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50 años después lo alucinante no es que Microsoft siga existiendo. Lo alucinante es que siga siendo (tan) relevante

Hace 50 años dos jóvenes llamados Bill Gates y Paul Allen creaban el que se ha convertido en el mayor imperio software de la historia. Aquel cuatro de abril de 1975 nacía Micro-Soft. El nombre se le ocurrió a Allen, que años después no recordaba por qué usó el guión y la ese mayúscula.
El detalle se ha quedado en anécdota. Una de las miles que forman ya parte de la historia de una empresa que ha logrado ser relevante y puntera durante medio siglo. No hay muchas en el mundo de la tecnología que puedan presumir de algo así. ¿Cómo lo ha logrado?
WINDOWS 10: 9 TRUCOS MUY ÚTILES y POCO CONOCIDOS
Reinventándose.
Microsoft se ha logrado levantar después de cada caída. Y ha habido muchas. Y muy importantes.
Pero no fue así al principio. Microsoft, como todas las grandes, fue amada mucho antes de ser (profundamente) odiada. Gates y Allen estaban en el lugar y momento adecuados, pero además supieron aprovechar sus oportunidades. La primera llegó en 1980, cuando llegaron a un acuerdo con IBM para proporcionar el sistema operativo para sus PCs.
Es curioso cómo la historia se repite una y otra vez, porque eso es justo lo que pasaría con aquel sistema operativo que acabaría llamándose MS-DOS. Gates y Allen no crearon ese sistema operativo: le compraron a Tim Paterson el original, QDOS/86-DOS, por 50.000 dólares, y lo modificaron para que se pudiera usar en los PCs de IBM.
Apple hizo lo mismo con NEXTSTEP (basado a su vez en FreeBSD) cuando compró NeXT y acabó convirtiendo aquel sistema operativo en Mac OS X. Años después Google compraría una pequeña startup llamada Android Inc. para aprovechar un sistema operativo para móviles que había creado. Lo dicho. La historia se acabó repitiendo.
Pero esas son otras historias. Aquel acuerdo con IBM fue un punto de inflexión, pero sobre todo lo fue por sus términos. Microsoft recibió 430.000 dólares por aquel producto —mucho menos de lo que IBM esperaba tener que pagar— pero Microsoft mantuvo la capacidad de vender su sistema operativo a otras empresas.
A partir de ese momento Microsoft fue un cohete. Uno controlado por un Gates implacable y feroz. Con sus luces y sus (muchas) sombras, Gates y su empresa pronto comenzarían a lograr el objetivo que se habían marcado y que a priori parecía imposible: poner un ordenador en cada hogar.
Daba igual que otros hicieran las cosas de una forma distinta o mejor: Microsoft siempre lograba imponerse. Lo hizo con MS-DOS y desde luego lo hizo con su larga y errática estirpe de sistemas operativos Windows o con su suite ofimática, Office, hoy máxima expresión de la intención de cómo todo puede (pero no debe) convertirse en un servicio en la nube.
Durante 25 años a Microsoft no había quien le tosiera, pero entonces comenzaron a llegar los terremotos. Primero, internet, los navegadores, los buscadores y las redes sociales. Luego, el smartphone. La empresa de Redmond perdió todas esas guerras. Llegó siempre tarde y mal, y se vio condenado por ese dilema del innovador en el que David le gana la partida a Goliath.
Pero ahí está lo realmente alucinante. Microsoft caía y perdía esas guerras, pero volvía a levantarse y se reinventaba. Incluso aquellas que tenía ganadas —como la de los navegadores, con Internet Explorer— acabó perdiéndolas, pero insistimos: dio igual.
Ahí vimos la verdadera fortaleza de Microsoft. Daba igual que el gran público la odiase: ellos no se rendían y lo intentaban una, y otra, y otra vez. Fracasaron con Bing en buscadores, tuvieron que gastarse 26.200 millones de dólares para “competir” en redes sociales y también naufragaron (qué pena) con Windows Phone.
Y una vez más, dio igual. Frente a esos fracasos, nuevos éxitos. No solo eso: la reinvención definitiva. Tras la llegada del nuevo consegliere Nadella, Microsoft cambió de imagen y de estrategia.
De ser odiada y casi ignorada volvió a ser relevante e incluso amada. Lo consiguió de forma tímida en el segmento móvil, pero donde ha logrado un triunfo excepcional ha sido en la nube, donde Azure marca la pauta junto a su gran rival, AWS.
