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A OpenAI le está yendo mejor de lo esperado gracias a los usuarios de pago. Y eso marca un rumbo evidente
Hay compañías que aparecen en todas partes, que tienen millones de usuarios, que parecen imbatibles. Pero detrás de esa popularidad deslumbrante hay un dato que muchas veces se pasa por alto: no son rentables. Algunas incluso llevan años creciendo a toda velocidad sin haber generado nunca beneficios.
OpenAI es uno de esos casos. Su nombre está en boca de todos desde que ChatGPT salió al mundo en 2022. Pero lo cierto es que, en lo económico, aún está lejos de cuadrar las cuentas. Gasta mucho más de lo que ingresa. Y no será rentable hasta dentro de varios años, si se cumplen sus propios cálculos.
La paradoja del éxito que no da beneficios
OpenAI está en todas partes. Y ChatGPT también. En poco más de dos años ha pasado de ser una rareza técnica a meterse en móviles, ordenadores y conversaciones. Pero que algo suene mucho no significa que dé dinero. De hecho, las cuentas siguen en rojo.
Porque el fenómeno es real, sí. Pero también lo es el gasto. Entrenar modelos cada vez más grandes, mantener los servidores funcionando y contratar talento no es barato. Según The Information, OpenAI habría perdido cerca de 5.000 millones de dólares en 2024. Y este año la cosa no pinta mucho mejor.
No es un caso único. Spotify se fundó en 2006 y tardó doce años en ver beneficios por primera vez. Doce. Y recién en 2024 logró cerrar un año completo en positivo. Tener millones de usuarios no garantiza que una empresa sea rentable.
OpenAI no parece estar cerca del equilibrio, pero hay una diferencia importante respecto a hace un año. Según Financial Times, sus ingresos por suscripción se han disparado. Ha pasado de generar 5.500 millones de dólares a acercarse a los 10.000. La mitad de ese dinero viene de usuarios que pagan por ChatGPT.
El caso de Telegram también ayuda a poner las cosas en perspectiva. La aplicación nació en 2013 y durante más de una década operó sin generar beneficios. Recién en 2024, tras superar los 900 millones de usuarios, alcanzó por fin la rentabilidad. Tardó once años.
OpenAI apunta a seguir el mismo camino, pero a otro ritmo. La compañía ya ha dicho a sus inversores que no espera ser rentable antes de 2029. Y para que eso ocurra, necesita una cifra muy concreta: alcanzar los 125.000 millones de dólares en ingresos anuales.
La compañía ya ha dicho a sus inversores que no espera ser rentable antes de 2029.
Es un objetivo ambicioso, sobre todo si tenemos en cuenta que hoy está en torno a los 10.000 millones. Para multiplicar por más de diez su facturación, OpenAI no solo confía en que más usuarios se suscriban a ChatGPT, sino en que gran parte de sus ingresos estén relacionados a su API.
Cuando hablamos de la API estamos haciendo referencia al sistema que permite integrar los modelos de OpenAI en aplicaciones de terceros. Empresas de todo tipo, desde banca hasta salud, que pueden utilizar diversos modelos de la compañía, como GPT-4.1, para mejorar sus prestaciones.
Otra fuente importante, según The Information, serían los llamados agentes de inteligencia artificial, herramientas más sofisticadas que no solo responden preguntas, sino que hacen tareas complejas de forma autónoma. OpenAI quiere que esto se convierta en su gran producto premium.


Cabe señalar que muchas de las grandes tecnológicas (Microsoft, Google, Tesla) cotizan en bolsa y publican cuentas cada trimestre. Eso obliga a generar informes oficiales, datos auditados y transparencia financiera. Las cosas son diferentes en la startup liderada por Sam Altman.
OpenAI no cotiza en bolsa y adopta un modelo híbrido: una entidad sin ánimo de lucro (OpenAI, Inc.) controla una filial con ánimo de lucro limitada, hoy en proceso de convertirse en una corporación de beneficio público para captar mayores inversiones que las recibidas.
Al no estar obligada a auditar públicamente sus cuentas comerciales, OpenAI no publica cifras oficiales. No hay informes trimestrales de ingresos, costes o pérdidas. Esto es habitual en muchas empresas privadas estadounidenses, que cuentan con mayor confidencialidad financiera.
Por eso, cuando hablamos de números actuales de OpenAI, lo hacemos apoyándonos en filtraciones, en estimaciones de medios como The Information o en datos que la propia compañía comparte de forma selectiva con inversores. No hay reportes oficiales periódicos, porque no existen.
No hay duda de que OpenAI ha conseguido algo enorme: ha puesto la inteligencia artificial generativa en boca de todos. Pero eso no garantiza ingresos, ni mucho menos beneficios. Toca esperar para saber si la compañía cumplirá sus objetivos. Por ahora, parece ir por buen camino.
