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se ha convertido en una “serie para tener de fondo”

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El esperado final de ‘Stranger Things’ ha desatado una oleada de críticas poco habitual entre sus seguidores. La quinta temporada, que Netflix lanzó el pasado 27 de noviembre, está siendo señalada por presentar diálogos excesivamente básicos y explicativos, entre otros problemas derivados de una simplificación excesiva de la serie. No entendiendo a qué viene esta bajada en la calidad de la serie, los fans han buscado posibles explicaciones y creen haberla encontrado: la filosofía del “visionado casual”.

De qué se queja la gente. Las redes sociales se han llenado de fragmentos que ilustran un cierto declive en la escritura de la serie: escenas donde los personajes verbalizan constantemente lo que están haciendo o sintiendo han generado burlas y parodias. Se ha dicho de la serie ralentiza el ritmo “para ofrecer explicaciones hiper-detalladas de lo que está ocurriendo y lo que sucederá después”, arrebatándole a los espectadores la posibilidad de que construyan la narrativa por ellos mismos. 

A esto se suma cierta bajada en el nivel técnico y de efectos especiales, que se ha visto en secuencias como la del inicio de temporada, en la que Will Byers se mueve en un entorno completamente digital y que produce un efecto de valle inquietante que muchos creían ya superado. Resultado: en Rotten Tomatoes, esta temporada ha rascado apenas un 84%, la nota más baja en la historia de la franquicia.

Qué puede haber pasado. Algunos fans han rastreado las posibles causas hasta un extenso reportaje de N+1 Magazine de enero de 2025. Varios guionistas que habían trabajado para la plataforma revelaron que los ejecutivos de Netflix solicitan regularmente que “los personajes describan en voz alta lo que están haciendo, permitiendo así que los espectadores que ven las series de fondo puedan seguir la trama sin problemas”. Esta práctica responde a una categoría que Netflix denomina casual viewing o visionado casual.

No es solo cosa de ‘Stranger Things’. Hay estudios que ya hablan de que Netflix tiene muy en cuenta que vemos muchas de sus series en la pantalla del móvil. Y varios productores europeos ya recibían en 2022 peticiones similares: programas que sean comprensibles sin necesidad de mirar la pantalla. A efectos prácticos, diálogos más descriptivos acerca de lo que los personajes están haciendo y más sencillos de seguir sin el apoyo de las imágenes. Series tan populares como ‘Emily en Paris’ ya han sido descritas como ‘televisión de ambiente’ por tener estas características.

Más allá de un problema puntual. La degradación de ‘Stranger Things’ va más allá de un simple tropiezo creativo: representa un cambio fundamental en cómo las plataformas de streaming conciben la producción audiovisual. El problema ahora radica en determinar si Netflix está únicamente adaptando ciertos contenidos para permitir este visionado en segundo plano, o si esta estética ha llegado para quedarse… y propagarse.

Stranger Things’, símbolo de cosas. Pero quizás no de lo que le gustaría a sus creadores. ‘Stranger Things’ cierra su trayectoria no como el evento cultural prometido, sino como emblema involuntario de una industria que ha decidido optimizar contenidos para espectadores que, paradójicamente, apenas miran la pantalla. Una década después, la serie icono de Netflix culmina en la forma de un producto diseñado para ser visto sin prestarle atención.

En Xataka | Todas las preguntas sin respuesta que deja la compra de Warner por parte de Netflix: un jaleo descomunal



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Muere a los 60 años Peter Greene, actor en “La máscara” y “Pulp Fiction”

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Escrito en ENTRETENIMIENTO el

EFE.- El actor estadounidense Peter Greene, conocido por sus papeles en películas “The Mask” y “Pulp Fiction”, fue hallado muerto en su apartamento de Nueva York, según confirmó su antiguo representante al diario estadounidense New York Post.

El cuerpo de Greene, de 60 años, fue hallado el viernes inconsciente en su apartamento y declarado muerto allí mismo, según la policía, y Gregg Edwards, su representante durante más de 10 años, fue quien lo confirmó al diario estadounidense.