Y desde entonces y por el camino, muchas más historias, muchos más pequeños y grandes fracasos y también muchos pequeños y grandes éxitos. Es imposible juntarlos todos aquí, pero también es inevitable no mencionar productos legendarios.
Entre ellos la Xbox, pilar de una apuesta fortísima pero no especialmente afortunada por el segmento de los videojuegos. O también los aciertos que también logró la empresa con los dispositivos de la familia Surface. Las HoloLens fueron otro fracaso, sí, pero uno que al menos volvió a demostrar que la empresa siempre trataba de reinventarse.
En esas está precisamente ahora Microsoft, pero esta vez para no perder el que quizás sea el tren más importante de la historia: el de la inteligencia artificial. Su reacción así ha sido más rápida y ambiciosa que en otras ocasiones, pero aun así las incógnitas sobre el resultado de esa apuesta son enormes.
Pase lo que pase, probablemente dará igual. Y dará igual porque Microsoft acabará haciendo lo que siempre ha hecho.
Reinventarse.
Felices 50, Microsoft.
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los aranceles les han cortado las alas antes de despegar

La industria de los artículos de lujo afronta una difícil encrucijada ante las nuevas políticas arancelarias impuestas por EEUU. Aunque Trump ha dado un pequeño respiro de 90 días a la economía mundial, la imposición de aranceles hasta el 20% a productos europeos, supone un duro golpe a las marcas de moda, relojería y accesorios de alta gama.
El sector del lujo no solo se enfrentan a una inevitable subida en el precio de sus productos, sino que también pone sobre la mesa el futuro de las etiquetas “Made in Italy” o “Swiss Made” que lucen algunos de los productos más caros y exclusivos como sinónimo de diseño y calidad.
La industria del lujo frente a los aranceles. Europa lleva décadas siendo el epicentro de la moda y el lujo mundial. Grandes marcas como Louis Vuitton, Hermès, Cartier, Chanel, Rolex o Phillipe Pattek prosperan gracias a un equilibrio entre tradición artesanal y estrategias globales. Sin embargo, el escenario ha cambiado drásticamente tras los tambores de guerra comercial de Estados Unidos.
Se estima que los aranceles de entre el 10% y el 20% para ciertos artículos de lujo fabricados en Europa y Reino Unido, podrían elevar el coste final para el consumidor en un mercado que representa el 24% del gasto total mundial en lujo, según datos de Bain & Company.
Suiza no se mueve. La cuestión es todavía más grave para la industria relojera. EEUU ha impuesto un arancel del 31% a Suiza que, recordamos, no pertenece a la UE. Por el momento, la postura del ejecutivo suizo es la de no tomar medidas arancelarias recíprocas como está haciendo el resto de Europa, pese a mostrarse indignados con una política que consideran injusta con el país helvético.
Marcas destacadas como Rolex, Patek Philippe o TAG Heuer están entre las más expuestas a estos incrementos ya que su fabricación se realiza de forma exclusiva en sus talleres en Suiza y no se plantean llevarse parte de la producción a EEUU. Pese a este panorama, la industria relojera suiza se muestra optimista. Aseguran que su público principal, compuesto por compradores de alto poder adquisitivo, seguirá pagando los altos precios, y consideran que, para ellos, un sobrecoste del 31% es un inconveniente menor.
Migrar no está en la hoja de ruta. Ante este nuevo contexto, podría pensarse que las marcas de lujo europeas deberían considerar trasladar su producción a EEUU, tal y como se está planteando la industria del automóvil, para esquivar los aranceles. Sin embargo, ninguna marca de moda y productos de lujo ha manifestado su intención de abandonar sus centros de producción actual. “En cada conversación que he tenido con clientes durante los últimos cinco a diez días, ni una sola persona hablaba de construir una fábrica en Estados Unidos”, asegurabaa The New York Times William Susman, director gerente del banco de inversión Cascadia Capital.
Firmas como Victorinox, fabricante de la emblemática navaja multiusos, han dejado claro que la calidad artesanal es inseparable de su identidad y que cualquier cambio en la localización de la producción comprometería su esencia. “Este icono suizo está inextricablemente ligado a la promesa de calidad ‘Swiss Made’. Nos mantendremos firmes en ello”, sentenciabaCarl Elsener Jr., director ejecutivo de Victorinox al New York Times.
La única excepción es el grupo Louis Vuitton Moët Hennessy (LVMH), el holding de Bernard Arnault, que además de contar con marcas americanas como Tiffany&Co, dispone de varias factorías en California y Texas, que inauguró el propio Donald Trump en su primer mandato. No obstante, eso solo le libraría de parte del coste de los aranceles, ya que al importar pieles y telas de alta calidad desde Europa y otras regiones, también estarían afectados por los aranceles recíprocos.
