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no está claro cómo ganar dinero cuando la IA conteste a todo

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Por estos tiempos hay un gesto que se repite una y otra vez: abrir un chatbot o un modo de búsqueda generativa, escribir una pregunta y esperar una respuesta directa, ordenada y aparentemente definitiva. No hay lista de enlaces ni necesidad de comparar diez páginas para decidir en cuál confiar. La promesa de comodidad es evidente, pero detrás de ese gesto cotidiano se está abriendo una grieta mucho más profunda. Durante años, la búsqueda en internet ha sido una de las grandes máquinas de generar dinero de la industria tecnológica. Si la IA empieza a contestarlo todo por nosotros, la pregunta ya no es técnica, sino económica: quién paga esa respuesta y quién se queda fuera.

La primera señal clara de que algo se está moviendo llegó en un momento muy concreto del calendario comercial. Durante el último Black Friday, los grandes modelos de lenguaje empezaron a enviar tráfico real a tiendas online de primer nivel. Según datos de Semrush citados por The Wall Street Journal, una veintena de grandes retailers recibió una media de 183.000 visitas diarias procedentes de herramientas de IA, una cifra todavía pequeña frente a Google, pero casi ocho veces superior a la del año anterior. El volumen sigue siendo marginal, pero la tendencia ya no pasa desapercibida para quienes viven de captar y convertir usuarios.

Cuando la respuesta sustituye al clic. La búsqueda tradicional funcionaba como un sistema de derivación: cuanto mejor posicionada estaba una página, más tráfico recibía. La irrupción de la IA altera ese esquema al ofrecer respuestas cerradas que, en muchos casos, reducen o eliminan el paso intermedio. Ese cambio no garantiza mayor calidad ni fiabilidad, los modelos pueden cometer errores, mezclar fuentes o generar información incorrecta. Pero sí transforma el reparto de la atención. Si el usuario deja de salir hacia miles de sitios y la interacción, en muchos casos, se concentra en la plataforma que responde, el modelo económico que ha sostenido la web durante años entra en tensión.

Ese desplazamiento de la atención ha activado una reacción inmediata en el lado empresarial. A medida que las respuestas generadas por IA empiezan a influir en qué marcas aparecen y cuáles desaparecen del radar del usuario, surge una nueva preocupación: cómo “estar” dentro de esas respuestas. De ahí nace la idea de optimizar para la búsqueda con IA, un terreno todavía difuso en el que conviven agencias tradicionales, startups recién creadas, como Evertune o Profound, y plataformas que intentan ofrecer métricas, herramientas y promesas de visibilidad en sistemas que, por definición, funcionan como cajas negras.

Tiendas Online
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La aparición de la búsqueda con IA no ha generado consenso, sino un choque de interpretaciones. Una parte del sector cree que el cambio es incremental y que las buenas prácticas de siempre siguen siendo relevantes, aunque ahora se expresen de otra forma. Frente a ellos están quienes hablan abiertamente de un cambio de era y defienden que la visibilidad en respuestas generadas requiere una disciplina nueva. Entre ambos extremos se mueven empresas, marcas e inversores, con millones de dólares en juego.

Las señales que resisten el cambio. En un terreno poco estandarizado, muchas de las tácticas que mejor encajan con la búsqueda generativa no son radicalmente nuevas. Autoridad, contexto y claridad editorial siguen siendo factores relevantes, al igual que ofrecer información útil y verificable. Algunas empresas, explica Semrush, están afinando formatos, resúmenes o estructuras para facilitar la lectura por parte de los modelos, pero sin romper con sus prácticas previas.

Cuando el contexto social entra en la ecuación. Frente al SEO clásico, la IA parece apoyarse más en señales externas al sitio web. Según datos analizados por Profound, la recencia pesa especialmente en este tipo de respuestas. Y, de acuerdo con Semrush, también gana relevancia el contenido generado por usuarios, desde foros hasta comentarios en plataformas sociales, que los modelos utilizan como materia prima para entender productos y marcas. Eso introduce una variable difícil de controlar para las marcas: la conversación real. Ya no se trata solo de optimizar páginas, sino de entender que el relato colectivo también influye en lo que la IA devuelve.

