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convertir locales comerciales del centro en baños de pago

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La turistificación moldea las ciudades. Eso no es nuevo. Ni nada que no hayan experimentado en sus carnes calles los residentes de las ciudades con mayor flujo de visitantes, como Barcelona, Madrid o Palma, por citar solo un puñado de ejemplos. Aumenta el alquiler vacacional, que tira hacia arriba de los precios de la vivienda, contribuye a la gentrificación de los barrios más céntricos y redibuja el comercio y la hostelería, como ya ha reconocido Málaga.

En Madrid ese proceso amenaza sin embargo con algo más: hacer que la ciudad se parezca en cierto modo a un festival de música. Por lo pronto ya tiene unas cuantas consignas para viajeros y locales comerciales reconvertidos en aseos.

Un baño privado… y algo más. Las tendencias (y la turistificación de una ciudad lo es) se cocinan a ‘fuego lento’, con el paso del tiempo y por acumulación. Pero eso no quita que de vez en cuando nos encontremos con casos concretos que destaquen por su valor simbólico. Representan. Personalizan. Madrid acaba de dejar un ejemplo claro. Allí, en una de sus zonas más céntricas y turísticas, acaban de reconvertir una antigua sucursal bancaria en unos aseos.

El caso lo comentaba hace poco en X Antonio Giraldo, urbanista y edil socialista en Madrid, y no ha tardado en llamar la atención de las redes y medios. Cerca de la Plaza Mayor, uno de los puntos más turísticos de la capital, acaba de abrir un negocio peculiar: unos baños privados a pie de calle a los que se puede acceder previo pago de un euro. El negocio ocupa un bajo en la Plaza de San Miguel.


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¿Por qué es importante? Por lo que es. Y también por lo que representa. En Street View puede verse que hace unos años ese mismo bajo lo ocupaban las oficinas de un banco. Hoy es un aseo privados a pie de calle, con un enorme cartel de ‘WC’ en la cristalera, un torno de acceso, un lector para el pago con tarjeta, un cartel con el precio y todo lo demás que cabría esperar en un aseo: cubículos, inodoros, papeleras, dispensadores de papel higiénico, lavamanos… elDiario.es precisa que el local cuenta con 273 m2, aunque en realidad son dos locales y uno todavía está cerrado.

El negocio no hace distinciones y a los aseos pueden pasar tanto vecinos como turistas previo pago de un euro, pero en este caso el dónde importa casi tanto como el qué. El negocio ha abierto en un punto muy turístico, a la salida del Mercado de San Miguel, cerca de la Plaza Mayor. De hecho a solo unos minutos a pie de allí hay varios aseos públicos, parte de la red de 129 baños de acceso libre cuyo mantenimiento —aclara el Ayuntamiento— se costea gracias a la publicidad.

Dos enfoques, dos públicos. Tanto antes, cuando era una oficina del BBVA, como ahora, reconvertido en un WC al que se puede acceder pagando, el local se empleaba para básicamente lo mismo: ofrecer servicios. Muy distintos, cierto; pero servicios al fin y al cabo. La gran pregunta es… ¿Quién usa una sucursal bancaria y quién un baño privado? Esa clave es la que deja botando el propio Giraldo en X.

“Sí, una oficina bancaria da servicio a los residentes, especialmente a la gente mayor. No critico los baños, critico la transformación de los comercios hacia servicios orientados al turista en detrimento de los madrileños en esa zona. Tiendas de souvenirs, tours, casilleros…”, advierte el concejal. Habla de Madrid, pero no es algo excepcional. Ni Madrid es la única ciudad que experimenta ese fenómeno.

“Disminuye la calidad”. En un documento oficial en el que reconoce que la ciudad está alcanzando “niveles de saturación sin precedentes”, el Ayuntamiento de Málaga habla de esa misma realidad. Y en tono muy crítico.

