Que Hacer
de San Francisco a Los Ángeles en una ruta llena de paradas imprescindibles
Ahora mismo nos puede parecer una locura, pero os puedo asegurar que si hay un viaje que repetiría punto por punto, parada por parada es un road trip Estados Unidos. La facilidad con la que se conduce y lo económico del alquiler de coches, hace que viajar en coche por California, bordeando la costa de San Francisco a Los Ángeles nos proporcione una ruta llena de paradas imprescindibles.
Con calma, disfrutando de la conducción y del paisaje, con un mínimo de planificación en cuestión de hoteles para dormir, se puede ir improvisando pequeñas paradas en función de lo que nos ofrezca el paisaje. Para el alquiler del coche hay montones de opciones bastante económicas y la gasolina no es gran gasto. Un viaje por California inolvidable con toda seguridad, porque la experiencia de conducir por Estados Unidos es bastante gratificante.

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San Francisco: cuestas, viento y el impresionante Alcatraz

Plantear el viaje con calma, aunque sea un road-trip de manual implica dedicarle tiempo a las grandes ciudades sin descuidar para nada todo lo más pequeño que te puedas encontrar, así que el planteamiento del viaje parte de San Francisco, que es una ciudad que te enamora a los diez minutos de pisarla, con mucho que ver y merecedora de una calma que invita a que disfrutes de sus parques y sus lugares icónicos. También una cosa: para moverse por San Francisco y alrededores no es necesario tener el coche ya porque el transporte público funciona excepcionalmente bien y con una tarjeta de semana te moverás a la perfección.

Los imprescindibles de la ciudad y los alrededores, siempre susceptibles de aumentar, son los siguientes:
- El tranvía: ir a San Francisco implica tener que probar uno de esos viajes en tranvía histórico que estamos cansados de ver en las películas y en contra de lo que podamos pensar, no sólo suben y bajan turistas.
- Golden Gate Park, un espectacular parque de más de 4 km2 perfecto para pasar un día al aire libre, observar vegetación, hacer un viaje al lejano oriente en el Japanese Tea Garden, o a los Windmills y admirar tulipanes como si estuvieras en Holanda. Si hay suerte puede estar tocando la orquesta. También hay tours guiados y un montón de lugares donde comer y hacer picnic.
- Presidio Real de San Francisco, que es un parque que no está lejos del anterior. Su nombre viene del fuerte que los españoles situaron aquí en 1776.
- Desde ahí, visita imprescindible al barrio de Marina (completamente llano) y al Palace of Fine Arts, los restos de la exposición universal de 1915 y que os sonarán de “La Roca”
- No nos olvidamos de las vistas que hay del Golden Gate Bridge desde la bahía, y que de una manera u otra deberíais cruzar para pasar una mañana en Sausalito. No creo que os tengamos que contar mucho del precioso puente de estilo Art Decó.

- Una visita a San Francisco implica una visita a Alcatraz. Coged los billetes con anticipación y un consejo, id abrigados en el barco. Una vez allí se disfruta a tope la visita.
- Fisherman’s Wharf con todos sus muelles es perfecto para pasar una tarde y de paso ver cómo toman el sol los leones marinos, felices y ajenos a todo. Además el imprescindible es cenar Clam Chowder.
- Siguiendo con barrios de San Francisco hay que pasear por Castro, centro histórico de la lucha LGTBI y también Haight Ashbury, que en los años 60 fue el centro de la vida hippie de la ciudad y ahora está un poco decadente de más.

