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Música: Alejandro Fernández rescata el sueño de su padre
Una lista de canciones clásicas mexicanas estaba guardada; la había escrito Vicente Fernández para grabarlas en un disco y cantarlas en una gira. Un año después, falleció. Ahora su hijo Alejandro la desempolvó para volver realidad ese sueño que comenzará a cristalizarse. De esa lista, explica Alejandro, salieron 36 canciones, pero contando los popurrís son como cincuenta.
“Pero quedaron fuera como otras 50 o 100, o sea que da para otros discos más. Fue de la selección que hice con mi padre, quería que él fuera el productor del disco, pero lamentablemente nos ganó el tiempo y hasta ahorita nos estamos reuniendo para darle forma al proyecto. También comparamos en las plataformas musicales cuáles son las que se escuchan y más se descargan, y de ahí elegimos”.
En un hotel de la Ciudad de México con vistas al Bosque de Chapultepec, “El Potrillo” toma su lugar. Toda la habitación está llena de fotos de Alejandro y su padre, a quien quiere rendir homenaje con “De rey a rey”, un tour que recorrerá Estados Unidos, México, Centro y Sudamérica y España.
La figura de “Chente” aún le impone. Si bien reconoce que le emociona cumplir con este proyecto, también le preocupa hacerlo dignamente: “No quiero verme soberbio o que la gente piense que las quiero mejorar, sino más bien hacerle un homenaje y que estas canciones queden en las nuevas generaciones, además de que es un legado que me está dejando mi padre, una herencia, las quiero atesorar”.
La primera prueba será hoy y mañana, con el par de conciertos que ofrecerá el cantante en la Plaza de Toros México, en la Ciudad de México, donde grabará el disco en vivo y que incluirá la primera canción de este homenaje: “No me sé rajar”, que produjo Edén Muñoz.
“Lo adoro, Edén es una magnífica persona y un genio. Viendo su carrera, lo que está haciendo; hablamos con él y le dijimos: ‘vamos a hacer los arreglos, pero no queremos quitarle la esencia, porque son éxitos muy grandes de mi padre y no se puede jugar con eso’. Tratamos de respetar el espíritu de la canción, pero de renovarla para que las generaciones nuevas sí se identifiquen”.
Más rebelde que su hijo
De la misma manera en que lo hizo su padre hace casi 30 años, el intérprete de “Me dediqué a perderte” le da la bendición a su hijo Alex ahora que emprende su camino independiente en una gira al lado de Majo Aguilar. Su última presentación juntos fue la semana pasada en las Fiestas de Octubre de Guadalajara.
“Por la emoción, se me fue la onda de que era la última presentación con Alex y no nos despedimos ahí. Él se despidió (en redes sociales), me dijo unas cosas muy lindas, me hizo llorar y le contesté. Se está repitiendo curiosamente la historia”.
Su padre, señala, es un joven trabajador y dedicado, y cuando lo considera, le llama la atención.
“Trato de no ser tan autoritario ni tan estricto con él, pero si llega a pedirme un consejo o si está en un concierto y veo que está haciendo algo mal, sí le llamo la atención. Es muy disciplinado, me hace caso”.
“El Potrillo” reconoce que él fue un poco diferente con su padre: “Yo era un poco más rebelde. Cuando saqué el disco de ‘Como quien pierde una estrella’, estábamos preparando otro de música mexicana y como me había ido tan bien con esa canción, me moví yo solo. Tuve oportunidad de trabajar en una canción de los Juegos Olímpicos, a la que me invitó Emilio Estefan; le conté de un proyecto que tenía de evolucionar la música mexicana, de hacerle una fusión entre balada, que ahora es como mi marca, y mi papá se paraba de pestañas, porque me iba a salir de la música mexicana”.
Vicente Fernández, cuenta, no entendía por qué quería cambiar de género al pop cuando tenía más éxito en la música mexicana incluso que “El Charro de Huentitán”.
Le tomó dos años convencerlo, comparte: “Yo era muy terco —risas— y me costaba mucho trabajo moverlo de su idea. Explicaba: no me voy a mover, simplemente lo voy a fusionar y vamos a agregar un nuevo sonido, pero va a seguir siendo mexicano”.
Finalmente, Alejandro dice conservar aún la carta donde su padre, después de todo, le dio la razón: “Me dijo: ‘hijo, entendí que la libertad es lo mejor que puede existir, te doy las alas para que hagas lo que tú quieras. Si quieres hacer el disco de pop, tienes mi bendición. En las últimas giras donde volvimos a cantar juntos, en el Foro Sol, le preguntaban: ‘¿sigues enojado con Alejandro?’ Y dijo, ‘no, al contrario, lo felicito, el que estaba equivocado era yo y qué bueno, le fue espectacular’, fue como darme una palmadita”.
