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El vuelo 7 de Starship está previsto esta semana, y SpaceX tiene dos sorpresas preparadas para mantener el entusiasmo
Todo listo en Starbase, Texas, para el séptimo lanzamiento de Starship. Previsto para el viernes 10 de enero, en horario de tarde, marcará la primera vez que el cohete despliegue carga y reutilice un motor que ya ha volado antes.
Primer despliegue de carga. Durante su séptimo vuelo, Starship desplegará por primera vez una carga útil. Se trata de 10 simuladores con el tamaño y el peso aproximado de los satélites Starlink de próxima generación, que habilitarán conexiones simétricas a Internet de 1 Gbps.
Los falsos satélites serán liberados a través de una ranura en la parte superior de la nave Starship, usando un mecanismo que SpaceX denomina “dispensador PEZ”, en homenaje a los famosos caramelos. Los simuladores seguirán la misma trayectoria suborbital que la nave, por lo que acabarán amerizando en el océano Índico poco después de su lanzamiento.
Primer motor usado. El propulsor Super Heavy del vuelo 7 reutilizará uno de los motores que SpaceX recuperó durante el quinto lanzamiento de Starship. Se trata del motor Raptor con número de serie 314, que lleva dibujada una tarta en su tobera en referencia al número pi.
Será la primera vez que SpaceX reutilice hardware ya probado dentro del programa Starship, aunque el objetivo final es que tanto el propulsor Super Heavy como la nave Starship sean total y rápidamente reutilizables.
Una nueva Starship. El séptimo vuelo marcará además el debut de la nave Starship Block 2, que incorpora todo un bloque de mejoras en su diseño. El más visible son los nuevos alerones delanteros, más pequeños y alejados del escudo térmico para reducir su exposición al calor de la reentrada.
También hay mejoras en el escudo en sí, que incluye losetas térmicas de nueva generación y una capa de respaldo para proteger la nave en caso de que faltan losetas. Pero quizá las mejoras más importantes estén por dentro de la nave: depósitos más grandes para almacenar un 25% más volumen de propelentes, nuevas líneas de combustible para los motores de vacío y un nuevo módulo de aviónica que mejora el control de las válvulas y los sensores de lectura de la nave.
Nuevo intento de captura. SpaceX canceló el aterrizaje del Super Heavy durante el sexto vuelo por la pérdida de comunicaciones con la torre de lanzamiento. De cara al séptimo vuelo, y a pesar de que el propulsor lleva un motor usado por primera vez, la compañía se muestra optimista.
Tanto la torre de lanzamiento Mechazilla como el hardware de captura han sido mejorados para aumentar la fiabilidad de los aterrizajes de Super Heavy. Los brazos robóticos o “chopsticks” de la torre ahora tienen nuevas protecciones para los sensores que quedaron dañados durante el despegue del sexto vuelo.
Un lanzamiento prometedor. Que podremos seguir en directo a través de la web de SpaceX y el perfil de la compañía en X. La nave Starship puede transmitir vídeo de alta definición a 120 Mbps gracias a sus antenas Starlink, incluso en la fase de la reentrada, cuando está rodeada de plasma.
Estas imágenes y la enorme cantidad de telemetría que SpaceX recibe de la nave son los datos de ingeniería que le permiten iterar rápidamente el diseño de Starship. Vamos por el séptimo vuelo de prueba y el cohete está listo para desplegar carga y reutilizar uno de sus motores.
Imagen | SpaceX
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La UE necesita rearmarse de forma rápida y barata. Y su mejor opción pasa ahora mismo por la IA
Tanto el GPS como ARPANET, el germen de lo que luego sería Internet, nacieron en el seno del Departamento de Defensa de Estados Unidos. Del radar, que se desarrolló durante los años 30 y se perfeccionó durante la Segunda Guerra Mundial, surgieron después avances como el sistema de control del tráfico aéreo o el microondas.
Hubo un momento en que la tecnología militar era una fuente de invenciones para el ámbito civil. Con la IA, los avances técnicos se empiezan a producir en sentido inverso: de lo civil a lo militar. Son empresas que todos conocemos —Google, OpenAI o Anthropic— las que están desarrollando los modelos más sofisticados del mundo y los organismos de defensa están a la expectativa.
