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Un adolescente descubrió el virus ‘Málaga’ y acabó fundando VirusTotal. El enigma que queda es el mismo desde 1992: quién lo programó
Bernardo Quintero (@bquintero) tenía 14 años y su primer PC, un Amstrad PC-1512, acababa de llegar a casa. Era 1987, y el cofundador de VirusTotal quedó entusiasmado por aquella máquina que le permitía explotar su curiosidad informática. Su pasatiempo acabó siendo intentar burlar los sistemas de protección anticopia de algunos juegos, y en esas estaba un día cuando repente ocurrió algo.
Una bolita blanca se movía por su pantalla. Por sí sola. Sin que él hubiera hecho nada.
Pronto descubrió que aquello era un virus informático. Uno que acabó estudiando para saber cómo poder detectarlo y eliminarlo. Lo consiguió, y durante los tres años siguientes acabó mejorando su primer antivirus, una herramienta que permitía reconocer y erradicar siete virus distintos con los que se había encontrado.
No parecía que aquel proyecto fuera a ir mucho más allá, y Quintero comenzó sus estudios de Informática en la Escuela Universitaria Politécnica de Málaga. En una de las primeras clases, un profesor preguntó si alguien quería subir nota con algún proyecto de programación en Pascal. Él se apuntó, y al hablar con el profesor, éste le preguntó si había hecho algún proyecto anterior.
“Bueno, sí”, contestó. “Un programa de contabilidad, utilidades de disco, un antivirus…”. El profesor le cortó. “¿Has dicho antivirus?”. Al contestar afirmativamente, el profesor le pidió que le acompañara a su despacho. Allí le mostró cómo todo el departamento de informática había sido infectado por un virus que los antivirus no reconocían.

Fragmento del código en Turbo Pascal 5.5 del antivirus que desarrolló Bernardo Quintero para eliminar el virus “Málaga-2610” (1992). Fuente: Bernardo Quintero.
Quintero pronto detectó dónde podía estar el problema y se fue a casa con un disco infectado para trabajar en un antivirus. Le costó más de lo que pensaba, pero tras unas horas logró saber cómo detectarlo y borrarlo. Aquello le sirvió para aprobar la asignatura, pero además acabó siendo la semilla definitiva del proyecto profesional que acabaría con la fundación de Virus Total.


Lo cuenta todo con más detalle en su novela, ‘Infectado‘, que publicó a principos de año y en la que narra esos comienzos y cómo eso acabó llevándole a crear VirusTotal, la empresa malagueña que luego acabaría siendo comprada por Google.
Aquel virus de su facultad se llamaba “Málaga”, y Quintero pasó años sin volver a prestarle demasiada atención. Entonces, hace tres años, este experto publicó un mensaje en Twitter (X) para intentar resolver el misterio de quién lo habría creado.
Ya entonces descubrió que según varias fuentes el virus se había creado en la Escuela Politécnica de Informática. El objetivo, contaba entonces, no era sacar a la luz el nombre, sino charlar con esa persona y recordar aquellos tiempos. No consiguió desvelar el misterio, y aquel misterio quedó de nuevo sin resolver.
Pero Bernardo Quintero nunca se olvidó de aquello y volvió a la carga con un nuevo intento hace unos días. Tras publicar primero un mensaje en X, al día siguiente publicó un resumen de aquella historia en LinkedIn, y pidió ayuda en esa publicación para intentar resolver el misterio de una vez.
Nos pusimos en contacto con él, y nos contaba cómo mientras que en el pasado se había enfocado en descubrir cómo infectaba y en crear la herramienta de desinfección, nunca trató de saber quién había creado el virus “Málaga”. Pero nos decía que “ahora, al verlo con nuevos ojos, he visto un par de detalles interesantes y he descubierto la motivación”.
