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La peor sequía en 70 años ha hecho que el precio del café colombiano no haya dejado de subir. 2025 no pinta mejor

Hablar de café es hablar de Brasil y Colombia. Son dos de los paraísos del café arábica y, aunque hay matices entre ambos y una batalla por ver cuál es el mejor, está claro que el café colombiano es uno de los productos más emblemáticos del país y es algo profundamente arraigado en la cultura tanto local como internacional. Y ese café está experimentando un aumento significativo del precio no por cuestiones de calidad o exclusividad, sino por agentes externos que están afectando tanto a compradores como a productores.
Esta nueva crisis del café se debe en buena parte a una sequía tremenda, pero también a cuestiones geopolíticas. Y lo peor es que el futuro del precio del café brasileño y colombiano no es alentador.
Sequía en Brasil. La producción cafetera de Brasil representa un tercio de la producción mundial. Es un mercado enorme y se ha convertido en el mayor productor de café en América Latina y el Caribe. En 2023, la producción brasileña fue de 55 millones de bolsas de 60 kilos, algo que se espera superar este 2024 con una producción de 59 millones de bolsas.
Veremos finalmente si las previsiones se cumplen, ya que Brasil está afrontando la peor sequía en más de 70 años. Las temperaturas están alcanzando los 44 grados y la media es superior a la de otros años, algo que ya está afectando a las cosechas de 2025. Ya hay productores que afirman que hay plantas que están muriendo antes de florecer y que, de los 120 sacos de grano que esperaban cosechar esta temporada, solo han obtenido 100.
Impacto en Colombia. Esa sequía no solo afecta a Brasil, sino también a las plantaciones colombianas. Alexander Taborda es el representante del comité cafetero de Antioquia y comenta que hay un riesgo de que las cerezas de café no alcancen el peso y la calidad adecuada debido a las condiciones extremadamente calurosas de agosto y septiembre.
Colombia es otro mercado gigantesco de café y este año estaban en un momento dulce gracias a unas exportaciones que habían aumentado un 36% durante la primera mitad del 2024 en comparación con el mismo periodo del año anterior. El problema es que un aumento de las exportaciones no implica más beneficios para los productores: si la calidad o peso del café es inferior, los grandes compradores tienen margen para ajustar los precios, por lo que los productores tendrán menos beneficios.
Inflación cafetera. Esta serie de catástrofes cafeteras ya ha tenido implicaciones en la bolsa. Estos últimos días, la libra del café arábica colombiano alcanzó un precio de 2,70 dólares en la Bolsa de Nueva York. Es un aumento del 43% en lo que va de 2024 y eso implica que el precio para el consumidor final también experimentará un incremento. Giuseppe Lavazza, presidente del grupo Lavazza, ya afirmó hace unas semanas que nunca había visto una escalada de precios como la de ahora, y es algo que afecta al precio internacional del café, pero también al local.
En Colombia, 125 kilos de café pergamino seco costaban 1.360.000 pesos en 2023, unos 302 euros. Ahora, ese mismo cargamento cuesta 2.200.000 pesos, unos 488 euros. Y lo malo es que ahora empieza el segundo semestre de la cosecha, algo que representa el 60% de la producción anual de cara a 2025, y los productores esperan precios de entre 1.800.000 pesos y 2.000.000 de pesos para que sean rentables, entre 400 y 450 euros.
Diferencias entre grandes y pequeños. Vale, la taza de café va a ser más cara, pero ¿qué ocurre con los productores? Si se está pagando más por el café, ganarán más, ¿verdad? Bueno, pues… parece que no es así. Al menos, no para todos. El mercado del café en Colombia está compuesto por un 90% de pequeños caficultores. Estos productores tienen plantaciones de menos de cinco hectáreas y producen el 60% del café del país. El 10% de caficultores restantes tienen plantaciones medianas y grandes, produciendo el 40% del café colombiano.
Es una distribución muy desigual y, a la hora de negociar, no todos los productores se benefician de esa escalada de precios en el café arábica. ¿El motivo? Ese aumento del precio se está produciendo en este momento cuando los grandes ya han cosechado, pero muchos de los pequeños productores aún no han iniciado esa cosecha, por lo que no se han beneficiado del incremento.
Guerra y transporte. Con el inicio de la guerra entre Rusia y Ucrania, además de la escalada de violencia en Oriente Medio, el precio de algunos productos ha aumentado. No es que haya productos que lleguen directamente de esos países, sino que llegar a esos países es ahora más caro. Esto es algo que puede afectar seriamente a la economía y un ejemplo es el de Rusia y Colombia.