A la Unión Europea, esta tendencia le coincide con una crisis aguda en el terreno de la defensa. La guerra de Ucrania ha socavado los cimientos de la vida política en Bruselas, al tiempo que presenta a Rusia como una amenaza creciente. A esto se suma la voluntad de la Administración Trump de frenar la ayuda en materia de seguridad a los países europeos. Un caldo de cultivo que ha impulsado la necesidad de rearmarse.
En marzo, la Comisión Europea anunció la iniciativa ReArm Europe o Readiness 2030. El objetivo es aumentar de forma significativa las capacidades de defensa de la UE. Se trata de un plan que quiere movilizar cerca de 800.000 millones de euros, entre ellos 150.000 millones en préstamos para inversiones militares. Se espera que los gobiernos de los Estados empujen la modernización de sus ejércitos, pero también se busca la movilización de capital privado.
El incremento del gasto en seguridad también se refleja en el Marco Financiero Plurianual (2028-2034), presentado en verano. Este presupuesto, que define a nivel financiero las prioridades de la UE para los próximos años, prevé una asignación de 131.000 millones de euros para apoyar la inversión en las áreas de defensa, seguridad y espacial. A falta de saber cómo es el reparto, los fondos son cinco veces superiores a los del anterior periodo (2021-2027).

(Pablo Bejarano)
Estos esfuerzos de la UE por recuperar el terreno perdido en defensa podrían beneficiarse de la carrera tecnológica que se vive en la actualidad. Sobre todo de los avances en IA, llamados a reconvertir los ejércitos y las formas de disuasión que hoy exhiben los países. En una de las mesas redondas de la Web Summit, celebrada en Lisboa el pasado noviembre y que actúa como punto de reunión de startups de todo el mundo, varios expertos abordaron este tema. Bajo el título ‘From code to combat: Why AI defense tech is exploding’, los participantes debatieron sobre el auge de la IA en materia de defensa.
“Lo que está cambiando el panorama tecnológico es la velocidad de innovación”, comentaba Josh Araujo, CEO de la startup Forterra, en referencia al acelerado ritmo de evolución de las tecnologías. “Y en Europa, lo que ocurre con los presupuestos de defensa es que ya no interesa comprar cosas viejas. Se puede tomar un sistema, tripularlo con humanos y colocarle un blindaje, con lo que hablamos de sistemas refinados y caros para cuyo diseño se emplean décadas. O se pueden desplegar sistemas autónomos low cost que ponen a los humanos fuera de peligro y permiten proyectar más potencia de fuego y más capacidad de disuasión a un coste mucho menor”.
El impulso de las startups y el capital privado
Forterra es una empresa estadounidense que se dedica a desarrollar sistemas autónomos terrestres, para el ámbito de la defensa y la logística industrial. Araujo acostumbra a tratar tanto con actores militares como civiles y resalta la importancia de la disuasión: “Se trata de que para Europa y nuestros aliados, a los agresores les suponga un coste mucho mayor llevar a cabo una acción de agresión. La clave aquí es desplegar tanta capacidad y tan rápido como sea posible al menor coste posible”.
Para hacer este despliegue a bajo coste, la IA será clave. Un informe del think tank RAND recomienda estima que los avances en autonomía y robótica permitirán que este tipo de tecnología se use en masa. “La IA representa una gran oportunidad. Si nos damos cuenta de lo que generamos hoy en el campo de batalla, con enjambres de drones, vehículos autónomos terrestres y diferentes sistemas de misiones, vemos que son enormes cantidades de datos”, señala Araujo.
“Tradicionalmente tenías que tener a un montón de gente mirando fijamente las pantallas de sus ordenadores para analizar y absorber la información. Pero la IA nos ofrece la posibilidad de tomar esta información, darle un sentido y ponerla en contexto para que un humano tome decisiones basadas en esa información”, añade. El CEO de Forterra añade que este cambio se ha producido durante los últimos tres o cuatro años.
