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Israel lleva desde 1973 sin afrontar una gran guerra regional. El ataque de Irán está cerca de cambiarlo
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Oriente Próximo da un paso más hacia una guerra regional a gran escala, un conflicto plagado de incógnitas y con un alcance y desarrollo difíciles de prever, pero que deja ya algunas certezas. La principal, que tras la incursión de las tropas israelíes en el sur del Líbano y el ataque con misiles lanzado ayer por Teherán, ni Israel ni Irán parecen dispuestos a dar pasos atrás. Se cruzan advertencias. Crece la tensión. E Israel se encamina hacia su primer guerra abierta con un Estado en años —ya no solo con grupos como Hamás u Hezbolá— en lo que su primer ministro plantea sin ambages como un cambio en “el equilibrio de poder”.
La gran pregunta es… ¿Qué podemos esperar a partir de ahora?
Asomado a una guerra regional. Así amanece hoy Oriente Próximo. A punto de cumplirse un año del ataque de Hamás que llevó a Israel a lanzar su sangrienta ofensiva en Gaza, la región parece encaminarse a una guerra a gran escala. Con el conflicto con Hamás en Gaza como telón de fondo, Israel se ha adentrado en el sur del Líbano alegando que se trata de “redadas limitadas, localizadas y selectivas” contra el grupo militar chiita Hezbolá y ahora —en una nueva escalada de tensión militar en la zona— parece a las puertas de una confrontación directa con Irán.
Un paso adelante. El conflicto abierto con Irán es clave por varios motivos. Primero, porque refuerza la estrategia de Benjamin Netanyahu, como advierten algunos analistas. Hace unos días el propio dirigente destacaba que el golpe que había asestado Israel a la cúpula de Hezbolá —acabó con la vida de su líder, Hassan Nasrallah— propiciaba “un nuevo equilibrio de poder” en la región.
La segunda razón por la que el conflicto con Irán resulta relevante es porque sitúa a Israel a las puertas de su primera gran guerra regional en décadas con un Estado, más allá de grupos como Hamás, Hezbolá o los hutíes de Yemen. Para encontrar un escenario similar habría que remontarse a la Guerra del Líbano de comienzos de la década de 1980 o, incluso más atrás, a la Guerra de Yom Kippur, en 1973.
El movimiento de Irán. Aunque aún es pronto para valorar cómo influirá en el conflicto regional, ayer Irán hizo un movimiento clave: lanzó una oleada de misiles a Israel. Alrededor de 200, según el Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica. Los proyectiles se dirigieron a varias regiones de Israel, obligaron a activar alarmas en puntos como Jerusalén y Tel Aviv y dañaron edificios. Sus autoridades aseguran que no tener constancia de heridos graves, aunque se habla de un fallecido.
En abril Irán ya había lanzado un ataque con más de 300 drones y misiles balísticos a Israel, pero entonces el ataque se avisó con 72 horas de antelación, el ejército israelí pudo interceptar casi todos los proyectiles y los daños fueron muy limitados. El Pentágono asegura que la ofensiva de ayer resultó el doble de potente, incluyó un mayor número de misiles balísticos, más difíciles de derribar, y las autoridades israelíes se enteraron solo unas horas antes de la amenaza.
Poco antes del ataque de abril Irán había sufrido un golpe en su embajada de Siria, un bombardeo que destruyó su consulado en Damasco y mató a siete funcionarios, entre ellos un alto mando de la Guardia Revolucionaria Islámica. Teherán no tardó en culpar al ejército israelí de lo sucedido y prometieron tomar represalias. Ahora el contexto es más complejo. A aquel episodio que ya motivó el ataque de Irán en abril se suman los asesinatos por parte de Israel de los dirigentes de Hamás y Hezbolá, dos grupos que han contado con el respaldo y alianza de Teherán.
¿Qué consecuencias tendrá? La pregunta del millón. Si bien el ataque de Irán ha tenido a priori un alcance limitado, marca una escalada clara en las tensiones en la región y supone la primera vez que Teherán logra superar las barreras antiaéreas israelíes y alcanzar núcleos urbanas en el territorio enemigo. Netanyahu ya se ha pronunciado. Y con claridad. “Irán cometió un gran error esta noche y pagará por ello. Su régimen no entiende nuestra determinación de defendernos y tomar represalias contra nuestros enemigos”, advirtió el dirigente israelí.
