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House of Bols, la destilería más antigua del mundo está en Ámsterdam

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Viajamos hoy a Ámsterdam para conocer la destilería más antigua del mundo, abierta en 1575, que acabaría convirtiéndose en una marca de renombre mundial: House of Bols. Templo de los licores y los cócteles, además es conocida por los eventos que organiza (en tiempos de prepandemia, claro).

Puede que ya no podamos entrar en los coffee shops, pero Ámsterdam cuenta con innumerables atractivos para los turistas, no en vano Ámsterdam es una ciudad de museos, para todos los gustos, desde el arte clásico a la vanguardia, de los diamantes al sexo.

Si nos centramos en las bebidas, otra muy especial tiene su espacio en la ciudad, el Museo Heineken Experience en la antigua fábrica de cerveza, un homenaje a la elaboración de cerveza, tradición centenaria en Holanda que se remonta a los monasterios medievales.

Pero hoy nos detenemos en Bols, la destilería más antigua del mundo, que lleva elaborando licores en Ámsterdam desde 1575. Fue Lucas Bols quien se ocupó de la compañía un siglo después de su fundación y la convirtió en una marca famosa en el mundo entero.

Entre sus logros, está el de ampliar la variedad de licores disponibles para el público. También el de dar renombre mundial a la bebida alcohólica más conocida en los Países Bajos, símbolo nacional: la “genever” o “jenever”, uno de los licores más antiguos y todavía muy popular en la actualidad.

El origen de esta bebida no es holandés: en el siglo XII monjes italianos elaboraron una bebida de bayas de enebro como antídoto para la peste, pero se extendió por sus propiedades diuréticas y porque favorecía la circulación.

Se tiene constancia de que en el siglo XV existía en Holanda como medicamento y fue un siglo después cuando Lucas Bols lo comercializó en botellas como bebida, extendiéndolo hasta Alemania y otros países. Hoy, en la House of Bols puedes probar este licor o el cóctel que prefieras.

Destilería Bols Ámsterdam

Visita a la House of Bols, Ámsterdam

Personalmente la visita a este tipo de establecimientos me gusta mucho, sobre todo si está tan bien localizada, organizada y diseñada como la Guinness Storehouse de Dublín, donde además de aprender sobre la bebida en cuestión se puede disfrutar de una buena Guinness y unas vistas panorámicas de la ciudad.

En el caso de la House of Bols estamos ante un recinto más pequeño, pero de diseño espectacular e igualmente orientado a la experiencia de descubrir el arte de la destilación a través de todos los sentidos: aromas, colores, sabores, sonidos… Así, se pueden oler y tocar hierbas y especias, o probar determinados licores.

Por ello, la edad mínima para acceder a Hause of Bols es de 18 años. Al final del recorrido por sus diferentes salas, incluida una sala de degustación con 38 licores distintos, entramos en el Bar de los espejos o Mirar Bar, donde un barman nos sirve un cóctel.

Las salas están diseñadas en un estilo vanguardista, de modo que se integran a la perfección la tradición centenaria y la innovación. House of Bols ha sido galardonada con el premio holandés al diseño Dutch Design Award.

También podremos visitar el Club de los Cócteles del Mundo y la Sala de la Ginebra Bols. En la sala “flairbooth” podemos obtener una memoria digital de nuestra visita. Y, claro, quien lo desee podrá adquirir alguna botella de las que comercializa la marca.

La House of Bols está en Potterstraat, cerca del Museumplein, del Rijksmuseum y el Museo Van Gogh, en pleno centro de la ciudad y aunque en la actualidad permanece cerrada, su horario habitual es de 13:00 a 18:30 a diario.

El local es conocido también por los eventos que organiza: talleres de coctelería, de barman, fiestas temáticas… Eso sí, como recuerda qu eactualmente la House of Bols está cerrada debido a las restricciones sanitarias. La entrada cuesta 16 euros por persona e incluye audioguía y la consumición de un cóctel (la tarjeta Amsterdam Pass incluye esta visita gratuita).

