Que Hacer
Siete pueblos con encanto en la Comunidad Valenciana con mucho que ver y hacer
Si tu próximo destino es la Comunitat Valenciana, es complicado escoger entre sus tres provincias, playa o montaña, paella o fideuá… Pero si lo que quieres es un recorrido por los rincones más pintorescos, te proponemos siete pueblos con encanto en la Comunidad Valenciana con mucho que ver y hacer. Y con opciones de saborear todo lo anterior.
Nos movemos por Alicante, Valencia y Castellón para descubrir los mejores rincones de la Comunidad. Pequeños pueblos o localidades más grandes, y también navegamos hasta una preciosa isla en el Mediterráneo donde colores únicos dibujan el paisaje. Difícil elección para el viajero…
Altea, el pueblo blanco de la Costa Blanca
La villa de Altea en la Costa Blanca es uno de los pueblos más bonitos de la provincia de Alicante, en la costa mediterránea al norte de la comarca de la Marina Baja. Es una delicia pasear por sus calles estrechas y empinadas, repletas de casas encaladas, coquetos rincones y miradores más o menos escondidos.
No es de extrañar que Altea durante años haya sido escogida como refugio de poetas, cantantes, pintores, escultores… Se entiende que desde aquí nos llegue la inspiración.

El recorrido por Altea es más especial si escogemos un momento del día tranquilo, temprano o vamos en temporada media o baja, para poder disfrutar de la tranquilidad de Altea y del tiempo casi siempre propicio en la localidad. No olvides llegar hasta la plaza de la Iglesia en la parte más alta y probar alguno de los arroces típicos de la zona junto al mar.
Fotos: Enrique Domingo y Felipe Gabaldón en Flickr-CC.

Bocairent, el encanto de la Sierra de Mariola
Pasamos al interior de la provincia de Valencia para detenernos en uno de sus pueblos con más encanto, Bocairent. Nos situamos en el parque natural de la sierra Mariola, junto al cauce del río Clariano, y a través de las distintas rutas y senderos podremos llegar al nacimiento Del Río Vinalopó o al pico del Montcabrer, que es la cima más alta del parque con 1390 metros.
Este pueblo excavado en la roca y rodeado de huertos cuenta con un encanto especial, como el del barrio medieval, declarado conjunto histórico-artístico nacional. Hay que perderse por sus calles estrechas y escalonadas, descubrir las plazoletas, fuentes, la ermita o las cuevas “covetes dels Moros”.
Además, Bocairent es la capital cultural valenciana 2021, de modo que es la excusa perfecta para conocer la localidad, disfrutar de sus monumentos, su paisaje, su historia y la gastronomía local.
Foto: Xavier en Flickr-CC

Chulilla, entre los cañones del Turia
La siguiente parada es en Chulilla, una bella población serrana del interior de Valencia excavada en la roca, con una privilegiada situación estratégica que explica su importante pasado como baluarte defensivo y lugar de paso de mercancías y viajeros. Hoy, el visitante se encuentra con un pintoresco pueblo construido a partir de un castillo fortaleza medieval que podemos visitar. La animada plaza de la Baronía es el actual centro de la localidad.
Desde Chulilla, enclavada junto a los cañones del Turia y entre pinares, podemos optar por un baño fluvial en el Charco Azul, por la ruta de los Puentes Colgantes, hacer escalada, paseos a caballo… Las pinturas rupestres de la zona, la historia del oficio de los madereros o las cuevas son otros alicientes en los alrededores.
Foto: Y. Ballester en Flickr-CC.

Visita al Castell de Guadalest
Volvemos a Alicante, en esta ocasión al interior. El Castell de Guadalest es uno de los pueblos más bonitos de España, conocido simplemente como Guadalest. Fue declarado conjunto histórico artístico en 1974 y posteriormente Bien de Interés Cultural. Es un coqueto pueblo de origen situado a unos 20 kilómetros de Benidorm, al norte de la comarca de la Marina Baixa.
Con apenas 200 habitantes, Guadalest reserva para el visitante las mejores vistas desde lo alto del castillo, combinando el color azul del pantano con el verde de las montañas y, al fondo, en los días claros, el mar Mediterráneo. Sorprenden en una localidad tan pequeña los numerosos museos y no podemos dejar de explorar los alrededores a través de sus senderos.
Foto: Mikko Muinonen en Flickr-CC.

