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era cuestión de tiempo que otros imitaran a OpenAI

Las compañías de inteligencia artificial están dejando claro un mensaje: acceder a las funciones más avanzadas de sus chatbots requiere pagar, y cada vez más. No es algo completamente nuevo, pero ahora empiezan a asomar planes de suscripción con precios de tres cifras.
A finales de 2024, OpenAI sorprendió con ChatGPT Pro, una modalidad de 200 dólares al mes enfocada a usuarios profesionales. Supuso un salto importante respecto al plan Plus de 20 dólares. Ahora es el turno de Anthropic, que ha lanzado su propia propuesta premium para Claude: estamos hablando del plan Max.
Claude Max: más uso, más caro. Anthropic, fundada por antiguos miembros de OpenAI, ofrece dos variantes del plan Max. La primera cuesta 100 dólares al mes (unos 90 euros más IVA) y multiplica por cinco el uso disponible en el plan Pro de 20 dólares. La segunda eleva la apuesta a 200 dólares mensuales (180 euros más IVA), con veinte veces más uso que el plan básico.


Ambas opciones ya están disponibles para quienes necesiten una capacidad de uso mucho mayor que la estándar.


¿Qué ofrece Anthropic frente a OpenAI? Tanto el plan de 100 como el de 200 dólares dan acceso prioritario a nuevas funciones y modelos, pero con una diferencia importante respecto a OpenAI. Mientras ChatGPT Pro presume de uso ilimitado, Claude Max impone límites. Son bastante generosos, pero están ahí.
¿Está subiendo el precio de la IA? La inteligencia artificial avanza rápido y las empresas están aprovechando esa evolución para lanzar planes cada vez más caros con funciones premium. Scott White, jefe de producto de Anthropic, ya ha dejado caer en una entrevista con TechCrunch que podrían lanzar suscripciones aún más caras en el futuro.
Una carrera cara hacia la rentabilidad Startups como OpenAI o Anthropic aún no son rentables. OpenAI se ha marcado 2029 como objetivo, según The Information. Anthropic, por su parte, sigue aumentando sus ingresos mientras trata de no quedarse atrás. En el camino, sigue quemando recursos como si no hubiera mañana.
La startups tiene algunas ventajas notables, como la capacidad de asumir altos niveles de riesgo y, sobre todo, moverse muy rápido. Google o Microsoft, por su parte, no cuentan con estas ventajas, pero su fortaleza está en un respaldo financiero que les permite seguir adelante incluso si algunos de sus proyectos más ambiciosos fracasan.
Imágenes | Anthropic
En Xataka | OpenAI ha roto su techo. Su plan Pro es un salto al ultrapremium que tiene todo el sentido del mundo
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Vietnam se ha cansado de las islas artificiales de China, así que ha decidido empezar a construir las suyas propias

