Mariana Orozco es una reconocida chef, pero en algún punto de su vida pensó que sería médico. Inició su carrera de manera formal, pero por más extraño que parezca, un perro cambió su vida completamente. Y no es una exageración: despedirse de una perrita, dormirla, le indicó que no andaba en el camino correcto.
Y si lo pensamos bien, un doggo no necesita hacer mucho para cambiar nuestras vidas. Te mueven la cola y básicamente les perteneces. Llegan a cualquier edad (cuando son cachorros es absurdo) y en un momento cualquiera, para crear un lazo que no se ha podido igualar con otro animal. Tan simple como que l@s perr@s l@s human@s están hechos el uno para el otro. No hay más.
Por eso es tan complicado cuando enferman, el tiempo les pasa factura, se van y/o debemos tomar la decisión de dejarlos ir. No es fácil. De hecho, quizá sea uno de los procesos más complicados que atravesamos en familia (casi nunca solos).
Y sin importar cuáles sean los puntos de vista, nadie tiene la razón. Son decisiones sumamente íntimas porque al final, el perrito o la perrita fueron y son familia.
Día Internacional del Perro
Este 21 de julio se celebra el Día Internacional del Perro, y Mariana Orozco tomó la decisión de contar la historia de Dimi, “su primera” perrita, el momento en que tuvo que dormirla y la llegada de Rocco.
Ambos perritos nos inspiraron y e hicieron que nos diéramos cuenta que todos tenemos un perr@ que contar, una historia de amor, gratitud, lamidas, movimientos violentos de cola y despedidas.
Así que reunimos varios testimonios de doggos que dejamos ir, perritas y perritos caídos a los que les dijimos adiós en un acto de amor y una muestra de agradecimiento por años compartidos que nunca vuelven a ser iguales. Suena cursi, y lo es. Pero todos los perros y las perritas se van cuando deben. Siempre se van a tiempo porque vienen a cumplir con su misión de hacerte mejor ser humano.
Clam
Cuando era niña, mi mamá nos contaba a mi hermano y a mí sobre la Samantha, la perrita que se convirtió en el noveno miembro de su familia (sí, eran seis hermanos, mamá, papá y la Samantha). Siempre que nos contaba de ella, íbamos con mi papá a pedirle un perro.
Pero siempre se negó. El rechazo de mi papá a los perros nació cuando tenía unos 6 años y mi abuela lo envió por leche. Cuando iba de regreso, un doggo lo correteó, lo mordió, hizo que tirara la leche y de paso, hizo que mi abuela se enojara con él por no correr más rápido sin soltar la leche.
Así que desde ese momento, mi papá evitó todo contacto con los perros, desde acariciarlos hasta tener uno. Sin embargo, todo cambió para la familia entera cuando llegó a nuestra vidas Clam, una perrita cruza que estaba llena de pulgas, pero muy bonita. Clam era oriunda de Texcoco donde unos familiares tienen una casa.
Clam se arrastraba por el pasto para rascarse la barriga.
Atrás de esta hay enormes terrenos donde mi tío va a pasear a sus perros. Y así fue como se encontró a una perrita peluda y diminuta. La acarició, le dio un pedazo de un premio y la dejó atrás. Pero la Clam (en ese momento no tenía nombre) lo siguió hasta llegar a su casa, y era tan chiquita y tan bonita, que decidió cuidarla hasta el próximo fin de semana que sus sobrinos irían de visita.
Clam era diminuta, tanto que cabía en bolsa de mi overol. Y desde que mi papá la vio, dijo que sí, que podríamos llevarla. Y esa fue la mejor decisión. Durante 12 años, Clam nos hizo muy felices porque (ya sé que es lo que todos dicen) era la perrita más educada, obediente, bonita y cariñosa del mundo. Siempre le decíamos que era la prueba de que algo bonito existía.
Clam se fue un día de agosto de 2015 a los 12 años. En un descuido (lo sé), Clam se cruzó con nuestro otro perro, pero su embarazo era de alto riesgo, por lo que decidimos aplicarle la vacuna.
Todo iba bien hasta que la nenita –uno de sus mil nombres– pescó una infección en la matriz como consecuencia de la vacuna. Llamamos al veterinario, y dijo que se debía operar de forma inmediata, así que nos recomendó una persona del antirrábico que intervino a nuestra perrita. Sin embargo, sólo empeoró las cosas.
