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Los tatuajes siempre estuvieron entre nosotros. Y a los reyes europeos les dio por hacerse un dragón japonés en el brazo
Aunque sigan siendo objeto de prejuicios, hace décadas que los tatuajes se reconocieron socialmente como una forma más de arte. Es una pieza que los tatuadores imprimen en la piel y que los que la reciben pueden mostrar con orgullo o guardarse para ellos. Sigue habiendo discriminación laboral debido a los tatuajes, pero es algo cada vez más aceptado(tanto que incluso en Reino Unido los policías pueden mostrarlos libremente) y hasta se están desarrollando tintas que funcionan como biosensores.
Pero… ¿sabías que hace no tanto tiempo los tatuajes no sólo no eran estigmatizados, sino que había personas de clase alta y hasta de la realeza que los mostraban con orgullo?
Tradición neolítica. La historia del tatuaje es más antigua que la de la rueda y hasta que la de la escritura. Además, no es algo exclusivo de una parte del mundo, lo que nos habla de esa tradición del tatuaje como algo que trasciende fronteras y a lo que cada cultura dio un significado.
Por ejemplo, tenemos a Ötzi, una momia encontrada en los Alpes que tenía 61 tatuajes fechados en el 3250 a.C. En Egipto se hallaron dos momias de entre el 3351 y 3017 a.C. con tatuajes. En Latinoamérica tenemos una momia de Chinchorro en Chile de hace 4.500 años que también tenía tatuajes y se sabe que en Asia también se practicaba hace 3.500 años.
Cook. En cada lugar se hacía con una técnica distinta, pero está claro que la globalización del tatuaje no es nada nuevo, pero en Occidente es una práctica que ha tenido idas y venidas en todo el espectro legal y social. Se permitieron, prohibieron, popularizaron, usaron como marga negativa y volvieron a perseguir durante siglos, pero algo cambió a mediados del siglo XVIII. James Cook fue un explorador naval británico que realizó tres viajes al Pacífico Sur y, cuando volvía a casa, contaba historias sobre los nativos tatuados.
De hecho, la palabra ‘tattoo’ proviene del ‘tataú‘ taihitiano y es interesante la descripción que Cook hace de esta práctica: “ambos sexos pintan sus cuerpos. Esto se hace incrustando el color negro debajo de la piel, de tal manera que sea indeleble. Como es una operación dolorosa, especialmente en las nalgas, se realiza una sola vez en la vida”.
Clase baja y hombres de mar. No sabemos qué pensaba Cook de los tatuajes, pero Joseph Banks, Caballero y oficial científico en las expediciones del capitán, volvió de uno de esos viajes con un tatuaje. Era alguien muy respetado entre la aristocracia, pero no fue el único: más marineros de Cook regresaban a casa con la piel marcada.
Así, poco a poco, los tatuajes se “reintrodujeron” en Europa, sobre todo entre los marineros. Realmente, siempre estuvieron presentes, pero los marineros europeos lo volvieron a poner de moda. Durante años, eso sí, estas pinturas se asociaron no sólo a los marineros, sino a la clase baja o a los criminales. Es por eso que se estigmatizó, pero algo cambió en algún punto de la década de 1870.
Cuestión de caballeros. Matt Lodder es un autor que acaba de escribir un libro sobre la historia del tatuaje y, como vemos en The Guardian, explica que “había tatuajes en Gran Bretaña antes y después de Cook, y los estilos no cambiaron”. Sin embargo, un punto clave de esta historia es la apertura de Japón en 1858. “Al igual que los estampados, la ropa o los muebles, los tatuajes japoneses se volvieron exóticos para los gustos aristocráticos”. Esto llevó a una moda entre la clase alta, que mostraba sus diseños en privado durante eventos como cenas y otras reuniones sociales.
Y de príncipes. Lo apasionante no es que la clase alta se apoderaba de ellos en privado, sino que hubo un miembro de la familia real que volvió tatuado de Japón. En la Royal Collection Trust podemos leer la historia del príncipe Alfred, duque de Edimburgo. Aunque los Meiji consideraron que el tatuaje era “incivilizado” y lo prohibieron en 1872, 1880 y 1980, a veces se hacían excepciones para los extranjeros. Antes de esto, el duque de Edimburgo pudo recibir su marca permanente.
Alfred fue el primer miembro de la familia real británica en tatuarse. Durante una visita a Tokio en 1869, recibió en su casa a un artista que le tatuó un dragón en el brazo derecho. Se dice que los dragones eran populares entre los tatuadores japoneses porque eran capaces de controlar la lluvia y los truenos, así como representar un símbolo poderoso de Oriente. Y aquí tienes a Alfred arremangado y jugando a los bolos luciendo su dragón:
Demonización. No fue el único miembro de la familia real británica que fue a tatuarse a Japón. Alberto Víctor de Gales se tatuó una grulla en el brazo, mientras que el príncipe Jorge (posteriormente, Jorge V), se tatuó un tigre, símbolo del poder occidental y contrario al dragón. Más tarde, en 1906, el príncipe Arturo de Connaught se tatuó a Fudō Myō-ō (el “dios del fuego” budista).
