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Gwen Stefani regresa con ‘Make Me Like You’ (VIDEO)

Como te lo había platicado hace algunas semanas, Gwen Stefani regresa a la música, en redes sociales ya se rumoraba y terminó por sorprender a sus fans con el lanzamiento de “Make Me Like You”.
El nuevo disco de la rubia se llamará “This Is What the Truth” y estará disponible a partir del 18 de marzo de 2016.
Este será el tercer álbum de la cantante estadounidense, que incluirá 10 temas, te compartimos cuales serán y el sencillo más reciente para que te lo aprendas.
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inyectar veneno a su pareja

Aparearse es un deporte de riesgo. Que se lo digan al macho de la mantis religiosa que tiene que sentir cómo su cabeza es devorada por la hembra mientras su cuerpo, de manera automática, sigue copulando. Esta práctica es menos común de lo que se piensa, ya que se da en sólo un puñado de especies de mantis, pero no es el único escenario del reino animal en el que el macho es asesinado por el bien de la prole. Y hay unos pulpos que tienen las mismas costumbres.
Eso sí, hay un pulpo de una especie concreta que tiene una estrategia para fecundar a la hembra y sobrevivir al proceso: envenenarla.
Dimorfismo. Algo importante antes de entrar en el caso de los pulpos es que hay muchas especies animales con casos de dimorfismo sexual extremadamente acentuado. Esto implica una diferencia de tamaño entre los sexos, siendo el caso de las mantis uno de ellos. En los mamíferos, los machos suelen ser más grandes que las hembras, ya que son los que se pelean por territorios y apareamiento, pero ocurre al revés en caso de aves rapaces, artrópodos, anfibios y reptiles.
En el de los pulpos, hay casos extremos en los que hay hembras que son hasta diez veces más grandes que los machos. Uno de esos casos es el de los pulpos de líneas azules –Hapalochlaena fasciata-. Son pulpos pequeños, pero tremendamente letales porque son capaces de inocular una neurotoxina muy potente que comparten machos y hembras. Contrasta con su reducido tamaño: apenas más grande que una pelota de golf.
Sexo y merienda. Sin embargo, la hembra es el doble de grande que el macho y la dinámica de apareamiento no es muy sana que digamos (para el macho, claro): debido a ese desequilibrio, la hembra suele acabar con la vida de su pareja sexual durante el proceso. Sin embargo, en un estudio publicado en Science Direct, un grupo de investigadores de la Universidad de Queensland en Australia ha descubierto que el macho ha desarrollado una manera tóxica de sobrevivir al apareamiento, literalmente.
Debido a esa enorme diferencia en tamaño, los machos no pueden desarrollar tácticas que emplean en otras especies de pulpos, como un brazo reproductor más alargado para inseminar a una distancia segura o, incluso, brazos -hectocótilo- con la carga reproductiva que se desprenden para que el animal pueda huir. Lo único que le queda a esta especie es morder a la hembra para inyectar la neurotoxina, directamente.
Aquí tenemos una secuencia completa de media hora:
Veneno en el corazón. Como leemos en ScienceAlert, los investigadores comentan que, probablemente, esta evolución ha sido “una respuesta tanto a la necesidad de reproducción como a la de protección”, y lo que hacen es ‘morder’ a la hembra antes de intentar copular. Lo hacen cerca de la aorta, inyectando la cantidad justa de la tetrodotoxina como para paralizar a su pareja durante el proceso.
Para comprobarlo, los investigadores colocaron seis parejas en diferentes acuarios y observaron esta práctica en todos los casos. “Las hembras sucumbieron rápidamente”, comentan, y es algo que observaron debido a que perdían reflejos ante estímulos luminosos, palidecían y las pupilas se contraían debido a la pérdida del control del sistema nervioso.
Espera, ¿qué ha pasado? También realizaron observaciones más precisas: mientras los machos pasaron de 20 o 25 contracciones por minuto en reposo a 35 o 45 durante la cópula, las hembras no sólo sufrían una caída brusca en su ritmo cardíaco, sino que dejaban de respirar por completo tras unos ocho minutos de la mordida.
Apuntan que ninguna murió, por lo que la cantidad de neurotoxina que inyectan es muy precisa o, evolutivamente, la hembra ha desarrollado contramedidas, pero el mordisco en la parte posterior de la cabeza era evidente. “Una vez inmovilizadas, los machos proceden a la cópula y el apareamiento termina cuando la hembra recupera el control de sus brazos y aparta al macho”, apuntan los investigadores.
