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Selena Gomez se encuera en su nuevo videoclip

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Selena Gomez lanzó oficialmente el videoclip de su sencillo “Hands to Myself” donde aparece más sensual que nunca y muy provocativa desde la cama con sexy lencería en color negro.
El tema “Hand to Myself” es el tercer sencillo de su álbum “Revival” de los cuales ya sacó las canciones “Same Love” y “Good for You”.
La ex de Justin Bieber tambien aparece en el video totalmente densuda en la tina, ademas de besarse y acostarse con un hombre que la seduce y se trata del modelo Christopher Mason.
Además para promocionar su nuevo álbum discográfico, Selena anunció gira para el primer semestre del 2016 que incluye 41 conciertos en Estados Unidos, comenzando el 6 de mayo del en Las Vegas y terminará el 8 de julio en el Staples Center de Los Ángeles.

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Sabíamos que el olfato y la memoria están estrechamente relacionados. Y eso nos desbloquea una ventaja: detectar el Alzheimer

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La enfermedad de Alzheimer puede resultad difícil de detectar. Los síntomas de este trastorno suelen hacerse evidentes solo tras el avance de esta demencia, lo cual supone un enorme problema. Y es que, a falta de una cura definitiva, nuestra capacidad para frenar el impacto de la enfermedad depende en gran medida de una detección temprana.

Olfato. Una de las pistas con las que contamos a la hora de detectar el Alzheimer en sus etapas tempranas es a través del olfato. Un estudio realizado por investigadores de la Universidad de Chicago analizó el impacto de la enfermedad sobre nuestra capacidad sensorial y detectó que esta una rápida pérdida del olfato al hacernos mayores podía predecir con cierta exactitud el advenimiento de la enfermedad de Alzheimer.

Olor a magdalena. La relación entre memoria y olfato es muy estrecha. Sabemos que la capacidad evocativa de los olores no pasaba desapercibida, pero en las últimas décadas la ciencia ha podido confirmar esta singular conexión.

El motivo de esta estrecha relación puede ser anatómico. El bulbo olfativo es la región del cerebro que procesa en primera instancia los olores para después enviar la señal a otras áreas del cerebro. Esta señal atraviesa zonas clave del sistema límbico, áreas vinculadas a emociones y memoria. “Las señales olfativas llegan muy rápidamente al sistema límbico”, explica a The Harvard Gazette Venkatesh Murthy, jefe del Departmento de Biología Celular y Molecular de la universidad.

515 participantes. El estudio de la Universidad de Chicago contó con 515 participantes, adultos de edades avanzadas, inscritos en el Proyecto Memoria y Envejecimiento de la Universidad Rush. Estos participantes eran examinados anualmente, exámenes que ponían a prueba sus capacidades cognitivas para detectar signos de demencia. Estas pruebas también estudiaban su habilidad para identificar olores, además de otros parámetros vinculados con la salud.

Más que pérdida de memoria. El equipo halló así un nuevo vínculo entre el olfato y la memoria: una pérdida rápida de capacidad olfativa previo a cualquier pérdida cognitiva podía predecir la llegada de diversos síntomas asociados con el Alzheimer. Estos síntomas incluían un menor volumen de materia gris en las áreas del cerebro vinculadas al olfato y a la memoria, pérdida cognitiva y un mayor riesgo de demencia.

También hallaron una relación entre esta pérdida olfativa y la presencia del gen APOE-e4, una variante genética considerada factor de riesgo en el advenimiento del Alzheimer. Los detalles del estudio fueron publicados en un artículo en la revista Alzheimers & Dementia.

“Este estudio provee otra pista sobre cómo una rápida pérdida del sentido del olfato es un muy buen indicador de lo que acabará ocurriendo estructuralmente en regiones específicas del cerebro,” explicaba en una nota de prensa Jayant M. Pinto, coautor del estudio.

Adelantarse a la enfermedad. El Alzheimer es una enfermedad por ahora incurable, pero existen distintos tratamientos que nos permiten retrasar el desarrollo de sus síntomas. Para eso, debemos adelantarnos a la enfermedad lo más que podamos. Algo difícil en un trastorno que solo muestra sus consecuencias una vez avanzada la enfermedad.

“Si pudiéramos identificar a sus 40, 50 o 60 a la gente con un mayor riesgo, podríamos potencialmente tener suficiente información para apuntarlos en ensayos clínicos y desarrollar mejores medicaciones”, añadía también en una nota de prensa Rachel Pacyna, caoautora del trabajo.

Iniciativa propia. El hecho de que el cambio en nuestro olfato sea rápido y se de antes de la llegada del deterioro cognitivo abre una importante ventana, la de poner al propio paciente en aviso. Y es que la mayoría de las formas que tenemos de detectar la aparición de la demencia es a través de evaluaciones externas, por ejemplo cuando los familiares detectan problemas de memoria o en el lenguaje.

La pérdida del olfato es algo que, en principio, puede resultar llamativo al propio paciente y ponerlo en guardia o incitarlo a buscar consejo médico. Cuando el olor de la magdalena deja de traernos recuerdos, quizá lo que nos estamos jugando no solo sea la evocación de una memoria.

