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también cambió la ingeniería para siempre
Poco antes de las 11:00 de la mañana del 7 de noviembre de 1940, un impresionante puente colgante de Estados Unidos estaba a minutos de convertirse en historia de la ingeniería. En aquella mole solo quedaba un perro atrapado al que nadie podía salvar. Pasados unos minutos de las 11, las cámaras filmaron una de las escenas más impactantes jamás grabadas.
Esta fue la historia de un fallo descomunal.
Una obra maestra demasiado ligera. Cuando el puente Tacoma Narrows abrió en julio de 1940, su silueta fina y elegante pretendía simbolizar una nueva era de ingeniería económica y eficiencia estructural. Leon Moisseiff, uno de los ingenieros más prestigiosos del país y artífice del Golden Gate, había diseñado un coloso estilizado que, sin embargo, desde el primer día comenzó a mostrar un comportamiento inquietante: el tablero vibraba y se ondulaba incluso con brisas moderadas.
Los trabajadores bautizaron a la estructura como “Galloping Gertie”, un apodo tan coloquial como revelador, porque indicaba que algo profundo y aún incomprendido estaba perturbando su estabilidad.
Primeras pesquisas. Los equipos de la Universidad de Washington iniciaron estudios intensivos: modelos a escala, pruebas en túnel de viento y soluciones de emergencia como gatos hidráulicos y cables provisionales. Nada logró detener las oscilaciones.
El puente, demasiado delgado, demasiado ligero, demasiado fiel a una estética depurada, había sido empujado al límite por la filosofía de diseño de la Gran Depresión, una en la que los materiales se reducían a lo imprescindible y la resistencia aerodinámica no era aún una ciencia madura.
El desastre. El 7 de noviembre de 1940, con vientos de alrededor de 65 km/h, Gertie experimentó lo que investigación definió como “una transición abrupta entre las oscilaciones verticales habituales y un violento movimiento torsional que pronto se volvió ingobernable”. Automovilistas y reporteros vivieron escenas que parecían extraídas de un relato fantástico: tramos del suelo que desaparecían bajo los pies, saltos en el vacío entre ondulaciones, y un ritmo de torsión que se intensificaba hasta que la estructura se plegó sobre sí misma.
A las 11:02 de la mañana, el centro del puente cayó al estrecho. La única víctima fue Tubby, un perro atrapado en un coche abandonado. El espectáculo, filmado con una nitidez escalofriante, se convirtió en uno de los documentos visuales más influyentes de la ingeniería moderna.
Qué demonios pasó. Tras la caída, las investigaciones determinaron que el colapso se debió a un fenómeno desconocido entonces en su complejidad: el denominado como flutter torsional. Cuando una de las suspensiones cedió, el tablero adoptó una geometría asimétrica que permitió que el viento alimentara la torsión del puente.
La estructura dejó de ser agitada por la atmósfera: era su propio movimiento el que generaba la fuerza destructiva, no el viento. La oscilación, “autoexcitada”, creció sin límite hasta provocar la fractura total. Aquella tragedia enterró la teoría clásica de la “deflexión”, que sostenía que solo los movimientos verticales eran relevantes en un puente colgante, y obligó a desarrollar nuevos principios aerodinámicos y un estándar riguroso de pruebas en túnel de viento que desde entonces se aplican en todo el mundo.

Día de la apertura del puente en 1940
Reconstrucción y corrección. En los años posteriores, Estados Unidos reescribió los manuales de ingeniería de puentes. Se diseñó un reemplazo más robusto, con un esqueleto más ancho, cables más pesados y rejillas abiertas para reducir la acción del viento. “Sturdy Gertie”, inaugurado en 1950, corrigió los errores conceptuales de su predecesora y se convirtió en el símbolo de una lección aprendida a través de la catástrofe.
Décadas después, en 2007, se añadió un nuevo tramo para absorber el tráfico creciente. Y mientras los ingenieros construían un puente más seguro en la superficie, el mundo submarino comenzó a reclamar los restos del puente original, que yacían dispersos a más de 60 metros bajo las aguas del Puget Sound.