Uno de los casos de uso más directos de la IA tiene que ver con la mejora en la capacidad de vigilancia del terreno, mediante el análisis de imágenes en masa. Pero la tecnología también se ha empleado en la búsqueda e identificación de objetivos o para guiar drones hacia el blanco sin la intervención de un operador. Asimismo, en Ucrania se ha ensayado el despliegue de vehículos autónomos terrestres, al tiempo que se plantea la puesta en marcha de enjambres de drones que actúen en misiones de manera controlada.
Todas son fórmulas de incrementar capacidades bélicas a bajo coste, en comparación con los medios que se han usado hasta la fecha. Aún queda mucho por afinar, eso sí. En una conversación informal, un directivo de una compañía del sector de defensa en España admitía que la IA generativa todavía está en fase de exploración y que por ahora no tiene usos claros en el ámbito militar.
Esto no impide que un aluvión de startups tecnológicas dirija sus esfuerzos hacia el sector de la defensa. James Cross, codirector de inversión privada en la firma Franklin Templeton, fue el otro de los participantes en la mesa redonda de la Web Summit y pintaba un contexto repleto de incentivos económicos: “Invierto en defensa desde finales de los años 90, pero las cosas han cambiado mucho en los últimos diez años. Antes ninguna firma de capital riesgo habría invertido en una compañía orientada a defensa y hoy, aparte de la IA, la defensa es probablemente el sector más candente”.
Cross aderezaba esta visión con dos apuntes: los gobiernos ahora se han implicado, algo que no sucedía desde hacía tiempo, y cada vez más dinero va a parar a startups en vez de a contratistas tradicionales de armamento. En la primera mitad de 2025, el capital riesgo en Estados Unidos inyectó alrededor de 38.000 millones de dólares a startups tecnológicas vinculadas a defensa, según JP Morgan. Anduril, Palantir o SpaceX son algunos de los nombres que suenan.
Del mercado comercial al ámbito militar
Pero hay otras empresas mucho más populares que han metido cabeza en el mercado de la defensa. Los contratos gubernamentales en este ámbito son lucrativos y esto ha atraído a los grandes actores de la IA. En Estados Unidos, el Pentágono ha firmado contratos con OpenAI, Google, Anthropic y xAI por valor de 200 millones de dólares cada uno para sistemas de inteligencia artificial.
Como apunte, hace meses que Google abandonó oficialmente su compromiso —adquirido en 2018 tras las protestas entre su plantilla— de no usar la IA para aplicaciones de cibervigilancia o armamento. No es un detalle menor.
Tanto Google como OpenAI, Anthropic o xAI son compañías que han desarrollado sus sistemas para el mundo comercial. Sus productos están dirigidos a consumidores o empresas y prosperan en ese marco. Pero de esta forma han construido los modelos más avanzados del momento, que ahora son exportables al ámbito militar.

Ya tenemos pequeños experimentos “autónomos” a nivel terrestre en Ucrania, como esta torreta Predator montada en un vehículo oruga. (UGV Robotics)
Araujo hablaba de las ventajas que esta forma de operar presenta para las empresas: “Si puedes encontrar aplicaciones que tengan un uso dual, tanto en contextos comerciales e industriales como militares, podrás ser mucho más eficiente en costes a la hora de entregar tus capacidades, porque estarás vendiendo a un mercado mucho mayor. Además, estarás adaptando tu sistema con conjuntos de datos más grandes, tanto comerciales como militares, y podrás conseguir modelos que generalicen mejor”.
En Europa, Mistral, la baza de IA generativa dentro de la UE también se ha lanzado a buscar contratos en el ámbito militar. Se ha aliado con la startup alemana Helsing, especializada en sistemas autónomos, y su CEO Arthur Mensch declaró que era imprescindible que el gasto militar en IA se canalizara hacia empresas europeas. Una alusión clara a la soberanía tecnológica que promueven las instituciones europeas.
No es tan fácil
Desde luego, desplegar la IA en el frente de batalla no es comparable a entregar servicios a una empresa o a una masa de consumidores.
Hay dificultades técnicas que aún están por resolver. “Lo hemos visto en Ucrania con los drones y la robótica. Su expansión trae enormes cantidades de datos y la mejor manera de gestionar esto es aprovechando la IA. Pero para introducir la IA en el campo de batalla necesitamos desplegarla localmente”, afirma Araujo. “No podemos simplemente ir a una nube normal desde una red 5G. Tenemos que tener infraestructura para desplegar la IA. Estamos viendo esto en forma de robots y vehículos autónomos, que impulsan la necesidad del edge computing”.
