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ahora ganan más dinero y sus empleados son más felices
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Aplanar la jerarquía de Meta se convirtió en una obsesión para Mark Zuckerberg, proclamando 2023 como “el año de la eficiencia” y 2024 como el de la consolidación de esa estructura sin tantos cargos intermedios. Ese modelo se ha ido popularizando, con algunos casos en los que se ha llegado al extremo: se han eliminado los títulos e incluso se ha prescindido de los jefes.
Meta fue una de aquellas empresas que incrementó considerable su plantilla durante la pandemia. De hecho, declaraciones de algunos de esos recién contratados desvelaban que muchos de ellos habían sido contratados solo para evitar que la competencia lo hiciera.
El resultado fue una plantilla hiperjerarquizada que hacía que tomar cualquier decisión tuviera que pasar por demasiados filtros hasta llegar a quien debía tomarla. En resumen: ineficiencia.
Mark Zuckerberg sacó la tijera y comenzó una oleada de despidos entre los cargos intermedios para reducir el número de capas entre el problema y quien debe tomar la decisión. El concepto ha sido adoptado posteriormente por otras grandes tecnológicas como Amazon o Google, que buscan moverse rápido en la toma de decisiones, ante un escenario de competitividad máxima generado por el desarrollo de la IA.
Organización horizontal: sin títulos ni jefes
En su búsqueda de esa simplificación jerárquica, algunas empresas han optado por eliminar los títulos de sus cargos, democratizando la toma de decisiones y organizando la empresa por departamentos (horizontal), no por capas (vertical).
Hace algunos días, Victoria Weller, del equipo de operaciones de ElevenLabs, una empresa dedicada al desarrollo de IA, contaba en un artículo de Sifted que habían eliminado los títulos de los cargos de todos sus empleados.
De ese modo, ya nadie era vicepresidente, director o manager de nada y simplemente pertenecían a un determinado departamento, pero podían colaborar abiertamente con otros departamentos cuando el proyecto lo requiera, sin necesitar el visto bueno de un jefe o coordinador.
Según contaba Weller, “los títulos de los puestos de trabajo pueden ser una distracción. Desvían la atención de los resultados del trabajo (en generar las mejores ideas y ejecutarlas rápidamente) y reducen nuestra capacidad de cambiar de enfoque de manera flexible”.
Victoria Weller aseguraba que “el objetivo del cambio organizativo fue hacer que nuestro equipo se pregunte ‘¿dónde tengo el mayor impacto en este momento?’, en lugar de ‘¿cómo puedo convertirme en el jefe de X?'”. Es decir, poner en el centro la resolución de los proyectos y no tanto el individualismo por conseguir un ascenso en su carrera.
En un mensaje de X, Luke Harries, otro miembro del equipo de ElevenLabs, destacaba esta peculiaridad de su empresa. Señalaba que nadie tenía títulos rimbombantes para describir su puesto, destacando que lo que cuenta son las ideas no el cargo que ocupa quien la propone.
En su mensaje, Harries adjunta las ofertas de empleo que actualmente tiene abiertas la compañía y, efectivamente, en ellas no se encuentra el título del puesto para el que se postula, sino que se describe el departamento (ingeniería, comercial, financiero, soporte al cliente, etc.)
En España también existen: Indaero
No tenemos que irnos a Silicon Valley para encontrar empresas con esa estructura horizontal que prescinde de jefes y cargos. En una entrevista con Un Podcast Salmón, Darío González, (ex) CEO de la sevillana Indaero, contaba que una de las condiciones para que el fondo de inversión Krisos invirtiera en su empresa de suministros para la industria aeronáutica fue que se eliminaran los cargos jerárquicos. Incluido el suyo de CEO de la empresa que fundó su padre.
En el caso de esta pyme afincada en Alcalá de Guadaíra, todas las decisiones estratégicas y la gestión de la organización la asume el conjunto de la plantilla. Estas decisiones incluyen la asignación salarial de los empleados, que es una información pública entre los empleados y está limitada: los salarios más elevados no pueden superar en 2,5 veces el importe de los más bajos.