Morella, una joya en el interior de Castellón
Pasamos a Castellón, a Morella, ciudad de paso, cruce de caminos, entre el Valle del Ebro y el Mediterráneo, enlazando Cataluña, Aragón y Valencia.
Morella fue elegida una de las siete maravillas rurales de España y forma parte de los pueblos más bonitos de España. En temporada alta o en la tranquilidad de la primavera o el invierno, Morella enamora al viajero.
El pueblo aparece envuelto por 14 torres y 1,5 kilómetros de murallas: pero si algo destaca desde la lejanía es que está dominado por el imponente castillo de Morella, en una posición privilegiada sobre la roca. Desde aquí podemos conocer el Palacio del gobernador, construido aprovechando el interior de una cueva.
El convento gótico de San Francisco (futuro parador nacional), la basílica, las torres de San Miguel, las tiendecillas de artesanía, los pórticos que protegen de las inclemencias del invierno, el antiguo lavadero, la gastronomía… harán nuestra parada en Morella inolvidable.
Foto: █▓▒ Domenec_BM ░▒▓ en Flickr-CC.

Peñíscola, pueblo de cine junto al mar
Seguimos en Castellón, en este caso hacia la costa, para detenernos en una de sus localidades más conocidas y fotogénicas, escenario de múltiples rodajes. Hablamos de Peñíscola, con su ciudad antigua entre murallas, coronada por el castillo sobre el peñón junto al Mediterráneo.
Hacemos una excepción porque esta localidad turística es una ciudad desde el siglo XVIII, pero a pesar de su tamaño, su desarrollo y su categoría no deja de enamorarnos con su encanto de pueblo marinero. Un sabor a mar y a huerta que impregna la cocina tradicional local.
Solo hay que pasear por su casco antiguo, asomarse al castillo o a los pies del faro, ir a sus playas, calas y alrededores, como los parajes del Parque Natural de la Sierra de Irta. El centro histórico alberga el Castillo del Papa Luna, monumento histórico artístico nacional. Las callejuelas que forman el núcleo antiguo de la población y sus murallas permiten al viajero disfrutar de un ambiente especial.
Foto: David en Flickr-CC.

Tabarca, la isla habitada de Alicante
Terminamos en una isla, la isla de Tabarca, Isla Plana o Nueva Tabarca, donde se encuentra el pueblo de mismo nombre. Se trata de la isla más grande de la Comunidad Valenciana y la única habitada y a ella accedemos más fácilmente en barco catamarán desde el puerto de Santa Pola (8 kilómetros; el puerto de Alicante se encuentra a 22 kilómetros).
En Tabarca no solo encontramos alguna de las mejores playas de Alicante, podemos recorrer la isla y sus calas o introducirnos en el pueblo, donde en 2019 solo había censados 19 habitantes: toda una experiencia. El importante pasado de Tabarca se refleja en su iglesia, su cementerio, pequeñas casas señoriales o en sus murallas, declaradas Conjunto Histórico Artístico y Bien de Interés Cultural.
Mucha gente hace una visita de ida y vuelta en el día a Tabarca para bañarse en sus aguas protegidas y comer un típico caldero, pero si tienes la oportunidad, no dejes de pernoctar en la isla: el atardecer o amanecer en Tabarca cuando la mayoría de visitantes se ha ido, es inolvidable.
Foto: santapolero en Flickr-CC.
Que Hacer
170.000 bombillas iluminan sus calles
Hay lugares que parecen tener un brillo propio, pero en Navidad consiguen algo todavía más difícil: multiplicar su belleza hasta crear una estampa casi irreal. En pleno invierno, cuando cae la noche, este rincón de la provincia de Salamanca se transforma en un escenario de cuento, con calles empedradas que resplandecen, balcones de madera decorados con miles de puntos de luz y una plaza mayor que invita a detenerse y mirar alrededor sin prisas. No es casualidad que, año tras año, se haya convertido en uno de los destinos más buscados para una escapada invernal con encanto.
Ese lugar es La Alberca, uno de los pueblos más bonitos de España en cualquier época del año, pero especialmente cautivador durante la Navidad. Desde finales de noviembre y hasta bien entrado enero, más de 170.000 bombillas LED iluminan su casco histórico, envolviendo plazas y callejuelas en una atmósfera cálida que contrasta con el paisaje serrano y el frío del invierno. La iluminación no es un simple reclamo estético, sino una apuesta decidida por revitalizar el pueblo en temporada baja y consolidarlo como un referente turístico más allá de los meses de verano.
Esta ambiciosa iniciativa alcanzó proyección nacional cuando en 2023 La Alberca se alzó como ganadora del concurso anual “Juntos Brillamos Más” de Ferrero Rocher, un reconocimiento que impulsó aún más su espectacular despliegue luminoso. El premio supuso un antes y un después, no solo por el impacto visual, sino por el orgullo colectivo de vecinos y comerciantes, que han hecho de la Navidad una celebración compartida y un motor de vida para el pueblo. Hoy, al pasear por el pueblo en estas fechas es fácil comprobar cómo todos aúnan esfuerzos para crear una experiencia inolvidable a quien la visita.
La Alberca: el pueblo de las 160 luces por cada habitante