De hecho, añade que gracias a esos mensajes en X y LinkedIn “me han llegado historias de varias personas que estudiaron esos años en la Politécnica de Málaga y que creen conocer al autor”. De esos candidatos, explica, “he descartado a 3 o 4, pero hay uno que casa muy bien con los nuevos datos que tengo”.
El misterio parece estar cerca de resolverse. “Solo me falta despejar una incógnita para confirmar al autor. Y si se confirma, hay una bonita y triste historia que merecerá la pena ser contada”. Todo apunta por tanto a que al fin se sabrá quién fue el autor de aquel virus, y Quintero ha prometido contar más detalles estos días. Estaremos atentos.
Imagen | Mika Baumeister
En Xataka | El ordenador con más malware del mundo: así es MICE, el reto de Bernardo Quintero y VirusTotal
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Hace 2.000 años, Séneca dijo que “no es que tengamos poco tiempo para vivir, sino que no dejamos de desperdiciarlo”. La ciencia le da la razón
Hace 20 siglos, un cordobés que había sido cuestor, pretor, senador y cónsul de Roma y tutor de Emperadores se sentó a escribir un pequeño tratado sobre la brevedad de la vida. Ahí fue donde dejó escrito que “no es que tengamos poco tiempo para vivir, sino que desperdiciamos mucho”.
Esa frase ha atravesado décadas y décadas, clavándose en la mente de miles de personas e iluminando sus vidas.
O, sencillamente, rellenando páginas de internet que hemos aprendido a consumir como si fuera cualquier otro producto de entetenimiento.
Uno muy popular, por cierto. En los últimos meses, Internet se ha llenado de frases de Séneca. La encabeza este reportaje es una de ellas, pero no la única (“Si quieres hallar la verdadera felicidad, no la busques en lo grande ni en lo nuevo, sino en la serenidad que trae la simplicidad“, “no hay viento favorable para quien no sabe adónde va“, “no es que tenemos poco tiempo para vivir, sino que desperdiciamos mucho“, etc, etc. ). Y es curioso…
¿Tiene sentido volver a tipos de hace 2.000 años para resolver nuestros problemas de hoy en día?
Y sorprendentemente puede ser que sí. Eso es lo que se preguntó hace unos años el profesor de filosofía Christopher Gill, ¿y si todas esas habladurías filosóficas van más allá? “¿hasta qué punto podemos—nosotros, los modernos—reconocer en estos ensayos una respuesta verosímil a la enfermedad mental?”, se preguntaba.
Su respuesta, tras estudiar a estoicos y a aristotélicos, es que los textos de Séneca; pero, en general, esos “ensayos filosóficos estaban concebidos para funcionar como un análogo psicológico del régimen médico antiguo”. Lo que hoy llamaríamos “gestión del estilo de vida” o “medicina preventiva”.
Y, po eso, más allá de la ‘filosofía pop’ de los últimos años, sí que es posible encontrar algo de valor en todos esos textos clásicos.
Algo de valor, aunque no todo. En 1965, cuando entró en la Academia China de Medicina Tradicional, la química Tu Youyou se metió en una larguísima carrera por analizar todos y cada uno de los remedios que la milenaria civilización china había ido seleccionando.
La mayoría de ellos eran pura pseudociencia, claro. Una mezcla de superstición, credulidad y placebo. Sin embargo, escondido entre la superchería, había auténticas joyas. El mejor ejemplo es la artemisinina, un revolucionario tratamiento contra la malaria. Un tratamiento que le valió el Nobel en 2015.
Se vendió como un Nobel a la medicina tradicional, sí; pero en realidad, era un Nobel al lento trabajo de cribado, prueba y descarte de la científica de Ningbo. Eso es lo que habría que hacer con la filosofía práctica de griegos y romanos.