“No entre en conflicto con Irán”. El presidente de Irán, Masoud Pezeshkian, ha revindicado a través de su cuenta de X que su país se ha limitado a actuar “en defensa de los intereses y ciudades”, y lanza un aviso: “Que Netanyahu sepa que Irán no es beligerante, pero se opone firmemente a cualquier amenaza. Esta es solo una demostración de nuestro poder. No entre en conflicto con Irán”.
Los analistas ya advierten de las implicaciones de lo ocurrido y sus posibles consecuencias. Hay quien aprecia un “cambio de dinámica” en el conflicto, con la “confrontación directa entre dos potencias militares regionales”. Y hay quien cree que con su ofensiva de ayer Teherán ha mostrado su debilidad para golpear con fuerza a Israel y ha dado a Netanyahu un pretexto para devolverle el golpe.
¿Una guerra a distancia? Entre Irán y Líbano, territorio por el que ya avanzan las tropas de Netanyahu, hay sin embargo una diferencia clave: la distancia. Irán está a cientos de kilómetros de Israel. Así pues, surge la duda de cómo avanzaría un conflicto entre ambas potencias. En sus ataque de abril y el de ayer Teherán optó por el uso de proyectiles aéreos que Israel logró atakar en buena medida gracias a su sistema de defensa, la conocida como ‘Cúpula de Hierro’.
Israel e Irán son dos potencias militares. El índice GFP, que mide la potencia bélica de las naciones, sitúa a ambos en el TOP 20 entre las 145 naciones que se encargan de analizar sus técnicos. A Irán lo sitúa en el puesto 14. A Israel, en el 17.
División de fuerzas. Se calcula que las fuerzas armadas iraníes se nutre de al menos 580.000 efectivos en servicio activo y 200.00 reservistas, entre el ejército tradicional y la Guardia Revolucionaria Islámica. Su armamento incluye misiles de precisión, drones, lanchas, pequeños submarinos que le permiten interrumpir el tráfico marítimo. Su gran debilidad, señalaba en abril The New York Times, es la fuerza aérea, ya que buena parte de sus aviones tiene décadas de antigüedad o se compararon a Rusia en los años 90. Sus tanques y blindados también son viejos.
En cuanto a Israel, posee uno de los ejércitos más poderosos de la región y hace unos días —a punto de cumplirse un año de guerra en Gaza— reconocía estar listo para aguantar el tiempo necesario. “Si es necesario estar 10 años en esta situación, estaremos 10 años en esta situación”. A su favor cuenta con recursos, unos 170.000 militares en activo a los que se suma una sólido colchón de reservistas (465.000) y tecnología como la ‘Cúpula de Hierro’. Tanto Israel como Irán destacan también por sus alianzas. El primero tiene entre sus principales apoyos a Washington. El segundo, es pieza clave del “Eje de la Resistencia”, que incluye a Hamás, Hezbulá, el gobierno sirio, los hutíes de Yemen y grupos armados en Siria e Irak.
Imagen | Wikipedia y Benjamin Netanyahu (X)
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cambiar algunos de ellos está en nuestra mano
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¿Llevamos la longevidad en la sangre? La sabiduría popular seguramente respondería que sí, que un historial familiar repleto de octogenarios y nonagenarios es un buen indicador de que nuestra vida será larga. La ciencia, sin embargo, parece que tiende a señalar en dirección opuesta.
17%. Un nuevo estudio sobre envejecimiento y longevidad ha calculado el peso que diversos factores tienen sobre nuestra salud futura y el riesgo de una muerte prematura. Uno de los resultados más sorprendentes está en el efecto, relativamente escaso, de la predisposición genética frente a los factores ambientales.
Estos últimos explican el 17% de la variación en el riesgo de muerte en la población estudiada, una cifra notablemente mayor que la del escaso 2% asociado a la predisposición genética. Según destaca el equipo responsable del estudio, entre los factores ambientales con mayor impacto sobre este riesgo se encontraban fumar, la situación socioeconómica, actividad física y condiciones de vida.
“Nuestra investigación demuestra el profundo impacto de exposiciones que pueden ser cambiadas, bien por los individuos o a través de políticas para la mejora de las condiciones socioeconómicas, reducción del tabaquismo, o la promoción de la actividad física”, explicaba en una nota de prensa Cornelia van Duijn, coautora del estudio.
Distintas enfermedades, distintas formas de impacto. El equipo observó también diferencias en el grado en el que unos factores u otros impactaban al riesgo asociado a determinadas enfermedades. El estudio mostró que si bien los factores ambientales tenían un impacto mayor en algunas enfermedades (como las que afectaban a los pulmones, corazón e hígado), la genética tenía un mayor peso en las demencias y en algunos cánceres como el de mama.