Día del colapso
Metamorfosis inesperada. De forma extraordinaria, lo que comenzó como un naufragio accidental terminó convirtiéndose en uno de los arrecifes artificiales más extensos y singulares del Pacífico Noroeste. En las profundidades del estrecho, vigas retorcidas y placas metálicas en ruinas se cubrieron de anémonas, esponjas, algas y capas de organismos que transformaron la tragedia en un hervidero de vida submarina.
Anguilas lobo serpenteaban a través de los nudos del acero, pulpos gigantes del Pacífico hallaban refugios en los pliegues del tablero colapsado, y escuelas de peces rondaban los escombros. Para los buzos, era un paisaje casi mítico: un bosque de metal colonizado por la vida marina, tan exuberante que dio pie a la leyenda de un gigantesco “Rey Pulpo” que, según los habitantes de Tacoma, reinaba en las sombras bajo el puente. La magia de aquel ecosistema accidental residía en que la naturaleza tomó un vestigio de la ingeniería humana y lo convirtió en un santuario.

Representación del colapso del puente Tacoma Narrows
Legado amenazado. Sin embargo, a medida que pasaron las décadas, el entorno cambió de forma inquietante. Diversos testigos que bucearon en los noventa describen un vergel submarino rebosante de fauna, pero hoy, la mayor parte de ese esplendor ha desaparecido. La sobrepesca, combinada con cambios ecológicos en el Puget Sound, ha reducido drásticamente la presencia de especies emblemáticas.
Las criaturas marinas y pulpos gigantes han migrado a zonas menos explotadas, los peces son más pequeños y en muchos tramos solo quedan restos de anzuelos y aparejos. Los puntos menos castigados son, paradójicamente, los que se encuentran bajo el puente actual, donde la pesca es complicada y la vida marina resiste. Aun así, para muchos expertos, el deterioro del arrecife artificial es un recordatorio de la vulnerabilidad de los ecosistemas creados involuntariamente y de cómo la intervención humana (en tierra o en mar) define la vida que prospera o desaparece.
Historia, memoria y protección. Los restos de Galloping Gertie fueron incluidos en el Registro Nacional de Lugares Históricos en los años noventa, no solo como evidencia de un hito de ingeniería fallida sino también como testimonio de la capacidad de la naturaleza para transformar ruinas en hábitats. Hoy algunos defensores aspiran a un estatus aún mayor: convertir el sitio en una reserva marina, protegida contra actividades extractivas y reconocida tanto como patrimonio ecológico como capítulo fundamental de la historia de la ingeniería.
Un fracaso extraordinario. Si se quiere también, la historia del Tacoma Narrows no es solo la del colapso de un puente, sino la de una doble transformación: la del conocimiento ingenieril, que evolucionó a raíz del desastre, y la del ecosistema submarino que emergió de los escombros. El derrumbe impulsó cambios globales en la manera en que se diseñan y prueban las grandes estructuras. Los restos, por su parte, generaron un refugio biológico cuya conservación hoy se debate con urgencia.
Entre ambas dimensiones, técnica y biológica, hay una lección perdurable: los errores humanos pueden ser devastares, pero también pueden, sin proponérselo, sembrar las condiciones para que la vida florezca de formas inesperadas.
Imagen | Wikimedia Commons
En Xataka | China ha construido el puente más alto del mundo y ha hecho lo que debe: convertirlo en un show
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Pebble quiere que llevemos una “memoria externa” para el cerebro en el dedo
Hay momentos cotidianos en los que se nos cruza una idea fugaz y sabemos que, si no la guardamos al instante, probablemente desaparecerá sin dejar rastro. Puede ocurrir mientras vamos en bici, cocinamos o simplemente caminamos con las manos ocupadas, cuando sacar el móvil resulta poco cómodo o directamente imposible. Esa sensación de perder algo que parecía importante ha llevado a algunas empresas a explorar una solución inesperada, convertir el dedo índice en un lugar donde capturar pensamientos rápidos antes de que se escapen.
El miedo a olvidar lo importante. Para Pebble, el desafío no está solo en tener una idea fuera de momento, sino en la frecuencia con la que ocurre. Su fundador afirma que a él le sucede entre cinco y diez veces al día, y que lo más frustrante no es la idea en sí, sino la certeza posterior de haber olvidado algo sin poder recuperarlo. Esa sensación recurrente es la que, según la compañía, justifica buscar un mecanismo más directo para registrar pensamientos breves antes de que se pierda su contexto.
Un anillo bloc de notas. El dispositivo que propone Pebble, el Index 01, adopta la forma de un anillo compacto, construido en acero inoxidable y equipado con un botón físico y un micrófono. Al presionarlo, el usuario puede capturar una nota corta de voz de manera inmediata. Está disponible en varios colores y tamaños, y cuenta con resistencia al agua para soportar un uso continuado. Su función principal es ofrecer un punto de entrada rápido para guardar información sin depender del teléfono en el momento exacto en que surge.
Del dedo a la app: Cada grabación empieza con una pulsación del botón, que activa el micrófono del anillo y guarda el audio en su memoria interna, sin ningún procesamiento adicional. Cuando el móvil está cerca, la grabación se transfiere por Bluetooth y es allí donde ocurre todo el trabajo: la aplicación de Pebble convierte la voz en texto mediante un modelo de reconocimiento que funciona en local y, después, un LLM que también se ejecuta en el propio teléfono determina si debe crear una nota, programar un recordatorio o añadir un evento al calendario.
Nunca se enchufa, pero se agota: Pebble opta por una batería de óxido de plata similar a la que usan los audífonos, lo que permite que el anillo funcione durante años sin necesidad de recargarlo. Según la compañía, un uso medio de entre diez y veinte grabaciones diarias de pocos segundos equivale a unas doce o quince horas de audio acumulado, suficiente para alcanzar esa autonomía prolongada. Cuando la pila se acerca al final, la aplicación avisa al usuario, que puede comprar otro anillo y enviar el anterior para su reciclaje.
El planteamiento implica que la batería no puede sustituirse ni recargarse, algo que Pebble reconoce abiertamente. Cuando llega el aviso de fin de vida útil, el usuario debe adquirir un anillo nuevo. Como decimos, la compañía ofrece la posibilidad de enviar el dispositivo antiguo para su reciclaje, pero no menciona descuentos, programas de reposición ni compensaciones por devolución, por lo que el reemplazo aparentemente funciona como una compra independiente.