China lleva más de una década tirando toneladas de arena en diferentes puntos del Pacífico. Y no sólo lo está haciendo para construir aeropuertos: son decenas de islas artificiales para expandir su poder militar. Se trata de parte de la estrategia de China de reclamar los territorios marítimos que consideran suyos y que también están haciendo en las costas del Mar Amarillo frente a Corea del Sur. El problema es que uno de sus vecinos se ha hartado.
Vietnam también ha empezado a levantar islas artificiales en el mismo territorio con un objetivo claro: impedir que China conquiste la zona. Y la tensión está servida, claro.
Islas Spratly. Puede parecer un arrecife más, pero el de las Islas Spratly es tremendamente importante a nivel geopolítico. Se trata de un arrecife que está ubicado entre cuatro países cuyas relaciones, en algunos casos, son un hervidero: China, Vietnam, Filipinas y Taiwán, y además son un conjunto de islas ricas en recursos naturales como bancos de pesca (idóneos para una China a la que se le quedan cortos sus caladeros), petróleo y gas natural. Se calcula que hay 105.000 millones de barriles de petróleo y otros tantos millones de bidones de gas.
Hay tensión, por tanto, por controlar esos recursos, pero también porque es un punto relevante a nivel estratégico. Están ubicadas en una de las rutas marítimas más transitadas del mundo y son clave tanto para el comercio internacional como para el movimiento mundial. Controlar ese archipiélago implica tener una influencia esencial a nivel global.
Reclamaciones. Y la situación es un gallinero. El archipiélago está compuesto por un centenar de islas y hay países que llevan décadas reclamando su soberanía sobre el mismo. Por un lado, China dice que los pescadores de la dinastía Ming del siglo XV ya se establecieron allí, por lo que las islas les pertenecen. Además, en 1947 elaboraron un mapa que mostraba cómo todas ellas les pertenecían, empezando a ocupar algunas de ellas en 1988.
Malasia se metió en la pelea en 1979, reclamando parte del archipiélago, mismo caso que Brunéi. Filipinas es otro jugador en este tablero, ocupando algunas islas y ocupando con soldados algunas de ellas, pero las más persistentes son Taiwán y Vietnam. Ambas reclaman la totalidad del territorio como propio. Taiwán, con el mismo fundamento que China, y Vietnam, afirmando que las islas fueron parte del reino de Annam -predecesor del país- durante el siglo XIX.
Tanto China como Vietnam recuperaron restos arqueológicos para demostrar que las islas les pertenecieron en el pasado y debían seguir siendo de su propiedad en la actualidad. Pero como no se convencieron mutuamente, decidieron pasar a la acción.


Mischief es un ejemplo. Está en poder chino y tiene nombres en diferentes idiomas dependiendo de a qué país preguntes. Para China es Měijì Jiāo. Para Vietnam es Đá Vành Khăn . Y para Filipinas es Bahura ng Panganiban. Todos consideran que es suyo
Antecedentes. Así, y en algún momento de 2013, China empezó a moverse. Aprovechando las partes rocosas del arrecife más cercanas a la superficie y utilizando barcos de dragado para levantar el fondo del mar, empezaron a construir islas y a ampliar algunas existentes. En solo cinco años, crearon siete islas artificiales, siendo evidente la transformación de los atolones en imágenes satelitales comparativas.
Militarizando el archipiélago. En toda esta historia, la presencia militar de los países involucrados en el conflicto ha sido clave, protagonizando, incluso, incidentes armados entre ambos. Y uno de los objetivos claros de China es la militarización de este espacio con un doble objetivo. Por un lado, lo más evidente: si creas una isla y la militarizas, te aseguras de que si alguien la quiere, tenga que llegar también con tropas armadas, pudiendo desencadenar un conflicto mayor.


Subi es una de las islas en las que China ha colocado un aeropuerto. Así era antes y después de 2016
Por otro, establecer y reforzar la presencia militar en una zona que, como decimos, es clave. Es algo que hemos visto recientemente, con el descubrimiento de un radar anti naves furtivas en una de las islas. Y es un radar, sí, pero también un potente mensaje en una zona en la que Estados Unidos también tiene puesto el ojo: si EEUU y sus aliados no pueden operar aviones furtivos en el Mar de China Meridional, puede que tampoco sean capaces de hacer frente a las fuerzas del Ejército Popular de Liberación.