Imágenes | TechCrunch (CC BY 2.0) | Giorgio Trovato
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Hemos encontrado el talón de Aquiles del hongo más temido en los hospitales, y eso ya nos da una esperanza
En el ámbito hospitalario hay un hongo que sin duda es una auténtica pesadilla para los sistemas sanitarios modernos, puesto que puede poner en jaque una planta entera de hospital. Hablamos del hongo Candida auris, que fue identificado por primera vez en 2009 y que sin duda es un “superhongo” resistente a la mayoría de los fármacos habituales y que se puede propagar rápidamente y ser una epidemia silenciosa que mata cada vez a más seres humanos.
Su punto débil. Debido a su agresividad, la ciencia tiene un objetivo claro: encontrar su punto débil para poder desarrollar un fármaco que nos permita destruirlo. Ahora un grupo de investigadores ha publicado una investigación en Communications Biology que cambia las reglas del juego: han identificado el proceso genético exacto que el hongo usa para sobrevivir dentro del cuerpo humano. Y conocer sus entrañas, nos da opciones de destruirlo.
El problema del hierro. Como casi cualquier organismo vivo, este hongo necesita de hierro para poder crecer, replicarse y causar daño. En el cuerpo humano, el hierro no está “libre” precisamente como sistema de defensa para evitar que los patógenos lo terminen utilizando contra nosotros mismos.
Ahora la ciencia ha visto que el hongo Candida auris tiene una estrategia para poder evitar esta barrera de defensa que tiene nuestro organismo. Y el secreto está en su genética, concretamente en unos genes específicos llamados XTC, que actúan literalmente como ‘bombas de succión’ que permite al hongo captar hierro incluso en las condiciones más hostiles.
Y esta es la clave. Si el hierro es lo que las alimenta, y ya sabemos cómo consiguen el mineral de nuestro propio organismo… ya tenemos la clave para poder evitar que consuman nuestras propias reservas.
Un aliado inesperado. Uno de los mayores retos para estudiar a este hongo, es que tiene la capacidad de reproducirse a temperaturas elevadas como son los 37ºC. Esto hace que sea complicado usar los modelos tradicionales para poder hacer los estudios, que hasta ahora eran los peces cebra, que quieren aguas frías.
Para superar este inconveniente, el equipo de investigación utilizó un modelo bastante innovador: el pez killi. Un pequeño pez que es capaz de vivir en ambientes desérticos y tolerar temperaturas de hasta 37 °C, lo que lo convierte en un “laboratorio viviente” perfecto para observar cómo se comporta el hongo en tiempo real dentro de un organismo vertebrado.
Su importancia. Hay que tener en cuenta que estamos ante un patógeno que la OMS clasifica como de “prioridad crítica”, y es por ello que con esta investigación se da pie a crear fármacos que ataquen al sistema de ‘succión’ de los hongos para poder derrotarlas. Además, ya tenemos algo en nuestro repositorio de medicamento que podríamos usar: los quelantes de hierro. Una opción que puede ‘matar de hambre’ a los hongos, pero que todavía se tiene que probar.
Además de esto, se va a poder identificar mucho mejor a los patógenos, ya que hay cepas de hongos que son mucho más agresivas porque captan mucha más cantidad de hierro en su interior.
El futuro. Aunque tenemos el foco centrado sobre las superbacterias que pueden condenar a la humanidad, la investigación también se debe centrar en los hongos que están desarrollando resistencias a los tratamientos específicos. De esta manera, encontrar una vía que el hongo “no puede esquivar” nos da, por primera vez una ventaja estratégica que no debemos dudar en usar.
Imágenes | masakazu sasaki
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Muere el actor estadounidense Pat Finn, conocido por sus interpretaciones en “The Middle” y “Friends”
Este miércoles se confirmó la muerte del actor Pat Finn a sus 60 años de edad, conocido por su participación en series como “The Middle” y “Friends”.
El actor perdió la lucha que vivía desde 2022 contra un cáncer de vejiga, según la declaración de su representante, quien destacó que fue el lunes por la noche cuando ocurrió el deceso.
Según lo reportado por medios y amigos en redes, el cáncer que padecía había entrado en recesión, pero este se agravó en los últimos meses, lo que complicó su condición médica hasta que murió.
Medios de comunicación especializados reportan que el deceso de Pat Finn sucedió en su casa de Los Ángeles, rodeado de su familia.
Su familia emitió un comunicado en su cuenta de Instagram en el que respaldaron la información preliminar y recordaron su paso por la televisión, así como agradecer a sus seguidores por el apoyo expresado.
Por su parte, Brian Stack, escritor y comediante, publicó en su cuenta un mensaje en memoria del actor estadounidense.
“Con el corazón roto, nuestro querido amigo, murió. Tan amable, él era brillante”, señaló y añadió un video donde se le puede ver en diferentes etapas de su vida, principalmente durante los primeros años en los que crio a su hijo.
Por otro lado, el también comediante Jeff Dye se unió a la perdida en la misma red, donde, destacó que “no era sólo una celebridad para mí, sino también un amigo”.
Pat Finn inició en la comedia en 1987 junto con su amigo Chris Farley, mientras ambos estaban en la universidad. Sin embargo, saltó a la fama durante su participación en “The Middle”, por la que hoy, es recordado. Así como en su breve paso por “Friends”. En 1990 contrajo matrimonio con una mujer de nombre Donna, con la que tuvo tres hijos.