“El turismo masivo puede llevar a la proliferación de establecimientos gastronómicos de baja calidad, deteriorando la experiencia tanto para turistas como locales”, recoge el informe antes de advertir del riesgo de “la expulsión de negocios autóctonos y de valor añadido, reemplazados por tiendas de souvenirs y otros comercios orientados a turistas”. No es nada que no hayan vivido grandes destinos como Ámsterdam.

Aseos privados y algo más. El caso de los aseos ha suscitado interés en parte también por quiénes han impulsado el negocio, pero no es el único ejemplo de espacios que el turismo ha ido haciendo suyos en las calles de Madrid.

En el centro de la ciudad pueden encontrarse un buen número de tiendas de souvenirs y negocios de consignas claramente enfocados a viajeros. De hecho ya hay cadenas centradas en ese servicio que se expanden por las capitales más visitadas del país, como Madrid, Barcelona, Valencia y Málaga. También comercios que facilitan el check-in en pisos de Airbnb.

Un impacto desigual. La hostelería tampoco es ajena a esa tendencia. En 2024 Fedea publicó un informe que analiza el impacto que la conversión de edificios históricos en hoteles tiene en su entorno. Y su lectura resulta agridulce. El estudio constató que los nuevos alojamientos tienen “un efecto positivo” en el comercio y empleo del barrio e incluso habla de una “revitalización económica significativa”. Eso sí, no todos los perfiles de negocio salen favorecidos.

“El impacto positivo no es homogéneo. Las actividades relacionadas con el turismo y el sector servicios, como restaurantes, tiendas de moda y souvenirs, se ven beneficiadas, mientras que las industrias tradicionales se han visto desplazadas del centro de las ciudades”, resume.

El estudio constata también que la apertura de hoteles en las ciudades favoreció sobre todo a los negocios con sociedades detrás frente a los autónomos. De hecho habla de un “desplazamiento de bares y restaurantes” locales en favor de las cadenas, los negocios con una “mayor envergadura”.

La vivienda, gran protagonista. Si hay un frente en el que la turistificación se sienta de forma especialmente clara es el de la vivienda. A finales de 2024 el INE contabilizaba en Madrid casi 17.300 viviendas turísticas, de las que alrededor de 7.300se aglutinaban en la almendra central, el ‘Distrito 1’. Y en 2013 Fravm aportaba datos de Airbnb que sugerían que al menos en esa plataforma la oferta local podría ser bastante mayor. Sea o no así, lo cierto es que el Ayuntamiento ha tomado medidas para controlar la oferta.

No es el único. Medidas similares, en un sentido u otro, más o menos rotundas, pero siempre encaminadas a atajar la expansión descontrolada de los pisos turísticos, han adoptado también en Barcelona, Valencia, Málaga o Santiago. La propia Moncloa presta una atención especial al tema. Al fin y al cabo el arrendamiento vacacional no solo drena oferta residencial. Hay estudios que corroboran que encarece la oferta tradicional, haciendo que suba más de un 30%.

Imágenes | Manuel M.V. (Flickr) y Help Stay (Unsplash)

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En 1919 los alemanes decidieron hundir toda su flota en el Mar del Norte. El acero de esos barcos terminó en el espacio

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A las 11:20 de la mañana del 21 de junio de 1919, el barco del Almirante von Reuter comenzó a hacer señas al resto de barcos alemanes que había en la bahía de Scapa Flow, en Inglaterra. Se abrieron los grifos y las tomas de agua, se destrozaron las tuberías, se desmontaron los ojos de buey: nadie notó nada. Hasta que hacia mediodía, el Friederich Der Grosse empezó a escorarse a estribor. 

Ya era tarde, la bandera alemana ondeaba en los 74 mástiles.

Scapa Flow. La imagen narra la historia de Scapa Flow, el hundimiento de la flota alemana inmediatamente después de la Primera Guerra Mundial. Mientras los Aliados negociaban con Alemania los términos del Armisticio, la flota se mantenía cautiva y estacionada frente a las costas británicas. Von Reuter temía que los Aliados se repartieran los barcos, por lo que decidió hundirla al completo, al precio que fuese.