Y, en este caso, parece que Séneca tenía razón. En primer lugar, porque tenemos sesgos sistemáticos que nos empujan a posponer y malgastar tiempo. En segundo lugar porque gran parte del “tiempo perdido” no es ni siquiera algo consciente: es pura “fricción cognitiva” (interrupciones, multitarea, residuos de atención, etc.). Y, por último, porque, según la evidencia disponible, cuando reducimos la falta de tiempo, sube el bienestar.
Es decir, que no es tanto que nos falte tiempo como que no tenemos una vida “bien vivida”.
¿Cómo encajamos todo esto? Pues muy bien. Porque “todo esto”, además, encaja en la idea general no solo el opúsculo de Séneca en el que aparece; sino en el esquema general de la filosofía estoica.
Y es que no está demás recordar que bajo todo el andamiaje naturalista de la filosofía de los viejos estoicos había, sobre todo, una cuestión ética: un imperativo a vivir de acuerdo con la naturaleza (una visión, por cierto, muy racionalista de la naturaleza).
En este sentido, los estoicos solían prestar atención a lo que el ser humano podía o no podía hacer: dado que tienes un control limitado sobre la duración de tu vida, debes centrarte en cómo la vives; nos decían mientras nos invitaban a ordenar nuestra conducta mediante un criterio moral a fuerza de atención y paz de espíritu.
Imagen | Fabio Comperelli | Museo Del Prado
En Xataka | Qué es el estoicismo, la filosofía griega de hace 2.000 años que hoy se ha vuelto a poner de moda
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la neurociencia explica por qué el cerebro tarda mucho más de lo que creíamos en madurar
La idea que tenemos sobre la adolescencia ahora mismo es que acaba a los 25 años, siendo esta la edad en la que supuestamente se acaba de ‘cocinar’ el cerebro para siempre para dar paso a un adulto funcional. Pero la realidad es muy diferentes como apuntan los nuevos estudios, ya que seguiríamos madurando el cerebro hasta al menos los 32 años.
De dónde salió la idea actual. Para entender el porqué los científicos apuntaban a los 25 años como la edad en la que acababa la madurez cerebro, hay que irse a los estudios del pasado. En concreto a los estudios de resonancia de los años 90 y principios de los 2000 como el clásico Nitin Gogtay que mapearon el desarrollo cerebral y descubrieron que la corteza madura de “atrás hacia adelante”.
Esto quiere decir que las áreas sensoriales y motoras se consolidan pronto, pero la corteza prefrontal que está encargada de las funciones ejecutivas, el control de impulsos y la planificación es la última en la fila. El problema es que muchos de aquellos estudios dejaban de seguir a los sujetos al llegar a los 20 o 21 años, puesto que al ver que la curva seguía ascendiendo, se asumió que el “pico” de madurez llegaría poco después, en torno a la mitad de la década de los 20. Pero de lo que pasaba tras esto no teníamos ni una remota idea. Solo suposiciones.
Una nueva frontera. Para poder dar solución a esta ‘ceguera’ de la neurociencia se recurrió al análisis de más de 4.000 cerebros mediante técnicas de neuroimagen de conectividad en la Universidad de Cambridge. Lo que vieron fue claramente cinco ‘épocas’ o hitos en el cableado cerebral a lo largo de toda la vida.
Difentes puntos de inflexión. Y como si de un juego se tratase nuestra vida, en el cerebro tenemos como cinco pantallas diferentes que comienzan a una edad concreta que actúa como punto de inflexión. Estas edades son: 9, 32, 66 y 83 años. La que nos interesa en este caso es el periodo que va entre los 9 y los 32 años, ya que el cerebro se caracteriza por un incremento continuo de la eficiencia e integración de las redes neuronales.
Es lo que los autores describen como una ‘adolescencia ampliada’. No es que a los 30 años se piense igual que un chico de 15 años, sino que la arquitectura de las conexiones aún no ha llegado a su forma final ‘adulta’. Algo que ocurre a los 32 años y se mantiene de manera estable hasta los 66 años, cuando ya comienza a caer la actividad cerebral.