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Algo se está torciendo con la IA. EEUU está recurriendo a soluciones energéticas que creía enterradas para alimentar los data centers
La carrera por desarrollar y operar modelos de inteligencia artificial cada vez más potentes tiene un coste que rara vez ocupa el centro del relato tecnológico. No está en los chips ni en el software, sino en la enorme cantidad de electricidad necesaria para mantener activos centros de datos que funcionan sin descanso. En Estados Unidos, esa presión ya se está traduciendo en decisiones concretas: centrales de energía contaminantes que estaban en retirada vuelven a ponerse en marcha para cubrir picos y tensiones crecientes de la red. La paradoja es evidente, el avance más ambicioso del sector tecnológico depende, de momento, de soluciones energéticas propias de otra época.
El problema no es tanto una escasez absoluta de electricidad como un desfase de tiempos. La demanda de los centros de datos ligados a la IA está creciendo mucho más rápido que la capacidad de poner en marcha nueva generación eléctrica, especialmente renovable, en plazos cortos. Construir grandes infraestructuras energéticas lleva años, mientras que estos complejos pueden avanzar en plazos mucho más breves. Ante ese choque temporal, los operadores de red y las empresas eléctricas están recurriendo a lo que ya existe y puede activarse de inmediato, aunque sea más contaminante.
PJM en contexto. El choque entre demanda y oferta eléctrica se percibe con especial claridad en la región de PJM, el mayor mercado eléctrico de Estados Unidos, que abarca 13 estados y concentra una parte muy significativa de los centros de datos del país. Podemos entenderlo como una gran bolsa eléctrica regional que coordina generación, precios y estabilidad de la red en tiempo real. Allí, el crecimiento de los data centers vinculados a la IA está poniendo a prueba un sistema diseñado para un patrón de consumo muy distinto, convirtiendo a PJM en el primer termómetro de un problema que empieza a asomar en otras zonas.
Qué es una central peaker. Las llamadas centrales peaker, o de punta, son instalaciones diseñadas para entrar en funcionamiento solo durante periodos breves de máxima demanda, como olas de calor o picos invernales, cuando el sistema necesita un refuerzo inmediato. No están pensadas para operar de forma continua, sino para reaccionar rápido. Según un informe de la Oficina de Responsabilidad del Gobierno estadounidense, estas instalaciones generan apenas el 3% de la electricidad del país, pero concentran cerca del 19% de la capacidad instalada, una reserva que ahora se está utilizando con mucha más frecuencia de la prevista.

Vista sur de la central Fisk de Chicago
El caso de la central Fisk, en el barrio obrero de Pilsen, en Chicago, ilustra bien cómo este giro se traduce sobre el terreno. Se trata de una instalación alimentada con petróleo, construida hace décadas y programada para retirarse el año que viene, que había quedado relegada a un papel casi testimonial. La llegada de nuevas demandas eléctricas asociadas a centros de datos cambió esa ecuación. Matt Pistner, vicepresidente sénior de generación de NRG Energy, explicó a Reuters que la compañía veía un argumento económico para mantener las unidades y que por eso retiró el aviso de cierre, una decisión que devuelve actividad a un emplazamiento que muchos vecinos creían en retirada definitiva.
Cuando el precio manda. El cambio no se explica solo por necesidades técnicas, también por señales muy claras del mercado. En PJM, los precios que se pagan a los generadores para garantizar suministro en momentos de máxima demanda se dispararon este verano, más de un 800% frente al año anterior. Un análisis de la mencionada agencia muestra que cerca del 60% de las centrales de petróleo, gas y carbón previstas para retirarse en la región aplazaron o cancelaron esos planes este año, y la mayoría de ellas eran unidades peaker, justo las que mejor encajan en este nuevo escenario de escasez relativa.
La factura de este giro energético se paga sobre todo a escala local. Las centrales peaker suelen ser instalaciones antiguas, con chimeneas más bajas y menos filtros de contaminación que otras centrales, lo que incrementa el impacto en su entorno inmediato cuando funcionan con mayor frecuencia.
El carbón también se aplaza. El fenómeno no se limita a las centrales peaker alimentadas con petróleo o gas. A escala nacional, varias eléctricas han empezado a retrasar el cierre de centrales de carbón que formaban parte de sus compromisos climáticos. Un análisis de DeSmog identificó al menos 15 retiradas aplazadas solo desde enero de 2025, instalaciones que en conjunto representan cerca del 1,5% de las emisiones energéticas de Estados Unidos. Dominion Energy ofrece un ejemplo claro: en 2020 prometió generar toda su electricidad con renovables para 2045, pero tras proyectar la compañía que la demanda de los centros de datos en Virginia se cuadruplicará para 2038, ahora está dando un paso atrás.
Imágenes | Xataka con Gemini 3 Pro | Theodore Kloba
En Xataka | Un exingeniero de la NASA lo tiene claro: los centros de datos en el espacio son una idea horrible
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