Que Hacer
este histórico pueblo a menos de una hora de Madrid es la escapada perfecta para hacer en Semana Santa

Puede que esta Semana Santa no te apetezca hacer un viaje largo ni lanzarte a explorar destinos exóticos. Tal vez, esta vez prefieras la calma y el recogimiento que evocan estas fechas. Y lo que realmente necesites sea un lugar tranquilo que te ayude a desconectar del ritmo acelerado del día a día.
Tanto si estás en Madrid como si vienes de fuera, tenemos el descubrimiento perfecto: Villa Torrelaguna. A solo 45 minutos en coche del bullicio de la capital, este encantador pueblo de la Sierra Norte madrileña es un rincón con historia, serenidad y mucho sabor rural.
Con su mezcla de patrimonio, naturaleza y buena gastronomía, este pueblo se ofrece todo lo necesario para hacer una escapada y recargar pilas sin irse demasiado lejos. Pasear por sus calles empedradas, admirar su arquitectura medieval y descubrir alguna de sus sorpresas, es sin duda una opción perfecta para estos días.
Villa Torrelaguna: un conjunto Histórico-Artístico que merece la pena descubrir

Al parecer, el nombre “Torrelaguna” tiene un origen musulman, híbrido entre torre y el nombre de la tribu bereber de los laggūna . A lo largo de la historia, esta villa tuvo un papel estratégico relevante, siendo lugar de paso frecuente para reyes y cortes reales durante la Edad Media, gracias a su posición privilegiada entre los reinos de Castilla y Aragón. También es cuna de personajes ilustres como el Cardenal Cisneros, figura clave en la historia de España
Su impresionante arquitectura hizo que fuese declarada Conjunto Histórico-Artístico en 1974. Caminar por su casco antiguo es sumergirse en siglos de historia, entre casas señoriales y una arquitectura que conserva la esencia de los siglos XV y XVI.

Cruz de Cisneros | Comunidad de Madrid
Uno de sus grandes tesoros es la Iglesia de Santa María Magdalena, una joya del gótico madrileño que no solo impresiona por su imponente fachada, sino también por su interior sereno y majestuoso gracias a su decoración, que mezcla elementos góticos y renacentistas, además de su espectacular altar mayor. Frente a ella, la Plaza Mayor, centro neurálgico del municipio, invita a sentarse en una terraza y contemplar la vida pasar, como si el tiempo se hubiera detenido. Allí mismo se alza la Cruz de Cisneros, erigida en 1802 en el lugar donde se encontraba la casa natal del Cardenal.
Torrelaguna también conserva vestigios de su antiguo carácter defensivo. Aunque no está del todo claro el origen de su muralla medieval, documentos históricos señalan que ya en 1390, coincidiendo con su declaración como Villa Libre, sus habitantes fueron obligados a completar las obras defensivas, especialmente las torres.
Aunque los siglos y los estragos de la Guerra de la Independencia dejaron mella, todavía es posible identificar partes del trazado original en viviendas del casco antiguo, además de algunas estructuras destacadas como la Torre de la Montera o la puerta del Santo Cristo de Burgos.
Una puerta a la geografía madrileña

Foto | Turismo Torrelaguna
Torrelaguna no solo es historia: también es un excelente punto de partida para los amantes del senderismo y la naturaleza. Desde aquí parten rutas como de la Cabarrús, el Camino Mendocino y diversas rutas verdes que recorren antiguos caminos de trashumancia o siguen el cauce del río Jarama.
Para una excursión tranquila pero gratificante, el Embalse del Atazar, a escasos kilómetros, ofrece paisajes espectaculares. También se puede visitar pueblos cercanos como Patones de Arriba, otro enclave con mucho encanto, o recorrer la Ruta de los Pueblos Negros, con su característica arquitectura de pizarra.
La experiencia no estaría completa sin probar la cocina local. En Torrelaguna se encuentran restaurantes y mesones donde el producto de proximidad es protagonista. Platos como el cordero asado, los judiones, o las migas del pastor son solo algunas de las delicias tradicionales que podrás saborear ¿Y de postre? Las flores de sartén, claro. Dulces, crujientes y adictivas. Sales rodando… pero feliz.
Fotos | Comunidad de Madrid
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Que Hacer
El parque natural con uno de los bosques prehistóricos más bonitos del mundo es Patrimonio de la Humanidad y está en Canarias