A Clam le gustaba el chisme y siempre se asomaba por las ventanas.
Clam se inflamó, su herida no se curaba, y comenzó a tener tanto dolor, que tenía espasmos. Entre todos tomamos la decisión de “dormirla”. Mi mamá, con quien pasaba todo el día sin perderla de vista, se acercó a ella, la acarició y le dijo que todo iba a estar bien… y no es mentira, en ese preciso instante, dejó de tener espamos y su respiración se pausó.
Esa fue la primera vez que vi llorar a mi papá. “Fue una buena perrita“, dijo mientras nos abrazábamos. La dejamos ir porque entendimos que era la decisión correcta para ella, para que no le doliera y como una forma de agradecerle las miles de veces que ella nos acompañó en distintos dolores, tanto físicos como emocionales.
En mi casa nunca podemos estar de acuerdo en nada, sólo en que Clam nos cambió la vida. Y cuando la mencionamos con cualquier pretexto, sonreímos y estoy segura que pensamos que era la mejor perrita del mundo. De verdad lo era.
Zeus
Zeus era adoptado. Llegó cuando tenía un año porque la familia que lo tenía, no lo podía cuidar más. Zeus nació rebelde, y optaron por regalarlo a raíz de sus constantes peleas con el otro perro de la casa.
Nunca lo abandonaron, sólo se les complicaba mucho tenerlos separados, por lo que emprendieron la búsqueda de una familia que tuviera el espacio suficiente para un perro grande, pero sobre todo, voluntad para cuidarlo. Zeus era un pastor alemán, estaba enorme y más peludo de lo normal. En teoría, era un perro de “fino”, y su familia ano quería dejarlo en un lugar cualquiera. Lo querían mucho.
Entonces después de una selección exhaustiva, según ellos, nos eligieron para tenerlo. Tomaron la decisión correcta y nosotros tuvimos mucha suerte. Salíamos a correr casi todas las mañanas, estaba fuerte y atlético
Zeus parecía león… y a veces un lobo.
Zeus era un héroe sin capa, pero con mucho pelo, que defendió a mi mamá de un asalto. Ella iba saliendo de una tienda cuando un sujeto se le acercó para pedirle su cartera. Zeus andaba ahí y se le fue encima al maldito, lo que dio tiempo para que el de la tienda saliera a ayudar. Luego llamaron a la patrulla y se llevaron al asaltante. Les digo, Zeus era un héroe.
Y del otro lado, era muy tranquilo y paciente con l@s niñ@s (todos decían que parecía león o lobo por su pelo largo y naranja). En la casa era especial, pues tenía su un sillón exclusivo para subirse a ver películas. Para su lado perruno, no tan cinéfilo, le gustaba que le aventaran una botella o pelota.
El tiempo pasó factura en Zeus y un día llegó a los 16 años. Ya se notaba viejito y por distintas complicaciones, le dio anemia. La familia tomó la decisión de dormirlo porque estaba pasándola muy mal.
Zeus tenía un sillón especial en casa para ver películas.
Mi familia vive en diferentes lugares. Mi hermano reside en Guanajuato, yo estaba en la Ciudad de México y papás en Pachuca. Zeus se encontraba aquí, a y aunque el veterinario dijo que ya no se iba a levantar por su edad y enfermedad y que era cuestión de tiempo, nuestro perro espero a que llegáramos todos a casa para despedirnos de él.
Zeus, te extrañamos mucho. Gracias por ayudar a mamá, por salvarnos a todos con tu existir y esperemos que estés orgulloso de nosotros mirándonos desde el cielo de los perros.
Güero
El Güero llegó cuando cumplí 16 años. Un día mi papá me dijo que bajara a abrir la puerta de mi cada y ahí estaba una bola de pelos. Era hermoso. En cuanto lo cargue me empezó a chupar la cara. Y sólo así supe que me había aceptado.
Los primeros meses, como buen cachorro, fue una etapa complicada… se comió puertas, paredes, planta de chiles, focos, etcétera. Pero siempre fue muy obediente, y sobre todo el más cariñoso del mundo. Aprendió muy rápido a que tenía que salir a pasear para hacer del baño, por lo que eso no fue un tema. Era listo.
Con el tiempo me di cuenta que el Güero nunca fue realmente un perro normal. Y saben. Yo quería que fuera por la pelota y corriera a mi lado, pero eso nunca no pasaba. Cuando se la aventaba, tenía que ir yo a recogerla, y él sólo se me quedaba viendo.