El cliente aspiracional: la gran pérdida para el lujo. Tal y como apuntaban desde Reuters, el mercado estadounidense representa entre un 20% y un 30% de las ventas de los grandes grupos de la moda, cosmética y accesorios de lujo como LVMH, Kering, Richemont o Hermès. Ese porcentaje no solo abastece de productos a los millonarios que pueden pagarlo holgadamente. También hay un importante porcentaje de cliente aspiracional que, tal vez, está dispuesto a pagar 2.000 dólares por un bolso, pero se lo pensará si ese mismo producto pasa a costar 2.400 dólares.
“Un arancel del 20% sobre los bienes de lujo europeos podría deprimir las ventas de lujo en Estados Unidos, especialmente para empresas como Burberry y Kering que se centran más en una clientela adinerada aspiracional que en los clientes ultrarricos”, señalaban los analistas de la consultora Morningstar en declaraciones a Reuters.
Otra puerta que se les cierra. La guerra comercial iniciada por EEUU llega en un momento en el que, al igual que el sector de los coches de lujo, la industria de los productos de alta gama buscaba recuperarse de la caída de ventas experimentada en el mercado chino en 2024. Ahora, rebajar sus expectativas de venta en EEUU representa un duro golpe, sobre todo cuando las principales marcas del sector ya habían abierto nuevas tiendas en EEUU, tal y como destacan en Business of Fashion.
Según los analistas del sector, las marcas deberían subir entre el 4% y el 6% sus precios para mitigar el incremento de costes. A tenor de lo publicado por Business of Fashion citando fuentes de Barclays, se prevé un impacto negativo del 1,5% para la división de moda y artículos de cuero de LVMH y del 2,4% para Prada y Hermès.
La dependencia del cliente aspiracional dejaría más expuestas a compañías como Kering (Gucci, Balenciaga, Yves Saint Laurent, etc.) podría sufrir una caída del 8,7%, mientras que el fabricante de relojes suizo Richemont (Cartier, Piaget, Baume&Mercier, Vacheron Constantin, etc.) podría experimentar una caída del 7,1%. Todo ello, cuando las previsiones del sector daban un crecimiento de hasta el 3% para este año.
En Xataka | Cómo gana dinero Louis Vuitton: del lujo inalcanzable al lujo masivo
Imagen | Flickr (Trump White House Archived)
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la clave es la distribución

Midjourney lanzó hace unos días su modelo V7 después de un año sin actualizaciones. Un año. Doce meses en los que a OpenAI le ha dado tiempo a convertir ChatGPT en una máquina de generar imágenes que está arrasando. El contraste es brutal: mientras uno trabajaba con mucha paciencia, el otro conquistaba el mercado.
Es un caso de manual de una ley inmutable en la industria: la mejor tecnología no suele ganar a la mejor distribución. Es algo parecido a lo que ocurre con Claude.
Hace menos de dos años, Midjourney era el rey indiscutible de la generación de imágenes con IA. Sus creaciones estaban muy por delante del resto –al menos entre las de complejidad similar– en calidad artística y en capacidad para interpretar prompts complejos cuando DALL-E aún se limitaba a figuras difusas. Stable Diffusion requería conocimientos técnicos fuera del alcance del usuario medio.
Midjourney marcaba tendencia, acaparaba portadas y abría debates sobre el arte digital. Pero lo hacía con un desarrollo del producto –al margen de su tecnología– demasiado lento. Pasó demasiado tiempo anclado en Discord como interfaz, una plataforma diseñada para gamers, no para creadores visuales; y su nueva web es una gran mejora, solo despeja, no dispara las capacidades del usuario ni facilita la exploración creativa.
OpenAI, de repente, ha integrado una generación de imágenes bestial en ChatGPT. Y ni siquiera ha necesitado un productazo específico. Se ha limitado al mismo lienzo en blanco que con el chatbot. Y la diferencia es abismal. No hay fricciones ni aplicaciones extra ni interfaces ajenas y complejas. Ni de aprender comandos concretos.
El desarrollo de producto en Midjourney está siendo algo decepcionante. Ha tardado un año en pasar de V6 a V7 y su web sigue siendo un Discord depurado y bonito, no una interfaz realmente propia centrada en disparar nuestra creatividad, como la de Freepik. Contrasta con la agilidad de OpenAI.