En un mundo que no se detiene, donde las notificaciones suenan sin parar y los días se nos escapan entre reuniones, tareas y pantallas, encontrar un lugar que realmente nos ayude a desconectar se ha convertido casi en un lujo. Pero, por suerte, la solución está más cerca de lo que parece: pasar tiempo en la naturaleza. Y no lo decimos solo por intuición, sino porque cada vez hay más estudios que confirman que estar en contacto con entornos naturales reduce el estrés, mejora la concentración y refuerza el sistema inmunológico.
Por suerte, en España tenemos la dicha de contar con algunos de los parajes naturales más espectaculares del planeta y hoy hablamos de una de nuestras joyas de la corona: el Parque Nacional de Garajonay.
Este paraíso verde, ubicado en el corazón de La Gomera, una de las islas más sorprendentes y salvajes de Canarias, fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1986, aunque es mucho más que un simple espacio protegido. Se trata de un auténtico viaje al pasado, a un tiempo donde los dinosaurios dominaban la Tierra y los bosques de laurisilva cubrían buena parte del sur de Europa. Hoy, este tipo de bosque de laurel prácticamente extinto, sobrevive en contados rincones del planeta y Garajonay es uno de los más importantes y mejor conservados.
Parque Nacional de Garajonay: la experiencia de recorrer el paisaje que dominaban los dinosaurios

Este parque nacional, que ocupa más del 10% de la superficie de La Gomera, debe su nombre a una antigua leyenda local: la historia de Gara y Jonay, una joven gomera y un muchacho tinerfeño que, al no poder estar juntos por la oposición de sus familias, decidieron acabar con sus vidas en lo alto del parque. Un relato trágico que ha quedado grabado en la cultura de la isla y que da un aire especial a este entorno ya de por sí impresionante.
Y efectivamente, su belleza es hipnótica: el parque cubre más del 10% de la superficie de la isla y ofrece más de 600 kilómetros de senderos que atraviesan un mundo húmedo y brumoso, donde los helechos gigantes y los musgos que cuelgan de los árboles parecen sacados de una película de ciencia ficción. La experiencia de caminar entre la niebla del bosque, con el sonido del agua deslizándose por las rocas y el canto de los pájaros como banda sonora, es sencillamente inolvidable.
Además es un verdadero santuario para la biodiversidad. Alberga más de 1.000 especies de plantas, muchas de ellas endémicas, así como aves tan emblemáticas como la paloma rabiche y la paloma turqué, auténticas supervivientes de los bosques primigenios.
Una parque para descubrir al completo

Para empezar la visita con buen pie, nada como pasar por el Centro de Visitantes Juego de Bolas, situado en el norte del parque. Allí se ofrece información práctica sobre rutas, condiciones meteorológicas y flora y fauna local. Además, cuenta con una exposición interactiva que contextualiza la importancia ecológica y cultural del parque y permiten una primera toma de contacto con el entorno natural. Es el lugar perfecto para planificar el recorrido o simplemente inspirarse antes de sumergirse en el bosque.
Una de las rutas más recomendadas es la que atraviesa el Bosque de El Cedro, un auténtico emblema de la laurisilva canaria. Aquí, la vegetación es tan espesa y húmeda que muchos los describen como “colarse en un bosque encantado“. El sendero que lo recorre conduce hasta una pequeña ermita blanca y pasa por arroyos, puentes de madera y miradores que ofrecen vistas impresionantes. Lo mejor es que su nivel de dificultad es bajo, así que es ideal tanto para caminantes experimentados como para familias que quieran disfrutar de la naturaleza sin prisas.
Otra parada imprescindible es la Zona Recreativa de Laguna Grande, perfecta para quienes viajan con niños o simplemente buscan un día tranquilo al aire libre. Este área cuenta con mesas de picnic, juegos infantiles y senderos circulares de baja dificultad que permiten explorar sin agobios. Es también un excelente punto de partida para rutas más exigentes, como la que conduce hasta la cima del Alto de Garajonay, el punto más alto de la isla, con 1.487 metros de altitud.
Sin duda, Garajonay es mucho más que un parque natural. Es un laboratorio vivo para quienes investigan los ecosistemas más antiguos del planeta, y al mismo tiempo, una gran aula al aire libre para todo el que quiera parar un momento y reconectar con la naturaleza a otro ritmo. Está claro que no hace falta cruzar medio mundo para asombrarse por las maravillas naturales que existen, cuando tenemos un parque como este en nuestro país.
Imágenes | La Gomera
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La preciosa ciudad en la Puglia que compite con Florencia en belleza, pero la supera en tranquilidad