Los barcos de la marina británica que estaban de maniobras llegaron a las 14:30 y solo pudieron salvar un barco. El último en hundirse fue el crucero de batalla Hindenburg. Nueve alemanes murieron, 16 resultaron heridos, 1774 fueron detenidos. 52 barcos se hundieron el 21 de junio en Scapa Flow. Pero ya no están ahí: están en la Luna, Júpiter y más allá de la órbita de Plutón.

El acero es acero. Un tipo duro, de malas pulgas y pocas palabras. Pero en 1945 (o un poco antes), todo cambió. Al principio no nos dimos cuenta, pero rápidamente descubrimos que aunque todos los aceros son iguales, hay algunos aceros más iguales que otros. No me voy por las ramas: lo que ocurrió en el 45 fue la bomba atómica, el aparato del Demonio que nos hizo cambiar de era geológica.

El problema. Desde que las primeras bombas atómicas explotaron en la superficie de la Tierra, el aire contiene trazas de elementos radiactivos. Están ahí, disueltos en él, pero la cantidad es tan pequeña que resultan inocuos. A menos que por alguna extraña razón tengas que insuflar enormes cantidades de aire en el proceso de fabricación de algún material.

No nos sirve casi nada. Es decir, todo el acero fabricado después de la explosión de la primera bomba atómica es radioactivo. Muy poco, casi nada. Pero lo suficiente para que algunos instrumentos médicos, físicos o astronómicos no funcionen correctamente. Por ejemplo, los sistemas de monitorización de radioactividad que usan las naves espaciales.

Lo cuenta David Bodanis en “E = mc². Biografía de la más famosa ecuación del mundo“, un libro que, aunque se ha quedado algo desactualizado, sigue siendo una delicia. Es posible que hayáis escuchado la historia, pero es una buena historia.

Acero = caro. En el libro, Bodanis explica que, ante este problema, el acero no contaminado se volvió carísimo. Sobre todo, porque antes del 45 no hacíamos acero en cantidades tan industriales como ahora. Imagino a decenas de ingenieros de la NASA rebuscando en la cubertería de su familia para poder enviar máquinas fiables al espacio. Hasta que alguien se acordó de los barcos del káiser Guillermo.

La peculiaridad de Scapa Flow. Barcos hundidos hay en muchos lugares, pero no hay muchas ensenadas poco profundas con 52 barcos hundidos en sus aguas. No estaban todos, pero bastaban algunos pocos para que pudiéramos fabricar los equipos que la misión Apolo dejó en la superficie lunar, los que la sonda Galileo llevó a Júpiter y los que la sonda Pioneer está llevando aún más allá. El mal, la mar.

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cientos de toneladas de tierras raras

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Durante la Segunda Guerra Mundial, la Alemania nazi levantó cientos de refugios antiaéreos como marcos defensivos del Tercer Reich para proteger a la población civil y a infraestructuras críticas de los bombardeos aliados. Tras la guerra, la mayoría quedaron abandonados y pasaron por usos marginales hasta que, décadas después, uno de ellos fue reconvertido en un almacén de alta seguridad.

De la guerra a la reserva estratégica. En algún punto no revelado de Fráncfort, un búnker antiaéreo de la Segunda Guerra Mundial, uno de esos colosos de hormigón que durante décadas fueron ruinas urbanas o espacios reconvertidos al ocio, ha adquirido una nueva función silenciosa y profundamente política: albergar uno de los mayores almacenes europeos de tierras raras y metales críticos. 

En pleno deterioro del comercio global y con Europa enfrentándose a una dependencia estratégica que llevaba años ignorando, este refugio subterráneo se ha transformado en un depósito de seguridad extrema para materiales sin los cuales la industria moderna simplemente no funciona.