Durante años se ha construido toda una industria alrededor de una premisa muy concreta: aparecer en Google para influir en una decisión de compra. Especialistas en SEO, agencias de marketing digital, herramientas y plataformas publicitarias han vivido de optimizar visibilidad, información y mensajes que llevaban al usuario hasta una tienda. Ese sistema funcionaba porque la búsqueda actuaba como intermediaria y derivaba al potencial comprador. Si la IA empieza a responder, recomendar y priorizar o sugerir qué enlace mostrar para comprar, el engranaje entero se reconfigura. La pregunta ya no es solo cómo atraer visitas, sino cómo ganar dinero cuando la intermediación cambia de manos.

Imágenes | Google | Austin Distel | 1981 Digital

En Xataka | El riesgo de que OpenAI quiebre va mucho más allá de su futuro como empresa: de ello depende todo el sector

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suscripciones y alejarse del móvil

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No corren buenos tiempos para las salas de cine. De hecho, ni siquiera a grandes títulos como ‘Avatar: Fuego y ceniza’, una de las películas del año, les salen las cuentas. De hecho, a las nuevas películas les cuesta tanto llenar las salas que taquillazos históricos como ‘Regreso al futuro’ han salido al rescate. En medio de esa interminable travesía por el desierto de las salas de cine, unos pequeños brotes verdes se dejan ver y llegan desde un lado que invita a tener cierto optimismo con cuentagotas: la Generación Z, que ya ha demostrado que le gusta nadar a contracorriente en diferentes cuestiones, que van desde desterrar el alcohol a volver a escribir cartas o el gusto por los cruceros

La generación Z va más al cine. Un informe de este mismo diciembre de la organización comercial Cinema United destaca que la frecuencia de asistencia de la generación Z aumentó un 25 % año tras año. Así, en 2025 esta generación vio un promedio de 6,1 películas, un leve repunte respecto a las 4,9 visitas del año anterior. En esta última encuesta, el 41% de las personas participantes aseguró ir al cine al menos seis veces al año frente al 31% de 2022. 

Por qué es importante. Porque el cine atraviesa una crisis acuciante tanto las de salas como la de económica que golpea a Hollywood. En el caso de España, ni TV, ni cine ni libros: solo interesa ir a a conciertos, entre otras cosas, por la búsqueda de experiencias únicas. Y se nota: en el estado español atraviesa uno de sus peores momentos: ha caído la mayoría de indicadores en 2024 y no llega a la taquilla de 2019. 

El mal que arrasa las salas de cines tiene varias aristas, desde la transformación del modelo económico del entretenimiento hacia un streaming donde la competencia y la búsqueda de la rentabilidad es feroz. Como consecuencia se han reducido sus presupuestos y la cantidad de proyectos), pero también las diferentes huelgas de la industria, la irrupción de la inteligencia artificial y por supuesto, el precio de las entradas. 

Las razones para volver al cine de la gente joven. Mencionábamos más arriba que vivir experiencias es una razón de peso para inclinarse por los conciertos frente a otras formas de ocio, pero es que disfrutar de una película en una sala de cine está a años luz de hacerlo en el salón de tu casa, por mucha tele grande o barra de sonido que tengas. En Bussiness Insider recogen declaraciones de diferentes jóvenes que van desde cubrir la necesidad de una actividad y de estar en comunidad a hacer una actividad sin móvil, en tanto en cuanto deberías dejarlo a un lado en la sala (no seas de esa gente que ilumina su entorno con la pantalla). 

¿Y qué pasa con los precios? Si hoy quisiera ver ‘Avatar 3’ en mis cines más cercanos pagaría 9 euros por ver la película en 2D a las 20h en los Yelmo de Itaroa (Pamplona). 10 euros si es en 3D. Aquí es donde entran las suscripciones y el contexto inflacionista actual.


Captura De Pantalla 2025 12 27 A Las 13 56 14
Captura De Pantalla 2025 12 27 A Las 13 56 14

Avatar 3 en 3D en cines Yelmo Itaroa de Huarte (Navarra)

Las suscripciones están surtiendo efecto

El clavo ardiendo de las tarifas planas. Las suscripciones mensuales para ir al cine no son algo nuevo ni exclusivo de España: en Estados Unidos por ejemplo tienen MoviePass o AMC A-List para las cadenas de cines AMC Theatres, en el Reino Unido CineWorld Unlimited Card, en Francia está Carte UGC. En en el estado español Cinesa tiene su Unlimited Card, una tarifa plana para personas de más de 18 años que parte de 17,90 euros al mes. Y aunque cualquiera puede suscribirse, hay que tener en cuenta que puede usarse el Bono Cultural Joven de 400 euros.