Sitio Oficial | Bols
Fotos | sushiesque y sushiesque en Flickr-CC

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visitarla te hace sentir que entras en otro siglo

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Hay lugares que, nada más llegar, te invitan a bajar un poco el ritmo. De esos que te hacen respirar hondo sin que tú lo decidas, simplemente porque el entorno lo pide. En este sitio pasa exactamente eso: ves un valle tranquilo, un casco antiguo, un río que avanza con calma entre jardines muy cuidados y, al fondo, una silueta de granito que capta la atención sin necesidad de imponerse. Es uno de esos lugares ideales para practicar el famoso turismo slow, un término fácil de emplear pero difícil de poner en práctica en los tiempos que vivimos: caminar sin prisa, fijarte en los detalles, escuchar el agua, oler la madera de las casas antiguas y dejar que el paisaje vaya cambiando delante de ti.

Cuando llegas a Fougères, entiendes por qué todos hablan de su encanto. Lo primero que ves es la fortaleza en lo alto, vigilando el pueblo como si siempre hubiera estado ahí para orientarte. Debajo, las casas de entramado de madera mantienen ese aire auténtico que a veces se pierde en otros destinos, y las calles adoquinadas te llevan de un rincón a otro sin necesidad de acelerar el paso. Es un lugar que te invita a tomártelo con calma desde el primer minuto.

Luego están los bares y terrazas, que casi parecen puestos ahí para que te sientes un buen rato a disfrutar. Una galette, una sidra o algún dulce bretón saben mejor cuando no tienes prisa. Y la verdad es que aquí es fácil dejarse llevar: Fougères te recompensa si decides parar, mirar alrededor y simplemente estar. No hace falta más para empezar a disfrutarlo de verdad.

Fougères y su fortaleza medieval que te deja sin palabras

Fougeres
Fougeres

Erguida sobre un peñasco de esquisto, esta inmensa obra defensiva construida entre los siglos XII y XV, impresiona a cualquiera. Sus trece torres rodean dos hectáreas de murallas restauradas que, siglos atrás, estuvieron protegidas por un foso de agua. Seguir el camino de ronda es casi obligatorio: desde allí se admiran no solo las murallas en todo su esplendor, sino también los jardines que bordean el pueblo, perfectamente integrados en el paisaje.

Cada torre cuenta una historia, pero pocas atrapan tanto la imaginación como la torre Mélusine. Lleva el nombre del hada de Lusignan, símbolo de misterio y metamorfosis, y se eleva unos treinta metros sobre el conjunto, con muros de tres metros y medio de grosor. Una construcción así no solo servía para vigilar; su sola presencia disuadía a cualquiera que pensara poner a prueba las defensas del lugar.

Caminar por la fortaleza es como recorrer siglos de historia con los pies. Hay torres cuadradas, circulares y en forma de herradura que muestran la evolución de la ingeniería militar medieval. Desde lo alto, las vistas abarcan el valle, los tejados desiguales del casco antiguo y los colores de sus espectaculares jardines, que cambian con cada estación. A sus pies se encuentra el pasadizo, un Centro de Interpretación de la Arquitectura y el Patrimonio, una visita  imprescindible que ayuda a imaginar la vida cotidiana entre asedios, el papel de Fougères en las fronteras bretonas y las sucesivas reconstrucciones que han permitido que el conjunto llegue hasta nosotros tan completo.

Una ciudad para disfrutar con calma

Chateau De Fougeres
Chateau De Fougeres

Pero Fougères no es solo su castillo. Es un destino que se saborea mejor sin reloj: paseando por el barrio antiguo, entrando en alguna tienda artesanal, cruzando pequeños puentes sobre el río, subiendo a los miradores naturales o sencillamente sentándose en una terraza a contemplar cómo la fortaleza cambia de tono al caer la tarde. Aquí todo parece invitar a bajar el paso.

Si viajas en familia, las actividades del castillo suelen ser un acierto. Si vas en pareja, el atardecer desde las murallas es uno de esos momentos que se guardan en la memoria. Y si tienes ganas de tranquilidad, basta caminar por los jardines del pueblo o detenerse en cualquier rincón del casco antiguo para entender por qué estos lugares, lejos del ruido, acaban conquistando a quien los visita.

Imágenes | Web Oficial de Turismo de Bretaña

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esta ciudad tiene uno de los mercadillos navideños más bonitos y mágicos de España

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Siempre he pensado que la mejor manera de “calentar motores” cuando llega diciembre es pasear por un mercadillo navideño: entre luces, aromas y música, el espíritu festivo se enciende casi sin que nos demos cuenta. Y aunque muchos viajeros se dejan seducir por los mercados más famosos, y por tanto, más concurridos, existen alternativas fantásticas. Además en España tenemos mucha suerte porque hay muchos destinos que conservan intacta la magia, pero sin las aglomeraciones que a veces empañan la experiencia.