Colombia no solo exporta café a Rusia, sino muchos otros productos, y fletar un avión durante los meses más crudos del conflicto ha multiplicado por diez su precio en algunos casos, lo que aporta su grano de arena en esa escalada de precios del café.
La Niña y El Niño. Y por si varias guerras simultáneas y una tremenda sequía fueran poca cosa, lo peor es que hay una tormenta perfecta que está provocando el aumento del precio no ya del café brasileño y colombiano, sino también de otras partes del mundo (el robusta de Vietnam, en la otra parte del mundo, por ejemplo).
El Niño y La Niña son dos efectos climáticos extremos: uno que provoca un calentamiento y enfriamiento anormal en la superficie oceánica, afectando tanto a las temperaturas como a las precipitaciones. Lo grave es que el calentamiento global está provocando que estos fenómenos naturales se vuelvan más impredecibles, lo que afecta directamente a las plantaciones.
Saliéndonos de Colombia y Brasil, en Vietnam se prevé que la sequía que también azota al país provoque una caída del 10% de la producción del café robusta debido a que esta sequía ha entrado en juego justo en la fase de formación de las cerezas. Y todo esto va unido a una demanda mundial de café que, sobre todo gracias a países como China, no para de crecer.
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lo salvó un guion que no admitía ni un desvío

En junio de 2024, Apple presentó uno de los movimientos más ambiciosos de su historia reciente: la integración de Apple Intelligence en sus dispositivos y, con ello, una reinvención de Siri. Aquella keynote prometía algo que muchos habían estado esperando durante años: un asistente verdaderamente útil, capaz de comprender el contexto del usuario, ofrecer respuestas precisas y ejecutar acciones teniendo en cuenta nuestra información personal. Entradas de conciertos, reservas de hotel, enlaces compartidos en Mensajes o ubicaciones del calendario: todo estaría al alcance del nuevo Siri.
El entusiasmo fue inmediato. Apple lo planteó como una transformación importante y, de forma implícita, como uno de los pasos necesarios para ponerse al día en la carrera por la inteligencia artificial (IA), acelerada tras el lanzamiento de ChatGPT en noviembre de 2022. Pero la ilusión se evaporó pronto. En marzo de este año, la compañía confirmó que la nueva versión de Siri no estaría disponible hasta 2026. El anuncio supuso un frenazo en seco. Para muchos, no fue solo una decepción: fue un golpe a la credibilidad que Apple llevaba años cultivando. Y, pese a ello, la empresa no ofreció demasiadas explicaciones. El futuro, simplemente, se posponía.
No podemos negar que Apple sabe cómo manejar los tiempos. Domina como nadie el arte de anticipar lo que está por venir, incluso cuando lo que presenta aparentemente no está del todo terminado. Lo insinuaba John Gruber, una de las voces más influyentes del entorno Apple, al señalar que algunas de las funciones presentadas en la WWDC probablemente no existían como tal. O, si lo hacían, estaban aún lejos de ser funcionales.
Los secretos detrás de una de las presentaciones tecnológicas más épicas de la historia
Y no es la primera vez. De hecho, esta estrategia tiene un precedente claro, quizá el más revelador de todos: la presentación del primer iPhone en 2007. Un evento que se ha convertido en mito dentro de la historia del marketing tecnológico, con Steve Jobs anunciando “un producto revolucionario y mágico”. Pero lo que pocos sabían entonces, y muchos aún ignoran hoy, es que aquel dispositivo apenas funcionaba el día de su debut. Literalmente.
Un reportaje de The New York Magazine, basado en entrevistas con antiguos empleados de Apple, desvela los entresijos de aquella keynote histórica. Entre los testimonios, destaca el de Andy Grignon, ingeniero senior responsable de los módulos de comunicación del dispositivo. Según cuenta, el software del iPhone estaba plagado de errores: las canciones se reproducían a medias, los vídeos tendían a bloquearse y el sistema podía colapsar si las tareas no se ejecutaban en el orden preciso. La memoria era tan limitada que bastaban unas pocas operaciones simultáneas para provocar un reinicio.
Ante semejante panorama, los ingenieros diseñaron una solución de emergencia: “el camino dorado”. Era una secuencia exacta de acciones que Jobs debía seguir sin desviarse ni un milímetro. Solo así podían asegurarse de que el teléfono no dejara de responder en plena demo. Para cubrirse las espaldas, Jobs tendría en el escenario varias unidades idénticas. Si una se bloqueaba, pasaría a la siguiente sin que el público se diera cuenta.