También hubo quien quiso tatuarse y se llevó un chasco. Por ejemplo, Eduardo, el príncipe de Gales que más tarde se convertiría en Eduardo VIII. Quiso hacerlo durante una visita a Japón en 1922, pero las restricciones legales de la época en el país nipón lo impidieron. “Mi principal decepción es no poder tatuarme en Japón, pero parece que ahora es ilegal”, escribió.
Más allá de los ingleses. Lodder habla desde la perspectiva británica, pero que el tatuaje se extendió entre las clases altas de Europa es un hecho. El emperador Guillermo II o Frederik IX de Dinamarca tuvieron tatuajes. El rey Alfonso XIII de España, más de lo mismo. Incluso el mismísimo Nicolás II, zar de Rusia, tuvo tatuajes: otro dragón en el brazo que se hizo en Japón.
Que se vean es otra cosa. Pero como en toda su historia, tras esa moda entre la clase más alta, volvió el estigma. Después de la Segunda Guerra Mundial hubo una caída en popularidad y volvió a asociarse el tatuaje como algo propio de la clase baja, delincuentes, prisioneros y miembros de clanes, pero seguían estando presentes en todos los estratos sociales. Lodder tiene una explicación a que los tatuajes en unos se vieran más que en otros: “si tu rey o banquero tienen un tatuaje, es poco probable que sea visible, pero si eres un trabajador que se arremanga, la historia es diferente”.
Por tanto, si le dices a alguien que te quieres hacer un tatuaje y te mira raro o pregunta con quién te vas a juntar, puedes decirle que… quién sabe, quizá esas compañías tatuadas sean de la realeza.
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Meta se acerca a los 100.000 millones invertidos en el metaverso, y no tiene intención de levantar el pie del acelerador
Más de diez años han pasado desde que Mark Zuckerberg anunció la compra de Oculus y empezó a perfilar su idea del ‘metaverso’, aunque el concepto no ganó protagonismo hasta 2021, cuando Facebook, Inc. pasó a llamarse Meta Platforms, Inc. Reality Labs, la división que impulsa esta iniciativa, está en camino de quemar 100.000 millones de dólares, y todo apunta a que aún queda un largo camino antes de que aquellas promesas de mundos virtuales increíbles, donde trabajar, jugar y socializar, se hagan realidad.
Las gafas de realidad virtual y mixta, como las Meta Quest Pro, Meta Quest 3 o Apple Vision Pro, son la puerta de entrada a este tipo de experiencias. Sin embargo, estos dispositivos todavía no son lo suficientemente potentes, livianos y asequibles para ganar terreno en el público general. Un reflejo de esta realidad son las declaraciones de Tim Cook el año pasado, cuando el CEO de Apple reconoció que sus gafas son “un producto de adopción temprana” destinado a “las personas que quieren tener la tecnología del mañana hoy”.
Meta sigue quemando dinero en el Metaverso
Entre 2014 y 2024, Meta ha invertido más de 80.000 millones de dólares en sus ambiciones de realidad virtual y aumentada. Los datos proceden de sus financieros que reflejan un gasto de 19.875 millones de dólares y un beneficio de 2.146 millones de dólares a lo largo del año pasado. En otras palabras, la división Reality Labs cerró 2024 con unas pérdidas de 17.729 millones de dólares.
Lejos de levantar el pie del acelerador, el gigante de las redes sociales sigue convencido de que este es el camino, por lo que anticipa un 2025 con más inversión y más pérdidas en Reality Labs. Pocas compañías en el mundo pueden permitirse apuestas a tan largo plazo. Meta, desde luego, es una de ellas: en 2024 registró ganancias netas de 87.109 millones de dólares en Family of Apps (FoA), el segmento que engloba productos y servicios como Facebook, Instagram, Messenger y WhatsApp.
Aunque Reality Labs está estrechamente vinculada al metaverso, su alcance va mucho más allá. En lo inmediato, esta división es el epicentro de productos comerciales con relativo éxito, como la familia de gafas Meta Quest y las Ray-Ban Meta, desarrolladas en colaboración con EssilorLuxottica. Pero también es el laboratorio donde se está construyendo, literalmente, el futuro de la compañía.
El año pasado vimos por primera vez a Orion, un prototipo de gafas de realidad aumentada que, según el propio Zuckerberg, podría algún día sustituir al smartphone tal y como lo conocemos. A simple vista, las gafas Orion son más voluminosas y robustas que las Ray-Ban Meta, probablemente debido a los componentes internos necesarios para proyectar imágenes. Y es que integran proyectores Micro LED, capaces de superponer información en el mundo real. La idea es utilizar el entorno físico como un lienzo para apps en 2D y 3D.
Pero hay más. Reality Labs está trabajando en las gafas potentes, livianas y asequibles que mencionábamos al principio. Y eso, desde luego, requiere mucho trabajo. A nivel de visualización, el objetivo es alcanzar una experiencia prácticamente indistinguible de la realidad. Pero no basta con pantallas de alta resolución en gafas de próxima generación, sino que es necesario desarrollar tecnologías que aún no existen para adaptarse al complejo sistema visual humano.