- Hay que seguir a los montones de turistas que bajan en paralelo a la calle más sinuosa del mundo: Lombard Street, con sus preciosos parterres de flores y los coches girando como locos.
- Una parada a realizar en la visita a San Francisco es Telegraph Hill, una de las colinas y con la imponente Coit Tower.
- El Chinatown de San Francisco es el más antiguo de América del Norte y la comunidad china más numerosa fuera de Asia.
- Por supuesto, hay que pasarse por Misión Dolores (cuyo nombre es San Francisco de Asís), fundada en 1776 por el padre Junípero Serra y es la más antigua de las que se conservan en su estado original de todo California.
Monterey, la 17-Mile Drive y una noche en Carmel-by-the-Sea

Salimos de San Francisco en coche dirección sur y sin desviarnos y siempre con la costa a nuestra derecha iniciamos ruta por la California 1, conocida como Camarillo Highway. Vistas preciosas y una conducción agradable con paradas estupendas. Recordemos que estamos de vacaciones para disfrutar, como para entrar en todas las misiones que vayamos encontrando.
La primera visita “grande” es Monterey, capital uno de los condados originales de California y donde está el teatro más antiguo del país (el edificio). Monterey es la “casa” de uno de los acuarios más famosos del mundo, al que se llega paseando por Cannery Row y al igual que en San Francisco hay también un Presidio Real y de aquí parte un “secreto” que nos lleva hasta Carmel-by-the-Sea.

La 17-Mile-Drive es una carretera privada de 17 millas que tiene su inicio en Monterey y que circula por Pacific Grove y Pebble Beach, y en la que entras (4 entradas diferentes) previo pago de una tasa por coche para circular por una delicia escénica que os aconsejo que hagáis al caer la tarde. Desde allí podéis ver una de las puestas de sol más espectaculares. Es un camino lleno de playas vacías de gente, casas de lujo, hoteles y campos de golf, y ahí está el famoso Pebble Beach Golf Club, cuyo hoyo 18 está en plena playa.

Una noche en Carmel-by-the-Sea vale la pena, es una ciudad pequeña, pintoresca, llena de galerías de arte y joyerías, con una media de edad bastante elevada y casas preciosas. Su habitante más famoso es Clint Eastwood, y fue muchísimos años alcalde de la localidad. Por supuesto, hay que comer en Hog’s Breath Inn el restaurante que fue de su propiedad. Y parada obligada en Mision Carmel también, una de las más bonitas que se visitan a lo largo de California.
Big Sur

Saliendo de Carmel-by-the-Sea continuamos nuestro viaje por la Camarillo Highway y disfrutamos de las mejores vistas de la costa hasta llegar a Big Sur. Es una zona poco poblada con unos acantilados espectaculares, montones de paradas en las que conseguir la foto perfecta para y con el Puente de Bixby Creek como estrella invitada.

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San Luis Obispo, Hearst Castle

Continuando por la Camarillo Highway, en San Simeón, a mano izquierda hay un desvio que lleva hacia Hearst Castle. Sólo deciros que es una visita obligada a la que ir con calma porque no conseguireis cerrar la boca. Aislado en una colina (desde el parking, a medio camino os suben en autobús) se levanta imponente el “castillo” de William Randolph Hearst, magnate de la prensa y político que ideó una fortaleza/museo en la que todo lo que miras son antigüedades romanas, griegas y egipcias, pinturas europeas, claustros de iglesias españolas y un despliegue de mosaicos indescriptibles en las piscinas interior y exterior. Dedicad un día a hacer todas las visitas guiadas porque valen realmente la pena.
De San Luis Obispo a Los Ángeles

El último empujón tras la visita al Hearst Castle sería hacer noche en San Luis Obispo o en Morro Bay (esta fue mi opción), para ya enfilar descansados el último tramo hacia Los Ángeles. Por supuesto, imprescindible la visita a la Misión de San Luis Obispo y también parar en Misión Santa Bárbara.
Los Ángeles: la locura de Hollywood y las playas

Y llegamos al final del road trip pero que no es más que una continuación, porque en Los Ángeles hay que tener coche sí o sí. Es una ciudad que no está hecha para moverse en transporte urbano como hicimos en San Francisco: aunque estemos de vacaciones el tiempo es precioso y cuesta bastante acostumbrarse a las frecuencias y a las líneas, además de lo mucho que hay que ver.