La iniciativa partió del Ayuntamiento, con el apoyo de sus poco más de 1.000 vecinos y comercios locales, y ha ido creciendo y perfeccionándose con los años hasta convertirse en una seña de identidad navideña. El resultado es un recorrido luminoso que invita a perderse sin mapa, dejándose llevar por la belleza de cada rincón.
De hecho ya es toda una institución: este año el estreno oficial de la iluminación tuvo lugar el 29 de noviembre en una pequeña ceremonia, una fecha que se adelantó ligeramente respecto a lo previsto inicialmente tras escuchar la petición de vecinos y comerciantes. Desde el Ayuntamiento se optó por escoger un día más tranquilo, pensado no solo para repartir mejor la afluencia de visitantes, sino también para servir de impulso a la actividad económica local desde el inicio de la campaña navideña.
Además del encendido de luces, la programación navideña se completa con actividades pensadas para todos los públicos: visitas de Papá Noel y los Reyes Magos, espectáculos infantiles, conciertos, mercadillos y propuestas culturales que animan las tardes frías y refuerzan ese espíritu comunitario tan característico del pueblo. A todo ello se suman tradiciones singulares, como la del marrano de San Antón, donde un cerdo es cuidado por el pueblo y rifado para fines benéficos en enero, representando una práctica que ha perdurado más de 500 años… tradición que por supuesto sorprende a quienes visitan La Alberca por primera vez.
Un pueblo anclado en el tiempo que merece la pena visitar en cualquier momento del año