El despliegue de telecomunicaciones, complejo ya de por sí, siembra otro obstáculo. “No podemos tener cargas de trabajo de IA exigentes con computing edge si no tenemos una fuente de energía que prácticamente no se agote. Y llevar energía al frente es bastante peligroso y bastante caro”, apuntaba Cross. Para solventar esto se barajan diferentes opciones, incluidos los reactores nucleares pequeños (SMR).

(Ministry of Defense of Ukraine)
Aunque la IA es un atajo económico para incrementar las capacidades de defensa, las nuevas tecnologías implican una inversión que nos devuelve al aumento del gasto. Una política con la que no todos los países están de acuerdo. En la propia Unión Europea, algunos Estados miembro han mostrado sus reticencias. Entre ellos, Bélgica, Italia y España, que se ha comprometido a un incremento hasta el 2% del PIB este año (en 2024 fue del 1,3%). Si bien el comisario europeo de Defensa Andrius Kubilius señalaba que el país deberá tratar de cumplir con el 3% que exigirá Estados Unidos.
No cabe duda de que el armamento experimentará un cambio debido a la aplicación de la IA y los sistemas autónomos. La guerra moderna ha dado otro salto y esto traerá capacidades militares de consecuencias desconocidas. De ahí que algunas voces ya hayan pedido que se regule el uso de este tipo de armamento.
Imagen | Ministerio de Defensa de Ucrania
En Xataka | La pregunta ya no es si Europa “está en guerra”: la pregunta es si está dispuesta a defenderse
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el motivo se debe a Rusia y a un nuevo corredor militar
Durante años, el círculo polar ártico finlandés se ha reinventado como un parque temático permanente de invierno, renos y auroras boreales, convertido en destino global para quienes buscan una Navidad eterna y una experiencia cuidadosamente diseñada alrededor del mito de Santa Claus. Pero en la casa de Santa siempre caben más sorpresas, y a la Laponia finlandesa acaba de llegar un elemento que nadie esperaba y que lo cambia todo: Europa rearmándose.
Santa y la guerra. Rovaniemi, promocionada internacionalmente como el hogar oficial de Santa Claus, es desde hace años uno de los grandes iconos del turismo ártico europeo, un lugar donde la Navidad se ha convertido en industria permanente y donde la experiencia está cuidadosamente diseñada para visitantes de todo el mundo.
Sin embargo, esta temporada invernal la ciudad vive una transformación silenciosa pero profunda: junto a los trineos, los safaris de renos y las luces festivas, la capital de la Laponia finlandesa se ha llenado de soldados de la OTAN que entrenan para un escenario que hasta hace poco parecía impensable. Miles de militares aliados han pasado recientemente por la zona para maniobras en Rovajärvi, el mayor campo de entrenamiento de Europa occidental, situado a apenas 88 km de la frontera rusa, convirtiendo a Rovaniemi en un punto clave de la nueva arquitectura de seguridad del norte europeo.
La frontera más larga y sensible. La razón de este despliegue es geográfica y estratégica. Finlandia comparte casi 1.500 km de frontera con Rusia, una de las más extensas y complejas de toda la Alianza Atlántica, y más de una cuarta parte de ella discurre por la escasamente poblada Laponia.
Tras la invasión rusa de Ucrania, los servicios de inteligencia y los mandos militares finlandeses han advertido de que Moscú está reforzando su infraestructura y su presencia al otro lado de la frontera, especialmente en torno a la península de Kola, un enclave clave por su enorme concentración de capacidades nucleares. La previsión en Helsinki es que, una vez termine la guerra en Ucrania, Rusia pueda redistribuir tropas hacia el norte y adoptar una postura mucho más robusta frente a Finlandia, elevando de forma estructural el nivel de tensión en la región.