De hecho hay una ciudad en particular que, pese a no disfrutar de la popularidad de Madrid o Vigo, se transforma por completo en estas fechas. Durante más de cinco semanas, cada calle y cada plaza se llenan de luz, creatividad y ambiente festivo. Su programación, que este año incorpora novedades respecto a ediciones anteriores, es inmensa: más de 600 actividades repartidas en 39 días convierten este rincón del nordeste español en un gran escenario navideño pensado para disfrutar en familia, en pareja o con amigos. Hablamos de Zaragoza.

El epicentro es la Plaza del Pilar, donde se instala la ya emblemática Muestra Navideña, uno de los mercadillos más característicos del país. Pero la celebración no se queda ahí: el ambiente festivo se extiende también a otros espacios clave, como el Parque Grande José Antonio Labordeta, que se suma cada año con propuestas propias para completar una experiencia inolvidable en la ciudad.

Dos mercadillos para disfrutar de la Navidad más tradicional (y gourmet)

El mercado principal reúne alrededor de medio centenar de casetas, todas decoradas con un cuidado especial que invita a pasear sin prisa. Aquí puedes encontrar artesanía local, adornos hechos a mano, regalos originales, figuras para el belén, dulces tradicionales, chocolates, turrones y productos gastronómicos de la tierra. El ambiente, sin embargo, va mucho más allá de la compra: frente a la basílica se levanta un Belén de tamaño real, uno de los más grandes del país, que cada año se renueva y atrae a miles de visitantes. También hay pista de hielo, trineos neumáticos, un gran árbol de los deseos, carruseles y actividades constantes para todas las edades.

Si el plan pasa por llevarse sabores auténticos a casa, o por encontrar regalos gourmet de calidad, el Mercado Gourmet del Parque Grande es otra parada que merece un hueco en la ruta. Allí, productores y artesanos de toda la región ofrecen vinos, aceites, embutidos, dulces, panes de pueblo y conservas que son un acierto seguro para las cenas navideñas o para sorprender con un detalle para alguien especial. Además, este mercado suele acompañarse de actuaciones, talleres y degustaciones, lo que lo convierte en una experiencia completa.

La ciudad, además, estrena cada año novedades: un acto de encendido más espectacular, nuevas zonas iluminadas (como el Paseo Independencia), y un espectáculo lumínico en el Parque Grande que invita a recorrerlo al caer la tarde. Incluso la Cabalgata de Reyes renueva su recorrido y su puesta en escena, con más énfasis en la narrativa y en la calidad artística del desfile.

Zaragoza: una escapada perfecta en Navidad

Zaragoza
Zaragoza

Imagen | Perfil Facebook Zaragoza Cultura

Y entre todo este ambiente festivo se cuelan joyas patrimoniales que ningún viajero debería pasar por alto. La Basílica del Pilar, con sus cúpulas y su reflejo en el Ebro, es una visita imprescindible, igual que la Catedral del Salvador o la Aljafería, uno de los palacios mudéjares más importantes del país. Pasear por el casco histórico, descubrir pequeñas plazas, adentrarse en museos y perderse por calles llenas de vida es parte del encanto de esta escapada navideña.

Quizá otros mercados acaparen titulares, pero pocos equilibran tan bien la tradición, la artesanía, la gastronomía y la calidez de una ciudad volcada en estas fechas. Aquí la Navidad no solo se contempla: se vive, se siente y se comparte. Y quizá por eso, este mercadillo se ha convertido en uno de los más bonitos y mágicos de toda España. ¿La receta? calidez, actividades para todos, buena gastronomía y un ritmo que permite disfrutarlo de verdad.