En este vídeo podemos ver cómo el macho se aproxima mientras la hembra permanece inmóvil:
Carrera armamentística sexual. Los investigadores comentan que no midieron directamente los niveles de la neurotoxina, pero es una práctica que “sugiere una carrera armamentística evolutiva entre los sexos, en la que el canibalismo de hembras grandes es contrarrestado por los machos mediante el uso del veneno”. Fruto de esa evolución es que las glándulas salivales posteriores de los machos, que es donde se acumulan las bacterias simbióticas que producen la toxina, son tres veces más grandes que las de las hembras.
También comentan que no son los únicos animales que acumulan esa toxina en sus cuerpos y que hay peces, moluscos o anfibios que la producen, por lo que seguirán investigando para identificar si otros animales la utilizan con el fin de reproducirse y salir vivos del trámite. Ah, y algo curioso del experimento: en uno de los casos, uno de los machos mordió en un punto algo alejado de la aorta y la hembra tardó menos tiempo que las demás en despertar: 35 minutos.
Hablando se entiende la gente, pero cuando entra hambre durante la cópula, está claro que hay especies que no consiguen reprimir esos instintos caníbales. Por cierto, Wen-Sung Chung, uno de los investigadores principales, ha compartido 15 GB de vídeos de los pulpos copulando usando estas peculiares estrategias.
Imágenes y vídeos | Universidad de Queensland
En Xataka | Una ballena recorrió 13.000 km y tres océanos para reproducirse. Es un récord, y también una pésima noticia
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Desde hace años, el “dopaje fecal” es un problema en el deporte de élite. Ahora la ciencia quiere democratizarlo

En 2019, un equipo de científicos de la Universidad de Harvard monitorizó la flora bacteriana de 15 corredores de la maratón de Boston durante la semana previa y la posterior. Hicieron muchos descubrimientos, pero uno especialmente interesante: tras la competición todos sufrieron un incremento significativo de bacterias del género Veillonella.
Ya se sabía que el ejercicio altera la microbiota y, de hecho, no era especialmente sorprendente que estas bacterias (que rompen el ácido láctico y, por tanto, reducen la fatiga) estuvieran ahí dentro. Lo que querían descubrir era otra cosa. Por eso, cogieron muestras de esa flora y las introdujeron en ratones.
El resultado fue un aumento en la resistencia física muy significativo. Desde entonces, hay gente tratando de sacarle partido a esto.
El tesoro que esconde el intestino. Ahora un equipo de Francia ha estudiado la microbiota intestinal de atletas de élite con alta capacidad aeróbica (futbolistas y ciclistas). La idea central era ver si había diferencias en la composición de la flora y en su funcionalidad con respecto a personas no deportistas.
La primera sorpresa es que cuanto más deporte hacían los sujetos, menor era la diversidad de su microbiota. Y digo que es sorprendente porque, como nos dice Rosa del Campo a través del SMC España, “esto se asocia con una condición poco saludable”. Sin embargo, en este caso parece que “se justifica con la especialización de esas bacterias en el intestino”. Es decir, que al someter a la microbiota a ambientes más exexigentes, se autoregula para optimizarse.
Sin embargo, como dice la investigadora del Hospital Ramón y Cajal, eso no es lo más interesante. “Lo más llamativo es cuando evalúan la capacidad de reproducir esto en ratones”.
¿Qué han hecho? Han cogido personas muy sedentarias y muy deportistas y “han trasplantado sus heces a los ratones durante varios días”. El resultado muestra que “la capacidad de esfuerzo aeróbico en los ratones está condicionada por la microbiota”.
¿Por qué? Aunque la investigación aún es algo preliminar, todo parece indicar que “se debe fundamentalmente al consumo de glucógeno, buen control de azúcar y producción de ácidos grasos de cadena corta”.
¿Qué implicaciones tiene esto? Pues bien, parece que bastantes. Hay que recordar que desde hace años las agencias antidopaje trabajan en luchar contra el dopaje microbiómico. De hecho, todo parece indicar que el “trasplante fecal” s una práctica habitual en ciertos ambientes de deporte de élite.