Pero La Alberca es mucho más que luces. Fue el primer municipio de España declarado Conjunto Histórico-Artístico, y basta un paseo por su Plaza Mayor para entender por qué. El crucero de granito en el centro, las casas tradicionales con entramado de madera y los soportales crean una estampa que parece detenida en el tiempo. Muy cerca se alza la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, uno de los edificios más destacados del pueblo, junto a pequeñas ermitas y miradores que permiten asomarse al paisaje de la Sierra de Francia.
Una escapada en estas fechas es también la excusa perfecta para descubrir (o redescubrir), la gastronomía de la zona. En sus tiendas y obradores se pueden adquirir embutidos ibéricos, jamón de Guijuelo, quesos, miel, dulces tradicionales como las perrunillas o productos artesanos ideales para llevar a casa o para convertir en protagonistas de las cenas navideñas (y de paso apoyar a los pequeños productores locales).
Y si se dispone de más tiempo, el entorno natural es un valor añadido. El Parque Natural de Las Batuecas–Sierra de Francia ofrece rutas sencillas incluso en invierno, bosques cubiertos de niebla y paisajes que invitan a caminar con calma, respirando aire limpio y disfrutando del silencio. Además está muy cerca de Salamanca, así que recorriendo algunos kilómetros más, una escapada completa y sorprendente está garantizada.
Imágenes | Ayuntamiento de la Alberca
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Que Hacer
visitarla te hace sentir que entras en otro siglo
Hay lugares que, nada más llegar, te invitan a bajar un poco el ritmo. De esos que te hacen respirar hondo sin que tú lo decidas, simplemente porque el entorno lo pide. En este sitio pasa exactamente eso: ves un valle tranquilo, un casco antiguo, un río que avanza con calma entre jardines muy cuidados y, al fondo, una silueta de granito que capta la atención sin necesidad de imponerse. Es uno de esos lugares ideales para practicar el famoso turismo slow, un término fácil de emplear pero difícil de poner en práctica en los tiempos que vivimos: caminar sin prisa, fijarte en los detalles, escuchar el agua, oler la madera de las casas antiguas y dejar que el paisaje vaya cambiando delante de ti.
Cuando llegas a Fougères, entiendes por qué todos hablan de su encanto. Lo primero que ves es la fortaleza en lo alto, vigilando el pueblo como si siempre hubiera estado ahí para orientarte. Debajo, las casas de entramado de madera mantienen ese aire auténtico que a veces se pierde en otros destinos, y las calles adoquinadas te llevan de un rincón a otro sin necesidad de acelerar el paso. Es un lugar que te invita a tomártelo con calma desde el primer minuto.
Luego están los bares y terrazas, que casi parecen puestos ahí para que te sientes un buen rato a disfrutar. Una galette, una sidra o algún dulce bretón saben mejor cuando no tienes prisa. Y la verdad es que aquí es fácil dejarse llevar: Fougères te recompensa si decides parar, mirar alrededor y simplemente estar. No hace falta más para empezar a disfrutarlo de verdad.
Fougères y su fortaleza medieval que te deja sin palabras


Erguida sobre un peñasco de esquisto, esta inmensa obra defensiva construida entre los siglos XII y XV, impresiona a cualquiera. Sus trece torres rodean dos hectáreas de murallas restauradas que, siglos atrás, estuvieron protegidas por un foso de agua. Seguir el camino de ronda es casi obligatorio: desde allí se admiran no solo las murallas en todo su esplendor, sino también los jardines que bordean el pueblo, perfectamente integrados en el paisaje.
Cada torre cuenta una historia, pero pocas atrapan tanto la imaginación como la torre Mélusine. Lleva el nombre del hada de Lusignan, símbolo de misterio y metamorfosis, y se eleva unos treinta metros sobre el conjunto, con muros de tres metros y medio de grosor. Una construcción así no solo servía para vigilar; su sola presencia disuadía a cualquiera que pensara poner a prueba las defensas del lugar.
Caminar por la fortaleza es como recorrer siglos de historia con los pies. Hay torres cuadradas, circulares y en forma de herradura que muestran la evolución de la ingeniería militar medieval. Desde lo alto, las vistas abarcan el valle, los tejados desiguales del casco antiguo y los colores de sus espectaculares jardines, que cambian con cada estación. A sus pies se encuentra el pasadizo, un Centro de Interpretación de la Arquitectura y el Patrimonio, una visita imprescindible que ayuda a imaginar la vida cotidiana entre asedios, el papel de Fougères en las fronteras bretonas y las sucesivas reconstrucciones que han permitido que el conjunto llegue hasta nosotros tan completo.
Una ciudad para disfrutar con calma


