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Los asientos de primera clase son cosa del pasado. Las aerolíneas quieren ahora una clase business absurdamente lujosa

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Volar en primera clase hace que el vuelo se pase volando de otra manera. Es una experiencia única —o eso dicen— que se ha asociado tradicionalmente al lujo. Sin embargo, desde hace unos años, la primera clase está perdiendo terreno frente a una clase que viene apretando fuerte desde abajo. Hay compañías que se resisten a abandonar este tipo de asientos, pero otras están decididas a matar la primera clase en sus aviones.

Oman Air es una más en la lista, y los motivos para apartar definitivamente este tipo de asientos tienen bastante sentido.

Las clases cambian. En los comienzos de la aviación, todas las clases eran iguales. Todos los asientos eran igual de incómodos y la experiencia no era buena. Sin embargo, poco a poco las aerolíneas se pusieron las pilas para que la experiencia mejorara y, con diferentes cambios de regulación, en 1955 Trans World Airlines fue la primera que separó en dos clases: primera y turista.

Unos años más tarde, en 1970, aparecieron los asientos ‘ejecutivos’, una mejora de espacio y servicios respecto a la clase turista, pero inmediatamente detrás de la primera clase. La idea gustó a otras compañías que se apresuraron a copiar un modelo que permitía cobrar entre un 25% y un 50% más a los viajeros. Esos primeros asientos business son similares a la clase economy premium actual, pero los asientos business también han ido evolucionando, tanto que están ganando la batalla a la primera clase.

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En los asientos centrales, las cabinas son dobles, pero con cortinillas rígidas para ganar privacidad

Tendencia. En 2016, Delta Air Lines estrenó las cabinas ejecutivas. No eran primera clase (los asientos de primera clase son una auténtica locura), pero el precio estaba en un punto en el que la clase inmediatamente inferior podía considerar realizar un viaje largo de forma más cómoda y las características del asiento fueron llamando la atención de los viajeros de primera clase. En sus resultados financieros, Delta informó de un crecimiento de los ingresos de la clase premium en un 17%, lo que afianzó su movimiento.

Cada vez más aerolíneas están apostando por quitar espacio a la primera clase y a la económica para apostar por la clase business y la premium economy. El motivo está en la relación entre el espacio que se necesita dentro del avión y el rendimiento económico de los asientos. Es algo que se puede ver genial en esta imagen, extraída del vídeo de Aviatrix:

dinero asientos avión
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Números. Los viajeros de negocios representan el 12% de los pasajeros de un avión, pero son el 75% de las ganancias. Siguiendo el ejemplo anterior, en un Boeing 777 de British Airways que vuele desde Londres a Washington DC, tenemos la siguiente situación:

  • Clase Economy: 122 asientos a 1.050 dólares cada uno = 128.100 dólares por vuelo.
  • Clase Premium Economy: 40 asientos a 3.600 dólares cada uno = 144.000 dólares por vuelo.
  • Clase Business: 48 asientos a 5.500 dólares cada uno = 264.000 dólares por vuelo.
  • Primera Clase: 14 asientos a 10.500 dólares cada uno = 147.000 dólares por vuelo.

No todos los vuelos son tan caros, evidentemente, pero el objetivo es que menos pasajeros paguen más para que los beneficios sean superiores. Y manteniendo la primera clase, ese objetivo se va al garete porque los 14 asientos ocupan muchísimo espacio y las ganancias son inferiores a las de la clase business.

Matando a la clase alta. Aerolíneas como American Airlines, Air New Zealand o Turkish Airlines se han sumado a esa tendencia de matar a la primera clase para apostar por mejores asientos de clase ejecutiva. El caso de Oman Air es interesante con sus cabinas Business Studio. Se trata de un tipo de asiento que sólo utilizará, de momento, en la ruta Londres-Bangkok y serán más baratas que las anteriores de primera, pero algo más caros que los de la clase business estándar.