El forense determinará la causa de la muerte, aunque la Policía no sospecha que haya ocurrido nada ilícito. 

Peter Greene, nacido en octubre de 1965 en Montclair, New Jersey, se consolidó como villano de la pantalla durante la década de 1990 del siglo pasado.

Además de sus papeles en “The Mask” (1994) y “Pulp Fiction” (1994), también participó como actor en “The Usual Suspects” (1995), entre otros trabajos.

En “Pulp Fiction”, la famosa película de Quentin Tarantino, interpretó a uno de los villanos más recordados de la historia del cine moderno: el violento y perturbador Zed.

El mismo año protagonizó en “The Mask” uno de sus papeles más entrañables, el de un delincuente llamado Dorian Tyrell.

Comenzó a actuar a los 25 años en un teatro Nueva York, antes de dar el salto al cine, donde se especializó en villanos y policías corruptos.

A lo largo de su carrera, trabajó en más de 40 películas y series, y se puso a las órdenes de directores de la talla de Oliver o Guy Ritchie.

En las últimas décadas, se mantuvo trabajando en proyectos independientes y en pequeños papeles en la televisión. 

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Hay gente investigando si las IAs son mejores hackers que los hackers humanos. Y no tenemos noticias muy bonitas

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Las tecnológicas no paran de hablar de la AGI, aunque hay muchas dudas de que esté tan cerca como nos quieren vender. La inteligencia artificial general es aquella que será capaz de superar al ser humano en todas las facetas del conocimiento. No sabemos logrará superarnos en todo, pero ya hay un nicho en el que está adelantándonos: el hacking.

El experimento. Fue llevado a cabo por investigadores de la Universidad de Stanford y lo hemos conocido a través de un reportaje del Wall Street Journal. Lo que hicieron fue desarrollar un bot de hacking llamado Artemis cuyo objetivo es escanear la red en busca de posibles bugs o vulnerabilidades por las que pueda colarse. 

Liberaron a Artemis en la red de ingeniería de la propia universidad y la enfrentaron a diez pentesters, hackers profesionales que se dedican a simular ataques para encontrar bugs y después corregirlos. El bot tenía un ‘kill switch’ para poder apagarlo en cualquier momento si la cosa se complicaba y los hackers humanos tenían instrucciones de forzar y probar, pero sin llegar a penetrar en la red.

Los resultados. Para sorpresa de sus creadores, Artemis logró resultados excelentes, superando a nueve de los diez hackers humanos. El bot consiguió encontrar bugs mucho más rápido que sus contrincantes y, sobre todo, a un precio mucho más bajo. Se estima que un pentester cobra entre 2.000 y 2.500 dólares por día, mientras que Artemis sólo “cobra” 60 dólares la hora. 

Otra “mirada”. Artemis no lo hizo todo bien. Al menos un 18% de sus reportes de bugs fueron falsos positivos y también ignoró un bug muy obvio en una web los hackers humanos vieron a la primera. En cambio, detectó un bug que ningún humano había detectado. El motivo es que el fallo estaba en una web que no funcionaba en Chrome ni Firefox, los navegadores que usan los hackers. Artemis no es una persona y no usa navegadores, sino que empleó un programa y pudo leer la web, encontrando el bug.

La IA y el hacking. Los ciberdelincuentes llevan tiempo usando la IA para hacer el malware más efectivo. Hace poco Anthropic descubrió que un grupo de hackers chinos estaba usando Claude Code para una campaña de espionaje a gran escala. Lo llamativo es que Claude funcionaba como un agente que se encargaba de todo el ciclo de ataque, no sólo una parte del proceso. 

IA para hacer el bien. La IA está reduciendo la barrera de entrada a desarrollar ataques, pero también puede usarse a modo de protección. Investigaciones como la de Stanford ponen de manifiesto que la IA también puede usarse para poner a prueba sistemas inseguros, encontrar bugs y así poder parchearlos. El problema que se presenta es dónde quedará el papel de profesionales como los pentesters si IA acaba haciendo su trabajo por mucho menos dinero.