Pebble insiste en que el anillo está concebido para procesar la información de forma local y limitar su alcance a lo estrictamente necesario. La conexión entre el dispositivo y el móvil va cifrada, y tanto la conversión de voz a texto como la clasificación mediante un modelo de lenguaje ocurren en el propio teléfono y, por defecto, no requieren enviar los datos a servidores externos, aunque la compañía ofrece un sistema opcional de copia de seguridad en la nube para las grabaciones que aún está en desarrollo y que planea ofrecer cifrado. El anillo no escucha de manera continua ni registra datos de salud, y tampoco integra altavoz ni vibración. Su funcionamiento se limita al momento en que el usuario mantiene pulsado el botón.


Cuando la memoria se deja hackear. Más allá de registrar notas, Pebble permite configurar el anillo para realizar acciones adicionales mediante pulsaciones simples o dobles, desde controlar la música hasta disparar una foto o activar rutinas de domótica. La aplicación admite enviar recordatorios a servicios como Notion y ofrece compatibilidad con más de 99 idiomas. La compañía describe además un sistema de acciones basado en MCP, unas pequeñas extensiones que se ejecutan en el propio móvil y que, según su hoja de ruta, deberían ampliar lo que el dispositivo puede hacer sin depender de un servidor central.


Del reloj al anillo: Pebble atraviesa una fase de relanzamiento en la que busca ampliar su catálogo más allá del smartwatch. Tras recuperar su marca y enviar sus nuevos Pebble 2 Duo, prepara la llegada de Pebble 2 Time con un nivel significativo de demanda previa. En ese escenario aparece Index 01. El propio fundador resume su apuesta afirmando que el anillo ha dejado de ser un dispositivo tecnológico para convertirse en “una extensión del cerebro”, una frase que refleja la ambición con la que la compañía presenta este proyecto.
Precio y disponibilidad del Index 01. La compañía sitúa el precio inicial en 75 dólares durante la preventa, con una subida a 99 dólares cuando las primeras unidades empiecen a enviarse a nivel mundial a partir de marzo de 2026. El dispositivo está en fase de validación de diseño y se produce en la misma planta que trabaja con Pebble Time 2, donde se ensamblan los prototipos actuales. Los envíos partirán desde Asia bajo un sistema DDP, de modo que los impuestos y tasas se gestionarán antes de la entrega.
Imágenes | Pebble
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Expulsan del concierto de Lady Gaga en Australia a sujeto que se abalanzó sobre Ariana Grande en estreno de “Wicked: For Good”
EFE.- El australiano que se abalanzó sobre Ariana Grande en el estreno de “Wicked: For Good” en Singapur fue expulsado este martes de un concierto de Lady Gaga en Brisbane en el que había entrado disfrazado.
Johnson Wen, de 26 años, conocido como “el hombre pijama” y que se autoproclama “el invasor de escenarios“, fue reconocido por asistentes al concierto, que comenzaron a abuchearle, lo que provocó la intervención de agentes de seguridad.
El joven fue acompañado al exterior del estadio Suncorp antes de que comenzara la actuación de Lady Gaga, según informaron medios estadounidenses.
Wen llevaba una aparatosa peluca, bigote postizo y gafas de sol para tratar de pasar desapercibido, según se puede ver en vídeos subidos a las redes por fans de Lady Gaga.

El incidente se produce casi un mes después de que Wen se abalanzara sobre Ariana Grande, a la que logró abrazar tras saltar la barrera de seguridad durante la alfombra roja del estreno de “Wicked: For Good” en Singapur.