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Cabinas Business Studio. Con Korfiatis es el director ejecutivo de Oman Air y comentó a Fortune que la demanda de los asientos de primera clase ha disminuido, lo que los ha motivado a inventarse esa “clase business de primera”. “El nuevo Business Studio ofrecerá un espacio entre asientos de 208 centímetros, paredes para garantizar la privacidad, una pantalla personal de 23 pulgadas, conectividad Wi-Fi gratuita y comida a la carta”. Tienes la privacidad de la primera clase gracias a las paredes de la cabina y comodidades para trabajar o descansar en un vuelo de negocios.

Como sigamos inventando clases… Al final, se trata de una clase business que podría ser la primera clase de algunas aerolíneas y el problema es… precisamente ese. Ya hay compañías como Qatar Airways que tienen una clase business mejor que la primera clase de otras compañías y, además, ahora va a servir caviar o champán de 390 dólares la botella también a esta clase (que puede parecer algo menor, pero suma en la experiencia de vuelo).

Y lo que están haciendo las compañías que eliminan la primera clase es reconvertir ese espacio en una especie de business plus con asientos más espaciosos, cabinas para dos personas y comodidades que van un poquito por encima de la clase business, pero sin llegar a los precios de la primera clase.

El problema va a ser como quieran realizar esta estrategia con otros asientos del avión, ya que se van a acabar los nombres y muy probablemente veamos asientos economy premium plus o similar. Si es que no existen ya.

Imágenes | Oman Air

En Xataka | Las aerolíneas han encontrado otra forma de ganar espacio a costa del pasajero: acabar con los asientos reclinables

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Sabíamos que el olfato y la memoria están estrechamente relacionados. Y eso nos desbloquea una ventaja: detectar el Alzheimer

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La enfermedad de Alzheimer puede resultad difícil de detectar. Los síntomas de este trastorno suelen hacerse evidentes solo tras el avance de esta demencia, lo cual supone un enorme problema. Y es que, a falta de una cura definitiva, nuestra capacidad para frenar el impacto de la enfermedad depende en gran medida de una detección temprana.

Olfato. Una de las pistas con las que contamos a la hora de detectar el Alzheimer en sus etapas tempranas es a través del olfato. Un estudio realizado por investigadores de la Universidad de Chicago analizó el impacto de la enfermedad sobre nuestra capacidad sensorial y detectó que esta una rápida pérdida del olfato al hacernos mayores podía predecir con cierta exactitud el advenimiento de la enfermedad de Alzheimer.

Olor a magdalena. La relación entre memoria y olfato es muy estrecha. Sabemos que la capacidad evocativa de los olores no pasaba desapercibida, pero en las últimas décadas la ciencia ha podido confirmar esta singular conexión.

El motivo de esta estrecha relación puede ser anatómico. El bulbo olfativo es la región del cerebro que procesa en primera instancia los olores para después enviar la señal a otras áreas del cerebro. Esta señal atraviesa zonas clave del sistema límbico, áreas vinculadas a emociones y memoria. “Las señales olfativas llegan muy rápidamente al sistema límbico”, explica a The Harvard Gazette Venkatesh Murthy, jefe del Departmento de Biología Celular y Molecular de la universidad.

515 participantes. El estudio de la Universidad de Chicago contó con 515 participantes, adultos de edades avanzadas, inscritos en el Proyecto Memoria y Envejecimiento de la Universidad Rush. Estos participantes eran examinados anualmente, exámenes que ponían a prueba sus capacidades cognitivas para detectar signos de demencia. Estas pruebas también estudiaban su habilidad para identificar olores, además de otros parámetros vinculados con la salud.

Más que pérdida de memoria. El equipo halló así un nuevo vínculo entre el olfato y la memoria: una pérdida rápida de capacidad olfativa previo a cualquier pérdida cognitiva podía predecir la llegada de diversos síntomas asociados con el Alzheimer. Estos síntomas incluían un menor volumen de materia gris en las áreas del cerebro vinculadas al olfato y a la memoria, pérdida cognitiva y un mayor riesgo de demencia.