Imagen | Sora Shimazaki, Pexels 

En Xataka | Los agentes son la gran promesa de la IA. También apuntan a convertirse en la nueva arma favorita de los ciberdelincuentes

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Es tentador empezar una “dieta milagro” a contrarreloj para llegar a la Navidad. Los expertos tienen algo que decir

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Hemos llegado a diciembre y, con él, se encienden las luces de Navidad y también una carrera silenciosa que se repite cada año. Mientras se acumulan cenas de empresa, encuentros con amigos y reuniones familiares, miles de personas inician lo que podríamos llamar “el último sprint”: perder peso rápido antes de sentarse a la mesa en Navidad. 

Pero detrás de este sprint hay un fenómeno mucho más complejo. Uno que tiene raíces sociales, emocionales y biológicas, y que esconde un efecto perverso. Las dietas exprés enseñan al cuerpo a ser más eficiente guardando energía, lo que termina provocando que, tras perder peso rápido, lo recuperemos y a veces incluso más.

El sprint prenavideño. Cada diciembre se activa un reflejo casi automático, la sensación de tener que “llegar bien” a las fiestas. La psicóloga especializada en Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA), Sara Bolo, nos ha explicado en Xataka que este fenómeno no es casual, sino un patrón que se repite año tras año. “Las Navidades son una época señalada, donde volvemos a ver a familiares o amigos que no vemos todos los días. Y con eso reaparecen los comentarios sobre el cuerpo: ‘te veo más delgada’, ‘te has engordado’…”. Esa dinámica, tan habitual como dañina, multiplica la presión estética y convierte la convivencia en un examen corporal silencioso. 

A ese contexto se suma otro ingrediente, los propósitos que no llegaron a cumplirse. “Llegamos a diciembre con la idea del New Year, New Me que anunciamos en enero —señala Bolo— y aparece la urgencia por demostrar que hemos logrado algo”. Esa mezcla de autoexigencia y cierre de ciclo empuja a muchas personas a tomar decisiones drásticas en muy poco tiempo. 

Un factor más allá. Y no es solo presión estética o frustración, también está el miedo anticipado. Según Bolo, es frecuente que algunas personas restrinjan su alimentación en las semanas previas pensando que así “compensan” por adelantado las comidas navideñas. “Se convierte en una preparación defensiva. No quiero que me digan nada, no quiero sentir culpa, así que empiezo a restringir antes”, detalla.

Esa urgencia es exactamente la que observa también la dietista-nutricionista Laura Jorge, directora de los centros que llevan su nombre. Desde su consulta, diciembre siempre tiene el mismo perfil, más peticiones de “soluciones rápidas”, más promesas de pérdida de peso exprés y más ansiedad. “Cada año vemos un aumento de personas que buscan perder X kilos ‘antes de las fiestas’. Es un patrón muy claro”, nos ha explicado en una entrevista. Tres elementos se repiten: urgencia, culpa y pensamiento dicotómico —”ahora me restrinjo, y en Navidad ya comeré”—. Lo que empieza como un sprint, coinciden ambas expertas, suele terminar siendo una trampa emocional y metabólica.

El enemigo escondido. La ciencia lo explica sin rodeos, cuando sometemos al cuerpo a una restricción calórica extrema y repentina, el organismo activa mecanismos de supervivencia, no de adelgazamiento. Según detalla Jorge, el metabolismo se desacelera, aumenta el hambre, disminuye la saciedad y el cuerpo empieza a utilizar masa muscular como fuente de energía. Esto no solo dificulta mantener la pérdida de peso, sino que reduce el gasto metabólico basal, haciendo que engordemos con mayor facilidad después.

Las investigaciones científicas respaldan estas observaciones. Un estudio del New England Journal of Medicine demostró que, tras perder peso, la leptina —hormona de la saciedad— seguía baja y la grelina —hormona del hambre— seguía elevada incluso 12 meses después, aunque la persona ya hubiera recuperado parte de su rutina alimentaria. Los autores concluyen que estas adaptaciones crean “un entorno fisiológico que favorece la recuperación de lo perdido”. Además, hay que tener en cuenta el factor de la genética. Un estudio de 2024 publicado en International Journal of Obesity apunta que no todo el mundo responde igual, algunas personas, tras ciclos repetidos, desarrollan mayor riesgo de resistencia a la insulina o adiposidad visceral.