Paraguas de la OTAN. Finlandia no parte de cero en esta lógica defensiva. Su historia y su relación con Rusia han marcado durante décadas una cultura de preparación constante, con la defensa nacional integrada en la propia Constitución y un sistema de conscripción ampliamente aceptado por la sociedad. No obstante, la entrada en la OTAN en 2023 ha supuesto un cambio cualitativo: el país ha pasado de una defensa pensada en clave nacional a formar parte de un sistema colectivo que exige interoperabilidad, presencia aliada y planificación conjunta.
Este giro se ha traducido en una cooperación internacional mucho más intensa, la apertura de un nuevo mando aliado en Mikkeli y la designación de Rovaniemi como futura base de las Forward Land Forces, el grupo de combate liderado por Suecia destinado a reforzar el flanco oriental de la Alianza.


Ejercicios militares en el Ártico. Lo hemos contado antes. Mientras los turistas llenan la Santa Claus Village y las cámaras captan escenas idílicas de nieve y luces, a pocos kilómetros de distancia se desarrollan ejercicios militares de gran complejidad técnica y logística. Maniobras como Lapland Steel 25, celebradas tras otros grandes ejercicios multinacionales, reúnen a tropas finlandesas, suecas y británicas que entrenan en condiciones extremas, combinando blindados, helicópteros, infantería y desplazamientos sobre esquís en bosques helados y nieve profunda.
Aunque oficialmente no se ensaya un escenario concreto, los mapas y la orientación de los ejercicios reflejan con claridad el tipo de amenaza que se tiene en mente, haciendo visible la conexión directa entre el entorno aparentemente remoto del Ártico y la guerra convencional de alta intensidad.
Una población mentalizada. Para muchos jóvenes finlandeses que cumplen el servicio militar, en numerosos casos de forma voluntaria, la posibilidad de un conflicto ya no es una abstracción lejana. Contaba en un reportaje el Guardian que los soldados y conscriptos asumen el esfuerzo físico extremo, las marchas interminables y el peso del equipo como parte de una responsabilidad colectiva, convencidos de que la preparación es la mejor garantía frente a la incertidumbre.
Los mandos describen la situación actual como una nueva guerra fría, marcada por el deshielo del Ártico, la apertura de nuevas rutas y recursos naturales y el renovado interés de Rusia por asegurar tanto su disuasión estratégica como sus activos económicos en el norte, en un contexto de competencia prolongada y estructural.
Disuasión como mensaje político. La intensificación de los ejercicios conjuntos y la coordinación entre Finlandia, Suecia y Noruega persigue algo más que mejorar capacidades militares: busca enviar una señal política clara de cohesión, compromiso y capacidad de respuesta. La apuesta es evitar el conflicto precisamente demostrando que cualquier agresión tendría un coste elevado y una respuesta colectiva.
En ese equilibrio delicado, Rovaniemi se ha convertido en un símbolo poderoso de la Europa actual: un lugar donde el imaginario de la paz, la infancia y la Navidad convive ahora con búnkeres, aviones militares y planificación estratégica, recordando que incluso en el extremo norte del continente la seguridad ha dejado de ser un telón de fondo para convertirse en una prioridad central.
Imagen | Matías Callone, RawPixel, Tom Corser, NATO
En Xataka | En pleno rearme, Europa se ha dado cuenta de un detalle sin importancia: no tiene suficientes balas
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cerrar una fábrica en Alemania
La historia de Volkswagen da para mucho. Tanto como para que sus orígenes haya que buscarlos en la Alemania nazi cuando el Estado encarga a Ferdinand Porsche la creación de un Volkswagen. Es decir, un coche para el pueblo. Era 1934 pero con toda la maquinaria estatal trabajando a destajo, en 1938 ya se estaba poniendo la primera piedra de la fábrica de Wolfsburgo, tomando como ejemplo la factoría de Ford en Dearborn, Estados Unidos.
Desde entonces Volkswagen no ha dejado de crecer. Con sus momentos buenos y también sus momentos malos, lo cierto es que la compañía se ha asentado como el segundo mayor productor de coches del mundo, solo superado por Toyota y en una cómoda posición frente a Hyundai-Kia, que se mantienen en la tercera posición.
En esas ideas y venidas, la compañía ha mantenido una receta: la industria alemana no se toca. Hasta ahora. En plena reconversión de la automoción Europea, Volkswagen parece haber superado una línea roja.