El shock chino y la carrera. La reactivación del búnker no es casual. Desde que China endureció en abril sus restricciones a la exportación de tierras raras y metales estratégicos (en respuesta a los aranceles estadounidenses), los inventarios europeos han quedado bajo mínimos

Tradium, uno de los dos grandes importadores alemanes de estos materiales, comenzó a recomprar existencias a inversores privados y a redistribuirlas directamente a empresas europeas de sectores clave como la automoción, la electrónica, la energía o la defensa. El movimiento recuerda a una economía de guerra en cámara lenta: no se trata de especular, sino de sobrevivir a una interrupción prolongada del suministro.

Un almacén blindado. El antiguo búnker, reformado desde 2011 tras el primer gran aviso de Pekín con el embargo a Japón por las islas Senkaku, ofrece más de 2.400 metros cuadrados de almacenamiento con distintos niveles de seguridad, protegidos por muros macizos, cámaras, persianas opacas y una puerta acorazada de cuatro toneladas que da acceso a una cámara sin ventanas. 

Contaba Nikkei que en su interior se alinean cientos de bidones azules y verdes cargados de neodimio, praseodimio, disprosio o terbio (todos de origen chino) junto a metales especializados como galio, germanio, indio, antimonio, renio o hafnio. En total, unas 300 toneladas que Tradium considera el mayor stock conocido de Europa, aunque admite que pueden existir reservas aún más grandes y discretas fuera de su conocimiento.

Precios disparados. El impacto del cerrojo chino se refleja con crudeza en los precios. El disprosio ha superado los 900 dólares por kilo, más del triple que antes de las restricciones, mientras que el terbio ronda los 3.700 dólares, cerca de cuatro veces su valor previo. Ambos son esenciales para mejorar la resistencia térmica de los imanes de los motores eléctricos, lo que los convierte en piezas críticas para la industria del vehículo eléctrico. 

Sin embargo, para las empresas europeas el precio ha pasado a un segundo plano: el verdadero problema es la disponibilidad. Tras ocho meses de entregas inexistentes o mínimas, incluso un stock estratégico de medio año empieza a parecer insuficiente.

Seguridad extrema. El nivel de protección del almacén es tal que incluso en caso de robo los materiales no podrían reintegrarse en la cadena industrial sin certificación, lo que reduce su valor fuera del circuito legal. A cambio, los clientes pagan hasta un 2% anual del valor almacenado en concepto de logística, que incluye el seguro. 

Mientras tanto, la diplomacia europea trata de ganar tiempo: el ministro alemán de Exteriores, Johann Wadephul, ha viajado a Pekín para negociar algún tipo de alivio, aunque él mismo ha reconocido que no hay señales claras de que China vaya a conceder licencias generales de exportación a corto plazo.

Geopolítica enterrada. Si se quiere también, el búnker de Fráncfort es mucho más que un almacén: es un símbolo físico de hasta qué punto la geopolítica ha penetrado en las entrañas de la economía europea. Allí donde antes se protegía a civiles de los bombardeos, hoy se protege a la industria de la asfixia estratégica. 

Así, la pregunta que flota entre bidones y muros de hormigón no es cuánto costarán mañana las tierras raras, sino cuándo volverán a circular con normalidad y si Europa llegará a tiempo de construir una autonomía real antes de que el próximo corte de suministro vuelva a dejarla expuesta.

Imagen | Berlin Wanderlust

En Xataka | Alemania no sabía qué hacer con un peligroso búnker nazi en mitad de Hamburgo. La solución ha cambiado radicalmente la ciudad

En Xataka | Alemania necesita las tierras raras de China a cualquier precio. Y ese precio está siendo entregarle el futuro de su economía

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las Navidades de la gran polarización

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Si es cierto eso de que las Navidades son tiempos de paz, amor y reencuentros, algo está claro: este año esos sentimientos estarán menos presentes en las mesas españolas. Las fiestas de 2025 serán las de la polarización y el debate bronco. Lo vaticinó Campofrío con su anuncio navideño, una pieza de dos minutos y medio titulada precisamente así ‘Polarizados’, y lo confirma la organización More in Common con un estudio que pone (aún más si cabe) el dedo en la llaga. 

Las cenas Nochebuena y Nochevieja prometen ser este año territorio minado.