Además, los proyectos incluyen la exploración de nuevas interfaces, como las basadas en electromiografía, que permiten controlar dispositivos a través de señales neuromusculares. Como reconoce la propia compañía, su apuesta pasa por desarrollar productos que no veremos pronto, sino que alcanzarán su máximo esplendor “en la próxima década”. Habrá que ver si esta meta sigue en pie con el avance de la inteligencia artificial (IA), un campo en el que Meta está invirtiendo miles de millones y que, en algún punto, converge con su visión del metaverso.
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“Soy víctima de la cultura de la cancelación”: Karla Sofía Gascón, nominada al Óscar
EFE.- La actriz española Karla Sofía Gascón, nominada al Óscar de mejor intérprete femenina y objeto de una intensa polémica por una serie de mensajes xenófobos que publicó hace años en redes sociales, asegura que no tiene “nada que esconder” y que es víctima de la llamada “cultura de la cancelación”.
Lo dice en un mensaje en Instagram poco después de conocerse que estará ausente de los eventos que se celebran estos días en Los Ángeles (Estados Unidos.), en una semana clave para la decisión de los académicos cinematográficos de Hollywood, que tienen hasta el 18 de febrero para votar los premios Óscar de este año.
Según informa el medio especializado The Hollywood Reporter, a la actriz “la están sacando de la campaña de los Óscar de ‘Emilia Pérez’“, la película por la que está nominada, tras la polémica por sus publicaciones en redes.
En el mensaje de Instagram, la actriz, primera transexual que opta a ese galardón, afirma que en los últimos días “ha pasado por una montaña rusa de emociones”.
“He sido transparente porque no tengo nada que esconder. Durante un tiempo, me sentí perdida en mi transición, buscando aprobación en los ojos de los demás. Pero hoy, por fin sé quién soy. Solamente busco la libertad de existir sin miedo, de crear arte sin barreras y de seguir adelante con mi nueva vida”, escribió.
Frente a eso, dice, le quieren “aplicar el ‘cancel culture'” (la cultura de la cancelación).
El mensaje, que dirige a numerosos medios internacionales, concluye: “Les pregunto a los expertos de Hollywood, a los periodistas que me conocen y que han seguido mi trayectoria,¿cómo avanzar?”.
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Google ha actualizado sus principios para la IA, y ha desaparecido la mención a no desarrollar armas con esta tecnología
En medio de la creciente rivalidad en la industria de la inteligencia artificial (IA), algunas compañías están ajustando sus enfoques sobre los ámbitos de aplicación de esta tecnología. El año pasado, OpenAI suprimió determinados términos de su política antes de anunciar un acuerdo con el Pentágono. Ahora es el turno de Google, que ha actualizado sus “principios para la IA”.
La firma de Mountain View ha rediseñado casi por completo el mencionado documento, pero lo que más ha llamado la atención es la ausencia de la categoría “Aplicaciones de la IA que no vamos a abordar”. Como sugería su nombre, agrupaba varias áreas concretas en las que no se diseñarían ni implementarían soluciones de IA para preservar el desarrollo responsable de la misma.
Google, inteligencia artificial y armas
Como podemos ver en la captura, la lista original incluía en su primer ítem a “tecnologías que causen o puedan causar daño en general. Cuando exista un riesgo importante de causar algún daño, seguiremos adelante solo cuando consideremos que los beneficios compensan considerablemente los riesgos, e incluiremos restricciones adecuadas para asegurar la seguridad”.
Los ítems siguientes señalaban “armamento u otras tecnologías cuya finalidad o aplicación principal sea ocasionar daños o herir a personas, tecnologías que recopilen o usen información para vigilar incumpliendo las normas aceptadas internacionalmente, tecnologías cuya finalidad contravenga los principios generalmente aceptados del derecho internacional y los derechos humanos”.
Bloomberg, que fue uno de los primeros medios en detectar el cambio, solicitó comentarios a Google. La compañía respondió con una publicación de blog firmada por James Manyika, SVP de Google, y Demis Hassabis, quien dirige el laboratorio de IA Google DeepMind, en la que se habla del desarrollo responsable de la IA en democracia y remite a la página con los principios actualizados.
“Reconocemos la rapidez con la que la tecnología subyacente, y el debate en torno al avance, la implementación y los usos de la IA, seguirán evolucionando, y continuaremos adaptando y refinando nuestro enfoque a medida que todos aprendamos con el tiempo”, ha dicho la compañía. Cabe señalar que no se han dado a conocer nuevos contratos de defensa por parte de Google.
En el pasado, la firma liderada por Sundar Pichai trabajó con el Pentágono en el proyecto Maven, que consistía utilizar la IA para procesar datos de varias fuentes (principalmente de drones), identificar objetivos potenciales en zonas de guerra y más. Google decidió no renovar su contrato de colaboración con el Gobierno de EEUU después de que sus propios empleados protestaran.
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