En los últimos años, el turismo global ha llevado a millones de personas a recorrer los mismos caminos: las capitales más célebres, las playas más fotografiadas, los monumentos más compartidos en redes sociales. Pero esa misma masificación ha despertado en muchos viajeros el deseo de ir un poco más allá, de mirar el mapa con otros ojos y descubrir esos destinos que, sin grandes alardes, guardan una belleza serena y auténtica. Lugares que no aparecen en todas las guías, pero que, una vez visitados, se convierten en nuestros grandes descubrimientos.
Uno de esos tesoros se esconde en el sur de Italia, donde el arte florece bajo el sol mediterráneo y la historia se respira en cada rincón: una ciudad considerada por muchos como una de las más bellas del país, y que enamora a primera vista. Hablamos de Lecce, conocida como “la Florencia del Sur“.
Al igual que su prima toscana, esta ciudad presume de un impresionante legado artístico y arquitectónico. Pero lo que la hace única es su estilo barroco leccese, una versión especialmente exuberante del barroco, tallado en la llamada “piedra de Lecce”, una roca clara y maleable que permite decoraciones extremadamente detalladas. El resultado es un conjunto urbano armónico, luminoso y profundamente evocador.
Lecce: la Florencia del sur

Basta con perderse por el casco antiguo para encontrar auténticas joyas. La Basílica de Santa Croce, con su extraordinaria fachada repleta de figuras mitológicas, animales fantásticos y símbolos religiosos, es la joya del barroco local. Muy cerca, la Piazza del Duomo te recibe con un aire teatral: allí se alzan la imponente Catedral de Maria Santissima Assunta, el elegante Palacio Episcopal, el Seminario y el Campanario, desde donde las vistas de la ciudad son una maravilla.
Otro punto clave es el Anfiteatro Romano, descubierto a principios del siglo XX y situado en pleno centro, en la Piazza Sant’Oronzo. Este vestigio de la antigua Lupiae (nombre romano de Lecce) recuerda que aquí también hay una raíz clásica latente. La misma plaza está presidida por la Columna de San Oronzo, patrón de la ciudad, que domina el espacio con su figura bendiciendo a los transeúntes y que fue levantada en siglo XVII para agradecerle que librara a la ciudad de una epidemia de peste.

También es imprescindible visitar la Basílica de San Giovanni Battista al Rosario, que fue construida entre 1691 y 1728 o la Porta Napoli, una de las antiguas puertas de acceso a la ciudad, construida en honor al emperador Carlos V. Cada uno de estos espacios muestra una faceta distinta del espíritu leccese, siempre ligado al arte, la fe y la historia.
Pero Lecce no es solo historia y monumentos: también es una ciudad viva, con alma mediterránea y un carácter vibrante que se siente en cada esquina. A tan solo diez kilómetros del mar, combina la tranquilidad costera con una energía joven, en parte gracias a su universidad, que le da un aire dinámico y desenfadado.
Las calles del centro están salpicadas de cafeterías con encanto, talleres de artesanía tradicional (especialmente de papel maché), y trattorias donde la cocina pugliese despliega todo su sabor. Platos como la orecchiette con cime di rapa, el dulce pasticiotto leccese relleno de crema o los intensos vinos locales como el Negroamaro forman parte de una experiencia gastronómica que seduce tanto como su impresionante patrimonio.
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dice que este es el pueblo más feo de Teruel pero en realidad es una joya escondida de España