Una suscripción presencial a una experiencia. El informe de Cinema United recoge que los miembros de programas de fidelización en Estados Unidos aumentaron un 15 % desde 2024, reforzándose como una razón de peso: por una cuota mensual fija tienes acceso casi ilimitado a películas y la garantía de una experiencia. Para una generación que no le tiembla el pulso a la hora de cancelar suscripciones de streaming cuando suben de precio y han visto como algunos de sus contenidos favoritos desaparecen, una suscripción presencial resulta atractiva.

Un análisis del sector de IBISWorld para los cines en Estados Unidos señala el camino para que las salas de cine salgan del agujero: invertir en experiencias a través de mejores servicios de comida e instalaciones y un mayor énfasis en suscripciones y alianzas puede servir para que los ingresos de las salas crezcan de 16.000 millones de dólares en 2025 a una previsión de 17.300 millones en 2030.

Cuando todo sube, ir al cine es una opción más sensata para el bolsillo. Las tarifas planas de cine no son la forma de ocio más barata que existe, y si tenemos en cuenta los precios añadidos de la comida y la bebida allí (aunque siempre puedes llevar tu comida para abaratar costes) menos aún aún, pero en este escenario inflacionista en la que casi todo ha subido, parecen más razonables si se piensa en un plan que dura varias horas. Si echas cuentas, sale hasta barato si lo comparas con salir a cenar o de copas (y eso sin hablar del escenario particular español con su bono joven).

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Portada | Toni Pomar y Mahdi chaghari

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La Agencia Espacial Europea siempre ha lanzado cohetes desde Sudamérica. Noruega está muy cerca de cambiar eso

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El Ártico ya no es solo ese vasto desierto de hielo en el fin del mundo, sino que se ha convertido en un punto estratégico para muchos países que no se quiere desaprovechar. Y Europa no quiere dejarlo escapar, optando ahora por migrar el lanzamiento de parte de sus cohetes desde Sudamérica hasta esta nueva ubicación, algo que cuenta con una gran estrategia geopolítica detrás. 

Un acuerdo. La Agencia Espacial Europea (ESA) y Noruega firmaron de manera reciente un acuerdo para impulsar la creación de un nuevo centro de investigación en el norte de nuestro planeta: el ESA Arctic Space Centre en Tromsø

Pero no es un centro de investigación más, sino que es la respuesta de Europa para asegurar su autonomía en observación, navegación y comunicaciones en una región donde ya Rusia y China están desplegando su propia infraestructura

La ubicación. Elegir Tromsø como la ciudad donde ubicar esta nueva zona de lanzamientos no es algo elegido al azar. Si nos vamos a un mapa, la podemos localizar muy por encima del círculo polar ártico, siendo ya una ciudad que se ha convertido en un ecosistema vibrante de datos satelitales. 

Si echamos la vista atrás, Tromsø ya alberga el control de la misión Artic Weather Satellite, un satélite lanzado en 2024 que trataba de demostrar cómo una constelación polar puede salvar vidas mediante pronósticos meteorológicos muy precisos. Pero además, cuenta con una gran cantidad de instituciones que lo convierte en un auténtico Silicon Valley del frío al albergar la Secretaría del Consejo Ártico o el Instituto Polar Noruego. 

Una mayor cantidad de datos. El acuerdo firmado entre la ESA y la agencia noruega NOSA establece un grupo de trabajo que definirá los detalles antes de finales de 2026. Este centro se define como una oportunidad para poder monitorizar el deshielo del Ártico, que se calienta cuatro veces más rápido que la media global, lo que nos da datos de lo que ocurrirá en el resto del planeta. 

También conlleva una importante razón de seguridad nacional, puesto que a día de hoy el tráfico marítimo en el Paso del Noreste no para de aumentar, y esto hace que contar con señales de Galileo permite hacer un mejor control de todo lo que ocurre aquí. Es por ello que, más que ciencia, estamos ante un centro crítico para la seguridad civil, la búsqueda y el rescate. 

El cambio de ubicación. Hasta ahora, nuestra puerta al espacio era la Guayana Francesa por una razón de física básica: su cercanía al ecuador permite aprovechar el “impulso” de rotación de la Tierra para lanzar satélites pesados. Sin embargo, el centro de Tromsø y los nuevos puertos nórdicos responden a una necesidad distinta: la órbita polar. Es por ello que mientras que desde Sudamérica es ideal lanzar satélites de televisión que se quedan “fijos” sobre el ecuador, el Ártico es el balcón perfecto para los satélites que deben vigilar el deshielo o las fronteras.

