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los objetivos recibían archivos PDF maliciosos
Desde hace años, WhatsApp apuesta por características de seguridad avanzadas. El cifrado de extremo a extremo es una de las más relevantes, diseñado para que solo los participantes de una conversación puedan ver o escuchar lo que se comparte. Pero no debemos confundirnos: aunque la aplicación se presenta como una fortaleza, sus murallas no son inquebrantables.
El ejemplo más reciente de esta realidad nos llega desde la propia Meta. Como recoge The Guardian, la compañía liderada por Mark Zuckerberg ha dicho que alrededor de 90 usuarios del popular servicio de mensajería, entre ellos periodistas y miembros de la sociedad civil, ha sido atacados y “probablemente comprometidos” por una nueva campaña de malware dirigido.
WhatsApp, en la mira de una firma de software espía
Meta dice que ha interrumpido la operación maliciosa que, según sus registros, se desarrolló a finales del año pasado. En este sentido, añade que han contactado directamente a las personas que creen se han visto afectadas. No está claro en qué parte del mundo se encontraban los objetivos o quiénes estaban detrás de estos ataques, pero hay algunas pistas interesantes.
El gigante de las redes sociales apunta contra Paragon, una firma de origen israelí que desarrolla un software espía con similitudes a Pegasus de NSO Group. Sus hipótesis parecen sólidas, a tal punto que han enviado una carta de “cese y desistimiento” para evitar que la firma de espionaje pueda seguir amenazando la seguridad de sus usuarios. También está explorando opciones legales.
Uno de los productos más destacados de Paragon es Graphite, que promete eludir las barreras de seguridad de teléfonos móviles y, en el mejor de los casos, obtener acceso total a los datos de los mismos, incluida la capacidad de acceder a mensajes de aplicaciones cuyos contenidos están cifrados como WhatsApp. Paragon fue adquirida en diciembre por una firma estadounidense.


Cuando hablamos de ataques dirigidos estamos haciendo referencia a campañas maliciosas que apuntan a u número de objetivos determinados, por ejemplo, la red de una empresa, una entidad en particular o ciertas personas. Aquí entran en escena objetivos de alto perfil. Por ejemplo, Pegasus fue utilizado hace tiempo para espiar el móvil de Pedro Sánchez, presidente del Gobierno español.
Los clientes de Paragon o NSO Group suelen ser agencias de inteligencia, fuerzas del orden y otros organismos relacionados con el estado. Pero su uso no está exento de controversias. Algunas tecnológicas han tomado medidas más allá de lo técnico. Meta y Apple demandaron en el pasado a NSO Group para exigir responsabilidades sobre casos de vigilancia dirigida.
El gigante estadounidense aparentemente no sabe quién es el “cliente” que utilizó el software de Paragon contra sus usuarios de WhatsApp, pero ha conseguido desglosar parte de la metodología de ataque. Sus investigadores creen que el vector de infección ha sido un archivo PDF malicioso, que se envió a los objetivos después de que fueran agregados a un grupo.
Imágenes | h9images | Mika Baumeister
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es un salto en la soberanía española en la geopolítica espacial
En 1989, España impulsó su industria espacial. No para ir a la Luna, sino para garantizar su capacidad en telecomunicaciones. Así nació Hispasat y su flota de satélites geoestacionarios que ofrece cobertura de transmisión de televisión, radio, banda ancha y conectividad en zonas remotas. En 2023 se decidió que Hispasat sería nuestro propio Starlink. Ha sido un fracaso morrocotudo que ha puesto a Hispasat en una situación límite. Pero como no se van a desaprovechar esos satélites, hay alguien que ya mostró interés hace unos meses: Indra.
Y es la pieza clave para que la empresa española se convierta en uno de los pesos pesados del rearme europeo.
El guantazo de Hispasat. Lo contamos hace unos días. El fracaso estrepitoso del plan que buscaba colocar Hispasat como la alternativa a Starlink, cuando tecnológicamente son dos cosas totalmente distintas, ha sido la condena. Para afrontar la transformación, recibió fondos públicos, un dinero que ha tenido que devolver.
Las cifras, asustan: 22 millones procedentes de ayudas públicas que han volado de las arcas de la empresa. Los ha dejado tiritando.
Indra entra en escena. Indra es un grupo tecnológico especializado en defensa, aeroespacial y tecnologías digitales avanzadas. Están enfocados en la industria militar, pero no construyendo tanques o barcos, sino el “cerebro” de los sistemas, así como radares, servicios de vigilancia, guerra electrónica o ciberdefensa. Para una empresa así, Hispasat es un caramelo. Y a comienzos de este año ya contamos que Indra estaba muy interesada, lanzando una oferta de 725 millones de euros que necesitaba la aprobación de los reguladores.