Güero cuando era un cachorro.
Pero eso sí, si me le escondía y le chiflaba, corría para encontrarme. Tuvimos un lazo que se fue fortaleciendo con el paso de los años. Sabía que era propiedad del Güero y no al revés. Solemos decir que los perros son nuestros, y no. Nosotros somos de ellos y el Güero me enseñó eso.
Un día invite a una perrita de una tía a dormir a mi casa, cosa que no le agradó nada y literalmente me marcó como su territorio haciéndome pipí. Cochino. Pero también era mi doctor incondicional. En cada enfermedad fuera gripa, esguinces o lo que fuera, se acostaba a mi lado y no se movía.
Cumplió 12 años y las enfermedades empezaron a aparecer… ya le costaba trabajo subir escaleras o subirse a la cama, bajó mucho de peso; sin embargo, nunca perdió su esencia.
Un día después de pasar muy mala noche, lo llevé al veterinario, le hicieron estudios y el diagnóstico fue terrible. Tenía una masa neoplásica que rodeaba el abdomen, por lo que el tratamiento fue: cirugía, la cual no aseguraban el éxito ni mucho menos que saliera de la operación.
Güero ya como un señor maduro y guapo.
Como familia fue una decisión difícil, y al inicio decidimos que lo que él aguantara mientras estuviera bien y sin dolor. Muchas veces le supliqué que se quedara conmigo.
Dos semanas después, un 28 de marzo en la madrugada no dejó de vomitar. Lo que lo abracé y le dije que ya estaba lista para dejarlo ir, que no lo quería ver sufrir más. Ni mi mamá ni mi hermano aceptaban la decisión, sin embargo yo sabía que era el momento.
Así que lo llevamos al veterinario, y estando juntos en familia lo dejamos ir libre de sufrimiento y acompañado de las personas que más lo quisieron.
Lady
Lady llegó a mi casa en 1999. Aún vivía en CDMX. En realidad, a mí y a mi familia nos regalaron dos perros, pero nosotros nos quedamos con la hembra y la bautizamos con el nombre más coqueto, Lady. Su hermano se quedó con mi tío.
En 2000 nos fuimos a vivir a Toluca y obvio nos la llevamos. Era una cocker spaniel que estuvo con nosotros todo el tiempo durante 17 años. De 1999 a 2016. Una locura, toda mi vida y la de ella.
Lady tenía los ojos tristes y abrazaba piernas.
Cuando regresé a la Ciudad de México en 2013, la quise traer conmigo, pero la realidad es que nunca se sintió cómoda. No lo sé. Entonces, la regresamos a Toluca con mis papás. Ahí estuvo tres años más hasta que un día nos dimos cuenta que al cargarla o tocarle el estómago, se quejaba. Pero sólo si la tocabas, era cuando parecía quejarse.
La llevamos rápido al veterinario, y nos dijeron que tenía una fuerte infección que no detectamos a tiempo. Le hacían lavados constantes en su pancita porque tenía abierta la herida. Estos no sirvieron de nada y una cosa complicó la otra.
Lady nunca se quejaba, nunca. De repente se caía porque ya le costaba apoyar la pata izquierda trasera. Cuando vimos que las cosas se iban acumulando, decidimos dormirla… Es una de las cosas más tristes que he hecho en mi vida. La cargué, la puse en la mesa, y ahí me quedé con ella hasta que se durmió.
Dimi y Rocco
Hace 17 años estudiaba medicina, y en tercer semestre tuve la clase de Cirugía. Teníamos dos perros: Dimi y Plancton. Esos perros eran “nuestros pacientes”, teníamos que cuidarlos y cada lunes aprender a operar en ellos.
Sí, así de cabrón como se escucha. El reto era hacerlo tan bien y cuidarlos tanto, que los perros vivieran y estuvieran perfectos. Éramos un equipo de cinco.
Todos los domingos teníamos que bañar a los perros para poder operarlos los lunes. Un lunes uno, otro lunes otro. Yo siempre me propuse para bañarlos, pues me parecía la única ocasión de normalidad y de ser realmente “dueña de un perro”. Ya había tenido perro, pero nunca mío-mío.
