates en los supermercados. Y no, no es un milagro. Es la globalización: ahora mismo, la temporada del aguacate español, marroquí portugués se ha terminado. Aún queda algo de aguacate israelí en el mercado, pero es cuestión de tiempo que los estantes de los supermercados se llenen de aguacates peruanos, brasileños, sudafricanos o keniatas.

Es el mundo girando sin parar. Es el momento de analizar que ha pasado estos meses. Y hay sorpresas.

O quizás la palabra no sean ‘sorpresas’. “Dan ganas de llorar al ver esto”, decía hace poco más de un año José Linares, presidente de Trops, la gran productora malagueña de aguacates y mangos. No era para menos. Este 2023, la costa subtropical de Granada perdió casi el 90% de las cosechas de mango y aguacate. Por su parte, en Málaga se ha perdido casi la mitad de la facturación.

2024 no parecía que fuera a solucionar la situación.

Sobre todo, porque uno de los primeros relevos del aguacate español, el peruano, iba a sufrir de manera muy intensa los efectos de El Niño.

Y entonces llegó Marruecos. Mientras en España los árboles se secaba, Marruecos tenía unas condiciones meteorológicas casi perfectas: vientos secos y cálidos mínimos, ausencia de tormentas y agua. Eso, sumado al aumento de la superficie cultivada y a la maduración de los árboles, hizo que la producción aumentara en 30.000 toneladas, un 50% más que la campaña anterior.

Eso derrumbó el precio y golpeó duramente a los productores nacionales.

Por eso, la gran pregunta es qué pasará ahora. Sobre todo, porque hay cierta tranquilidad (incluso euforia) entre los agricultores españoles al ver los pantanos tan llenos. Sin embargo, como pasa con el aceite, todos asumen que hay parte de los consumidores que no volverán. ¿Cómo quedará ese equilibrio internacional?

En este sentido, como recogía FreshPlaza, François Bellivier de Capexo lo tiene claro. “Marruecos ha sido muy popular este año, con una campaña de gran volumen y productos de muy buena calidad. Si la producción marroquí sigue por este camino, y si no se producen catástrofes meteorológicas importantes, este origen debería hacerse con una gran parte del mercado en los próximos años”.

La incógnita marroquí. El condicional de Bellivier no es gratuito. Es verdad que la agricultura es un sector vital para la economía de Marruecos, pero inevitablemente enfrenta los mismos desafíos que en España: escasez de agua, cambio climático y degradación meedioambiental. Así que mientras el país alauita inunda con sus productos el mercado europeo, las tensiones internas no dejan de crecer (invisibilizadas por un sistema político incapaz de representar fielmente los intereses de su población).

Por eso, la gran incógnita es hasta cuándo va a poder contener los problemas socioecológicos a medio-largo plazo. Algo que, en plena crisis de los aranceles, es aún más crítico.

Imagen | Gil Ndjouwou | After Moiz

En Xataka | Marruecos ha cedido a Israel 34.000 km² del Atlántico para la explotación de gas. El problema: son aguas en conflicto con España

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