En Xataka | Tenemos una nueva “teoría del todo” para comprender el Alzheimer. Su clave está en unos pequeños gránulos

Imagen | Cottonbro Studio

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La fuerza de voluntad ha fracasado en la adopción de hábitos, pero el cerebro tiene un truco mejor: automatización personal

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Apostarlo todo a la fuerza de voluntad cuando se quiere adquirir un nuevo hábito no acostumbra a funcionar. Eso lo sabía hasta San Mateo: “el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil”.

James Clear, autor del best seller ‘Hábitos atómicos‘ ya avisa que dejar la adquisición de hábitos a la fuerza de voluntad es una decisión que te acerca un poco más al fracaso. Nuestro cerebro no está diseñado para luchar constantemente contra lo que le resulta cómodo y conocido.

Clear apuesta por crear sistemas que conduzcan a la ejecución de los nuevos hábitos que se desean adquirir para lograr tus objetivos sin tener que depender de la disciplina y la constancia. Sin embargo, hay un método que puede simplificarlo mucho más: la automatización personal.

¿Hábito, qué hábito?

Una de las mejores estrategias para adquirir un nuevo hábito sin depender de la fuerza de voluntad es, simplemente, no tener que pensar que existe ese nuevo hábito. Es decir, automatizar el hábito del mismo modo que no piensas cuando te lavas los dientes o qué desayunas a diario.

Un ejemplo de automatización personal puede ser la que empleaba Steve Jobs o Mark Zuckerberg (antes de su cambio de estilo) en la que habían adaptado su vestuario para reducir el número de decisiones que tomaban al día, y así reducir su carga mental.

Ni Jobs ni Zuckerberg se plantaban cada día ante su armario pensando en qué se iban a poner ese día, simplemente abrían el armario y cogían una ropa que ya estaba seleccionada previamente, sin debate mental.

Ropa preparada
Ropa preparada

De hecho, el cerebro tiene una tendencia natural a la proceduralización. La creación de hábitos se basa en la plasticidad cerebral o, lo que es lo mismo, el cerebro aprende a realizar una tarea en base a la repetición de la misma, hasta que la aprende, la optimiza y la ejecuta de forma inconsciente e involuntaria.

¿Piensas cada movimiento de los dedos al atarte un zapato, al cepillarte los dientes o al fregar los platos? Obviamente no, porque es algo que has practicado tanto que tu cerebro lo ha automatizado.

Ahora piensa en tu nuevo hábito como esa acción automatizada y cómo puedes asimilarlo sin que ni siquiera tengas que pensar en ello. La clave para generar esa automatización es integrar el hábito en una rutina concreta y en un orden concreto, para repetirlo cada día, del mismo modo que cada mañana te levantas, te duchas, te vistes, desayunas en un determinado orden.

No es habitual cambiar ese orden una vez lo has adquirido porque has automatizado el proceso y lo raro será saltarte uno de esos pasos, por lo que no dependerá de si ese día te levantaste sin ganas de ducharte, o de desayunar. Ni te lo planteas, simplemente lo haces.

Los beneficios de la automatización personal

Tal y como apuntan desde Thinkwasabi, uno de los mayores beneficios de la automatización personal es el ahorro de energía mental. Sin embargo, este sistema ayuda a reforzar la adquisición de nuevos hábitos u objetivos sin dejar ningún resquicio a la tentación de no hacerlo.

Además, la automatización personal puede estimular tu creatividad y capacidad para resolver problemas. Cuando el proceso de automatización de una determinada acción o hábito ya está muy asentado, el cerebro entra en “piloto automático” mientras se realiza ese proceso, lo que deja espacio para el pensamiento creativo fomentando los momentos “Eureka”.

Lo ideal es comenzar poco a poco, eligiendo una o dos cosas que puedas automatizar en tu rutina diaria, para luego ir añadiendo más progresivamente. Por ejemplo, si uno de tus objetivos es comer más saludable o ahorrar, puedes comenzar por integrar en tu rutina del fin de semana la elaboración de un menú para toda la semana. Al tenerlo preparado, no tendrás que pensar en tu dieta a diario ni preocuparte por cocinar durante la semana para comer sano.

Si tu objetivo es comenzar a hacer deporte, prepara con antelación tus zapatillas y la ropa de deporte para que solo tengas que calzártelas y salir a correr. Tener que buscarlas bajo la cama puede convertirse en una excusa más que suficiente para que tu cerebro mine tu fuerza de voluntad. No le des esa ventaja.

La clave de esta técnica está en la consistencia y la anticipación. Hacer pequeñas acciones de forma repetida hasta que se conviertan en hábitos automáticos.

En Xataka | Hasta hace poco la gente estaba muy orgullosa de lo poco que dormía: hoy son candidatos a padecer demencia y Alzheimer

En Xataka | El sencillo hábito que aporta un sorprendente impacto en la productividad: ordenar el espacio de trabajo antes de empezar

Imagen | Unsplash (Isaac Smith)

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La serendipia digital está en peligro de extinción. Internet nos entiende demasiado bien

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La serendipia, ese hallazgo valioso que ocurre mientras buscábamos otra cosa, está en vías de extinción si hablamos de Internet. Los algoritmos de recomendación, cada vez más precisos, nos han encerrado en burbujas de conveniencia comodísimas, pero tambien estériles. Ya no nos perdemos en Internet –de ahí venía lo de “navegar”–. Y ese es el problema.