También hallaron una relación entre esta pérdida olfativa y la presencia del gen APOE-e4, una variante genética considerada factor de riesgo en el advenimiento del Alzheimer. Los detalles del estudio fueron publicados en un artículo en la revista Alzheimers & Dementia.

“Este estudio provee otra pista sobre cómo una rápida pérdida del sentido del olfato es un muy buen indicador de lo que acabará ocurriendo estructuralmente en regiones específicas del cerebro,” explicaba en una nota de prensa Jayant M. Pinto, coautor del estudio.

Adelantarse a la enfermedad. El Alzheimer es una enfermedad por ahora incurable, pero existen distintos tratamientos que nos permiten retrasar el desarrollo de sus síntomas. Para eso, debemos adelantarnos a la enfermedad lo más que podamos. Algo difícil en un trastorno que solo muestra sus consecuencias una vez avanzada la enfermedad.

“Si pudiéramos identificar a sus 40, 50 o 60 a la gente con un mayor riesgo, podríamos potencialmente tener suficiente información para apuntarlos en ensayos clínicos y desarrollar mejores medicaciones”, añadía también en una nota de prensa Rachel Pacyna, caoautora del trabajo.

Iniciativa propia. El hecho de que el cambio en nuestro olfato sea rápido y se de antes de la llegada del deterioro cognitivo abre una importante ventana, la de poner al propio paciente en aviso. Y es que la mayoría de las formas que tenemos de detectar la aparición de la demencia es a través de evaluaciones externas, por ejemplo cuando los familiares detectan problemas de memoria o en el lenguaje.

La pérdida del olfato es algo que, en principio, puede resultar llamativo al propio paciente y ponerlo en guardia o incitarlo a buscar consejo médico. Cuando el olor de la magdalena deja de traernos recuerdos, quizá lo que nos estamos jugando no solo sea la evocación de una memoria.

En Xataka | Tenemos una nueva “teoría del todo” para comprender el Alzheimer. Su clave está en unos pequeños gránulos

Imagen | Cottonbro Studio

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La fuerza de voluntad ha fracasado en la adopción de hábitos, pero el cerebro tiene un truco mejor: automatización personal

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Apostarlo todo a la fuerza de voluntad cuando se quiere adquirir un nuevo hábito no acostumbra a funcionar. Eso lo sabía hasta San Mateo: “el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil”.

James Clear, autor del best seller ‘Hábitos atómicos‘ ya avisa que dejar la adquisición de hábitos a la fuerza de voluntad es una decisión que te acerca un poco más al fracaso. Nuestro cerebro no está diseñado para luchar constantemente contra lo que le resulta cómodo y conocido.

Clear apuesta por crear sistemas que conduzcan a la ejecución de los nuevos hábitos que se desean adquirir para lograr tus objetivos sin tener que depender de la disciplina y la constancia. Sin embargo, hay un método que puede simplificarlo mucho más: la automatización personal.

¿Hábito, qué hábito?

Una de las mejores estrategias para adquirir un nuevo hábito sin depender de la fuerza de voluntad es, simplemente, no tener que pensar que existe ese nuevo hábito. Es decir, automatizar el hábito del mismo modo que no piensas cuando te lavas los dientes o qué desayunas a diario.

Un ejemplo de automatización personal puede ser la que empleaba Steve Jobs o Mark Zuckerberg (antes de su cambio de estilo) en la que habían adaptado su vestuario para reducir el número de decisiones que tomaban al día, y así reducir su carga mental.

Ni Jobs ni Zuckerberg se plantaban cada día ante su armario pensando en qué se iban a poner ese día, simplemente abrían el armario y cogían una ropa que ya estaba seleccionada previamente, sin debate mental.

Ropa preparada
Ropa preparada

De hecho, el cerebro tiene una tendencia natural a la proceduralización. La creación de hábitos se basa en la plasticidad cerebral o, lo que es lo mismo, el cerebro aprende a realizar una tarea en base a la repetición de la misma, hasta que la aprende, la optimiza y la ejecuta de forma inconsciente e involuntaria.