Imagen | Ayuntamiento de Zaragoza

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Este pueblo de Burgos de solo 247 habitantes esconde una de las grandes joyas del románico en España

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Una escapada en esta época del año, cuando se mezclan los preparativos, las compras y ese ajetreo casi inevitable de las fiestas, pide a gritos un destino donde el tiempo parezca ralentizarse. Un lugar para caminar sin prisas, sin aglomeraciones y con el simple objetivo de desconectar del ruido cotidiano, donde el silencio no sea una rareza, sino parte del paisaje. Y uno de esos rincones perfectos de nuestro país para regalarse una pausa se esconde entre montes tranquilos y carreteras secundarias, guardando un conjunto monumental capaz de sorprender tanto a quienes buscan arte como a quienes solo desean respirar hondo y sentirse lejos de todo.

Ese lugar es Santo Domingo de Silos, una pequeña villa burgalesa que ronda apenas los dos centenares de habitantes y, aun así, guarda más historia de la que uno imagina al llegar. Su tamaño engaña: basta poner un pie en sus calles para descubrir que aquí se condensa un patrimonio cultural extraordinario, modelado por siglos de espiritualidad, tradición y vida monástica que ha dejado una huella profunda.

Situado en la comarca de La Demanda y Pinares, Silos se desarrolló junto a antiguas rutas de paso que explican tanto la riqueza de sus influencias como su carácter acogedor. Fue cruce de caminos, refugio espiritual y punto de encuentro para viajeros de todas las épocas. Hoy mantiene ese mismo espíritu: el de un pequeño pueblo que invita a parar y a dejar que su calma, casi contagiosa, haga efecto desde los primeros minutos.

Santo Domingo de Silos

Monasterios Silos
Monasterios Silos

El epicentro de todo es, sin duda, el Monasterio de Santo Domingo de Silos. Fundado en época altomedieval y revitalizado en el siglo XI por la figura del propio Domingo, este monasterio benedictino conserva uno de los claustros románicos más fascinantes de España. Su doble planta, sus capiteles tallados con escenas bíblicas, animales fantásticos y motivos vegetales, son una auténtica lección de arte medieval. A ello se suman tesoros inesperados: la botica monástica, la biblioteca histórica o la serenidad de su patio interior.

Y en ese patio se alza el célebre ciprés del claustro, plantado en el siglo XIX y convertido en símbolo del lugar. Su silueta esbelta inspiró a Gerardo Diego y protagoniza muchas de las postales que han hecho de Silos un destino tan conocido como íntimo. Verlo enmarcado por los arcos del claustro es uno de esos momentos que justifican cualquier viaje.

La música también es parte de la identidad del pueblo. El canto gregoriano de los monjes traspasó fronteras cuando, en los años noventa, una recopilación de sus grabaciones se coló inesperadamente en listas internacionales. Aún hoy, asistir a alguno de los oficios abiertos al público es una experiencia que no se olvida: el eco de las voces en la acústica de la iglesia crea una atmósfera única.

Santo Domingo Silos Burgos
Santo Domingo Silos Burgos

Aunque el monasterio acapare buena parte de la fama, Santo Domingo de Silos ofrece mucho más. Un paseo por su casco urbano revela restos de antiguas murallas, casonas blasonadas que hablan de familias nobiliarias y un templo gótico que conserva detalles añadidos con el paso de los siglos. Todas estas piezas conforman un conjunto compacto y muy agradable de recorrer, perfecto para quienes disfrutan descubriendo la historia a pie de calle. Muy cerca se encuentra también el Museo de los Sonidos de la Tierra, una sorpresa para muchos viajeros, ya que su colección de instrumentos de distintas partes del mundo muestra cómo la música ha sido siempre un lenguaje universal que evoluciona según cada cultura.

Para aprovechar al máximo la visita, lo mejor es recorrerlo sin prisa, dejándose llevar por sus calles tranquilas y por la arquitectura tradicional que asoma en cada rincón. El monasterio, por supuesto, merece una visita atenta: recorrer su claustro con calma y, si coincide, dejarse envolver por los cantos gregorianos durante alguno de los oficios es una experiencia que se recuerda durante mucho tiempo. Después, el museo musical ofrece un contrapunto perfecto, ligero y muy entretenido, ideal tanto para adultos como para niños.

El entorno natural completa la experiencia. Desde el pueblo parten rutas sencillas que llevan a paisajes que sorprenden por su fuerza, como el Desfiladero de La Yecla, un cañón estrechísimo que se recorre por pasarelas colgadas entre paredes verticales. Un broche de oro para rematar una escapada que te renovará la energía a todos los niveles.

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