Casi medio millón de participantes. El estudio se realizó gracias a los datos compilados por UK Biobank, una base de datos con la que el equipo pudo estudiar la influencia de un total de 164 factores ambientales y genéticos, y su impacto en el envejecimiento y muertes prematuras en la muestra.
Evaluar el envejecimiento de las personas es una tarea complicada. El equipo estudió algunas enfermedades relacionadas con este proceso, pero también recurrió a un “nuevo reloj del envejecimiento”, un reloj biológico basado en algunas proteínas presentes en la sangre.
Los detalles del proceso fueron publicados en un artículo en la revista Nature Medicine.
Lecciones para el futuro. Los resultados del estudio nos pueden servir de guía a la hora de hallar el foco en las intervenciones en salud pública. “Estos resultados subrayan los beneficios potenciales de enfocar las intervenciones en los entornos, contextos socioeconómicos, y comportamientos en la rpevención de enfermedades relacionadas con la edad y la muerte prematura”, añadía Austin Argentieri, quien lideró el equipo responsable del trabajo.
Parte de la relevancia del trabajo se encuentra en lo amplio de la muestra analizada y la importante cantidad de datos estudiada en el marco del estudio.
Manuel Collado, investigador del CNB-CSIC en el CiMUS de la Universidad de Santiago de Compostela, quien no estuvo implicado en el trabajo, destacaba para Science Media Centre España la robustez del estudio, “una fantástica colección de muestras y datos de miles de personas que está siendo usada intensamente por muchos investigadores. Pero, además, para añadir robustez al estudio, sus conclusiones han sido también confirmadas en grupos de personas de distintas áreas geográficas”.
Imagen | Peggychoucair
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Mikey Madison y Adrien Brody ganan el premio a mejor actriz y actor en los Óscar
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Mikey Madison y Adrien Brody ganaron este domingo el premio a mejor actriz y actor en la ceremonia 67 de los Premios Óscar, celebrada en el Teatro Dolby, de Los Ángeles.
Los protagonistas de “Anora” y “The Brutalist” recibieron la estatuilla y agradecieron el apoyo de su equipo y su familia.
El drama de posguerra “The Brutalist” presenta la historia de László Toth (Brody), un visionario arquitecto que llega a Estados Unidos huyendo de la Europa bélica para reconstruir su vida y su matrimonio junto a su esposa.
Por su parte, “Anora” narra la historia de una trabajadora sexual que se casa con el hijo de un oligarca ruso.
Los Óscar se desarrollan tras un año turbulento para la industria cinematográfica. La venta de entradas bajó un 3% con respecto al año anterior y, lo que es más importante, con respecto a los tiempos anteriores a la pandemia.
Las huelgas de 2023 causaron estragos en los calendarios de estrenos de 2024. Muchos estudios redujeron sus producciones, dejando a muchos sin trabajo. Los incendios, en enero, no hicieron más que aumentar el dolor.
La transmisión del año pasado, impulsada por los éxitos de taquilla gemelos de “Oppenheimer” y “Barbie”, llevó a los Óscar a un máximo de audiencia de cuatro años, con 19.5 millones de espectadores.
Con información de AP
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la peor pesadilla de la alianza atlántica es más que una cuestión de inversión
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Que Donald Trump no es un entusiasta de la OTAN no es nada nuevo. Lo dejó ver ya durante su primer mandato, cuando deslizó la posibilidad de que EEUU diese un paso atrás en la alianza atlántica, y lo ha subrayado en varias ocasiones desde entonces, como candidato y presidente electo. Pero a medida que la relación se tensa con Europa y dentro de su propio equipo se alzan voces a favor de que Washington rompa con el tratado de 1949, surge una pregunta, cada vez con más fuerza: ¿Qué pasaría si EEUU se desliga de la OTAN?
Para responderlo hace falta repasar un poco de historia reciente, geoestrategia… y también matemáticas.
¿Una OTAN sin EEUU? Solo el hecho de que la pregunta esté sobre la mesa resulta ya significativo. Sobre todo porque las nubes que ensombrecen el futuro de la EEUU en la OTAN no surgen de especulaciones ni rumores, sino de comentarios de altos cargos de Washington, incluido el propio Trump, quien en diciembre, aún como presidente electo, se quejaba de que la alianza atlántica está “aprovechándose de EEUU”.