¿Piensas cada movimiento de los dedos al atarte un zapato, al cepillarte los dientes o al fregar los platos? Obviamente no, porque es algo que has practicado tanto que tu cerebro lo ha automatizado.

Ahora piensa en tu nuevo hábito como esa acción automatizada y cómo puedes asimilarlo sin que ni siquiera tengas que pensar en ello. La clave para generar esa automatización es integrar el hábito en una rutina concreta y en un orden concreto, para repetirlo cada día, del mismo modo que cada mañana te levantas, te duchas, te vistes, desayunas en un determinado orden.

No es habitual cambiar ese orden una vez lo has adquirido porque has automatizado el proceso y lo raro será saltarte uno de esos pasos, por lo que no dependerá de si ese día te levantaste sin ganas de ducharte, o de desayunar. Ni te lo planteas, simplemente lo haces.

Los beneficios de la automatización personal

Tal y como apuntan desde Thinkwasabi, uno de los mayores beneficios de la automatización personal es el ahorro de energía mental. Sin embargo, este sistema ayuda a reforzar la adquisición de nuevos hábitos u objetivos sin dejar ningún resquicio a la tentación de no hacerlo.

Además, la automatización personal puede estimular tu creatividad y capacidad para resolver problemas. Cuando el proceso de automatización de una determinada acción o hábito ya está muy asentado, el cerebro entra en “piloto automático” mientras se realiza ese proceso, lo que deja espacio para el pensamiento creativo fomentando los momentos “Eureka”.

Lo ideal es comenzar poco a poco, eligiendo una o dos cosas que puedas automatizar en tu rutina diaria, para luego ir añadiendo más progresivamente. Por ejemplo, si uno de tus objetivos es comer más saludable o ahorrar, puedes comenzar por integrar en tu rutina del fin de semana la elaboración de un menú para toda la semana. Al tenerlo preparado, no tendrás que pensar en tu dieta a diario ni preocuparte por cocinar durante la semana para comer sano.

Si tu objetivo es comenzar a hacer deporte, prepara con antelación tus zapatillas y la ropa de deporte para que solo tengas que calzártelas y salir a correr. Tener que buscarlas bajo la cama puede convertirse en una excusa más que suficiente para que tu cerebro mine tu fuerza de voluntad. No le des esa ventaja.

La clave de esta técnica está en la consistencia y la anticipación. Hacer pequeñas acciones de forma repetida hasta que se conviertan en hábitos automáticos.

En Xataka | Hasta hace poco la gente estaba muy orgullosa de lo poco que dormía: hoy son candidatos a padecer demencia y Alzheimer

En Xataka | El sencillo hábito que aporta un sorprendente impacto en la productividad: ordenar el espacio de trabajo antes de empezar

Imagen | Unsplash (Isaac Smith)

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La serendipia digital está en peligro de extinción. Internet nos entiende demasiado bien

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La serendipia, ese hallazgo valioso que ocurre mientras buscábamos otra cosa, está en vías de extinción si hablamos de Internet. Los algoritmos de recomendación, cada vez más precisos, nos han encerrado en burbujas de conveniencia comodísimas, pero tambien estériles. Ya no nos perdemos en Internet –de ahí venía lo de “navegar”–. Y ese es el problema.

Pienso en mi adolescencia, en la primera década de este siglo. Una noche cualquiera, escuchando Rock & Gol, que combinaba rock y fútbol, quería oír comentarios sobre esa etapa gloriosa del Valencia, pero de repente sonó algo distinto. No era el pop comercial de tardoadolescentes melancólicos (“¡tanto la querííía…!”), ni el primer reggaeton que conocimos. Era ‘E-Pro’, de Beck.

Aquellos cuatro minutos cambiaron mi percepción de lo que podía ser la música. Hoy no me parece nada del otro jueves, pero en ese momento me hizo querer escuchar un tipo de música que hasta entonces desconocía. Fue un accidente, una colisión fortuita con algo que jamás hubiera buscado activamente porque ni siquiera sabía que existía. Simplemente llegó a mis oídos sin que nunca hubiese reproducido nada similar.