Confiar ciegamente en las recomendaciones de la inteligencia artificial puede parecer práctico, pero no siempre es la mejor opción. Aunque en el terreno del turismo puede ser una herramienta útil a la hora de planificar viajes o descubrir destinos, también puede dar lugar a errores, como ocurrió recientemente en Birmingham, donde cientos de personas acudieron a una celebración que en realidad no estaba programada. También puede pasar por alto lugares que no tienen mucha visibilidad online o, peor aún, etiquetar negativamente a destinos que simplemente no se han hecho un hueco en el escaparate digital.
Uno de esos casos es el de Alloza, un pequeño pueblo de Teruel que fue nombrado como uno de los más feos de la provincia. Sin embargo quien haya estado allí sabe que no hay nada más lejos de la verdad, ya que es un pueblo tranquilo, acogedor y tiene una belleza profunda, de esas que no buscan impresionar, sino acoger.
Entre su patrimonio arquitectónico, sus espacios naturales y su original apuesta por el arte contemporáneo, este rincón aragonés se revela como un lugar lleno de encanto e historia. Una vez más comprobamos que a veces dejarse llevar por la curiosidad, más que por los algoritmos, es la mejor manera de encontrar lugares que realmente merecen la pena.
Alloza: el pueblo que alberga un patrimonio arquitectónico inesperado

El casco urbano de Alloza conserva esa esencia auténtica que tienen los pueblos con historia. Sus calles estrechas y casas de piedra mantienen la estructura tradicional turolense, ofreciendo un paseo tranquilo y lleno de carácter. En la Plaza Mayor, rodeada de fachadas de piedra bien conservadas, se encuentra el Ayuntamiento, un edificio de estilo renacentista que comparte espacio con la antigua ermita de San Blas, del siglo XV. Una edificación que aunque hoy cumple funciones más prácticas como almacén agrícola, sigue siendo un buen ejemplo del barroco popular que marcó la arquitectura religiosa de la zona.
Subiendo hacia la parte más alta del pueblo se alza la Iglesia de la Purísima Concepción, un edificio imponente del siglo XVII de estilo gótico-renacentista. Su torre campanario domina el paisaje y su presencia recuerda la importancia histórica que tuvo Alloza en la comarca. Es un lugar que invita a detenerse y observar, tanto por su valor arquitectónico como por las vistas que ofrece del entorno.
Otro de los espacios famosos del pueblo es, sin duda, el Calvario de Alloza, considerado uno de los más bonitos de Aragón. A través de un pequeño bosque de cipreses centenarios, el camino del Vía Crucis conduce hasta la ermita del Santo Sepulcro, que está decorada con azulejos del siglo XVIII y que alberga doce pinturas sobre cobre que representan escenas de la vida de Cristo, obra del pintor Guillermo Forchón.
Para completar la visita, el Centro de Interpretación del Castelillo ofrece una mirada al pasado más remoto de la zona, con paneles, maquetas y réplicas de piezas halladas en este importante yacimiento arqueológico.

Parque Escultórico “Los Barrancos” | Turismo Sierra de Arcos
Alloza no solo sorprende por su historia o su arquitectura: también ha apostado con decisión por el arte como motor de identidad y transformación. Buena muestra de ello es el Parque Escultórico “Los Barrancos”, una especie de museo al aire libre que reinterpreta el paisaje con esculturas contemporáneas integradas en plena naturaleza. La idea de este proyecto es tan simple como poderosa: hacer del arte parte del entorno, no como adorno, sino como elemento vivo. Muchas de las piezas interactúan con el viento o el paso de la luz, creando una experiencia sensorial donde la caminata se convierte en un recorrido artístico.
Muy cerca de allí, en un pequeño desvío del parque, se puede visitar el Gallipuente, un antiguo acueducto de piedra sillar del siglo XVII que se conserva en un enclave natural frondoso y muy fotogénico. Justo al lado, la fuente natural de Las Señoritas añade un toque de frescura y leyenda a este rincón escondido de la comarca.
Naturaleza que inspira y acompaña
En Alloza, la naturaleza no es un telón de fondo: es parte esencial de la experiencia. Situado en la comarca de Andorra-Sierra de Arcos, el pueblo está rodeado de un entorno diverso que combina barrancos, campos de olivos y senderos ideales para desconectar. Una de las rutas más recomendables es la que lleva hasta la ermita de San Macario, situada en lo alto de una colina. Desde allí, las vistas al valle son espectaculares, y si se hace la caminata al atardecer, el cielo se tiñe de colores que hacen que el esfuerzo valga la pena.
Para quienes buscan calma total, el pantano de Cueva Foradada, muy cercano al municipio, es una opción perfecta. Un rincón tranquilo donde se puede pasear, hacer picnic o simplemente disfrutar del silencio del agua y los sonidos de la naturaleza.
Imagen | Turismo de Aragón
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