¿Por qué un coche eléctrico tiene menos autonomía que la que anuncian
Por primera vez
Era 2018 cuando en Xataka acudíamos por primera vez a la planta de cristal de Volkswagen en Dresde. Allí, la compañía había estado produciendo sus Volkswagen Phaeton, una berlina de lujo que terminó por ser un agujero de millones y, sobre todo, un rotundo fracaso de ventas.
La compañía había reconvertido el espacio en un laboratorio para producir allí los primeros e-Golf, uno de los primeros pasos que la compañía daba en el mercado del coche puramente eléctrico. Su volumen productivo era casi ridículo si lo comparamos con cualquier planta actual: 72 coches al día.
En 2022, tuvimos la oportunidad de volver. La fábrica había cambiado por completo. Al menos en su espíritu. Seguía produciendo Golf eléctricos… más o menos. Y es que de allí salían sus ID.3, la primera gran apuesta de Volkswagen que había nacido con el espíritu para ser su primer superventas y posicionarse como el nuevo Golf eléctrico. La producción ya entonces había caído a la mitad, a unos 35 coches al día.
Ahora, Volkswagen ha dado carpetazo a la planta. El espacio de cristal se reconvierte en un centro universitario. El movimiento tiene mucho más que decir en el terreno simbólico que en el práctico. Los 230 trabajadores tienen encima de la mesa tres opciones: el despido con una indemnización negociada, la jubilación o el traslado a otra fábrica.
Pero el cierre de la planta germana va mucho más allá. Por primera vez, Volkswagen tiene que cesar su producción en una planta de Alemania. Su producción como hemos visto era muy baja y el centro estaba destinado más al desarrollo y la innovación que a nutrir la flota de los germanos. Sin embargo, el movimiento es importante porque demuestra hasta qué punto la compañía atraviesa dificultades.
Dresde no solo era una planta de coches, era estatus. Era una declaración de intenciones, la constatación abierta al mundo de que Volkswagen invertía en coches que no eran rentables en el corto plazo pero de los que podían extraer conocimiento a futuro. Thomas Schäfer, CEO de Volkswagen, ha señalado que el cierre de la fábrica “era esencial desde la perspectiva económica”.
Hace poco más de un año, Volkswagen ya anunció que tenía intención de recortar su producción en Alemania, hasta el punto de que aseguró que “todas las fábricas de Alemania están en peligro”. Eran los primeros coletazos de un plan de ahorro de 10.000 millones de euros a tres años vista.
La compañía había decidido apostar con fuerza al coche eléctrico pero la demanda europea no parece haber sido suficiente hasta crecer de forma muy reciente. En Europa, Tesla ha arrasado con fuerza hasta el pasado año pero, sobre todo, los clientes no parecían estar interesados en los coches eléctricos de Volkswagen más asequibles como el ID.3. Tampoco en los más costosos, como el Audi e-tron que terminó con el cierre de una plana en Bruselas. Porsche ya está desandando el camino de las inversiones de coches eléctricos.
Volkswagen se ha encontrado con una tormenta perfecta con tres frentes abiertos. En Europa, como decíamos, el cliente no está comprando los coches eléctricos esperados lo que pone en grave riesgo la amortización de las inversiones. En Estados Unidos, los aranceles aplicados por el Gobierno de Donald Trump le han causado pérdidas de 1.500 millones de dólares solo en el último trimestre, recogía The New York Times. Y en China el cliente ha dado la espalda al producto europeo.
Eso ha puesto una presión sobre el flujo de caja demasiado alto, obligando a Volkswagen a deshacerse de un espacio que iba mucho más allá de una planta de coches, alquilándolo a la universidad local. El problema es que cuando los aprietos financieros obligan a pensar en reajustes en el corto plazo, lo que se resienten son las inversiones a largo plazo (justo lo que se estudiaba en Dresde), lo que implica una menor competitividad a futuro.
Una rueda de la que solo es posible salir si, de nuevo, se consigue vender lo que el público pide, con los márgenes de beneficios suficientes para volver a reinvertir en el futuro. Y eso, creen en Alemania, implica dar pasos atrás en la electrificación.
Foto | Volkswagen
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