En su entrevista, Darío González reconoció ser el primer sorprendido con los buenos resultados con el nuevo modelo de gestión. “Ganamos más dinero y los trabajadores son más felices y productivos porque se implican con su trabajo y son responsables de ello”.
“Al principio da miedo porque hay un poco de confusión. Había empleados que no se sentían importantes y ahora tenían capacidad de decisión y otros que sí tenían esa potestad que ya no podían usarla”, aseguraba González. “A la hora de tomar decisiones, y debido a la experiencia que tengo, mis propuestas se escuchan más, pero a la hora de tomar una decisión yo no impongo ni mi criterio ni mis reglas, sino que es un sistema de representantes quien toma las decisiones”.
Tal y como aseguraba González, ahora los empleados deben asumir algunas responsabilidades sobre su empleo, ya que no se limitan a obedecer lo que le imponga un jefe. “En las empresas tradicionales, hay un reducido equipo directivo que está muy motivado, y muchos empleados que están muy poco motivados. Cuando consigues que todo el mundo esté enganchado a la filosofía y a la empresa, consigues que la productividad aumente”, señalaba el ex CEO.
No todo han sido éxitos en este modelo
El modelo de eliminación de título o jefes no siempre es garantía de éxito. La hemeroteca nos deja algunos casos en los que, empresas de distinta índole, han tenido que volver al sistema de jerarquía “tradicional”.
GitHub puede ser un buen ejemplo de ello. En 2008, se fundó basándose en una estructura plana en la que no había jefes por convicción de sus fundadores. Sin embargo, en 2016, la compañía se vio forzada a abandonar esa estructura. Medium también enfrentó muchos desafíos para mantener su “holacracia” porque “estaba obstaculizando el trabajo”.
En Buffer también reconocieronque “Lo hicimos mal” y no supieron aplicar el modelo de autogestión en su estructura interna. La multinacional del calzado Zappos perdió a casi un tercio de sus empleados tras anunciarles que, o asumían la responsabilidad de la autogestión, o podían irse.
Imagen | Unsplash (Redd Francisco)
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la edad no nos hace más irritables, más bien al contrario
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Los efectos físicos del envejecimiento suelen saltar a la vista y quizás por eso son bien conocidos. Durante las etapas más avanzadas de nuestra vida solemos perder fuerza y flexibilidad, nos cansamos más y nuestra piel se arruga. Pero más allá de volvernos olvidadizos, algo cambia en nuestro cerebro. No solo con sus capacidades sino también en lo que afecta a nuestro carácter y a nuestra personalidad.
Porque los cambios que vivimos a nivel psicológico con el avance de la edad van más allá que la demencia que asociamos a este periodo. Los cambios son variados e incluyen tanto aspectos positivos como negativos.
La cuestión de cuales son estos rasgos es más bien compleja. Diferentes personas envejecen de distinta forma, por lo que algunos de los estudios realizados sobre la materia pueden resultar contradictorios. “El cambio exacto en los rasgos de un individuo es impredecible”, explica en un artículo en Psychology Today el psicólogo de la Unviersidad de Edimburgo René Mõttus.
Una de las personalidades que asociamos a la tercera edad es la del viejo cascarrabias. La idea de que conforme envejecemos nos hacemos más irritables y cerrados de mente está bastante extendida, pero la evidencia científica es muy limitada. Es cierto que la edad puede llevarnos a cierto grado de aislamiento social y que eso genere estrés psicológico que a su vez suponga una losa para nuestra salud física y mental, como indica un estudio publicado en 2014 en la revista Annual Review of Psychology, pero el mito del viejo cascarrabias bien puede ser solo eso: un mito.
Porque muchos estudios han hallado que, la tendencia apunta en dirección contraria, es decir, cuando envejecemos, en promedio, tendemos a hacernos más amables.
Según explica Mõttus, la idea de que la gente se hace más amable, cooperativa, organizada y responsable es en general más acertada: “tales cambios en la personalidad son ligeramente más comunes entre la gente que los cambios opuestos”.