Ahora, y como leemos en Europa Press, el Consejo de Ministros ya habría autorizado la compra del 89,68% de Hispasat por parte de Indra por 725 millones de euros. Con esta operación, Indra controlaría los satélites de comunicaciones, pero también Hisdesat. Esta es la rama de satélites militares de Hispasat, enfocados en ofrecer comunicaciones encriptadas y seguras. Es algo clave en operaciones tanto militares como gubernamentales.
Metamorfosis. El Gobierno de España controla el 28% del capital de Indra, siendo el principal accionista de la empresa, por lo que ese visto bueno es un mero trámite. Pero, de absorber completamente Hispasat, Indra experimentaría una metamorfosis. Si el espacio es el nuevo campo de batalla (algo que Estados Unidos, Rusia o China están empujando), España debe estar ahí, y estaría de la mano de los sistemas de Indra.
Porque esa guerra espacial no es sólo algo de ciencia ficción o satélites con ametralladoras como los que quiere Francia (o los que tiene China con brazos robóticos), sino algo que ya estamos viendo en Ucrania. Durante la guerra con Rusia, Starlink, que son satélites de comunicaciones, fueron clave para ofrecer servicios de comunicaciones y en la nube, conectando en tiempo real tropas, cazas y drones sin depender de nadie más.
En la liga de Leonardo. Es cierto que la latencia de la red de Hispasat es mayor al estar a más altura, pero es un primer paso. Además, permite que Indra sea más tridimensional. A su división de radares y sistemas de mando se suma la red de satélites, convirtiéndose en una pieza con más peso en el convulso tablero geopolítico actual.
Y, aunque comentaba que ese visto bueno del Gobierno era un trámite, no es burocracia vacía, sino una declaración de intenciones en la dirección de la soberanía industrial y militar, reforzando su posición dentro de Europa como la francesa Thales o la italiana Leonardo.
Contexto de rearme. Al final, todo entra dentro de un contexto en el que Europa está viendo que debe dejar de depender de agentes externos para su defensa y servicios. Hace unos meses, la Comisión Europea llamó al rearme, y diferentes países ya han planteado sus estrategias de reindustrialización militar (algunos echando algo de ‘cara’ para financiar infraestructuras), pero en todos los ámbitos estamos siendo testigos de que la Unión Europea ha perdido la confianza en los países aliados.
La guerra de Ucrania o los aranceles ha tensado la relación con Estados Unidos, y hasta en la industria aeroespacial estamos viendo que, ahora sí, Europa está sacando la tarjeta de crédito para dejar de depender de Estados Unidos o Rusia para lanzar cosas al espacio. Y este movimiento de Indra hace que la empresa trascienda de ser una que provee sistemas a otra que juega el papel de arquitecto de la defensa europea.
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En silencio, una autora está vendiendo más que nadie en España y cautivando al streaming: Elísabet Benavent
Elisabet Benavent acaba de superar los cinco millones de ejemplares vendidos en España, lo que la sitúa entre las escritoras de ficción más leídas del país en la última década, un éxito comparable al de nombres mucho más consagrados del panorama editorial español. Sin embargo, mientras sus libros ocupan los escaparates de las librerías y las listas de más vendidos de Amazon, su nombre apenas aparece en suplementos culturales o debates sobre el estado de la narrativa española.
El momento perfecto. La historia de Benavent comienza el 3 de enero de 2013, cuando subió ‘En los zapatos de Valeria’ a Amazon por 2,68 euros. No había plan ni estrategia: era el recurso de quien no tenía detrás una gran editorial. Pero sí que era el momento ideal para la autoedición: Kindle Direct Publishing había llegado a España apenas dos años antes, en 2011, y la autopublicación digital aún arrastraba el estigma de ser “la alternativa para los que no lo consiguen”. Pero en aquellos momentos el ecosistema editorial estaba cambiando.
Compañeros de viaje. Benavent no era la única. Javier Castillo, hoy uno de los autores de thriller más leídos y adaptados, comenzó autopublicándose. Eva García Sáenz de Urturi, ganadora del Premio Planeta en 2020, también pasó por Amazon antes de que las grandes editoriales la ficharan. El patrón de “éxito en digital, legitimación posterior vía editorial tradicional” se repite también con Benavent: Suma de Letras (sello de Penguin Random House) apostó más adelante por la saga ‘Valeria’, pero para entonces Benavent ya no era un talento oculto, sino un producto validado por decenas de miles de lectores.