A esa tensión técnica, explican, se sumaba la exigencia estética. Jobs no quería que una cámara apuntase al dispositivo para mostrarlo en pantalla. Quería una proyección directa, limpia, sin interferencias visuales. Para lograrlo, los ingenieros incorporaron placas personalizadas y cables de vídeo que extraían la señal del propio iPhone y la enviaban al proyector. Era un sistema frágil y artesanal, pero cumplía su cometido: hacía que todo pareciera natural, casi mágico.


El WiFi era otro quebradero de cabeza. Con miles de personas en la sala, muchas con conocimientos técnicos, la conectividad podía verse comprometida. Para evitarlo, Apple modificó el software del AirPort encargado de dar conexión al iPhone, adaptándolo para operar en frecuencias reservadas a Japón, fuera del rango habitual en Estados Unidos. Un truco arriesgado, pero eficaz para asegurar una señal estable durante la presentación.
Las llamadas también estaban cuidadosamente preparadas. AT&T, por entonces socio exclusivo del iPhone, instaló una torre móvil portátil para garantizar una señal estable. Aun así, los dispositivos de demo estaban configurados para mostrar siempre cinco barras de cobertura, independientemente de la calidad real de la conexión.
Contra todo pronóstico, la presentación fue impecable. Jobs siguió el guion con precisión quirúrgica: mostró música y vídeos, navegó por páginas web, envió mensajes, hizo una llamada, exploró fotos con gestos táctiles y, en uno de los momentos más icónicos, usó Google Maps para localizar un Starbucks y pedir, como un guiño, 4.000 cafés. El público se rindió. Nadie podía imaginar que aquel iPhone tan avanzado era, al menos en ese momento, una puesta en escena perfectamente ensayada.
El nivel de secretismo fue tal que, según The New York Magazine, uno de los ingenieros entrevistados aseguró que algunos proveedores, como Marvell Technologies, no supieron hasta el mismo día de la presentación que sus chips de WiFi y Bluetooth se estaban utilizando en un teléfono móvil, y no en un iPod. Apple incluso diseñó esquemas falsos para despistar y evitar filtraciones.
Puede que estemos, una vez más, ante una de esas puestas en escena que Apple domina como nadie. No sabemos con certeza cuán avanzado está el nuevo Siri, pero lo cierto es que, a diferencia de lo que ocurrió con el iPhone, seguimos esperando para ver su propuesta más ambiciosa en años. Siri apunta a convertirse en una herramienta transformadora, pero por ahora no ha pasado de ser una promesa.
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China está desarrollando una estación espacial submarina a más de 2.000 metros de profundidad

En 1971, la antigua Unión Soviética Rusa lanzó su primera estación espacial, Salyut 1, que estuvo 175 días en órbita. De ahí hacia adelante, la carrera en el sector espacial ha crecido sin descanso. En contraposición tenemos el fondo oceánico que alrededor del 80% está sin mapear ni explorar, según la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA). Además, en diferentes estudios con monitores se han hallado minerales claves para la tecnología actual y China se ha puesto manos a la obra.
En corto. China ha empezado la construcción de un laboratorio submarino a 2.000 metros de profundidad en el mar de China Meriodional. El proyecto desarrollado en las aguas profundas de Guangzhou se ha descrito como una “estación espacial submarina”, donde seis científicos estarán durante más de un mes para estudiar el ecosistema marino, según ChinaDaily.
La base submarina. Como han explicado en el mismo medio, los investigadores tendrán como objetivo estudiar los ecosistemas de filtraciones fría, un fenómeno natural que contiene altas cantidades de hidrato de metano. Este gas es considerado una alternativa menos contaminante a los combustibles fósiles tradicionales, pero su extracción a grandes profundidades es un riesgo complejo. Por otro lado, el laboratorio también buscará explorar minerales como el cobalto, el níquel y las tierras raras, elementos importantes para la industria tecnológica y energética.
Extracción peligrosa. Los yacimientos en el lecho marino, especialmente aquellos a profundidades extremas, pueden causar daños irreparables a los ecosistemas marinos. De hecho, la Autoridad Internacional de los Fondos Marinos no ha establecido un reglamento que determine cómo llevar a cabo la actividad, aunque se siguen realizando estudios. Actualmente, la ISA está manteniendo reuniones para el reglamento de la extracción del fondo marino, mientras las organizaciones ecologistas están reclamando una protección de los océanos por encima de los intereses comerciales.