Turrón, polvorones… y bronca. No importa el año. Las Navidades tiene sus indispensables: lotería, turrones, una avalancha de anuncios de perfumes y Abel Caballero presumiendo en gallego/español/inglés de los millones de luces leds de Vigo. A ese cóctel se añadirá este año otro ingrediente: polarización. Lo advertía Campofrío en su anuncio navideño, en el que busca darle la vuelta a la crispación con un mensaje que invita a “disfrutar de la vida”. Y lo confirma un estudio de More in Common que pone el termómetro en la crispación política.

“La polarización Se ha convertido en el ruido de fondo de nuestra vida pública y también en una presencia incómoda en la vida privada. En estas fechas, cuando la Navidad nos reúne alrededor de una mesa, esa tensión se nota más”, reflexiona la organización en Substack antes de deslizar un dato interesante preocupante: el año pasado uno de cada cinco españoles (20%) ya vivió una “discusión fuerte” durante las grandes citas de estos días, Nochebuena y Nochevieja.

Un porcentaje: 14%. El dato sale del ‘Atlas de la polarización en España’, un documento recién presentado por More in Common y que se ha elaborado con las respuestas de más de 2.5000 entrevistados. Todos españoles y mayores de edad. El informe debe tomarse como lo que es: un estudio, con sus fortaleces y puntos débiles, pero ayuda a entender un fenómeno que a pocos pillará por sorpresa. 

Y no solo porque la “polarización cotidiana” sea fácilmente identificable en la prensa, la televisión generalista o las redes sociales. En los últimos años varios investigadores han tocado el tema en libros como ‘Polarizados’ o ‘De votantes a hooligans’ e incluso el CIS ha captado también esa división en sus sondeos.

Si nos enfocamos en el informe de More in Common hay un indicador en concreto que ayuda a entender mejor la deriva de la sociedad española y el fantasma que se alzará estas Navidades en no pocos hogares españoles: en el último año el 14% de los entrevistados ha roto relaciones familiares o de amistad por motivos estrictamente ideológicos. No solo eso. El 25% asegura haberse sentido “atacado” o “fuertemente criticado” por expresar sus ideas.

Un problema consciente. Lo más curioso es que los españoles somos conscientes de ese hándicap. A la pregunta de “¿En qué medida cree que España está unida o dividida?” el 16% responde que ve al país más o menos cohesionado, el 19% muestra dudas y el 65% admite que aprecia una fragmentación. 

De hecho esta última opción ha ido ganando fuerza desde octubre de 2024, cuando la DANA sembró la sensación de que los españoles afrontábamos el futuro más unidos. Por esas fechas el 39% aseguraba ver armonía en el país.

¿Qué nos divide? Tampoco hay muchas dudas sobre qué hay detrás de esa fragmentación social. Cuando More in Common preguntó a sus entrevistados qué elementos están dividiendo al país se encontró con un resultado contundente. Las redes se perfilan como el factor más polarizante. El 37% de los encuestados las señalan como el factor que más contribuyen al clima de confrontación. 

Le siguen por relevancia los medios de comunicación, con un 33%. Si hablamos de actores políticos destacan (por este orden) Vox, el Gobierno, el PP y PSOE, los que más a menudo se señalan como causantes de polarización. En el polo opuesto se sitúan los jueces, la Iglesia, las ONG y la Casa Real, que cierra el ranking.

Más que Alemania o Francia. Como recuerda More in Commons lo anterior se refiere a la percepción que tenemos los españoles de nosotros mismos, con lo que sigue botando una duda… ¿Tenemos de verdad un problema de polarización? La respuesta parece ser sí. Sí al menos si nos comparamos con otros países. 

El informe muestra que en España los posicionamientos ideológicos están más dispersos que en Alemania, Francia o Italia. De hecho asegura que el nuestro es “uno de los países más polarizados de Europa occidental”. De telón de fondo, dos bloques ideológicos claramente definidos: los votantes de PSOE, Sumar o Podemos situados la izquierda y los de PP y VOX en la derecha.