Lo más llamativo, y no necesariamente positivo, es que el debate actual sobre estas herramientas se centra en algo tan superficial como la capacidad para generar imágenes estilo Ghibli. Lo que debería ser una revolución creativa se ha convertido en una carrera por la función viral del momento. Y Midjourney, que fue pionero, ahora responde reactivamente a tendencias marcadas por otros.
La integración es la clave. Millones de usuarios ya acceden a ChatGPT diariamente para escribir textos, generar código o responder preguntas. Ahora pueden crear imágenes sin salir de esa misma ventana. Con Midjourney necesitas una cuenta separada, una interfaz distinta, un flujo de trabajo completamente diferente.
Es la misma razón por la que Windows Phone murió pese a su gran planteamiento estético, o por qué pocos usan Proton Mail a pesar de su privacidad superior. La conveniencia siempre vence a la excelencia técnica.
David Holz, CEO de Midjourney, describe su nuevo V7 como una “arquitectura totalmente diferente”, pero la pregunta es si esto importa cuando el público ya ha normalizado usar ChatGPT para todo, incluidas las imágenes, sin tener siquiera que invocar a DALL-E, que ya es historia. Si el mejor producto es el que la gente realmente usa, Midjourney ya ha perdido.
La mejor innovación no suele estar en crear la mejor tecnología posible, sino en integrar tecnología suficientemente buena donde la gente ya está. Distribución. Una lección que Midjourney ha aprendido demasiado tarde, convirtiéndose en la mayor víctima del impresionante generador de imágenes de ChatGPT.
En Xataka | 18 ideas de estilos para editar tus fotos con ChatGPT
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Midjourney lanzó hace unos días su modelo V7 después de un año sin actualizaciones. Un año. Doce meses en los que a OpenAI le ha dado tiempo a convertir ChatGPT en una máquina de generar imágenes que está arrasando. El contraste es brutal: mientras uno trabajaba con mucha paciencia, el otro conquistaba el mercado.
Es un caso de manual de una ley inmutable en la industria: la mejor tecnología no suele ganar a la mejor distribución. Es algo parecido a lo que ocurre con Claude.
Hace menos de dos años, Midjourney era el rey indiscutible de la generación de imágenes con IA. Sus creaciones estaban muy por delante del resto –al menos entre las de complejidad similar– en calidad artística y en capacidad para interpretar prompts complejos cuando DALL-E aún se limitaba a figuras difusas. Stable Diffusion requería conocimientos técnicos fuera del alcance del usuario medio.
Midjourney marcaba tendencia, acaparaba portadas y abría debates sobre el arte digital. Pero lo hacía con un desarrollo del producto –al margen de su tecnología– demasiado lento. Pasó demasiado tiempo anclado en Discord como interfaz, una plataforma diseñada para gamers, no para creadores visuales; y su nueva web es una gran mejora, solo despeja, no dispara las capacidades del usuario ni facilita la exploración creativa.
OpenAI, de repente, ha integrado una generación de imágenes bestial en ChatGPT. Y ni siquiera ha necesitado un productazo específico. Se ha limitado al mismo lienzo en blanco que con el chatbot. Y la diferencia es abismal. No hay fricciones ni aplicaciones extra ni interfaces ajenas y complejas. Ni de aprender comandos concretos.
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Lo más llamativo, y no necesariamente positivo, es que el debate actual sobre estas herramientas se centra en algo tan superficial como la capacidad para generar imágenes estilo Ghibli. Lo que debería ser una revolución creativa se ha convertido en una carrera por la función viral del momento. Y Midjourney, que fue pionero, ahora responde reactivamente a tendencias marcadas por otros.
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Es la misma razón por la que Windows Phone murió pese a su gran planteamiento estético, o por qué pocos usan Proton Mail a pesar de su privacidad superior. La conveniencia siempre vence a la excelencia técnica.
David Holz, CEO de Midjourney, describe su nuevo V7 como una “arquitectura totalmente diferente”, pero la pregunta es si esto importa cuando el público ya ha normalizado usar ChatGPT para todo, incluidas las imágenes, sin tener siquiera que invocar a DALL-E, que ya es historia. Si el mejor producto es el que la gente realmente usa, Midjourney ya ha perdido.
La mejor innovación no suele estar en crear la mejor tecnología posible, sino en integrar tecnología suficientemente buena donde la gente ya está. Distribución. Una lección que Midjourney ha aprendido demasiado tarde, convirtiéndose en la mayor víctima del impresionante generador de imágenes de ChatGPT.
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