¿Hay lugar para todos? El centro de investigación estará abierto a colaboraciones internacionales y está alineado con el Decenio de las Naciones Unidas para la Restauración de los Ecosistemas, según Global Times. Sin embargo, esta iniciativa intensificará las disputas en el Mar de China Meridional. Todo ello se debe a que el gigante asiático ha reclamado soberanía sobre gran parte de la zona, lo que ha llevado a tensiones con países vecinos que también desean explotar sus recursos. Además, según el Confidencial, los críticos al gobierno chino han alertado del riesgo de esta base submarina que podría servir de justificación para un aumento de la presencia militar china.
El laboratorio submarino. Según el Confidencial, la estación estará conectada a una red de fibra óptica en el lecho marino y soportará presiones 200 veces superiores a las del nivel del mar. Los científicos pasarán entre un mes y 45 días bajo el agua, sin luz natural. Además, la base contará con sumergibles avanzados, buques de superficie y equipos para realizar un seguimiento cuatridimensional de la región. Además, la fase inicial se centrará en la construcción de las estructuras resistentes a la presión y los sistemas de simulación.
Superando a la IA y los vehículos autónomos. La estación, tal y como han detallado en SCMP, permitirá a los científicos realizar experimentos en tiempo real bajo condiciones extremas, lo que actualmente no es posible llegar con inteligencia artificial o vehículos autónomos. Como ha explicado para Global Times el director del proyecto, Chaolun Li, la iniciativa contribuirá al monitoreo ecológico y experimental in situ, avanzando el conocimiento humano en estos entornos extremos.
Imagen | Proteus Ocean Group
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Occidente creía que las minas y la artillería convencional eran el pasado. Ucrania ha demostrado que estaban equivocados

Han sido varias las ocasiones en que el conflicto tras la invasión rusa en Ucrania parecía retroceder al pasado, a una época donde la tecnología no dominaba el campo de batalla, sino el humano a través de ella. El efecto de lo que ha ocurrido al este de Europa comienza a tener sus ecos en varias naciones del viejo continente. La artillería convencional y las minas, durante décadas consideradas obsoletas, han visto un resurgir que nadie pareció atisbar, y ahora todo el mundo quiere rearmarse.
Una vuelta al pasado. Como decíamos, el conflicto en Ucrania ha reconfigurado radicalmente la comprensión occidental sobre la guerra moderna, revelando la vigencia de armas que durante mucho tiempo fueron olvidadas como vestigios del pasado. Minas antipersonales, artillería pesada y municiones no guiadas han reaparecido como elementos clave en un tipo de guerra que la OTAN y los ejércitos europeos habían dejado de planificar: la guerra terrestre de gran escala.
Durante años, las potencias occidentales imaginaron los conflictos del siglo XXI como enfrentamientos tecnológicos, rápidos y quirúrgicos, protagonizados por unidades reducidas y sistemas de armas de alta precisión. Ocurre que la realidad ucraniana, con sus frentes estancados y combates prolongados por el control territorial, ha desmentido esas suposiciones de forma tajante.
El Tratado de Ottawa y las minas. De hecho, uno de los efectos más visibles de este giro doctrinal ha sido la decisión de varios países europeos de abandonar el Tratado de Ottawa de 1997, el mismo que prohibía el uso, producción y venta de minas antipersonales. ¿Quiénes? Finlandia fue el último en revertir su adhesión, sumándose a Polonia, Lituania, Letonia y Estonia, que ya habían anunciado su salida.
Estas naciones, todas vecinas de Rusia o en su área de influencia geopolítica, se están preparando activamente para minar sus fronteras, en un intento por contener una posible ofensiva militar de Moscú. Las razones son meridianamente claras: el uso de minas en Ucrania ha demostrado su efectividad no solo para frenar avances, sino para canalizar a las tropas enemigas hacia zonas donde puedan ser enfrentadas con mayores garantías de éxito. Es una táctica de defensa territorial que resurge en un contexto de guerra convencional, precisamente cuando se creía superada.


Artillería y municiones no guiadas, el resurgir. Mientras los sistemas de misiles guiados suministrados por la OTAN enfrentan problemas ante las capacidades rusas de interferencia electrónica, la artillería tradicional, con proyectiles simples y baratos, ha cobrado nuevo protagonismo. Estas municiones, al no depender de señales electrónicas, son inmunes a los bloqueos o sabotajes tecnológicos.