CT
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Daniela Liebman: “Hoy trato de escucharme a mí misma”
Para Daniela Liebman (2002, Guadalajara) este es el último año en el conservatorio Juilliard en Nueva York, una de las instituciones más prestigiosas del mundo. De cierta manera, la última etapa de su formación allí marca otro punto de partida en una carrera profesional que empezó hace 14 años.
Su padre, violinista, previó lo competitivo que puede ser el mundo de la música y buscó todas las vías de impulso para Daniela. Hoy, en el horizonte, le entusiasman sus primeros conciertos profesionales en Europa, donde interpretará a Philip Glass (Hamburgo, Berlín y Colonia; fecha por confirmar); y viene justo de un triunfo que también involucra a Glass: este año fue seleccionada para tocar sus Estudios completos en el Lincoln Center. Ahora se prepara para sendos recitales en la Universidad Duke, en Carolina del Norte y la temporada 2024-2025 del festival de piano Gilmore (”un sueño de infancia”, dice). Pero, tras este camino hacia la proyección internacional, hay un proceso particular: el tránsito de una carrera precoz hacia la madurez artística y la búsqueda de la propia identidad.
—¿Cómo influyó tu familia en tu carrera?
—Ellos no tenían planeado que la vocación de ser músico fuera algo que yo iba a hacer profesionalmente. Mi papá, sabiendo que el mundo de la música clásica es especialmente competitivo, quiso darme un instrumento a una edad temprana, en la que me iba a convencer. Él practicaba conmigo todos los días. Era una gran dedicación al piano, a los cinco años hay niños que lo pueden hacer solos, y muchos que no. Yo era uno de los que no podía hacerlo sola. Me distraía mucho, quería ir a jugar.
Me gustaba la música, pero a esa edad es mucho de concentrarte y permanecer ahí sentada una hora al día. Entonces, él me ayudó muchísimo. Mi mamá también. Básicamente con lo que sea que no tenía que ver con la música. Me llevaban a estudiar a Colima. Dos horas y media era el viaje para estudiar ahí. De regreso, otras dos horas y media. Todas las semanas lo hacían. Me llevaban a competencias y conciertos. Estudiaban conmigo. Era bastante especial lo que ellos hacían por mí.
En la cultura del continente americano es algo que no se suele ver mucho, especialmente en México, porque la música clásica no es típicamente popular. Entonces, no tenía amigos cuyos papás hicieran algo así por ellos. Pero también porque la cultura de la música clásica estaba muy bien definida en mi familia.
—Ya hiciste un álbum, ¿preparas otro?
—Sí, estoy preparando otro. Creo que tendrá los Estudios de Philip Glass. Aún estoy decidiendo qué ponerle. Quizá también incluya el Impromptu de Alfredo Carrasco y algo de Debussy. Ya hice la grabación en físico y se está produciendo. Entonces, no sé exactamente cuánto tiempo vaya a tomar ese proceso.
—¿Ser compositora se vislumbra en tu futuro?
—Sí, pero creo que cada vez más y más estoy viendo que la gente está quitando las barreras entre un título y otro. Espero, tal vez, en el futuro componer algo. Creo que el mundo está reconociendo más a los profesionistas, no como pianistas o violinistas, sino como artistas, en general, que pueden producir música de más de una manera.
Me interesa mucho explorar otras opciones musicales. Me veo viviendo de eso en el futuro. Espero seguir en la misma ruta. Esa es mi única meta. No tiene que ver tanto con la carrera, sino con dónde quiero estar musicalmente.
—¿Cómo ha sido el tránsito de tu carrera precoz hacia la madurez?
—Es un descubrimiento. De chica me decía a mí misma que una vez que llegara a una edad adulta estaría más formada, tocando en varios sitios. Mientras más pasan los años, me doy cuenta de que, para mí, ser adulto es llegar a un proceso infinito donde estás tratando de procesar quién eres. Solía ver la adolescencia como investigar quién eres. Pero ser un músico maduro significa que se está constantemente en un proceso de evolución. Incluso lo he notado con mis artistas favoritos de piano. Los más viejos o que ya murieron tienen grabaciones de juventud, a mi edad, tocando increíble… Y 10, 20 o 30 años después tocaban de una forma diferente.