La otra cara. La pérdida rápida de peso tiene un efecto emocional inmediato y es que parece un éxito. “Subes a la báscula, ves menos kilos y sientes una euforia inmediata”, reconoce Sara Bolo. Pero es un espejismo.

Cuando el peso vuelve —como suele ocurrir— aparece el derrumbe emocional: culpa, frustración, vergüenza, pensamientos absolutos (“soy un fracaso”, “no tengo fuerza de voluntad”). Encima, el entorno refuerza esta dinámica porque se felicita la delgadez y se censura la ganancia, incluso con comentarios “inocentes”. Este vaivén deteriora la autoestima y alimenta comportamientos de restricción que, lejos de resolver el problema, lo intensifican.

Una puerta que es mejor no abrir. “La dieta restrictiva es el primer paso de cualquier TCA”, afirma la psicóloga. El control rígido, el conteo obsesivo de calorías, evitar comidas sociales o clasificar alimentos como buenos o malos son señales tempranas. Y Navidad es uno de los momentos donde más se manifiestan.

Laura Jorge coincide: “En estas semanas vemos personas que empiezan a hablar obsesivamente de compensar, saltarse comidas o hacer ejercicio compulsivo. Son señales que no deben ignorarse”. La combinación de presión estética, abundancia de estímulos y comentarios puede activar un TCA latente o agravar uno existente.

Cuando el comentario “inocente”, no lo es. La responsabilidad social es evidente. Las expertas recuerdan que comentarios tan comunes como:

  • “Uy, ¿ya estás repitiendo?”.
  • “Qué bien, estás más delgada”.
  • “Después de estas comidas, mañana a dieta”.

Detrás de todas estas frases, le sigue una risa fina que para muchos suena como un estruendo. Y es que como afirman las expertas no solo son innecesarios, sino potencialmente dañinos. “Hay que cuidar el lenguaje”, resume la nutricionista. “No felicitar por perder peso, no comentar cuerpos propios o ajenos, no presionar para comer ni para dejar de comer”. La presión estética empieza muchas veces en un comentario que parecía inofensivo.

Entonces, ¿cómo podemos acompañar? Para quienes viven las comidas navideñas con miedo a perder el control, la clave no está en el plato, sino en el entorno. La psicóloga Sara Bolo insiste en que acompañar no significa vigilar, sino ofrecer un espacio seguro. Su consejo pasa por poner el foco en lo emocional, no en la comida. Eso implica evitar miradas o comentarios sobre lo que la persona come, preguntar cómo se siente y mostrarse disponible sin presionar. También ayuda esquivar conversaciones sobre dietas, compensaciones o cuerpos y, cuando sea posible, servir los alimentos en platos individuales para reducir la ansiedad que puede generar la abundancia visual típica de estas fechas. Y recuerda un matiz fundamental: “Dos comidas puntuales no cambian un cuerpo, pero sí pueden alterar un estado emocional”.

Desde la nutrición, Laura Jorge propone estrategias prácticas para reducir el riesgo de atracones. La primera, no llegar con hambre extrema a los eventos y mantener unos horarios de comida relativamente estables para no entrar en ciclos de privación y sobreingesta. También recomienda incorporar alimentos saciantes a lo largo del día, evitar utilizar el ejercicio como forma de castigo y abandonar la mentalidad del “todo o nada”, una de las principales responsables del descontrol alimentario en estas fechas.

El verdadero sprint que importa. Las dietas milagro prometen resultados visibles en tiempo récord, pero lo que no cuentan es su coste oculto: enseñan al cuerpo a resistir, no a cambiar. Lo vuelven más hambriento, más eficiente en almacenar grasa, más vulnerable a recuperar peso y más cansado emocionalmente.

Quizás el verdadero sprint no sea llegar delgado a Navidad, sino construir un entorno más compasivo y una relación más amable con la comida y el cuerpo. Porque, al final, el milagro no está en las dietas, sino en abandonar la lógica que las sostiene.

Imagen | Freepik

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