Al lanzar desde el Polo, el satélite entra directamente en una ruta de Norte a Sur que le permite escanear cada rincón del planeta mientras la Tierra gira debajo. Además, al estar en el eje de rotación, los cohetes no tienen que “luchar” contra el giro lateral de la Tierra, lo que hace las misiones de observación mucho más eficientes y baratas.

La geopolítica. Más allá de la ciencia, en este caso hay una lectura de soberanía del territorio, puesto que mientras China invierte en la “Ruta de la Seda Polar” y Rusia aumenta su infraestructura en Siberia, Europa necesita ojos propios en el norte. De esta manera, mientras que desde Sudamérica es ideal lanzar satélites de televisión que se quedan “fijos” sobre el ecuador, el Ártico es el balcón perfecto para los satélites que deben vigilar el deshielo o las fronteras.

De esta manera, el eje Tromsø–Svalbard, sumado a los nuevos puertos espaciales de Andøya (Noruega) y Kiruna (Suecia), consolida al norte de Europa como la principal puerta de acceso al espacio del continente. Esta decisión reduce la dependencia de infraestructuras externas como ocurría en Sudamérica y obviamente garantiza que todos los datos se queden en territorio europeo.

Qué sigue ahora. Noruega, miembro de la ESA desde 1987, aporta su red de estaciones polares y su experiencia única en operaciones de órbita polar que son cruciales sin duda en la situación actual. A partir de ahora, el grupo de trabajo que se ha formado tiene dos años para diseñar la gobernanza y el calendario de un centro que promete ser “la torre de control” del futuro europeo en el Ártico. 

Imágenes | riya rohewal

En Xataka | En enero explotó un cohete de SpaceX. Hoy sabemos el peligro que corrió un avión de Iberia con 450 pasajeros en el aire

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Al despliegue desorbitado de centros de datos para la IA le ha salido un nuevo problema: las cavernas de sal

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En el imaginario colectivo, la inteligencia artificial es una nube etérea de algoritmos. La realidad es mucho más compleja y lo que sabemos a ciencia cierta es que un devorador de energía que necesita “comer” constantemente. Satya Nadella, CEO de Microsoft, lo ha resumido con una crudeza inusual: “El problema ya no es que le falten chips de Nvidia, sino que no hay suficientes enchufes”. 

Y para que esos enchufes tengan corriente las 24 horas del día con la fiabilidad del 99,999% que exige el sector, las Big Tech han acabado mirando hacia donde nadie esperaba: a miles de metros bajo el suelo, hacia las cavernas de sal.

Cuando los bits chocan con el subsuelo. La carrera por la IA ha entrado en una fase de “inicio lento” en la construcción de estas cavernas subterráneas, lo que podría obstaculizar el despliegue de los centros de datos. Según Fortune, la razón es matemática ya que estas infraestructuras digitales no toleran interrupciones y requieren una fiabilidad extrema.

Para garantizar ese flujo constante, el gas natural se ha convertido en el respaldo indispensable. Sin embargo, como explican, no basta con producir gas; hay que guardarlo. Las proyecciones del sector indican que solo se ha planificado aproximadamente la mitad de almacenamiento que será necesario para cubrir la demanda futura. Sin estas cuevas artificiales excavadas a miles de metros bajo la superficie, los hiperescaladores (Google, Amazon, Meta) quedan a merced de los gasoductos, vulnerables a corrosión, deslizamientos de tierra o fenómenos climáticos extremos.

¿Pero por qué cavernas de sal? La respuesta técnica reside en la flexibilidad. Como detallan expertos en Fortune, existen dos formas de almacenar gas: en yacimientos agotados de petróleo o en cavernas de sal.

Los primeros son más baratos, pero estructuralmente lentos. El gas se inyecta en verano y se extrae en invierno, siguiendo un ciclo estacional clásico. La IA, en cambio, no entiende de estaciones. Sus picos de demanda son constantes, repentinos y difíciles de prever. Las cavernas de sal, creadas inyectando agua para lixiviar el mineral, actúan como un pulmón de alta presión: permiten inyectar y extraer gas con una frecuencia mucho mayor, adaptándose a la volatilidad de la red eléctrica que alimenta a los servidores.

El “superciclo 2.0”.  Ante este escenario, empresas como Enbridge han tomado la delantera. Greg Ebel, CEO de la compañía, ha confirmado que están expandiendo sus instalaciones de Egan (Luisiana) y Moss Bluff (Texas). “Esta demanda cambia drásticamente la economía del suministro”, afirmaba.