Hoy, con Spotify sugiriéndome canciones milimétricamente afinadas a mis gustos –declarados e inferidos, grrr–, me pregunto dónde están esos accidentes transformadores para los adolescentes actuales.

Es una paradoja: cuanto más sofisticada se vuelve la tecnología para “conocernos”, menos oportunidades tenemos de conocer algo realmente nuevo. Nuestros algoritmos han confundido “relevancia” con “familiaridad”, ofreciéndonos variaciones apenas perceptibles de lo que ya consumimos. Como dijo Antonio Ortiz en “Internet fue dopamina, la IA será oxitocina“, hemos optimizado plataformas para mantener nuestra atención, no para expandir nuestros horizontes. Cautivos, no creativos.

¿Cuándo fue la última vez que descubriste algo realmente inesperado en tu feed? No algo tangencial a tus intereses habituales, sino algo totalmente nuevo, discordante, algo que te hiciera replantear ideas y expandirte hacia un nuevo gusto.

El explorador digital de antaño, que navegaba de hipervínculo en hipervínculo hasta el P2P final, ha sido sustituido por el consumidor pasivo que desliza el dedo en un flujo infinito de contenido precalculado. En su perfeccionamiento, los algoritmos han eliminado la fricción, y con ella, la chispa generativa del desencuentro. No es una buena noticia.

Lo cachondo es que este refinamiento algorítmico llega justo cuando más necesitamos el pensamiento divergente. La innovación real, la que cambia paradigmas en lugar de optimizar lo existente, surge precisamente de conexiones inesperadas, de la colisión entre ideas dispares. Silicon Valley se construyó sobre serendipias: Stewart Brand encontrando inspiración en los nativos americanos para crear el Whole Earth Catalog, Steve Jobs cautivado por la caligrafía que acabaría influyendo profundamente en el diseño y el ADN del Mac. Hasta el concepto mismo de hipertexto nació de una analogía con cómo funciona la mente humana: no linealmente, sino por asociaciones inesperadas.

No es solo una cuestión de innovación. También de salud cívica. Antes, los periódicos físicos nos obligaban a pasar páginas donde encontrábamos, sin quererlo, opiniones discordantes con las nuestras. Ahora Discover se encarga de filtrar.

Ahora, nuestros feeds están tan tuneados que pueden pasar meses sin que nos crucemos con una idea que confronte realmente nuestras convicciones. El algoritmo, en su afán por maximizar nuestro tiempo de permanencia, nos sirve sólo aquello que confirma nuestras presuposiciones. O en el caso de X, lo que nos vaya a hacer echar espuma por la boca.

Esta sobreespecialización del consumo digital ha creado un extraño fenómeno: nunca habíamos tenido acceso a tanta información y, sin embargo, nuestros mundos mentales son cada vez más estrechos. La variedad ha quedado sacrificada en el altar de la experiencia personalizada. No deja de ser sintomático que algunas de las voces más potentes tras estos diseños no quieran poner en manos de sus hijos sus propias creaciones.

Nos dirigimos hacia un Internet donde cada click está premeditado, donde la siguiente recomendación es predeciblemente interesante. En nombre de la eficiencia estamos sacrificando ese glorioso desorden digital que, como el ADN basura en nuestro genoma, podría contener el germen de la próxima gran innovación o simplemente de esos hallazgos que cambian el consumo cultural del resto de nuestra vida.

Me pregunto cuántos temazos de Beck –no canciones del músico californiano, sino el concepto de música que rompe con nuestras creencias previas– nos estamos perdiendo, sobre todo los adolescentes de hoy, atrapados en bucles de contenido algorítmicamente perfectos pero creativamente estériles.

Quizás sea hora de exigir el derecho a la serendipia digital. De preguntarnos si queremos un Internet que nos comprende demasiado bien o uno que aún puede sorprendernos.

En Xataka | Tímidos del mundo, estamos perdiendo Internet

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