Pienso en mi adolescencia, en la primera década de este siglo. Una noche cualquiera, escuchando Rock & Gol, que combinaba rock y fútbol, quería oír comentarios sobre esa etapa gloriosa del Valencia, pero de repente sonó algo distinto. No era el pop comercial de tardoadolescentes melancólicos (“¡tanto la querííía…!”), ni el primer reggaeton que conocimos. Era ‘E-Pro’, de Beck.

Aquellos cuatro minutos cambiaron mi percepción de lo que podía ser la música. Hoy no me parece nada del otro jueves, pero en ese momento me hizo querer escuchar un tipo de música que hasta entonces desconocía. Fue un accidente, una colisión fortuita con algo que jamás hubiera buscado activamente porque ni siquiera sabía que existía. Simplemente llegó a mis oídos sin que nunca hubiese reproducido nada similar.

Hoy, con Spotify sugiriéndome canciones milimétricamente afinadas a mis gustos –declarados e inferidos, grrr–, me pregunto dónde están esos accidentes transformadores para los adolescentes actuales.

Es una paradoja: cuanto más sofisticada se vuelve la tecnología para “conocernos”, menos oportunidades tenemos de conocer algo realmente nuevo. Nuestros algoritmos han confundido “relevancia” con “familiaridad”, ofreciéndonos variaciones apenas perceptibles de lo que ya consumimos. Como dijo Antonio Ortiz en “Internet fue dopamina, la IA será oxitocina“, hemos optimizado plataformas para mantener nuestra atención, no para expandir nuestros horizontes. Cautivos, no creativos.

¿Cuándo fue la última vez que descubriste algo realmente inesperado en tu feed? No algo tangencial a tus intereses habituales, sino algo totalmente nuevo, discordante, algo que te hiciera replantear ideas y expandirte hacia un nuevo gusto.

El explorador digital de antaño, que navegaba de hipervínculo en hipervínculo hasta el P2P final, ha sido sustituido por el consumidor pasivo que desliza el dedo en un flujo infinito de contenido precalculado. En su perfeccionamiento, los algoritmos han eliminado la fricción, y con ella, la chispa generativa del desencuentro. No es una buena noticia.

Lo cachondo es que este refinamiento algorítmico llega justo cuando más necesitamos el pensamiento divergente. La innovación real, la que cambia paradigmas en lugar de optimizar lo existente, surge precisamente de conexiones inesperadas, de la colisión entre ideas dispares. Silicon Valley se construyó sobre serendipias: Stewart Brand encontrando inspiración en los nativos americanos para crear el Whole Earth Catalog, Steve Jobs cautivado por la caligrafía que acabaría influyendo profundamente en el diseño y el ADN del Mac. Hasta el concepto mismo de hipertexto nació de una analogía con cómo funciona la mente humana: no linealmente, sino por asociaciones inesperadas.

No es solo una cuestión de innovación. También de salud cívica. Antes, los periódicos físicos nos obligaban a pasar páginas donde encontrábamos, sin quererlo, opiniones discordantes con las nuestras. Ahora Discover se encarga de filtrar.

Ahora, nuestros feeds están tan tuneados que pueden pasar meses sin que nos crucemos con una idea que confronte realmente nuestras convicciones. El algoritmo, en su afán por maximizar nuestro tiempo de permanencia, nos sirve sólo aquello que confirma nuestras presuposiciones. O en el caso de X, lo que nos vaya a hacer echar espuma por la boca.

Esta sobreespecialización del consumo digital ha creado un extraño fenómeno: nunca habíamos tenido acceso a tanta información y, sin embargo, nuestros mundos mentales son cada vez más estrechos. La variedad ha quedado sacrificada en el altar de la experiencia personalizada. No deja de ser sintomático que algunas de las voces más potentes tras estos diseños no quieran poner en manos de sus hijos sus propias creaciones.

Nos dirigimos hacia un Internet donde cada click está premeditado, donde la siguiente recomendación es predeciblemente interesante. En nombre de la eficiencia estamos sacrificando ese glorioso desorden digital que, como el ADN basura en nuestro genoma, podría contener el germen de la próxima gran innovación o simplemente de esos hallazgos que cambian el consumo cultural del resto de nuestra vida.

Me pregunto cuántos temazos de Beck –no canciones del músico californiano, sino el concepto de música que rompe con nuestras creencias previas– nos estamos perdiendo, sobre todo los adolescentes de hoy, atrapados en bucles de contenido algorítmicamente perfectos pero creativamente estériles.

Quizás sea hora de exigir el derecho a la serendipia digital. De preguntarnos si queremos un Internet que nos comprende demasiado bien o uno que aún puede sorprendernos.

En Xataka | Tímidos del mundo, estamos perdiendo Internet

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