Discovery Great Reef está en poder de Vietnam y abajo a la derecha vemos algunos cambios. Filipinas, Taiwán y China dicen que es de ellos
Pero bueno, no es sólo un radar: también hay una plataforma de lanzamiento de misiles, y en varias de las islas ocupadas, creadas o expandidas por China podemos ver presencia de infraestructura militar como bases o aeropuertos. En este vídeo de TWSJ podemos ver a la perfección la evolución de las islas:
Vietnam se planta. En 2021, Vietnam se cansó de la situación y, siendo junto a Taiwán el país que más interés tiene en el archipiélago, también comenzó a levantar islas en las Spratly. Principalmente, para presencia militar y de puertos que refuercen la logística marítima, pero metiendo la directa estos últimos meses.
Desde junio de 2024, Vietnam ha “crecido” 641 nuevas hectáreas y las mediciones totales de expansión 1.343 hectáreas frente a las 1.882 de China. Y la expansión está siendo rápida: en 2021, Vietnam sólo tenía cuatro puestos avanzados con puerto. Ahora, ha triplicado ese número con casos como el de Barque Canada Reef en el que antes sólo se intuía el Atolón y ahora tiene hasta pista de aterrizaje.


Antes y después en el arrecife Barque Canada
Quejas de unos y de otros. El objetivo de unos y de otros es el de poder operar más tiempo y en mayor número en esas islas antes de que llegue un relevo, pudiendo realizar maniobras y patrullas durante la zona durante todo el año, pero curiosamente, aunque Vietnam ya había puesto el grito en el cielo anteriormente con los movimientos de China, ahora es China quien piensa que su vecino está apretando las tuercas.


Pearson también es de Vietnam
Fue en febrero cuando el portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores de China protestó por la pista de aterrizaje de Barque Canada Reef. Han levantado la voz porque consideran que están yendo demasiado lejos en un territorio que han ocupado ilegalmente. Vietnam, por su parte, ya declaró el año pasado que haría lo que fuera necesario para proteger su territorio. Y esa pista de aterrizaje no sólo ha sentado mal a China, también a Malasia y Filipinas. El problema es que, como señalan algunos analistas, es complicado culpar a Vietnam cuando, precisamente, los otros tres países han estado haciendo lo mismo estos últimos años.
Tierra recuperada. Pero más allá de esas islas artificiales, China ha ido ganando terreno al mar internacional en otros puntos del territorio. Un ejemplo es que ha levantado enclaves como Ocean Flower Island, que engloba tres islas artificiales de unas 800 hectáreas destinadas a ser un puerto internacional, con centros de negocios y hasta parques de atracciones.


Porque no todo iba a ser darse tiros: Yangpu Bay es el ‘nuevo’ Dubai
También Port City, destinado a albergar centros de negocios para convertir sus 2,6 kilómetros cuadrados en una especie de ‘nueva’ Dubai. ¿No hay freno en todo esto? Pues… Indonesia lo intentó, ofreciéndose como mediador en el conflicto, pero es algo que no ha seducido a las partes enfrentadas que, como vemos, siguen optando por arrojar sacos de arena al mar.
Imágenes | Google Maps, Sentinel Hub EO Browser (ESA) (2) (3) (4)
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Llevamos años buscando la cura definitiva de las alergias y aún no hemos resuelto el gran problema: comprenderlas

