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En 1924, un productor de melocotones decidió montar laboratorio óptico puntero en un pueblo de Teruel. Quebró dos veces, pero tenía razón

La historia empieza con un tipo bordeando en bicicleta el Morrón de Tolocha. Es mil novecientos veintitantos y el camino entre Calanda y Mas de las Matas está tan mal que el muchacho, llegando a las Contiendas, tiene que bajarse de la bici y hacer buena parte del camino andando.
Lo hace todos los días. Llueva, nieve o pegue un sol tan vivo que achicharre a los carrascales. En sus ojos algunos verán la audacia del emprendedor, otros la fiebre ansiosa del visionario; pero nosotros, que sabemos lo que sabemos, vemos sobre todo preocupación.
Ya había fracasado dos veces y sabía que si volvía ha hacerlo (y estaba a punto de hacerlo), todo se habría acabado.
Una idea desenfocada
Hacia 1924, con maquinaria importada de Alemania, la familia Cuyas había armado la primera fábrica de vidrios ópticos del país. Sobre el papel, era un negocio redondo (se podía ganar “más dinero que a robar“) y rápidamente otros industriales importantes (Roca SA) y media docena de talleres independientes se sumaron a la incipiente industria óptica española.
El problema era que el negocio solo funcionaba “sobre el papel”. Como explicaba Edurne Guevara, para 1927, Industrias Cuyas ya había cerrado “al no poder competir con los cristales que venían fabricados en otros países“. Precisamente allí trabajaban los hermanos Mata Mir.
Fueron ellos los que, en paro y deseando aplicar sus conocimientos en algún sitio, convencieron a Alberto Prats de que la industria de las lentes era el futuro. Prats, que venía de una familia potentada del Maestrazgo, no tenía el dinero para montar esa aventura; pero, ayudado por una excelente campaña del melocotón en el valle del Guadalope, convenció a su padre de que invirtiera una pequeña fortuna (50.000 pesetas) en el proyecto.
Alberto Prats era el joven de la bicicleta.
El primer fracaso
Unos meses (quizás un año) antes de la escena de la bicicleta, el joven Prats, los Mata Mir y otros cinco operarios habían fundado un pequeño taller (la ‘Industria Peninsular de Óptica’ ) en un local alquilado del carrer d’Entença de Barcelona. Como contaba Alfredo Monforte, Prats se dio cuenta rápidamente de que aquello era un “imposible”.
Con los medios que tenían, no conseguían pulir los cristales en un tiempo competitivo y “por más que se esforzaban, no daban en el quid para hacer que la producción fuera regular y la calidad aceptable“. Ese iba a ser el primer fracaso.
Pero Prats no perdió la fe. Seguía convencido de que la idea tenía sentido, que lo único que necesitaban era rodaje: tiempo para perfeccionar procesos y afinar metodologías. Así que, viéndose responsable de la inversión que había hecho su padre, tomó una decisión clave: tenían que abandonar Barcelona.
¿Pero dónde irse? Tras barajar varias opciones, prevaleció lo más barato: los Prats tenían un almacén medio abandonado en Calanda. Empacaron y se pusieron en marcha para el bajo Aragón.
La aventura aragonesa
Se instalaron en Calanda, formaron obreros del propio pueblo y se pusieron manos a la obra. En poco tiempo comprobaron que, efectivamente, los gastos se habían reducido; pero los problemas técnicos no se habían resuelto. Monforte explicaba que “las pruebas se sucedieron una tras otra, poniendo en práctica todoslos conocimientos en el empeño, pero la producción no mejoró alritmo deseado y [sobre todo] necesario para poder subsistir“.
A los pocos meses, los hermanos Mata Mir volvieron a Barcelona y empezaron a trabajar como electricistas en los preparativos de la Exposición Universal. El sueño de una industria óptica nacional parecía que había llegado a su fin.
Lo que pasa es que, haciendo honor al estereotipo, los aragoneses son tozudos. Y, concretamente, en Mas de las Matas, los vecinos siempre han sido de armas tomar. Un ejemplo muy conocido de esto es el de la Cooperativa de San Sebastián: cuando en los años 60, los cinco hornos de pan del pueblo se pusieron de acuerdo para subir sus precios; los vecinos se organizaron y abrieron un horno comunitario, la Cooperativa de San Sebastián.
Alberto Prats estaba hecho de esa misma pasta y, junto a su hermano, siguieron adelante con el taller en sus ratos libres. Por eso viajaba a diario en bicicleta de un pueblo al otro. Finalmente, movieron la fábrica a Mas de las Matas y, poco después, consiguieron dar con la tecla. Los Mata Mir volvieron desde Barcelona y se sumó la familia Peralta aportando un 25% del capital: la Fabrica de Lentes de Mas de las Matas era una realidad que llegó a fabricar hasta 300.000 lentes anuales.
Luego llegó la Guerra
La fábrica siguió funcionando a buen ritmo hasta 1936. Mas de las Matas (y, en general, el Bajo Aragón) fue el ejemplo “paradigmático” de la colectivización anarquista en la Guerra Civil. Pese a que eran republicanos, aquello sacó a los Prats y a los Peralta de la ecuación; y la sociedad, de hecho, se disolvió en 1937. Cuando las tropas franquistas toman la zona, no había nadie ‘fiable’ a quien devolver la fábrica y se les cedió a los Cottet, unos fabricantes de gafas afincados en Sevilla.