Además, combinadas con herramientas de vigilancia modernas (como drones que identifican objetivos en tiempo real), se han vuelto extraordinariamente letales. Ucrania, de hecho, ha sabido aprovechar esta sinergia, adaptando tecnologías antiguas al nuevo campo de batalla. El resultado ha sido una guerra que avanza muy poco en términos de territorio, pero que consume enormes cantidades de proyectiles y requiere una producción sostenida que Europa no estaba preparada para asumir.
Europa y la carrera industrial. En la otra acera, el cambio de paradigma ha dejado al descubierto la fragilidad de las capacidades de producción bélica en Europa, aunque eso no es del todo noticia cuando el viejo continente ya ha hablado de rearmarse. Un informe del Royal United Services Institute criticaba a los gobiernos europeos por confiar ciegamente en que el sector privado resolvería las necesidades de fabricación de municiones sin haberles ofrecido incentivos ni regulaciones favorables.
Esta omisión ha tenido consecuencias graves: según el general Christopher Cavoli, comandante supremo aliado de la OTAN en Europa, Rusia se encuentra en camino de acumular reservas de proyectiles tres veces superiores a las de Estados Unidos y Europa juntos. El desequilibrio es alarmante, especialmente considerando que el conflicto ucraniano no muestra signos de resolución a corto plazo y que los niveles actuales de consumo de munición son insostenibles sin una reestructuración industrial.
El espejo de Rusia. A este respecto y según Cavoli, Rusia produce actualmente 250.000 proyectiles de artillería al mes, lo que la encamina a construir ese arsenal tres veces mayor que el conjunto de Estados Unidos y Europa. No solo eso. El testimonio de Cavoli subraya un punto crucial: mientras que en Occidente se percibe a Rusia como una potencia empantanada en una guerra de desgaste, su maquinaria de defensa ha logrado adaptarse, crecer y, en algunos aspectos, fortalecerse en pleno conflicto.
Moscú ha estado reponiendo sus arsenales en todos los frentes (desde municiones hasta vehículos blindados y tropas), lo que contrasta fuertemente con las dificultades logísticas y de producción que enfrentan sus adversarios. La estimación de Cavoli apunta a una fabricación anual de 1.500 tanques por parte de Rusia, frente a los 135 que produce Estados Unidos. En el último año, las tropas rusas habrían perdido aproximadamente 3.000 tanques, 9.000 vehículos blindados, 13.000 sistemas de artillería y más de 400 sistemas de defensa aérea, pero estarían en camino de sustituirlos por completo, manteniendo intacta su capacidad de proyección terrestre.
Errores de planificación. Expertos como Paul van Hooft, del think tank RAND Europe, explicaban a Insider que este desfase es consecuencia directa de tres décadas de planificación estratégica centrada en guerras asimétricas. Desde los atentados del 11 de septiembre, la OTAN diseñó sus operaciones militares pensando en insurgencias, terrorismo y fuerzas irregulares, donde ni la artillería pesada ni las minas parecían tener utilidad práctica.
Esa visión condujo, según el analista, al desmantelamiento de arsenales tradicionales y al abandono de doctrinas de guerra terrestre, especialmente en Europa Occidental. Sin embargo, el conflicto actual exige precisamente lo contrario: defensa territorial, ocupación sostenida de zonas amplias y capacidad de disuasión clásica.
El equilibrio entre el futuro y el pasado. Mark Cancian, del Center for Strategic and International Studies, subrayaba que las guerras prolongadas, una vez estabilizadas las líneas de frente, hacen que armas como la artillería y las minas no solo sean útiles, sino dominantes. Si bien los drones, la inteligencia artificial y otras innovaciones siguen desempeñando un rol importante, no sustituyen el volumen de fuego ni la resistencia logística que permiten sostener una ofensiva o defender una posición durante meses.
A este respecto, Cancian advierte contra el exceso de confianza en las visiones futuristas de guerra, muchas de ellas promovidas por startups tecnológicas que compiten por atraer fondos de los nuevos presupuestos de defensa. Frente a ello, la evidencia parece mostrar que, al menos por ahora, la guerra sigue siendo una cuestión de volumen, de recursos físicos y de capacidades convencionales bien gestionadas. Irónicamente, si Europa quiere estar preparada para los desafíos del siglo XXI, parece que tendrá que aceptar que el futuro de la guerra también se libra con herramientas del pasado.
Imagen | U.S. Department
En Xataka | Para cazar drones rusos, Ucrania está recurriendo a una técnica revolucionaria… de la Primera Guerra Mundial
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