Pero Fougères no es solo su castillo. Es un destino que se saborea mejor sin reloj: paseando por el barrio antiguo, entrando en alguna tienda artesanal, cruzando pequeños puentes sobre el río, subiendo a los miradores naturales o sencillamente sentándose en una terraza a contemplar cómo la fortaleza cambia de tono al caer la tarde. Aquí todo parece invitar a bajar el paso.
Si viajas en familia, las actividades del castillo suelen ser un acierto. Si vas en pareja, el atardecer desde las murallas es uno de esos momentos que se guardan en la memoria. Y si tienes ganas de tranquilidad, basta caminar por los jardines del pueblo o detenerse en cualquier rincón del casco antiguo para entender por qué estos lugares, lejos del ruido, acaban conquistando a quien los visita.
Imágenes | Web Oficial de Turismo de Bretaña
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Que Hacer
esta ciudad tiene uno de los mercadillos navideños más bonitos y mágicos de España
Siempre he pensado que la mejor manera de “calentar motores” cuando llega diciembre es pasear por un mercadillo navideño: entre luces, aromas y música, el espíritu festivo se enciende casi sin que nos demos cuenta. Y aunque muchos viajeros se dejan seducir por los mercados más famosos, y por tanto, más concurridos, existen alternativas fantásticas. Además en España tenemos mucha suerte porque hay muchos destinos que conservan intacta la magia, pero sin las aglomeraciones que a veces empañan la experiencia.
De hecho hay una ciudad en particular que, pese a no disfrutar de la popularidad de Madrid o Vigo, se transforma por completo en estas fechas. Durante más de cinco semanas, cada calle y cada plaza se llenan de luz, creatividad y ambiente festivo. Su programación, que este año incorpora novedades respecto a ediciones anteriores, es inmensa: más de 600 actividades repartidas en 39 días convierten este rincón del nordeste español en un gran escenario navideño pensado para disfrutar en familia, en pareja o con amigos. Hablamos de Zaragoza.
El epicentro es la Plaza del Pilar, donde se instala la ya emblemática Muestra Navideña, uno de los mercadillos más característicos del país. Pero la celebración no se queda ahí: el ambiente festivo se extiende también a otros espacios clave, como el Parque Grande José Antonio Labordeta, que se suma cada año con propuestas propias para completar una experiencia inolvidable en la ciudad.
Dos mercadillos para disfrutar de la Navidad más tradicional (y gourmet)
El mercado principal reúne alrededor de medio centenar de casetas, todas decoradas con un cuidado especial que invita a pasear sin prisa. Aquí puedes encontrar artesanía local, adornos hechos a mano, regalos originales, figuras para el belén, dulces tradicionales, chocolates, turrones y productos gastronómicos de la tierra. El ambiente, sin embargo, va mucho más allá de la compra: frente a la basílica se levanta un Belén de tamaño real, uno de los más grandes del país, que cada año se renueva y atrae a miles de visitantes. También hay pista de hielo, trineos neumáticos, un gran árbol de los deseos, carruseles y actividades constantes para todas las edades.
Si el plan pasa por llevarse sabores auténticos a casa, o por encontrar regalos gourmet de calidad, el Mercado Gourmet del Parque Grande es otra parada que merece un hueco en la ruta. Allí, productores y artesanos de toda la región ofrecen vinos, aceites, embutidos, dulces, panes de pueblo y conservas que son un acierto seguro para las cenas navideñas o para sorprender con un detalle para alguien especial. Además, este mercado suele acompañarse de actuaciones, talleres y degustaciones, lo que lo convierte en una experiencia completa.
La ciudad, además, estrena cada año novedades: un acto de encendido más espectacular, nuevas zonas iluminadas (como el Paseo Independencia), y un espectáculo lumínico en el Parque Grande que invita a recorrerlo al caer la tarde. Incluso la Cabalgata de Reyes renueva su recorrido y su puesta en escena, con más énfasis en la narrativa y en la calidad artística del desfile.
Zaragoza: una escapada perfecta en Navidad

Imagen | Perfil Facebook Zaragoza Cultura
Y entre todo este ambiente festivo se cuelan joyas patrimoniales que ningún viajero debería pasar por alto. La Basílica del Pilar, con sus cúpulas y su reflejo en el Ebro, es una visita imprescindible, igual que la Catedral del Salvador o la Aljafería, uno de los palacios mudéjares más importantes del país. Pasear por el casco histórico, descubrir pequeñas plazas, adentrarse en museos y perderse por calles llenas de vida es parte del encanto de esta escapada navideña.
Quizá otros mercados acaparen titulares, pero pocos equilibran tan bien la tradición, la artesanía, la gastronomía y la calidez de una ciudad volcada en estas fechas. Aquí la Navidad no solo se contempla: se vive, se siente y se comparte. Y quizá por eso, este mercadillo se ha convertido en uno de los más bonitos y mágicos de toda España. ¿La receta? calidez, actividades para todos, buena gastronomía y un ritmo que permite disfrutarlo de verdad.
Imagen | Ayuntamiento de Zaragoza
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