El fin de las lluvias y la llegada del buen tiempo tienen, para muchos, un reverso oscuro: las alergias. La primavera, y especialmente los meses de mayo y junio, nos trae la proliferación del polen, uno de los alérgenos más importantes, principal causa de los estornudos en esta época del año.
La forma más habitual de tratar este tipo de alergias es a través de los antihistamínicos, fármacos destinados a bloquear los efectos de la histamina, un neurotransmisor que también desempeña un importante papel en sistema inmune. Recordemos que las alergias no son otra cosa que una reacción de nuestro sistema inmunitario ante sustancias externas que entiende como peligrosas y que en realidad no lo son, los alérgenos.
Los antihistamínicos son de gran utilidad a la hora de tratar los síntomas alérgicos. Pero una cosa es eso, y otra cosa es curar de manera definitiva estos trastornos. Hoy por hoy no contamos con una cura para las alergias, pero al menos hay algunas vías abiertas a la esperanza. Así de cerca estamos de lograrlo.
Quizás uno de los primeros tratamientos que se nos venga a la cabeza al hablar de curar la alergia sean las vacunas. Lo que hoy entendemos como vacunas contra la alergia son inyecciones basadas en la inmunoterapia, y su lógica no dista mucho de las vacunas convencionales: se trata de administrar una pequeña cantidad de aquello que nos causa alergia capaz de poner en alerta al sistema inmune sin llegar a desatar una reacción alérgica. Si bien son un tratamiento útil en muchos casos, tampoco terminan de solucionar el problema, por lo que necesitaremos de inyecciones periódicas que vayan mejorando la capacidad de respuesta de nuestro sistema inmune.
¿Qué vías hay abiertas? Hace casi diez años, comentábamos algunas de las líneas de investigación abiertas en la búsqueda de una cura para las alergias. Estas vías incluían, por ejemplo, las “terapias biológicas”. Estas son terapias que se centran en los anticuerpos, las proteínas que nuestro cuerpo produce cuando detecta sustancias que entiende como dañinas.
Este tipo de tratamientos siguen siendo una de nuestras grandes esperanzas. Ejemplo de ello es omalizumab, un fármaco en principio destinado a combatir el asma y aprobado hace ya dos décadas en los Estados Unidos.
En los últimos años la ciencia ha ido validando esta opción terapéutuca. Un ejemplo reciente está en un estudio publicado en 2022 en la revista Clinical and Translational Allergy. En este análisis, el equipo observó que el fármaco era efectivo a la hora de prevenir la rinitis alérgica primaveral.
Entender el problema
Para entender cómo ha evolucionado nuestro conocimiento en los últimos años, debemos comprender primero por qué es tan difícil encontrar una cura definitiva. El problema de fondo es sencillo: no entendemos las alergias lo suficientemente bien como para dar con una solución.
Seguimos sin entender por qué ciertas personas sufren una alergia determinada mientras que otras padecen otro tipo de reacción, a la par que otros no parecen tener este tipo de problemas. Tampoco sabemos por qué las alergias son permanentes pese a que el anticuerpo que generalmente asociamos a ellas no suele mantenerse en nuestro cuerpo por periodos largos de tiempo.
Dos estudios publicados el año pasado en la revista Science Translational Medicine pueden ayudarnos a comprender un poco mejor esta situación, explicando al menos este último punto. La respuesta podría estar en un anticuerpo que generalmente no asociamos a las alergias, la inmunoglobulina G (IgG), y las células que lo producen.
Lo que descubrieron los equipos responsables de estos estudios es que unas células responsables de producir la IgG pasan a producir inmunoglobulina E, la cual sí se asocia con las alergias, cuando se topan con un alérgeno. La clave de la “memoria” alérgica podría estar, por tanto, en estas células.
Antes de ir a mejor, todo parece indicar que el problema de las alergias irá a peor. Y es que cada vez más personas sufren este tipo de trastornos. Existen varios factores que podrían estar, independientemente o en conjunto, detrás de rápido ascenso en el número de personas alérgicas en el mundo.
Una de estas hipótesis, es la de la higiene. Puesto que nuestro sistema inmune se “entrena” a través de la exposición a agentes externos, la ausencia de estos agentes en etapas tempranas puede implicar que nuestro sistema no los perciba como normales y, expuesto en etapas posteriores, acabe reaccionando de forma desproporcionada.
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Desde el punto de vista ambiental, también debemos considerar la presencia de contaminantes en la atmósfera, como la materia particular. Estos contaminantes también pueden afectar a nuestras vías respiratorias, combinando su efecto con el de los alérgenos convencionales y agravando la situación.
En Xataka | Ha llegado la época del año en Japón donde todos llevan mascarilla. La culpa es de la Segunda Guerra Mundial
Imagen | cottonbro studio
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llevar la batalla de las actualizaciones hasta el extremo