Uno de los fenómenos clave en el desarrollo de nuestra personalidad cuando envejecemos es el de la llamada maduración de la personalidad. La maduración no es un fenómeno exclusivo de la juventud sino que se mantiene hasta bien avanzada la tercera edad.
Conforme nos hacemos mayores la carga de responsabilidades aumenta. Por ejemplo, pasamos de tener numerosas personas que cuidan de nosotros (no solo en el ámbito familiar, también en el social) a tener que valernos más y más de nosotros mismos. Y no solo disminuye el número de personas que pueden cuidarnos, también suele aumentar el número de personas de las que debemos cuidar, como nuestra pareja o nuestros hijos. Esto puede hacer que nos vayamos haciendo más responsables con la edad.
Como señalábamos antes, existe diversidad en los cambios y no todo es positivo. Por una parte porque existe mucha diversidad en los cambios, por otra porque hay rasgos que sí parecen tender hacia una evolución que podríamos catalogar como “negativa”.
Un estudio realizado por el propio Mõttus y publicado en 2011 en la revista Psychology and Aging observó resultados distintos al estudiar diferentes cohortes de edad y observó que el grupo de octogenarios analizado progresó hacia una menor extraversión, cordialidad y concienciación, algo que no ocurría en los sexagenarios analizados (la otra cohorte incluida en el estudio).
Vivir 100 años
Estudiar los cambios en la personalidad conforme avanza nuestra edad no es una tarea sencilla. El mundo que viven las distintas generaciones de personas cambia mucho por lo que comparar una generación con otra no nos aporta demasiada información.
Para conocer cómo cambia esta debemos estudiar a un mismo grupo de personas (o a grupos muy similares) a lo largo de los años. Hacer esto no es fácil ya que requieren estudios de cohorte que se expandan a lo largo de años o de décadas.
Saber si estos cambios tienen algún límite también es complicado. Los estudios con cohortes van perdiendo participantes con el tiempo, como es natural, y con ello muestra. Es psor eso que algunos análisis deben limitarse a comparar a personas de varias generaciones, como un estudio realizado en Japón y publicado en 2006 en la revista Age (Dordrecht, Netherlands).
Esto nos recuerda uno de los problemas que pueden asociarse a este tipo de estudios: el sesgo del superviviente. En edades tempranas nuestra personalidad guarda cierta correlación con el riesgo de morir ya que en nuestra personalidad puede estar marcada cierta propensión al riesgo, lo que a su vez aumenta la probabilidad de que, por ejemplo, fallezcamos en un accidente de tráfico.
Lo mismo puede valer en otras edades. Una personalidad más propensa a adicciones puede también desembocar en una muerte prematura. La cuestión es si esto continúa ocurriendo a lo largo de nuestra vida. La respuesta bien puede ser sí, lo que implicaría que los estudios que analizan este tipo de cambios deban tener en cuenta este posible sesgo a la hora de comparar personas de distintas edades, incluso cuando estas son comparadas consigo mismas.
Imagen | Andrea Piacquadio
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la edad no nos hace más irritables, más bien al contrario
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Los efectos físicos del envejecimiento suelen saltar a la vista y quizás por eso son bien conocidos. Durante las etapas más avanzadas de nuestra vida solemos perder fuerza y flexibilidad, nos cansamos más y nuestra piel se arruga. Pero más allá de volvernos olvidadizos, algo cambia en nuestro cerebro. No solo con sus capacidades sino también en lo que afecta a nuestro carácter y a nuestra personalidad.
Porque los cambios que vivimos a nivel psicológico con el avance de la edad van más allá que la demencia que asociamos a este periodo. Los cambios son variados e incluyen tanto aspectos positivos como negativos.
La cuestión de cuales son estos rasgos es más bien compleja. Diferentes personas envejecen de distinta forma, por lo que algunos de los estudios realizados sobre la materia pueden resultar contradictorios. “El cambio exacto en los rasgos de un individuo es impredecible”, explica en un artículo en Psychology Today el psicólogo de la Unviersidad de Edimburgo René Mõttus.