Decíamos más arriba que Benavent ha conseguido el éxito sin aparecer en suplementos culturales, pero es que el éxito ya se mide de otra forma: mediante reseñas de Amazon y algoritmos de recomendación, no con lo que diga la crítica establecida. Sin embargo, pese a las mareantes cifras de ventas, el público objetivo del género romántico (mayoritariamente mujeres de 25 a 45 años) ha sido históricamente ignorado por la crítica literaria tradicional, y lo que leen millones de lectoras no cuenta como fenómeno cultural.
Escritora constante. Pero… ¿a qué se debe su éxito? A veintitrés novelas en once años: no hablamos de un golpe de suerte aislado ni de una obra única que detona el fenómeno, sino de una maquinaria narrativa que funciona con la regularidad propia de una franquicia. La saga ‘Valeria’ vendió 1,2 millones de ejemplares, pero fueron las trilogías posteriores (‘Mi elección’), las bilogías (‘Silvia’, ‘Canciones y recuerdos’) y los títulos independientes (‘Un cuento perfecto’, ‘Esnob’) los que consolidaron el imperio.
La fórmula. Muy reconocible: protagonistas femeninas urbanas, treintañeras, profesionales con crisis laborales o sentimentales y que padecen conflictos emocionales contemporáneos. No hay innovación formal ni experimentación narrativa, porque Benavent no pretende reinventar nada, pero sí usar las herramientas del género romántico en novelas accesibles y directas: diálogos ágiles, humor, finales felices. Es literatura de fórmula ejecutada con eficacia, y su público sabe exactamente qué esperar.
Y la puntilla es la propia actividad, constante y cercana, de Benavent en redes sociales bajo el nick BetaCoqueta. Allí comparte su proceso creativo y genera una comunidad de fieles que la prescriben sin descanso en redes como TikTok.
Las adaptaciones de Netflix. Han acelerado exponencialmente su éxito: ‘Valeria’, que ya tiene cuatro temporadas y fue seguida de ‘Fuimos canciones’; ‘Un cuento perfecto’ fue número 1 en 2023 durante semanas. Y las ventas de libros acompañan: éstas se pueden llegar a disparar un 40% tras el estreno de sus versiones audiovisuales. Pero es una relación que va en dos direcciones: las plataformas también se benefician, habiendo identificado en la novela romántica una mina de contenido, con audiencias ya convencidas y sin tener que invertir demasiado (Prime Video lo hizo con Mercedes Ron y su trilogía ‘Culpables’).
El abismo. Como muestran las listas de los libros más vendidos en España, la brecha entre éxito comercial y reconocimiento crítico se ha ensanchado hasta convertirse en abismo. Thrillers, fantasía romántica, sagas juveniles: todo lo que realmente mueve el mercado editorial español transcurre en una dimensión paralela, distinta a la que supuestamente analiza la crítica cultural. ¿Cuántas autoras venden cientos de miles de ejemplares sin que ningún suplemento cultural las mencione? ¿Cuántos géneros completos funcionan como industrias millonarias, al margen de las grandes promociones? Elisabet Benavent no es una anomalía, y ese es el auténtico quid de este asunto.
Cabecera | Ariaglz en Wikipedia
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La flota fantasma de Rusia ha cambiado su modelo de negocio. El petróleo ha dado paso a un objetivo mucho más gordo: Europa
Desde la invasión a gran escala de Ucrania en el año 2022, Rusia no solo ha construido una vasta flota de petroleros para esquivar las sanciones occidentales y seguir exportando crudo desde el Báltico y el mar Negro, sino que ha convertido esa infraestructura logística en algo mucho más ambicioso.
¿Cuánto? Del tamaño de un viejo continente.
La flota en la sombra. Según fuentes de inteligencia occidentales y ucranianas citadas por CNN, parte de esa llamada flota en la sombra está siendo utilizada como plataforma encubierta de espionaje y operaciones híbridas en aguas europeas.
Hablamos de cientos de buques que navegan rutinariamente cerca de las costas de países de la UE y de la OTAN, generando ingresos de cientos de millones de dólares para Moscú mientras, al mismo tiempo, amplían el radio de acción de sus servicios de seguridad lejos del territorio ruso.
Tripulaciones “civiles” con un detalle. El patrón detectado por los servicios de inteligencia es revelador. Muchos de estos petroleros, registrados bajo banderas de conveniencia y con tripulaciones mayoritariamente asiáticas o africanas, incorporan justo antes de zarpar a uno o dos ciudadanos rusos adicionales.