- Hollywood Boulevard, el Teatro Chino y el Kodak Theatre, porque queremos pasear sobre las estrellas y ver el lugar en el que se celebra todos los años la Ceremonia de los Oscars y los grandes estrenos.
- El Staples Center, hogar de Los Angeles Lakers: está un poco a desmano pero hay que pasar a rendir pleitesía al templo del baloncesto californiano.
- De nuevo, Chinatown, que aunque no llega a tener el tamaño del de San Francisco bien vale una visita por lo pintoresco y decorado y la buena comida. Y también está Little Tokyo, el asentamiento japonés de la ciudad.
- En la visita a Downtown Los Ángeles, hay que hacer una parada en Union Station la icónica estación de tren de la ciudad y el Pueblo de Los Ángeles, que un recinto con un estilo de pueblo mexicano construído en 1930. Hay museos y locales de hostelería en un ambiente de lo más pintoresco. También se puede hacer un viaje en el Angel’s Flight, que ha vuelto a la moda tras ‘La, La, Land’.

- Las playas más famosas del mundo, y con ello nos referimos a Santa Mónica, Venice Beach, Long Beach y Redondo Beach.
- También vale la pena darse un paseo por la zona de la Universidad de UCLA, por “vivir” ese ambiente universitario americano de campus que estamos acostumbrados a ver en las películas.
- Beverly Hills y Rodeo Drive? pues claro que hay que ir, aunque sólo sea a mirar escaparates y pasear por allí escuchando en nuestra cabeza la música de ‘Pretty Woman’.

- Por supuesto nuestra estadía en Los Ángeles tiene que incluir obligatoriamente una visita a un estudio de Hollywood. Yo hice peregrinaje a Universal Studios y es toda una gozada entrar en zonas de rodaje que has visto en montones de películas, intercambiables muchas entre sí y con una visita guiada de lo más amena, sin contar con la parte de Parque Temático con atracciones.
- El parque Griffith con su observatorio es una buena manera de ver la ciudad desde el alto y también disfrutar de un poco de calma, escapando del bullicio. Se agradece la explosión de verde y arbolado.
San Diego

Añado al viaje una rápida y veloz visita de un día a San Diego porque nosotras la incluimos en nuestro roadtrip por un motivo: entre Los Angeles y San Diego hay un gran outlet de marcas y decidimos marcarnos un día de shop until you drop en un momento en el que el dólar estaba bajísimo y queríamos volver con las maletas llenas. Tuvimos así la oportunidad de pasar una jornada estupenda en San Diego, haciendo un tour que nos llevó por todas partes:
- Old Town San Diego es el original casco antiguo y aunque es un poco un parque temático del lugar donde estuvo el primer asentamiento europeo en California, merece mucho la pena la visita.
- Downtown San Diego, con el Embarcadero con su paseo marítimo y el barrio Gaslamp Quarter. Este último aglutina gran parte del ocio nocturno y es perfecto para ir de compras y a restaurante, sin perder ojo de los edificios históricos.
- Balboa Park, situado cerca del Downtown, que con sus 486 hectáreas es el parque cultural urbano más grande de USA.
- El Museo de Arte de San Diego, donde puedes disfrutar de obras de Goya, Murillo, El Greco y Zurbarán.
- Coronado Island: aquí podemos recrearnos con el puente que se cruza para llegar a ella, que realmente es una península y es una zona absolutamente turística con una de las mejores playas de la zona, Coronado Beach y el hotel en el que transcurre parte de la acción de ‘Con Faldas y a lo Loco’.
Imágenes | Pixabay, Viola de Lesseps
Que Hacer
visitarla te hace sentir que entras en otro siglo
Hay lugares que, nada más llegar, te invitan a bajar un poco el ritmo. De esos que te hacen respirar hondo sin que tú lo decidas, simplemente porque el entorno lo pide. En este sitio pasa exactamente eso: ves un valle tranquilo, un casco antiguo, un río que avanza con calma entre jardines muy cuidados y, al fondo, una silueta de granito que capta la atención sin necesidad de imponerse. Es uno de esos lugares ideales para practicar el famoso turismo slow, un término fácil de emplear pero difícil de poner en práctica en los tiempos que vivimos: caminar sin prisa, fijarte en los detalles, escuchar el agua, oler la madera de las casas antiguas y dejar que el paisaje vaya cambiando delante de ti.
Cuando llegas a Fougères, entiendes por qué todos hablan de su encanto. Lo primero que ves es la fortaleza en lo alto, vigilando el pueblo como si siempre hubiera estado ahí para orientarte. Debajo, las casas de entramado de madera mantienen ese aire auténtico que a veces se pierde en otros destinos, y las calles adoquinadas te llevan de un rincón a otro sin necesidad de acelerar el paso. Es un lugar que te invita a tomártelo con calma desde el primer minuto.
Luego están los bares y terrazas, que casi parecen puestos ahí para que te sientes un buen rato a disfrutar. Una galette, una sidra o algún dulce bretón saben mejor cuando no tienes prisa. Y la verdad es que aquí es fácil dejarse llevar: Fougères te recompensa si decides parar, mirar alrededor y simplemente estar. No hace falta más para empezar a disfrutarlo de verdad.
Fougères y su fortaleza medieval que te deja sin palabras