He tratado de enfocarme menos en tocar de una manera que mis maestros me han enseñado que está bien y he tratado más de notar si lo que ellos me han dicho que suena bien es algo que no me gusta o que sí funciona, pero no me representa como artista. Admiro y respeto mucho a todos los maestros con los que he estudiado, pero ellos tienen sus propias personalidades y yo soy una persona diferente. Cuando eres estudiante y niño aprendes a hacer todo bien y ellos te dicen lo que está bien. Creo que muchos músicos que empiezan a edad temprana suelen escuchar el título de prodigio. Pero todavía no se tiene la experiencia y el tiempo para saber qué estilo de música o qué estilo es el que más le gusta a uno. ¿Cuál es tu propia voz? No es una pregunta que realmente uno se hace a los 13 años o incluso a los 18. Ahora estoy tratando de escucharme a mí misma, de una manera artística y con opiniones fuertes, para sentirme satisfecha de alguna manera con lo que hago. La gente me decía que tocaba bien. Yo misma lo pensé, pero no sentía que lo que hiciera fuera una representación de mi alma o mi identidad emocional.
Busca su propia voz
La joven pianista comparte que el proceso que ha desarrollado para encontrar su propia voz, y que le costó mucho trabajo para encontrar su identidad como persona más allá de su identidad como músico: “Empecé a tocar el piano a los cinco, pero realmente mis papás trataron de meterme a clases a los tres, pero no había lugar en Guadalajara donde me aceptaran a los tres. Entonces formé mi identidad como músico, incluso antes de formar mi identidad como persona. A una edad muy temprana, sólo aceptas tu posición en el mundo, trabajas con lo que tienes. A los 14 años, tal vez, empecé a tener una confusión frente a las cosas de mi vida que no me gustaban. Estaba muy aislada. Fue una decisión que tomé, el salir de la escuela y empezar con el programa de homeschool para tener más oportunidades de viajar, dar conciertos y hacer competencias. Esa decisión la tomé yo. Mis papás nunca me dijeron que tenía que hacer algo, siempre me preguntaban, pero yo, a los 10 u 11 años no iba a entender las repercusiones de una decisión así”.
Sobre los sucesos que marcaron el camino de Daniela hacia la madurez, responde que sus padres tomaron las decisiones hasta que ella, lo empezó a hacer. La primera decisión grande que tomó en su vida, para su carrera, fue como a los 11. “Y luego fue irme a estudiar a Texas. Ellos siempre me dijeron que la opción era mía. Otro momento de madurez fue cuando llegué a Nueva York, a los 19 años. Fue un momento donde me separé de la música y me empecé a frustrar. Nunca he tenido la duda de que la música es lo que más me gusta hacer. Por no tener la duda, tuve la fuerza de seguir adelante con situaciones que no me gustaban. Me empecé a dar cuenta que tener intereses y vida fuera de la música me hacían una persona más saludable. Me faltaba más de eso. Nunca he querido dejar la música, pero no me gustaba la relación que tenía con ella”.
Al cuestionarla sobre cómo logró enfrentar ese momento, Daniela comparte que le tocó estar en una generación donde la mayoría de sus amigos van a terapia, “es algo que está bastante normalizado”, indicó.
Agregó que dicha decisión la hizo sentir feliz: “Escuchar experiencias de otros chicos de mi edad, que también se dedican a esto y tienen vidas propias, modelos diferentes de vida, fue algo que me abrió los ojos porque en México no conocía a mucha gente que estuviera viviendo lo mismo que yo; en Texas tampoco. Al llegar a Nueva York, conocí a cientos de chicos de mi edad que estaban en el mismo ámbito. El problema fue más bien que sí quiero dedicarme a la música, lo quería hacer y la situación era difícil para mí. No me daba cuenta que, en realidad, lo que me estaba costando trabajo no era la música, sino la falta de comunidad”.
¿El éxito está fuera de México?
Finalmente, al preguntarle si ¿cree que es necesario salir del país para lograr el éxito? Daniela explicó que por lo general, Estados Unidos tiene una comunidad mucho más grande que México para la música clásica.
Indicó que en Nueva York, en Juilliard, “hay un programa para niños y adolescentes, básicamente diseñado para definir si quieren estudiar a nivel profesional. En Guadalajara eso no existía y en la Ciudad de México tal vez hay algunos programas. Realmente, en ese momento, la única solución que nosotros encontramos fue salirnos del país. Ahora hay muchos músicos que son sumamente buenos y están saliendo de México; mi generación, especialmente, se está volviendo muchísimo más competitiva de lo que fue cuando yo era niña. Creo que es una buena opción salir del país. Pero también podría decir eso de cualquier otro país. A nivel musical es importante enfrentarse a la falta de la propia cultura para poder aprender de otras. Creo que musicalmente eso es algo que me ha hecho bien”.
DETALLES DE LA PIANISTA
Una vocación precoz
A pesar de su juventud, Liebman ha tocado en recintos y festivales de primer nivel. Nació en Guadalajara, Jalisco, en junio de 2002. Comenzó a estudiar a los cinco años y debutó a los ocho, con la Orquesta Sinfónica de Aguascalientes. Desde entonces ha tocado con más de 20 orquestas nacionales e internacionales, como es el caso de la Orquesta Filarmónica de Jalisco (OFJ), en 2023. En 2013, Liebman debutó en el Carnegie Hall. Un año después se presentó, por primera vez, en el Palacio de Bellas Artes. En 2018 volvió a ese recinto, pero con la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN). Estuvo en el Festival Cervantino en 2014. Ha ganado competencias internacionales en España y Estados Unidos.