Pero no es suficiente. Jack Weixel, analista de East Daley Analytics, advierte de que se necesita el doble de la capacidad que se planea actualmente. Proyectos como el Freeport Energy Storage Hub (FRESH), en Houston, buscan conectar hasta 17 gasoductos a un nuevo domo de sal para 2028, pero los tiempos de construcción —a menudo superiores a los cuatro años— chocan con la urgencia de la IA. 

Por su parte, Jim Goetz, CEO de Trinity Gas Storage, lo define como el “superciclo del almacenamiento 2.0”. Su empresa acaba de alcanzar la decisión final de inversión (FID) para ampliar su capacidad en el este de Texas, buscando dar soporte a infraestructuras críticas como Stargate, el titánico proyecto de 500.000 millones de dólares de OpenAI y Microsoft.

La sombra de la duda. La pregunta de fondo no es solo si las cavernas de sal funcionan —funcionan—, sino qué tipo de sistema energético están consolidando. El gas natural es rápido, flexible y fiable, pero también introduce nuevas dependencias y riesgos. Según advierten analistas, la infraestructura de gas en la Costa del Golfo es especialmente vulnerable a fenómenos climáticos extremos. Un huracán directo sobre Texas o Luisiana puede interrumpir producción, exportaciones y transporte al mismo tiempo. En ese escenario, incluso con gas disponible en otras regiones, la falta de almacenamiento cercano puede dejar a los centros de datos sin respaldo eléctrico.

A esto se suma la cuestión del precio. El aumento sostenido de la demanda para alimentar centros de datos, exportaciones de GNL y reindustrialización ya está presionando al alza las facturas de gas y electricidad. Sin suficiente capacidad de almacenamiento, esa volatilidad se amplifica. Como señalan desde el sector, el almacenamiento actúa como un amortiguador; cuando falta, los picos se trasladan directamente al consumidor. Además, la crítica es más estructural ya que la IA está empujando a prolongar la dependencia de combustibles fósiles justo cuando gobiernos y empresas se comprometían a reducirla. 

Mirar más allá del gas. Conscientes de este límite físico, las grandes tecnológicas ya no miran solo a cavernas de sal y gasoductos. Buscan cualquier fuente de electricidad firme que no dependa exclusivamente del mercado energético tradicional.

Un ejemplo es Fervo Energy, una startup geotérmica que acaba de cerrar una de las mayores rondas de financiación del sector, con Google como inversor y cliente. Su apuesta por la geotermia avanzada —electricidad constante las 24 horas— refleja hasta qué punto la IA está redibujando el mapa energético. No se trata de una solución inmediata ni universal, pero sí de una señal clara: el problema ya no es tecnológico, sino energético.

¿Un problema solo de Estados Unidos? Estados Unidos es el epicentro, pero no el único escenario. El choque entre IA y energía es global, aunque las respuestas varían. En Europa, el auge de la IA está llevando a replantear el cierre de centrales de gas y carbón. Algunas eléctricas negocian reconvertir antiguas plantas en centros de datos, aprovechando su acceso a la red, al agua y a infraestructuras ya amortizadas. La lógica es la misma: energía firme, inmediata y disponible.

China, por su parte, ha optado por otro camino. Pekín no solo impulsa centros de datos submarinos o grandes clústeres energéticos en provincias interiores, sino que subvenciona directamente la electricidad que alimenta a su IA. El objetivo es abaratar el “combustible” de los modelos digitales y compensar la menor eficiencia energética de los chips nacionales frente a los de Nvidia.

El retorno al subsuelo. En todos los casos, el patrón se repite. Las renovables crecen, pero no lo suficientemente rápido ni con la estabilidad necesaria para sostener la demanda de la IA a corto plazo. El gas —con cavernas de sal, turbinas temporales o centrales recicladas— se convierte en la muleta inevitable.

En nuestra carrera por crear una inteligencia que viva en el plano de las ideas, hemos terminado regresando a la minería, a la perforación y a las profundidades de la Tierra. Puede que el futuro de la IA no se decida solo en laboratorios o centros de datos, sino en algo mucho menos visible: quién controla el subsuelo que mantiene encendidos sus enchufes.

Imagen | Freepik y Freepik

Xataka | En Finlandia ya saben cómo lidiar con el exceso de calor de los centros de datos: convertirlo en calefacción urbana

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