Erguida sobre un peñasco de esquisto, esta inmensa obra defensiva construida entre los siglos XII y XV, impresiona a cualquiera. Sus trece torres rodean dos hectáreas de murallas restauradas que, siglos atrás, estuvieron protegidas por un foso de agua. Seguir el camino de ronda es casi obligatorio: desde allí se admiran no solo las murallas en todo su esplendor, sino también los jardines que bordean el pueblo, perfectamente integrados en el paisaje.
Cada torre cuenta una historia, pero pocas atrapan tanto la imaginación como la torre Mélusine. Lleva el nombre del hada de Lusignan, símbolo de misterio y metamorfosis, y se eleva unos treinta metros sobre el conjunto, con muros de tres metros y medio de grosor. Una construcción así no solo servía para vigilar; su sola presencia disuadía a cualquiera que pensara poner a prueba las defensas del lugar.
Caminar por la fortaleza es como recorrer siglos de historia con los pies. Hay torres cuadradas, circulares y en forma de herradura que muestran la evolución de la ingeniería militar medieval. Desde lo alto, las vistas abarcan el valle, los tejados desiguales del casco antiguo y los colores de sus espectaculares jardines, que cambian con cada estación. A sus pies se encuentra el pasadizo, un Centro de Interpretación de la Arquitectura y el Patrimonio, una visita imprescindible que ayuda a imaginar la vida cotidiana entre asedios, el papel de Fougères en las fronteras bretonas y las sucesivas reconstrucciones que han permitido que el conjunto llegue hasta nosotros tan completo.
Una ciudad para disfrutar con calma