La Policía de la ciudad-Estado, con un régimen semiautocrático y férreas leyes para mantener el orden público, lo arrestó ese mismo día y un tribunal le impuso una condena a nueve días de cárcel, tras lo cual fue deportado a su país y tiene prohibido entrar en Singapur.
No era la primera vez que Wen protagonizaba hechos similares. Ya había invadido anteriormente el escenario cuando actuaban artistas como la estadounidense Katy Perry o el canadiense The Weeknd.
Y también saltó al campo durante la final del Mundial femenino de 2023, un incidente que compartió en su Instagram.
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La Peste Negra seguía ocultando un enigma casi siete siglos después. La respuesta estaba en unos árboles de los Pirineos
Pocos episodios hay en la historia de la humanidad más famosos, estudiados y debatidos como el de la Peste Negra, la epidemia que sembró Europa de muerte entre 1347 y 1353. Quedaba sin embargo un enigma por resolver, uno tan básico como relevante: ¿Por qué diablos se desató la epidemia cuándo, dónde y cómo lo hizo? ¿por qué esa oleada de muerte se desató en el XIV y no antes o después?
Resolviendo un enigma. Esa incógnita es la que han querido resolver Martin Bauch y Ulf Büntgen, del GWZO y la Universidad de Cambridge respectivamente, en un estudio recién publicado en Communications Earth & Environment.
Con él no solo quieren arrojar luz sobre uno de los episodios más negros de Europa. También demuestran que, casi siete siglos después, la “muerte negra” sigue siendo uno de los capítulos que más fascinan al mundo. Nada sorprendente si se tiene presente que entre 1347 y 1353 segó millones de vidas en Europa, alcanzando tasas de mortalidad que en algunas regiones rozaron el 60%.


Buscando en los Pirineos. Quizás lo más curioso del estudio de Bauch y Büntgen es que no arranca en los archivos históricos. O ese no fue al menos su principal lugar de trabajo. La clave de su investigación está en el Pirineo español, más concretamente en los pinos seculares que allí se encontraron.
Al estudiar el interior de sus troncos en busca de claves sobre el clima medieval de Europa se encontraron con algo inesperado: una sucesión de “anillos azules”. Para la mayoría ese detalle pasaría inadvertido, pero Bauch y Büntgen vieron algo en él: la prueba de una cadena de veranos más fríos y húmedos de lo común.
“Veranos inusuales”. Cuando la tempera cae los árboles no logran lignificar correctamente sus células, lo que deja a su vez una marca azulada en el registro de anillos del tronco. En los pinos pirenaicos los investigadores se encontraron con marcas así que les invitan a pensar que gran parte del sur de Europa debió de experimentar “veranos inusualmente fríos y húmedos” en 1345, 1346 y 1347.
Es más, al indagar en las bibliotecas y fuentes escritas se encontraron con indicios que apuntan exactamente en la misma dirección: un período marcado por una “nubosidad inusual y eclipses lunares oscuros”. La siguiente pregunta es… ¿Qué causó ese cambio en el clima? ¿Y por qué es importante?
El poder de una erupción. Sobre la primera pregunta los investigadores tienen pocas dudas. En su opinión el descenso de las temperaturas en verano lo causó una erupción volcánica (o incluso una cadena de ellas) registrada hacia el año 1345 y que desencadenó un efecto dominó fatal: una considerable expulsión de cenizas y gases volcánicos que generaron una capa y provocaron la caída de las temperaturas, igual que ocurrió en otros episodios a lo largo de la historia.