En los listados de tripulación aparecen como simples “técnicos”, pero sus antecedentes cuentan otra historia: antiguos policías, miembros de unidades especiales del Ministerio del Interior, veteranos del ejército ruso o exmercenarios vinculados a Wagner. A menudo son los únicos rusos a bordo y, según testimonios de pilotos marítimos daneses y observadores europeos, ejercen una autoridad que va más allá de la cadena de mando civil, llegando a imponerse incluso sobre el capitán del barco.
Moran Security y la privatización. Buena parte de estos hombres estarían vinculados a Moran Security Group, una empresa privada rusa con profundos lazos con el FSB, el GRU y el ecosistema de contratistas militares del Kremlin. Moran fue sancionada por el Tesoro de Estados Unidos en 2024 por prestar servicios de seguridad armada a empresas estatales rusas, y su historial conecta directamente con Wagner y con operaciones en escenarios como Siria o Somalia.
Su estructura corporativa (con registros en Moscú y en jurisdicciones opacas como Belice) y su perfil profesional, orientado explícitamente a reclutar veteranos de fuerzas especiales, encajan perfectamente en la lógica de la guerra híbrida: actores formalmente privados que permiten al Estado ruso operar con un alto grado de negación plausible.


Espionaje y control interno. Las funciones de estos “técnicos” no se limitarían a proteger el cargamento. Fuentes ucranianas y occidentales sostienen que también supervisan a capitanes no rusos para garantizar que los buques actúan conforme a los intereses del Kremlin y que, en al menos un caso documentado, realizaron fotografías de instalaciones militares europeas desde uno de estos petroleros.
Además, aunque los detalles son escasos, los servicios de inteligencia apuntan a que algunos de estos hombres han participado en actos de sabotaje. No se trataría de enfrentamientos directos, sino de acciones de bajo perfil diseñadas para recolectar información, generar incertidumbre y tensar los límites de la respuesta occidental.
El caso Boracay. El petrolero Boracay ilustra bien esta dinámica. Sancionado, con cambios frecuentes de nombre y bandera, embarcó en septiembre a dos ciudadanos rusos en el puerto de Primorsk, cerca de San Petersburgo. Ambos figuraban como técnicos y eran los únicos rusos entre una tripulación de chinos, birmanos y bangladesíes. Coincidencia o no, su travesía por aguas danesas se solapó con una oleada de avistamientos de drones cerca del aeropuerto de Copenhague y de bases militares danesas.
Días después, el buque fue abordado por la marina francesa frente a Bretaña por irregularidades en su documentación. No se encontraron drones a bordo, pero la presencia de los dos rusos salió a la luz y fueron interrogados discretamente. Para algunos analistas, la correlación temporal no prueba nada, pero para otros encaja demasiado bien con el patrón de pruebas y tanteos en la “zona gris”.
Drones, sensores y algo nuevo. Más allá del Boracay, autoridades suecas y danesas han detectado en otros buques de la flota en la sombra antenas y mástiles que no suelen encontrarse en mercantes civiles, así como comportamientos hostiles hacia inspectores y una obsesión por fotografiar infraestructuras críticas.
En un entorno como el Báltico, un cuello de botella estratégico rodeado de países de la OTAN, cualquier actividad anómala adquiere un peso desproporcionado. Para los servicios de seguridad europeos, estos barcos son plataformas móviles ideales: legales en apariencia, difíciles de interceptar sin una escalada diplomática y capaces de acercarse a puertos, cables, bases y aeropuertos sin levantar alarmas inmediatas.
La guerra híbrida en el mar. Todo esto encaja con una estrategia más amplia que altos responsables de inteligencia, como la nueva jefa del MI6 británico, describen como pruebas constantes “por debajo del umbral de la guerra”. Drones cerca de aeropuertos, actividad agresiva en el mar, sabotajes discretos y espionaje encubierto forman parte de un mismo repertorio.
La flota en la sombra no es solo un instrumento económico para sortear sanciones, sino una extensión del aparato de seguridad ruso, capaz de operar en un espacio donde las respuestas legales y militares occidentales son lentas y políticamente delicadas.
El dilema europeo. Europa se enfrenta así a una decisión incómoda. Interceptar buques sin seguro, con documentación dudosa o con personal armado a bordo podría frenar estas prácticas, pero también conlleva el riesgo de una reacción rusa directa.
Como resume en la CNN un veterano piloto marítimo danés, ningún país pequeño quiere ser el primero en dar el paso. La respuesta, si llega, tendrá que ser colectiva. Mientras tanto, la flota en la sombra sigue creciendo y navegando, demostrando que para el Kremlin la guerra no se libra solo en Ucrania, sino también en los mares que rodean Europa, en silencio y con uniforme civil.
Imagen | kees torn, Greg Bishop
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