Pero Fougères no es solo su castillo. Es un destino que se saborea mejor sin reloj: paseando por el barrio antiguo, entrando en alguna tienda artesanal, cruzando pequeños puentes sobre el río, subiendo a los miradores naturales o sencillamente sentándose en una terraza a contemplar cómo la fortaleza cambia de tono al caer la tarde. Aquí todo parece invitar a bajar el paso.
Si viajas en familia, las actividades del castillo suelen ser un acierto. Si vas en pareja, el atardecer desde las murallas es uno de esos momentos que se guardan en la memoria. Y si tienes ganas de tranquilidad, basta caminar por los jardines del pueblo o detenerse en cualquier rincón del casco antiguo para entender por qué estos lugares, lejos del ruido, acaban conquistando a quien los visita.
Imágenes | Web Oficial de Turismo de Bretaña
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Que Hacer
esta ciudad tiene uno de los mercadillos navideños más bonitos y mágicos de España
Siempre he pensado que la mejor manera de “calentar motores” cuando llega diciembre es pasear por un mercadillo navideño: entre luces, aromas y música, el espíritu festivo se enciende casi sin que nos demos cuenta. Y aunque muchos viajeros se dejan seducir por los mercados más famosos, y por tanto, más concurridos, existen alternativas fantásticas. Además en España tenemos mucha suerte porque hay muchos destinos que conservan intacta la magia, pero sin las aglomeraciones que a veces empañan la experiencia.
De hecho hay una ciudad en particular que, pese a no disfrutar de la popularidad de Madrid o Vigo, se transforma por completo en estas fechas. Durante más de cinco semanas, cada calle y cada plaza se llenan de luz, creatividad y ambiente festivo. Su programación, que este año incorpora novedades respecto a ediciones anteriores, es inmensa: más de 600 actividades repartidas en 39 días convierten este rincón del nordeste español en un gran escenario navideño pensado para disfrutar en familia, en pareja o con amigos. Hablamos de Zaragoza.
El epicentro es la Plaza del Pilar, donde se instala la ya emblemática Muestra Navideña, uno de los mercadillos más característicos del país. Pero la celebración no se queda ahí: el ambiente festivo se extiende también a otros espacios clave, como el Parque Grande José Antonio Labordeta, que se suma cada año con propuestas propias para completar una experiencia inolvidable en la ciudad.
Dos mercadillos para disfrutar de la Navidad más tradicional (y gourmet)
El mercado principal reúne alrededor de medio centenar de casetas, todas decoradas con un cuidado especial que invita a pasear sin prisa. Aquí puedes encontrar artesanía local, adornos hechos a mano, regalos originales, figuras para el belén, dulces tradicionales, chocolates, turrones y productos gastronómicos de la tierra. El ambiente, sin embargo, va mucho más allá de la compra: frente a la basílica se levanta un Belén de tamaño real, uno de los más grandes del país, que cada año se renueva y atrae a miles de visitantes. También hay pista de hielo, trineos neumáticos, un gran árbol de los deseos, carruseles y actividades constantes para todas las edades.
Si el plan pasa por llevarse sabores auténticos a casa, o por encontrar regalos gourmet de calidad, el Mercado Gourmet del Parque Grande es otra parada que merece un hueco en la ruta. Allí, productores y artesanos de toda la región ofrecen vinos, aceites, embutidos, dulces, panes de pueblo y conservas que son un acierto seguro para las cenas navideñas o para sorprender con un detalle para alguien especial. Además, este mercado suele acompañarse de actuaciones, talleres y degustaciones, lo que lo convierte en una experiencia completa.
La ciudad, además, estrena cada año novedades: un acto de encendido más espectacular, nuevas zonas iluminadas (como el Paseo Independencia), y un espectáculo lumínico en el Parque Grande que invita a recorrerlo al caer la tarde. Incluso la Cabalgata de Reyes renueva su recorrido y su puesta en escena, con más énfasis en la narrativa y en la calidad artística del desfile.
Zaragoza: una escapada perfecta en Navidad

Imagen | Perfil Facebook Zaragoza Cultura
Y entre todo este ambiente festivo se cuelan joyas patrimoniales que ningún viajero debería pasar por alto. La Basílica del Pilar, con sus cúpulas y su reflejo en el Ebro, es una visita imprescindible, igual que la Catedral del Salvador o la Aljafería, uno de los palacios mudéjares más importantes del país. Pasear por el casco histórico, descubrir pequeñas plazas, adentrarse en museos y perderse por calles llenas de vida es parte del encanto de esta escapada navideña.
Quizá otros mercados acaparen titulares, pero pocos equilibran tan bien la tradición, la artesanía, la gastronomía y la calidez de una ciudad volcada en estas fechas. Aquí la Navidad no solo se contempla: se vive, se siente y se comparte. Y quizá por eso, este mercadillo se ha convertido en uno de los más bonitos y mágicos de toda España. ¿La receta? calidez, actividades para todos, buena gastronomía y un ritmo que permite disfrutarlo de verdad.
Imagen | Ayuntamiento de Zaragoza
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Que Hacer
Este pueblo de Burgos de solo 247 habitantes esconde una de las grandes joyas del románico en España
Una escapada en esta época del año, cuando se mezclan los preparativos, las compras y ese ajetreo casi inevitable de las fiestas, pide a gritos un destino donde el tiempo parezca ralentizarse. Un lugar para caminar sin prisas, sin aglomeraciones y con el simple objetivo de desconectar del ruido cotidiano, donde el silencio no sea una rareza, sino parte del paisaje. Y uno de esos rincones perfectos de nuestro país para regalarse una pausa se esconde entre montes tranquilos y carreteras secundarias, guardando un conjunto monumental capaz de sorprender tanto a quienes buscan arte como a quienes solo desean respirar hondo y sentirse lejos de todo.
Ese lugar es Santo Domingo de Silos, una pequeña villa burgalesa que ronda apenas los dos centenares de habitantes y, aun así, guarda más historia de la que uno imagina al llegar. Su tamaño engaña: basta poner un pie en sus calles para descubrir que aquí se condensa un patrimonio cultural extraordinario, modelado por siglos de espiritualidad, tradición y vida monástica que ha dejado una huella profunda.
Situado en la comarca de La Demanda y Pinares, Silos se desarrolló junto a antiguas rutas de paso que explican tanto la riqueza de sus influencias como su carácter acogedor. Fue cruce de caminos, refugio espiritual y punto de encuentro para viajeros de todas las épocas. Hoy mantiene ese mismo espíritu: el de un pequeño pueblo que invita a parar y a dejar que su calma, casi contagiosa, haga efecto desde los primeros minutos.
Santo Domingo de Silos