Para entenderlo mejor. Los investigadores han querido usar un símil para ilustrar este nuevo paradigma. Para ello nos piden que pensemos en nuestro cerebro como la unión de varios “barrios funcionales” que se especializan en tareas concretas como la visión, el lenguaje o la lógica. Todos estos se integran entre sí a través de diferentes autovías que son conexiones de alta velocidad.
Pues bien, entre los 20 y los 32 años el cerebro está equilibrando estos dos procesos, para que las conexiones entre las diferentes áreas del cerebro estén bien conectadas y organizadas. Y es justamente este patrón típico de la red adulta, donde el cerebro es capaz de integrar información compleja de manera fluida, lo que no aparece hasta pasada la treintena de edad.
¿Adolescente a los 30? Aquí es donde entra el matiz importante. Que el cerebro siga madurando estructuralmente no significa que debamos redefinir la adolescencia en términos legales o clínicos. Todo esto porque la maduración es un gradiente, no un interruptor de ‘ahora soy adolescente y ahora no’.
Para entender esto, hay que saber que los diferentes elementos del cerebro y las funciones ejecutivas tienen una curva de desarrollo muy diferente. De esta manera, decir que el cerebro madura a los 32 es una simplificación tan útil (o tan errónea) como decir que lo hace a los 25. Lo que la ciencia nos dice realmente es que no hay un “apagón” de desarrollo súbito; seguimos siendo biológicamente plásticos y dinámicos mucho más tiempo del que creíamos.
Una oportunidad para los hábitos. Esta maduración prolongada es una buena noticia para todos nosotros, puesto que si el cerebro sigue ‘cableándose’ activamente durante los 20, significa que la plasticidad estructural es especialmente dinámica en esta etapa.
De esta manera, la ciencia lo tiene bastante claro: el ejercicio aeróbico, el aprendizaje de nuevos idiomas o enfrentarse a tareas cognitivamente exigentes durante esta “tercera década” de vida ayuda a mejorar el volumen y la organización de la materia blanca cerebral. Por el contrario, factores como el estrés crónico pueden afectar la integridad de esas conexiones.
En definitiva, un cerebro a los 28 años no es un producto terminado, sino una obra en construcción que está terminando de asfaltar sus mejores autopistas. La próxima vez que alguien te diga que ya deberías tener la vida resuelta porque “ya eres adulto”, puedes responderle que, según la Universidad de Cambridge, a tu cerebro aún le quedan un par de años de cocción.
Imágenes | Hal Gatewood Robina Weermeijer
En Xataka | De los 27 a los 36 años el cerebro alcanza su pico de concentración. Y a partir de ahí, malas noticias
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la fiebre de la IA
Algo está cambiando en el negocio del bitcoin, y no tiene que ver solo con el precio de la criptomoneda. Mientras la minería se vuelve más exigente y menos rentable, la inteligencia artificial está disparando una carrera por la electricidad y la capacidad de computación. El resultado es una paradoja llamativa: compañías que ven cómo su actividad histórica pierde tracción poseen justo lo que ahora escasea. Infraestructuras, suelo y contratos eléctricos que, de repente, han pasado a valer mucho más de lo esperado. Esta combinación de factores está empezando a reordenar el mapa de la minería cripto.
El sector está transformándose. Más allá de las monedas, el verdadero valor de muchas mineras está en el acceso a electricidad y en la infraestructura ya desplegada. Durante años, estas compañías aseguraron suministro estable, levantaron naves industriales con refrigeración y firmaron contratos de energía que hoy son difíciles de obtener. Wall Street Journal señala que ese conjunto de activos encaja con precisión en las necesidades actuales del sector tecnológico, que busca capacidad inmediata para desplegar computación a gran escala.