Una de las personalidades que asociamos a la tercera edad es la del viejo cascarrabias. La idea de que conforme envejecemos nos hacemos más irritables y cerrados de mente está bastante extendida, pero la evidencia científica es muy limitada. Es cierto que la edad puede llevarnos a cierto grado de aislamiento social y que eso genere estrés psicológico que a su vez suponga una losa para nuestra salud física y mental, como indica un estudio publicado en 2014 en la revista Annual Review of Psychology, pero el mito del viejo cascarrabias bien puede ser solo eso: un mito.
Porque muchos estudios han hallado que, la tendencia apunta en dirección contraria, es decir, cuando envejecemos, en promedio, tendemos a hacernos más amables.
Según explica Mõttus, la idea de que la gente se hace más amable, cooperativa, organizada y responsable es en general más acertada: “tales cambios en la personalidad son ligeramente más comunes entre la gente que los cambios opuestos”.
Uno de los fenómenos clave en el desarrollo de nuestra personalidad cuando envejecemos es el de la llamada maduración de la personalidad. La maduración no es un fenómeno exclusivo de la juventud sino que se mantiene hasta bien avanzada la tercera edad.
Conforme nos hacemos mayores la carga de responsabilidades aumenta. Por ejemplo, pasamos de tener numerosas personas que cuidan de nosotros (no solo en el ámbito familiar, también en el social) a tener que valernos más y más de nosotros mismos. Y no solo disminuye el número de personas que pueden cuidarnos, también suele aumentar el número de personas de las que debemos cuidar, como nuestra pareja o nuestros hijos. Esto puede hacer que nos vayamos haciendo más responsables con la edad.
Como señalábamos antes, existe diversidad en los cambios y no todo es positivo. Por una parte porque existe mucha diversidad en los cambios, por otra porque hay rasgos que sí parecen tender hacia una evolución que podríamos catalogar como “negativa”.
Un estudio realizado por el propio Mõttus y publicado en 2011 en la revista Psychology and Aging observó resultados distintos al estudiar diferentes cohortes de edad y observó que el grupo de octogenarios analizado progresó hacia una menor extraversión, cordialidad y concienciación, algo que no ocurría en los sexagenarios analizados (la otra cohorte incluida en el estudio).
Vivir 100 años
Estudiar los cambios en la personalidad conforme avanza nuestra edad no es una tarea sencilla. El mundo que viven las distintas generaciones de personas cambia mucho por lo que comparar una generación con otra no nos aporta demasiada información.
Para conocer cómo cambia esta debemos estudiar a un mismo grupo de personas (o a grupos muy similares) a lo largo de los años. Hacer esto no es fácil ya que requieren estudios de cohorte que se expandan a lo largo de años o de décadas.
Saber si estos cambios tienen algún límite también es complicado. Los estudios con cohortes van perdiendo participantes con el tiempo, como es natural, y con ello muestra. Es psor eso que algunos análisis deben limitarse a comparar a personas de varias generaciones, como un estudio realizado en Japón y publicado en 2006 en la revista Age (Dordrecht, Netherlands).
Esto nos recuerda uno de los problemas que pueden asociarse a este tipo de estudios: el sesgo del superviviente. En edades tempranas nuestra personalidad guarda cierta correlación con el riesgo de morir ya que en nuestra personalidad puede estar marcada cierta propensión al riesgo, lo que a su vez aumenta la probabilidad de que, por ejemplo, fallezcamos en un accidente de tráfico.
Lo mismo puede valer en otras edades. Una personalidad más propensa a adicciones puede también desembocar en una muerte prematura. La cuestión es si esto continúa ocurriendo a lo largo de nuestra vida. La respuesta bien puede ser sí, lo que implicaría que los estudios que analizan este tipo de cambios deban tener en cuenta este posible sesgo a la hora de comparar personas de distintas edades, incluso cuando estas son comparadas consigo mismas.
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De todas las formas de seducir a una pareja, ninguna como la que descubrimos bajo una isla de Japón. Un extraño círculo fue la pista
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Si acudimos al diccionario para ser exactos con el término, al verbo “cortejar” le acompaña la siguiente definición: intentar conseguir el amor o los favores de alguien halagándolo y buscando su compañía. Por eso, el hallazgo que tuvo lugar hace varias décadas fue tan sorprendente. Normalmente, cuando hablamos de cortejar pensamos en clave humana. Sin embargo, en el reino animal superan todo lo visto en nuestra especie cuando se trata de reclamar la atención del otro.