“Se aprovechan de nosotros en el comercio, no se llevan nuestros coches ni nuestros alimentos. No se llevan nada. Es una vergüenza. Y encima los defendemos, así que el golpe es doble”, cargó Trump durante una entrevista en NBC News. Y cuando la periodista le preguntó si consideraría excluir a EEUU de la OTAN en caso de que concluya que su trato hacia EEUU no es “justo”, replicó, rotundo: “Sí, por supuesto”. La continuidad en la alianza, recalcó, queda condicionada a que el conjunto de sus miembros “paguen sus facturas”.
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Un rumor de fondo. No era la primera vez que se hablaba de la salida de EEUU de la OTAN. Ni ha sido la última. Hace seis años The New York Times publicó que en 2018 Trump ya amagaba con la retirada de la OTAN. Y aquello fue durante su primer mandato. El segundo se ha iniciado hace apenas un mes y ya está marcado por el distanciamiento entre Washington y algunos de sus aliados históricos, como Canadá o la UE. La prueba más clara (y gráfica) fue la mesa de negociación creada por EEUU y Rusia para poner fin a la guerra de Ucrania sin reservar un asiento para Ucrania ni la Unión.
La tendencia parece ir además en crescendo, sin visos de que vaya a destensarse. En los últimos días horas hemos visto a Europa cerrando filas en torno a Ucrania, a Trump y Zelenski mostrando en prime time su falta total de sintonía y a Elon Musk, gran aliado de Trump, caldeando el debate sobre la salida de la EEUU de la OTAN. Ayer el empresario compartió un tuit que rezaba “Es hora de abandonar la OTAN y la ONU” junto al siguiente mensaje de cosecha propia: “I agree”.
¿Una OTAN sin EEUU? La misma pregunta del principio, pero con un sentido distinto, el de la viabilidad: ¿Es factible una OTAN con Washington de perfil o en la que directamente EEUU dé un paso atrás? Hace unos días, durante una entrevista en la BBC, le preguntaron al secretario general de la OTAN, Mark Rutte, si el resto de aliados podrían suplir el hueco de EEUU en caso de que este retire su apoyo militar a Ucrania, su respuesta fue reveladora: ni se plantea ese escenario.
Un “riesgo del 100%”. Tras insistir en que EEUU “quiere llevar a Ucrania a una paz duradera”, el alto cargo de la OTAN deslizó: “Vamos más allá de esta cuestión. Es crucial que permanezcamos todos juntos en esto: EEUU, Ucrania, Europa, que llevemos a Ucrania a la paz. Eso es exactamente por lo que Trump lucha, por lo que todos luchamos”.
Zelenski, que lleva tiempo ambicionando la adhesión de su país a la OTAN, una perspectiva que parece más lejana hoy, tras los contactos entre Moscú y Washington, es aún más claro. En otra charla reciente con periodistas, advertía de las consecuencias que tendría que Trump dé un paso atrás en la OTAN, no solo para su país, sino para el conjunto del continente: “El riesgo de que Rusia ocupe Europa es del cien por cien si Estados Unidos se retira de la OTAN”.
Cuestión de peso. La clave es el peso que Washington tiene en la OTAN. Las estimaciones del organismo para 2024 preveían que EEUU fuese el tercer país de la alianza que mayor porcentaje de su PIB destinase a defensa, un 3,4%, solo por detrás de Polonia y Estonia. Los compromisos de Washington van más allá del Tratado del Atlántico Norte y dado el tamaño de su economía se calcula que el gasto en defensa de EEUU representa cerca de dos tercios del total de la OTAN.
En cuanto a los costes, el organismo aplica un reparto basado en el ingreso nacional y EEUU vuelve a destacar como uno de los mayores contribuyentes, con casi el 16%, igual que Alemania. El Reino Unido se sitúa en tercer lugar con un 11% y Francia ocupa el cuarto puesto, con algo más del 10%.
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De porcentajes a dólares. World Population Review ha creado un mapa en el que se aprecia aún de forma más gráfica la aportación de cada país adherido a la OTAN en 2023, tanto en porcentaje del PIB como en fondos dedicados a inversión en defensa. EEUU destaca con un 3,49% y 860.000 millones de dólares, muy por encima del segundo país, Alemania.
Como una imagen vale más que mil palabras, viene bien echar un vistazo al gráfico elaborado en 2024 por Visual Capitalist para entender el peso de la inversión estadounidense en defensa en comparación con los otros 31 países de la alianza.