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Jorge Drexler | El Informador
Hace algún tiempo estuvo en la ciudad el cantautor uruguayo Jorge Drexler, se presentó ante un lleno total, en el Teatro Diana, el recinto con más movimiento escénico y musical de Guadalajara y, como bien recuerdo, fue un éxito al corazón. Drexler ha hecho de su carrera algo saboreable, tanto para él como artista como para uno de público u oyente. De alguna manera, de tanto escucharlo a lo largo de muchos años, siento que en una relación de este género, crecemos con él, tanto musicalmente como humanamente. Lo he visto en vivo algún par de veces nada más y me parece cálido, atento, hasta cariñoso por momentos. Recuerda detalles durante su presentación de momentos pasados o de experiencias vividas en Guadalajara y crea una conexión real con nosotros, sus testigos.
Apenas antier celebró el mundo el día de Santa Cecilia, que los músicos tomaron como su día. La música es infinita y de escoger un sentido que no perdería por nada, sería el del oído. Preferiría que la comida no me supiera, y eso que es uno de los más grandes placeres de la vida. O el tacto, aun sabiendo que una caricia puede sanar más de lo que también puedo expresar. Pero es que la música me ha acompañado y en algunas ocasiones me ha hecho sentir emociones que no habría podido evocar o comunicar si no fuera por ésta divina creación. En esta época en la que los juicios sumarios y censuras a tantos artistas por contenido, me pregunto quién es uno para limitar ciertas manifestaciones nos parezcan o no grotescas, groseras, viles.
Yo agradezco haber crecido con un amplio abanico musical y claro, aunque tengo mis dioses del Olimpo favoritos, entre algunos cantantes, me siento muy cómoda en el día a día. Drexler es justamente un buen libro sobre el buró. He vuelto a él cuando me busco cómoda, cuando deseo cantar tranquila y cuando rememoro épocas totalmente pasadas, y me encanto de poderme saber una nueva persona ante la misma canción, del mismo disco, del mismo concierto en vivo. Esta no es ninguna recomendación, es solo una breve reflexión de lo que la música hace de nosotros. Ojalá algunos artistas vivos y otros tantos muertos, pudieran saber lo que uno les debe.
argeliagf@informador.com.mx • @argelinapanyvina
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Tres canciones alternativas para oír
Escuchar música, sea del género que prefieras, será siempre uno de los mayores placeres de la vida. Cierto es que, diversificar los gustos personales, aunque no los acostumbres o ni siquiera te hayas imaginado escucharlos; es una buena excusa para descubrir nuevos géneros y piezas musicales.
Tomando como punto de partida recomendaciones de música de jazz transmitidas por Jalisco Radio, tal vez alguna de estas piezas, sea de tu interés.
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De la mano de la banda estadounidense formada en Detroit, The Temptations, considerado como uno de los grupos musicales más exitosos en la historia de la música en Estados Unidos; incluye en su repertorio una variedad de géneros tales como el R&B —Rhythm and Blues, originado a partir del blues y el jazz—; doo-wop —estilo vocal que une los géneros rhythm and blues y góspel—; funk —surgido en la década de los 60’—; disco y soul.
“My Girl” , es una canción de soul compuesta por Smokey Robinson y Ronald White, miembros de The Miracles, para ser interpretada por el grupo The Temptations; fue lanzada en 1964 por la compañía discográfica Motown Records.
Guitarrista de jazz de origen croata, Damir Kukuruzović, fue uno de los más representativos artistas del jazz gitano o, por su término en inglés; gypsy jazz.
“David” es una pieza instrumental ecléctica que mezcla sones de guitarra, violín, cello, entre otros instrumentos. De ritmo ágil y despierto, pertenece al álbum “Green Hill Gipsy Swing”.
Seguimos sin soltar la cuerda del jazz gitano, porque el grupo francés, Latché Swing, compuesto por las dos guitarras principales, el bajo y saxofones recrean y revisitan el repertorio de Django Reinhardt, de Stéphane Grappelli y de Horace Silver.
Con un sonido enérgico, un fraseo puro y aireado, ritmos acelerados y melodías extravagantes, el cuarteto originario de Rouen, Francia, desboca en su música todo el swing jazzístico —estilo nacido en Estados Unidos a finales de los años 20, el cual utiliza instrumentos como piano, contrabajo y batería; trompetas y trombones; saxofones y clarinetes—.
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AO
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