Pero la pregunta, como siempre, es si esto se puede escalar. Si podemos empezar a intervenir en la microbiota de manera masiva para mejorar la salud de amplias capas de la población. Desde hace años, el boom de los probióticos ha pillado a als grandes farmacéuticas con el pie cambiado y ha inundado el mercado con pseudociencia.
No obstante, las posibilidades (como vemos) están encima de la mesa. Cada vez está más calro que la salud se conquistará con el estómago.
Imagen | julien Tromeur | Miguel A Amutio
En Xataka | Esta pastilla es una caca pero puede salvarte la vida
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Hemos encontrado un “remedio” aún peor que los enemas de café: “mumia”, o momia triturada

¿Qué ocurre cuando mezclamos un desconocimiento generalizado de farmacología y salud, con desconocimiento sobre las lenguas y culturas extranjeras? Muchas cosas, y pocas tan desagradables como lo ocurrido entre los siglos XII y XVII: el consumo de “mumia”.
Durante la etapa final de la edad media y los primeros siglos de la edad moderna, los médicos en Europa consideraron esta sustancia como un bálsamo con propiedades curativas de lo más variopinto, desde curar una indigestión hasta luchar contra la peste bubónica. El problema es que la “mumia” no era otra cosa que un preparado elaborado a partir de los restos momificados de personas fallecidas cientos o miles de años atrás. Es decir, momias trituradas.
Pero su consumo podría haberse debido a un simple error de traducción, tal y como explica en un artículo para The Conversation la profesora de la Universidad de Bristol Michelle Spear.
Solemos asimilar la medicina medieval con la conocida teoría de los cuatro humores, pero esta no era la única doctrina médica que inspiraba la medicina de aquella era. En su artículo, Spear relaciona el polvo de momia con la doctrina de las signaturas. Esta otra teoría consideraba que las sustancias sanadoras guardaban en su forma semejanza a aquello que querían curar.
Sería entonces “razonable” que los restos momificados de una persona fueran vistos como un tratamiento contra enfermedades potencialmente letales y también como remedio contra infecciones o contra necrosis y otras formas de decaimiento.
Otra doctrina que, según esta investigadora de la Universidad de Bristol, podría haber servido como base al uso de cadáveres en la práctica médica es la del vitalismo. Bajo el paraguas de esta teoría, se encontraría la noción de que la “fuerza vital” de una persona podría simplemente transferirse a otra.
El uso de la anómala sustancia comenzó a extenderse en el siglo XII, una era en la que eventos como las cruzadas darían un nuevo aire a las relaciones entre oriente y occidente. Esta era no solo vio el comercio de especias entre unos y otros, fue en esta era que Europa comenzó a importar momias del antiguo Egipto para llenar sus boticas del extraño remedio.
Mucho antes de que el orientalismo y la egiptología llevaran a los europeos a explorar (y a menudo saquear) las tumbas del antiguo Egipto, sus antepasados ya se habrían llevado numerosos restos humanos pertenecientes a aquella civilización mediterránea.
¿Un malentendido?
Como explica Spear, esta “moda” podría haber tenido su inicio en un simple malentendido protagonizado por el científico persa al que hoy en día conocemos como Avicena. En sus tratados, este pensador del siglo XI mencionó un remedio utilizado en su entorno para tratar lesiones como heridas y fracturas.
Este ungüento era una sustancia bituminosa a la que se referían como mūmiyā. Al traducir al latín los textos de Avicena, esta mūmiyā se habría transformado en nada menos que momias tritudadas, por lo que comenzó a extenderse la idea de que los cadáveres escondían el secreto para la cura de numerosos males y trastornos.
Para rematar el equívoco, las sustancias utilizadas en algunos embalsamamientos podrían también haber ayudado a la confusión. Al fin y al cabo, estas sustancias no habrían sido muy distintas a la mūmiyā empleada por los persas.
La historia del llamado “canibalismo médico” no acaba en el polvo de momia, por lo que la noción de que todo fue un mero error de traducción quizá no llegue a explicar del todo este fenómeno. La grasa, la sangre y los cráneos humanos han sido consumidos en distintas formas como forma de aliviar males de diversa índole.
En Xataka | Una copa de 2.000 años nos ha revelado una faceta inesperada de los egipcios: cocteleros psicodélicos
Imagen | Bullenwächter / Émile Brugsch
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