El epicentro de todo es, sin duda, el Monasterio de Santo Domingo de Silos. Fundado en época altomedieval y revitalizado en el siglo XI por la figura del propio Domingo, este monasterio benedictino conserva uno de los claustros románicos más fascinantes de España. Su doble planta, sus capiteles tallados con escenas bíblicas, animales fantásticos y motivos vegetales, son una auténtica lección de arte medieval. A ello se suman tesoros inesperados: la botica monástica, la biblioteca histórica o la serenidad de su patio interior.
Y en ese patio se alza el célebre ciprés del claustro, plantado en el siglo XIX y convertido en símbolo del lugar. Su silueta esbelta inspiró a Gerardo Diego y protagoniza muchas de las postales que han hecho de Silos un destino tan conocido como íntimo. Verlo enmarcado por los arcos del claustro es uno de esos momentos que justifican cualquier viaje.
La música también es parte de la identidad del pueblo. El canto gregoriano de los monjes traspasó fronteras cuando, en los años noventa, una recopilación de sus grabaciones se coló inesperadamente en listas internacionales. Aún hoy, asistir a alguno de los oficios abiertos al público es una experiencia que no se olvida: el eco de las voces en la acústica de la iglesia crea una atmósfera única.


Aunque el monasterio acapare buena parte de la fama, Santo Domingo de Silos ofrece mucho más. Un paseo por su casco urbano revela restos de antiguas murallas, casonas blasonadas que hablan de familias nobiliarias y un templo gótico que conserva detalles añadidos con el paso de los siglos. Todas estas piezas conforman un conjunto compacto y muy agradable de recorrer, perfecto para quienes disfrutan descubriendo la historia a pie de calle. Muy cerca se encuentra también el Museo de los Sonidos de la Tierra, una sorpresa para muchos viajeros, ya que su colección de instrumentos de distintas partes del mundo muestra cómo la música ha sido siempre un lenguaje universal que evoluciona según cada cultura.
Para aprovechar al máximo la visita, lo mejor es recorrerlo sin prisa, dejándose llevar por sus calles tranquilas y por la arquitectura tradicional que asoma en cada rincón. El monasterio, por supuesto, merece una visita atenta: recorrer su claustro con calma y, si coincide, dejarse envolver por los cantos gregorianos durante alguno de los oficios es una experiencia que se recuerda durante mucho tiempo. Después, el museo musical ofrece un contrapunto perfecto, ligero y muy entretenido, ideal tanto para adultos como para niños.
El entorno natural completa la experiencia. Desde el pueblo parten rutas sencillas que llevan a paisajes que sorprenden por su fuerza, como el Desfiladero de La Yecla, un cañón estrechísimo que se recorre por pasarelas colgadas entre paredes verticales. Un broche de oro para rematar una escapada que te renovará la energía a todos los niveles.
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