El otro enfoque. Importa lo que aporta Estados Unidos, pero importa también en qué medida contribuyen el resto de países adheridos a la OTAN. Trump ya ha exigido públicamente al resto de naciones que eleven su aportación hasta alcanzar el 5% de su PIB, por encima incluso de lo que destina ahora mismo el propio EEUU. Y no parece dispuesto a cambiar su estrategia. “Les dije a los países ‘No voy a protegeros a menos que paguéis’, y empezaron a pagar. Eso ascendió a más de 600.000 millones de dólares”, presumía en diciembre.
La barrera del 5% queda muy por encima del 2% que se ha marcado la propia OTAN, porcentaje este último que probablemente no tarde en revisarse y que queda considerablemente lejos de lo que invierten ahora mismo parte de los países adheridos a la OTAN. Su previsión para 2024 dejaba por debajo de la línea del 2% a Croacia, Portugal, Italia, Canadá, Bélgica, Luxemburgo, Eslovenia y España, situada a la cola con un 1,3%. EEUU destaca además por su peso aplastante en el apoyo a la defensa de Ucrania.
El artículo 5, la clave. Hay otra clave tan o más importante que la aportación de recursos y es el artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte, en el que se apoya el respaldo mutuo en caso de agresión: “Las partes acuerdan que un ataque armado contra una o más de ellas, que tenga lugar en Europa o América del Norte, será considerado como un ataque dirigido contra todas ellas”, por lo que en caso de que se llegue a ese escenario cada país “ayudará a la parte o partes atacadas”, sin descartar el uso de la fuerza armada.
“Cualquier ataque armado de esta naturaleza y todas las medidas adoptadas en consecuencia serán inmediatamente puestas en conocimiento del Consejo de Seguridad”, abunda el artículo 5 antes de bosquejar qué se considera exactamente un “ataque armado”, como la vulneración de las fronteras, buques o aviones. En su punto 13 el tratado, firmado en abril de 1949 en Washington, también reconoce que al cabo de veinte años “cualquiera de las partes podrá dejar de serlo”.
Más allá del papel. En 2001, tras los ataques del 11-S, el Consejo del Atlántico Norte invocó formalmente la cláusula de defensa mutua, apelando al resto de miembros de la alianza a acudir en su ayuda. En un artículo publicado en junio en The Conversation los politólogos Dan Reiter y Brian Greenhill apuntan sin embargo que en realidad “los acuerdos de la alianza son más flexibles de lo que la gente piensa”.
“En la práctica es posible que Estados Unidos y otros países occidentales se mantengan al margen de un conflicto en el que esté involucrado un país de la OTAN sin tener que romper sus compromisos de alianzas”, señalaban ambos profesores: “El lenguaje del tratado de la OTAN contiene lagunas que permiten a los países miembros mantenerse al margen de las guerras de otros miembros en determinadas situaciones”.
¿Qué significa entones el artículo 5? Esa es la pregunta que se hacían Reiter y Greenhill, y su conclusión era clara. Primero, el tratado “no incluye una definición clara” de qué supone realmente una agresión armada, como quedó de mostrado en febrero de 2020 tras los ataques de las fuerzas rusas y sirias a territorio turco.
Segundo, señalan los expertos, incluso en el caso de que se considere que la agresión se ajusta a la filosofía del artículo 5 sigue sin haber “una autoridad central de la OTAN que le diga a cada país qué debe hacer”. “En lugar de eso, cada país le dice a la OTAN qué está, y que no está dispuesto a hacer”, argumentan.
El ejemplo de 2001. Ambos expertos recuerdan de hecho que tras el ataque al World Trade Center y el Pentágono, en 2001, no todos los miembros de la OTAN movilizaron tropas a Afganistán para apoyar a EEUU en su lucha contra los talines. “No se consideró una violación del tratado ni dio lugar a un debate importante y los países que no optaron por sumarse a la lucha no fueron sancionados ni expulsados de la alianza”.
A favor del artículo 5 estaría la presión interna en los países y de los votantes sobre sus gobernantes, algo comprobado por los propios Reiter y Greenhill con un experimento sociológico, pero ambos reconocen también que los líderes políticos pueden influir con su discurso. “Los compromisos de la alianza no son tan vinculantes, ni legal ni políticamente, como sugiere la sabiduría convencional”.
Imágenes | Gage Skidmore (Flickr) y Wikipedia 1 y 2, OTAN y Visual Capitalist
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