Hay una nueva obsesión por parte de los principales fabricantes Android: la de ofrecer cuantos años de soporte sean posibles. Hasta hace no demasiado, la mayoría se conformaba con apenas dos años de actualizaciones, algo sencillamente impensable en los móviles populares más actuales.
En los últimos dos años hemos visto un número mágico: los siete años de actualizaciones. Una cifra que, a priori, parece casi mágica, y que eleva el tiempo de vida (siempre y cuando las actualizaciones no hagan más daño que bien) de forma exponencial. ¿El problema? El mismo que llevamos arrastrando desde que Android es Android.
Una obsesión clara. Siete años de actualizaciones. Samsung fue la primera en abrir la veda, ofreciendo más soporte que la propia Google. Como respuesta, los Google Pixel pasaron a contar también con un soporte de siete años, tanto de actualizaciones de sistema como de parches de seguridad.
Es un récord para el sistema operativo, propiciado en buena parte por las mejoras en soporte que ofrecen fabricantes como Qualcomm. Sus últimos procesadores permiten soporte de hasta ocho años. La pregunta es si esto tiene sentido.
Pajaritos en el aire. Prometer años y años de actualizaciones está bien. Pero tan solo hay un fabricante actualizando a buen ritmo: Google. Samsung acaba de anunciar la actualización a Android 15 para algunos de sus dispositivos de gama alta. El punto aquí es que esta versión lleva disponible desde el mes de octubre.
Hemos normalizado que actualizar rápido es actualizar medio año después de que Google presente versión estable, y a otro medio año de conocer la próxima versión del sistema operativo, Android 16. Un bucle que alimenta el mal endémico de Android: la fragmentación.
El siete por ciento. Tan solo un 7% de los dispositivos a nivel mundial están actualizados a Android 15. O, en otras palabras, un 93% de los dispositivos Android están desactualizados.
La fragmentación es inevitable en este sistema operativo (con más de un 70% de adopción global), dada la vasta diversidad de dispositivos que hay en uso. Pero un 7% sigue siendo un dato bajísimo de adopción.
No importa demasiado. Hace unos años, actualizar la versión de sistema era cambiar lenguaje de diseño casi al completo cada pocos años y acceder a un número destacable de novedades. De un tiempo a esta parte, los sistemas operativos se centran en la estabilidad y la eficiencia más que en ofrecer novedades de calado.
El principal cambio, la IA, viene de la mano de modelos como Gemini Nano, implementables sin necesidad de cambiar versión de sistema operativo. Respecto a la seguridad de uso, con estar actualizado a los últimos parches y no tener una versión demasiado antigua, es más que suficiente.
Los fabricantes a la contra. Android se ha alejado de los dos años de actualizaciones y un mínimo aceptable empieza a partir de cuatro o cinco años. Sobre romper estas barreras para acercarnos a los diez años de actualizaciones hay fabricantes con postura clara.
Entrevistando a Daniel Desjarlais, jefe de producto en Xiaomi, la respuesta a por qué la marca no ofrecía más años de soporte la respuesta fue clara: el ciclo de vida del consumidor medio no es de siete años, es de tres.
Postura similar comparte OnePlus, cuya postura sobre el móvil y el sándwich dio que hablar.
“Imagina que tu teléfono es un sándwich. Algunos fabricantes ahora están diciendo que el relleno de su sándwich, el software de su teléfono, seguirá siendo bueno para comer dentro de siete años. Pero lo que no te están diciendo es que el pan en el sándwich, la experiencia del usuario, podría estar mohoso después de cuatro años. De repente, una política de actualización de software de siete años no importa, porque el resto de tu experiencia con el teléfono es terrible”.
Resumiendo: los fabricantes están en guerra con las actualizaciones de sistema operativo. Una guerra en la que tan solo Google está logrando cumplir plazos, y en la que duda acerca de cómo se comportará un Android siete años después acecha a los fabricantes más escépticos.
Imagen | Xataka
En Xataka | Cómo saber cuántas actualizaciones de Android recibirá tu móvil con esta web
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