Entonces iba todos mis domingos a la universidad a bañarlos, y de inmediato hice un clic con Dimi. Jamás en mi vida he conocido mejor perro que ese animalito. Era afectuosa, listísima, generosa. Neta, una cosa divina. Y durante seis meses la cuidé diario y la bañé cada fin.
Rocco, un viejito que se aferra a la vida. / Foto: Twitter @MarianaOE
Volver cada domingo -el único día de real descanso- a la escuela era mi cosa favorita porque hablaba todo el rato con Dimi, y nomás estaba yo cerca, empezaba a ladrar de emoción. Alguna vez un compañero mío iba, pero casi siempre estaba yo.
Cada lunes era un suplicio porque íbamos a tener que operar a los perros. Plancton era más canijo y nunca hicimos clic, pero en cuanto era lunes de cirugía de Dimi, se me apachurraba el corazón.
Nuestros perros vivieron todo el semestre y mi sueño era que terminando el semestre me dejaran quedármela. Pero no me la dejaron. De hecho, tuvimos que sacrificarla -a ella y a todos los perritos- y fue la cosa más horrible que tuvimos que hacer. “Para que aprendan a no encariñarse con los pacientes”, dijo la maestra y supe en ese momento que no podría ser doctora.
Rocco dormido porque es un señor.
Lloré sin fin y estuve muy triste varios meses. Un día salí de la casa rumbo a la escuela y estaba un perro acostado afuera, todo mugriento y con sangre. Le saqué unas croquetas que me quedaban de Dimi y me fui. Volví en la noche y seguía. Mi papá le dio agua y comida.
A la mañana siguiente, seguía el perro afuera. Era un perrito que se veía muy joven. Le volvimos a dar comida y me volví a ir a la escuela… y este volvió a quedarse. Hablamos y decidimos adoptarlo. Mi hermano pequeño le puso Rocco. Luego, se comió mis tacones y el jardín.
Venía de mucho maltrato. Gritaba de terror cuando veía la manguera del garage y le encantaba estar en la lluvia. Jamás durmió en su casa nuevecita. Prefería comer sobre periódicos que sobre un plato. Luego se fue haciendo un snob y ahora sólo come pollo, croquetas carísimas especiales y agua de filtro.
Rocco nos inspiró a contar y buscar historias. / Foto: Twitter @MarianaOE
Ese señor perrito llegó a la familia tres meses después de que tuviera que dormir a Dimi. Y me costó mucho quererlo, siempre me la recordaba. Pero hoy sigue vivo, 17 años después. Es un señor viejito, está ciego, sordo, no puede caminar, pero aquí sigue. Aferrado a vivir.
En estos meses que llevo en casa de mis papás, nos acercamos más que en los otros 16 años 9 meses de conocernos. Me acompaña a cocinar, no sube -con muchos problemas- hasta que no estoy arriba y cuando me siento mal, me ladra afuera del cuarto para que le abra y lo acaricie.
Que un perro de su raza haya logrado vivir 17 años es un logro absoluto. Pero aquí está. Haciéndose del baño en toda la casa, viéndote con cara de tortura cuando no le das de comer lo que comes, flaquito y muy viejito pero feliz. Cuánto dan los perros. Tanto por aprenderles.
Y acá van más perritos y perritas caídos que cambiaron la vida de muchas familias:
Gina se fue este 21 de julio…
Gina se fue este 21 de julio y su familia siempre la recordará como si tuviera tres años.
Freud
Freud sostenía con su hocico una jerga todo el día. No había poder humano que lo convenciera de soltarla.
Fido
A Fido le olía muy mal la boca, pero se veía guapo después de bañarse.
Churro
El Churro siempre se paseaba por el mercado… y siempre le daban carne.
Sygriss
Sygriss, el guardián de una familia durante 15 años.
Jordan
Jordan era el perro más tragón del mundo.
Nala
Nala tenía una patita mala, pero eso nunca le quitó lo bonita.
Rooy
Rooy le ladraba a todas las ardillas que se encontraba en su camino.
Legna
Legna te rascaba las piernas sin para hasta que la acariciaras.
Rambo y Albino
Rambo y Albino le abrieron las puertas de su familia a todos los perros que llegaron después.
Gogan
Gogan siempre escuchaba los planes y sueños de su dueña.
Jolky
Jolky era como un señor perro, siempre serio.
La entrada Perritos caídos: Un homenaje para aquellos mejores amigos que ya no están se publicó primero en Sopitas.com.
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