Ahora bien, pasar de la minería tradicional a soportar cargas avanzadas no es un simple cambio de máquinas. Los centros orientados a bitcoin están diseñados para un tipo de trabajo muy concreto, mientras que la computación intensiva demanda infraestructuras más sofisticadas y tolerancias mucho menores a fallos o latencias. Esto obliga a actualizar sistemas eléctricos internos, refrigeración y redes, además de reemplazar por completo el equipamiento. El proceso puede ser rentable, pero no es nada trivial, y marca una frontera clara entre las empresas capaces de asumir ese esfuerzo y las que no.
El modelo de hospedaje de infraestructura. En lugar de competir por la compra de chips y asumir su rápida obsolescencia, algunas mineras han optado por alquilar lo que ya controlan. En este modelo, ceden edificios, potencia eléctrica y capacidad de refrigeración a hyperscalers y grandes tecnológicas que instalan su propio hardware. A cambio, firman contratos a largo plazo con ingresos más previsibles y contrapartes con gran capacidad financiera. La lógica es clara: menos exposición a la volatilidad del mercado cripto y un uso más estable de activos que ya estaban en balance, incluso aunque parte de la minería tradicional continúe operativa.


Uno de los casos más ilustrativos es el de Core Scientific, cuyos centros de datos comenzaron a adaptarse para cargas de inteligencia artificial mucho antes de que en julio de 2025 se anunciara su adquisición por parte de CoreWeave. La compañía ha estado modificando instalaciones diseñadas para la minería de bitcoin con el objetivo de alojar GPUs orientadas a IA, sustituyendo entornos basados en ASIC por infraestructuras más avanzadas. Ese trabajo previo sobre explica por qué estos activos han ganado valor estratégico, al margen del desenlace final de la operación corporativa.
La flexibilidad como ventaja frente a la red. CleanSpark plantea una vía distinta, basada en combinar minería de bitcoin e infraestructura orientada a otros usos. Su argumento central no es solo económico, sino operativo: las mineras pueden aportar flexibilidad a la red eléctrica. Al poder desconectar parte de su consumo en momentos de sobrecarga o inestabilidad, ofrecen una capacidad de ajuste que los centros de datos dedicados a IA no tienen. Según su dirección, esta capacidad se ha vuelto cada vez más demandada por las eléctricas, que buscan grandes consumidores capaces de adaptarse en tiempo real sin comprometer la estabilidad del sistema.
El mercado ha reaccionado con rapidez a este cambio de narrativa. Las acciones de varias compañías vinculadas a la minería han registrado fuertes subidas incluso en un contexto en el que el bitcoin ha mostrado un retroceso. El caso más visible es el del CoinShares Bitcoin Mining ETF, que acumula una revalorización cercana al 90% en el año, impulsada por empresas que han anunciado acuerdos a largo plazo ligados a infraestructura y centros de datos. Para los inversores, el atractivo no está tanto en la criptomoneda como en la posibilidad de transformar un negocio volátil en uno con ingresos más previsibles.
Un giro que no está exento de riesgos. El fuerte apetito por la infraestructura de IA ha reavivado el debate sobre una posible burbuja, alimentada por valoraciones exigentes y planes de inversión muy intensivos en capital. Para las mineras, el salto exige desembolsos relevantes y una ejecución impecable, con el riesgo de quedarse a medio camino si la demanda se enfría. Además, el desplazamiento del foco hacia centros de datos orientados a IA podría reducir la capacidad minera en Estados Unidos, empujando parte de la producción de bitcoin a otros países y alterando el equilibrio geográfico del sector.
Todo parece indicar que no estamos ante un simple cambio técnico, sino ante una reconfiguración más profunda. Algunas mineras están dejando de pensarse como actores ligados exclusivamente al bitcoin para convertirse en propietarios y operadores de infraestructura, mientras otras utilizan la IA como una cobertura frente a un negocio cada vez más exigente. La fiebre de la IA no ha salvado a la minería, pero sí ha abierto un nuevo filón.
En Xataka | Erling Løken Andersen | Amjith S | Igor Omilaev
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