Clima, agricultura… Hambre. Para la siguiente pregunta, el por qué es importante que un volcán empezase a soltar gases y ceniza hace casi siete siglos, la respuesta es sencilla: la agricultura. Los cambios en el clima no solo dejaron su huella en los troncos centenarios del Pirineo central, también castigó a lo campos de la región mediterránea, mermando las cosechas y generando unas pérdidas que amenazaban con derivar en hambrunas… e inestabilidad social.
Con ese telón de fondo, las poderosas repúblicas marítimas de Italia hicieron lo más lógico: fletar barcos para importar grano del este, de la zona del Mar Negro, más concretamente de la Horda de Oro, en la región del Mar de Azov.
No importaba que Génova y Venecia estuvieran guerreando con los mongoles. El hambre apretaba, la amenaza de los tumultos acechaba y la diplomacia europea hizo su labor. Ya avanzado 1347 los barcos con grano empezaron a llegar a Europa, descargando su preciada mercancía en puertos del Mediterráneo.
Algo más que grano. El problema es que en las bodegas de los buques movilizados por Venecia y Génova, los mismos que debían evitar que Europa se viese asediada por la hambruna, no solo había toneladas de grano. A bordo traían pulgas infectadas con Yersinia pestis, el bacilo responsable de la peste bubónica.
“Todavía se desconoce el origen exacto de esta bacteria mortal, pero el ADN antiguo sugiere que podría haber existido un reservorio natural en jerbos salvajes en algún lugar de Asia central”, explican desde la Universidad de Cambridge. El resultado: los barcos con granos se convirtieron de repente en vectores de una enfermedad fatal, la bacteria saltó de roedores a humanos y la peste negra no tardó en expandirse por Europa, con algo mucho peor que el hambre.
Los barcos de la muerte negra. El resto es historia conocida. Entre 1347 y 1353 la enfermedad acabó con millones de personas. Suele decirse que la peste segó la vida del 60% de la población europea, porcentaje que algunos elevan al 65%, aunque en los últimos años algunos estudios han advertido que el cálculo está sobredimensionado y hubo regiones en las que el padrón se mantuvo.
“En muchas ciudades europeas se pueden encontrar evidencias de la Peste Negra casi 800 años después”, explican Büntgen y Bauch. “También pudimos demostrar que muchas ciudades italianas, como Milán o Roma, probablemente no se vieron afectadas, porque no necesitaron importar grano después de 1345”.
¿Por qué es importante? El estudio es interesante por varias razones. La principal, porque arroja nueva luz sobre un aspecto tan básico como hasta ahora enigmático sobre la Peste Negra. Sabíamos del papel de la Yersinia pestis, de los barcos, del rol que jugaron los roedores, sabíamos el trágico balance de fallecidos, su impacto en la sociedad, cultura y economía de Europa… Pero desconocíamos por qué la epidemia se desató justo cuando lo hizo y no antes o después.
La sucesión de factores es tan fascinante que los investigadores hablan de una “tormenta perfecta” en la que se sumaron factores de índole climático, agrícola, social y económico. Un cóctel que, insisten, no nos habla solo del Medioevo.
“Aunque esa coincidencia parece poco común es probable que la probabilidad de que surjan enfermedades zoonóticas debido al cambio climático y se traduzcan en pandemias crezca en un mundo globalizado”, añade Büntgen. “Es especialmente relevante dadas nuestras recientes experiencias con la pandemia de COVID”.
Imágenes | Wikipedia y University of Cambridge
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