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Los temas ‘bomba’. El informe aclara también qué temas tensan más el ambiente cuando se encuentran dos personas enmarcadas en diferentes bloques ideológicos: uno de izquierdas y otro de derechas. Lo más curioso es que no son los impuestos, ni la sanidad, ni la educación o el papel del Estado. Ni siquiera el cambio climático. Las cuestiones “más divisivas” son la inmigración y el modelo territorial. Otro tema en el que los votantes de Podemos o Sumar y los de Vox están considerablemente distanciados es el de la igualdad de género.

Un concepto: “Polarización afectiva”. “Hay un bloque de Vox y PP y otro que se concentra en torno a PSOE y Sumar y otros partidos. Entre los votantes de un mismo bloque los sentimientos mutuos son relativamente aceptables, pero los sentimientos hacia el otro bloque se están volviendo negativos”, explica a El País Tarek Jaziri Arjona, autor de un estudio que ahonda en otro concepto relevante: la “polarización afectiva”. Es decir, no solo las divisiones ideológicas sino cómo nos sentimos cuando nos encontramos con personas que piensan distinto. 

No es una cuestión menor si tenemos en cuenta que muchos españoles viven en ‘cámaras de resonancia’ ideológicas, entornos en los que las predominan quienes piensan de una forma parecida. El 48% de los encuestados reconocen de hecho que casi todos (14%) o la mayoría (34%) de sus amigos comparten sus ideas.

¿Todo mal, entonces? No. El informe arroja también algunas lecturas positivas. Por ejemplo, muestra que no es imposible disminuir la polarización del país. Ocurrió ya a finales de 2024, cuando los españoles se auto percibían mucho más unidos, aunque en aquella ocasión ese cambio respondiera a un episodio tan traumático como la DANA. Hoy la sociedad está más fragmentada, pero seis de cada diez personas siguen opinando que nuestras diferencias son salvables.

El estudio refleja también cierto nivel de autocrítica entre los votantes de cada partido y que hay temas en los que no cuesta identificar “puntos de encuentro”. “Sabemos que el apoyo a la inmigración legal y controlada es muy amplio y que hay una mayoría que aún ve en la inmigración más una oportunidad o necesidad que una amenaza”, señala la organización. Otros temas, como la fiscalidad o los servicios públcios, suscitan espacios de consenso más amplios. “Sí, existe una clara separación ideológica. Y aun así la convivencia cotidiana resiste”.

Pensando en la Navidad. Que el tema esté despertando interés justo ahora, en diciembre, no es casualidad. En nuestro día a día quizás nos rodeemos de amigos con ideas afines o sigamos en redes a gente que refuerza nuestra propia forma de pensar, pero en Nochebuena, Nochevieja o las cenas de empresa eso cambia: el abanico se abre, nos sentamos con gente que puede estar en otro polo ideológico. 

Todo eso además en un ambiente informal, a la mesa, entre platos y copas, con gente con la que a priori tenemos familiaridad. Una bomba de relojería.

Un pacto de silencio. El estudio muestra también que seis de cada diez entrevistados prefieren evitar ciertos temas para no discutir, una suerte de “autocensura” en aras de la buena convivencia a la mesa. Al fin y al cabo el 24% de los encuestados reconoce haber tenido “una discusión fuerte” el último año con alguien cercano por motivos ideológicos, el 20% sufrió broncas las pasadas Navidades y el 15% ha abandonado grupos de WhatsApp por política. 

“Yo no lo entiendo a él y él no me entiende a mí. Me niego a que un encuentro se me vaya de las manos, y más con nuestros hijos delante”, admite a RTVE Javier, un hombre que confiesa estar en las antípodas ideológicas de uno de sus hermanos. Resultado: un pacto: en la mesa no se habla de política.

Imagen | Taylor Heery (Unsplash)

En Xataka | España lleva meses viendo cómo se encarecen las almendras y los huevos. Ahora tiene el resultado: turrón a precio de lujo

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