El enigma de los círculos. En el año 1995, un grupo de buzos que se encontraban explorando las aguas cercanas a la isla de Amami Ōshima, Japón, descubrieron unas extrañas formaciones circulares en el lecho marino. Fue sorprendente, ya que aquellas estructuras eran simétricas, con picos y valles radiales, y con una perfección geométrica tan destacada que despertó todo tipo de especulaciones sobre su origen: ¿estaban ante una creación humana, o se debía a algún tipo de fenómeno natural desconocido, o quizás de algún organismo insólito?
Pasaron los años, y no fue hasta 2011 que un equipo de científicos logró resolver el misterio. No solo eso. Lograron “pillar” al sospechoso repitiendo la fastuosa escena. Para sorpresa de los investigadores, el protagonista se trataba de un diminuto Torquigener albomaculosus, una pequeña especie de pez globo que, con un tamaño de apenas 12 centímetros, parecía ser capaz de esculpir estructuras 16 veces más grandes que su propio cuerpo con un propósito muy específico: seducir a una pareja para la reproducción.
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El arte del cortejo bajo el mar. El año del hallazgo, los científicos registraron el proceso de creación de estos círculos en el fondo marino, observando hasta 10 eventos reproductivos en dos zonas de estudio. Cada estructura tardaba entre siete y nueve días en completarse y requería de una precisión extrema. El pez globo macho utilizaba sus aletas pectorales, anales y caudales para excavar y modelar la arena en un patrón radial perfecto, alternando entre movimientos rápidos y pausas estratégicas para dar textura a las formaciones.
Además, decoraba los picos de su obra con elementos decorativos como conchas y fragmentos de coral, mientras que el centro del círculo quedaba completamente despejado como vemos en las imágenes. Solo cuando estos detalles finales estaban listos, las hembras comenzaban a acercarse para evaluar el diseño del “artista”.
El ritual de apareamiento. En este punto, cuando una hembra se interesaba en la estructura, el macho agitaba la arena fina del centro para atraer su atención. Si ella se decidía a entrar en el círculo, el macho se retiraba momentáneamente antes de nadar rápidamente hacia ella en un baile repetitivo de cortejo. Si la hembra quedaba impresionada, ponía sus huevos en el centro del círculo, convirtiéndolo en un nido temporal.
Si aquello ya era fascinante, poco después se reveló que las impresionantes estructuras nunca se reutilizaban, eran de un solo uso. Después de la reproducción, los machos abandonan su creación y comienzan una nueva desde cero, ya que el proceso de esculpir el círculo consume la mayor parte de la arena más fina y adecuada para la reproducción. Este apoteósico ritual de construcción de nido, documentado años después en la serie Big Pacific de BBC Earth/PBS y narrado por Sir David Attenborough, ha maravillado a biólogos y espectadores desde entonces.
Arte efímero. Qué duda cabe, el complejo trabajo del pez globo es una de las exhibiciones más fascinantes del reino animal, comparable a las elaboradas danzas de apareamiento de las aves o a las construcciones de algunos mamíferos. Sin embargo, lo que hace que estas estructuras sean únicas es que se trata de verdaderas obras de arte submarinas, cuidadosamente diseñadas y moldeadas con precisión geométrica. Además, su descubrimiento también ofreció una nueva perspectiva sobre la evolución del cortejo en los vertebrados.
Aunque los humanos solemos pensar en el arte y la arquitectura como capacidades exclusivamente nuestras, estos círculos marinos demostraron que la naturaleza también es capaz de crear estructuras extraordinarias con propósitos tan antiguos como la vida misma: el amor, la atracción o la perpetuación de la especie, todo eso, y seguro que algo más, en la extraordinaria obra de una diminuta criatura.
Imagen | H Kawase et al (2017) Fishes, CC BY 4.0
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