Alberto Prats, al que estuvieron a punto de fusilar los sublevados, comprendió que era momento de dejarlo y buscó otras formas de ganarse la vida. Pero su pasión por la óptica (y su olfato empresarial) nunca lo abandonó
Tanto es así que, muchos años después, volvió a la carga: en 1956 monta ‘Meniscos Prats’ e Industrias de Óptica Prats nace en 1968. Como contaba Francisco Prats, hijo del fundador, “tardaron tres años en salir de las pérdidas”. Era solo el principio.
Prats, hoy
Hoy por hoy, Prats es una multinacional española líder en I+D, con presencia en 22 países, cuatro fábricas robotizadas en todo el mundo y 47 millones de facturación.
Pero lo más interesante, como nos explicaba Filipe Pires, el director general de la empresa, es que lo han conseguido haciendo honor a loca idea de su fundador: manteniendo sus fábricas, sus ingenieros y sus trabajadores cerca de sus clientes.
Lo que desde el principio de la industria óptica española había sido un problema (“competir con los cristales que venían fabricados en otros países”) ahora se vuelve una ventaja, nos explica Pires. E, independientemente de que lo sea o no, es una excelente noticia para un país que empieza a buscar desesperadamente formas de reindustrializarse.
Imagen | SuperBee / Grupo Prats /
En Xataka | El pueblo asturiano donde se fabrican todas las aspirinas del mundo
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En Castilla-La Mancha hay un cultivo inesperado que vive una campaña récord y cuadriplica producción: el pistacho

El pistacho es algo más que un fruto seco sabroso. También es un negocio milmillonario y en plena expansión que, según las previsiones de Data Bridge, superará los 5.800 millones de dólares a nivel mundial en menos de una década. En España (sobre todo Castilla-La Mancha) los agricultores se han dado cuenta de ese potencial y están dedicándole hectáreas y más hectáreas de campo. Ahora las cooperativas castellanomanchegas nos dejan una pista de cómo de contundente está siendo esa expansión: esperan que esta campaña su producción pulverice récords, multiplicando por cuatro los resultados del pasado ejercicio.
Una prueba más de la pistachización de los campos.
Un dato: 8.900 toneladas. Si se cumplen las previsiones del sector, 2025 será un buen año para el pistacho español. Bueno no, buenísimo. Al menos si hablamos de producción. El miércoles Cooperativas Agro-alimentarias Castilla-La Mancha (una organización que aglutina a casi 600 organizaciones de la región) desveló que esta campaña espera cosechar unas 8.900 toneladas de fruto, lo que superaría con creces el nivel de producción del año pasado y daría una nueva muestra del ritmo acelerado al que se expanden los pistacheros por el campo castellanoleonés.
¿Tanto aumenta? Sí. Según el organismo agrícola esas 8.900 toneladas cuadriplicarían la producción del año pasado, que cifran en poco más de 2.200. Es más, las cooperativas de la comunidad hablan ya de “la mayor cosecha de pistacho registrada hasta la fecha” en su territorio. Además esperan que gran parte de los frutos sean “de elevado calibre y calidad” y salgan de explotaciones ecológicas.
El Gobierno de Castilla-La Mancha calcula que en 2023 la cosecha de pistacho en seco con cáscara alcanzó en su territorio las 5.580 t, casi el 75% de la producción nacional. Incluso tomando como referencia ese dato, más alto que el de 2024, el aumento previsto por los agricultores para la actual cosecha sería notable.
¿Por qué es importante? Por lo que nos revela sobre el sector y cómo se expande por la región. No es extraño que el volumen de producción baile de una campaña a otra, en ocasiones aumentando y en otras disminuyendo. Hace justo un año, por ejemplo, las cooperativas de Castilla-La Mancha esperaban un “pinchazo” en la cantidad de fruto recogida (en noviembre las previsiones apuntaban a unas 4.900 toneladas de pistacho seco) debido al carácter vecero de los árboles.
Aun así que las cooperativas prevean que la producción se cuadriplique esta campaña, dejando un resultado que se promete histórico, nos revela una tendencia cada vez más evidente en Castilla-La Mancha: el peso creciente las plantaciones de pistacho en la región. Cifras al margen, llega con darse un paseo por la provincia de Toledo para observar cómo hectáreas de terreno que hasta hace poco se dedicaban a cereales o pasto se han reconvertido en plantaciones centradas en el pistacho.
Otra cifra: 64.400 hectáreas. La organización ha compartido algunas cifras que ayudan a comprender mejor esa expansión. Según el portavoz de la Comisión Sectorial, Ignacio Lobato, la superficie de pistacho plantada en Castilla-La Mancha ha alcanzado este año las 64.400 hectáreas. De ellas están “en producción” 16.400, la inmensa mayoría (12.215 ha) en régimen de secano. De hecho el aumento de cosecha de este año se explica por la “entrada en producción” de 5.550 ha.
“Esta expansión de la superficie en producción representa un aumento significativo del 40% en comparación con el año anterior, que se estima había 11.700 ha en producción”, insiste el colectivo profesional. No es un fenómeno exclusivo de la región manchega. Hace poco Agroptium publicó un informe que constata el aumento de la superficie dedicada al cultivo en el conjunto de España: de 15.000 ha en 2016 se pasó a 70.000 en 2022 y casi 78.500 en 2023.
Pendientes de Castilla-La Mancha. Las previsiones de Castilla-La Mancha importan porque la región ha logrado hacerse un hueco fundamental en el sector pistachero a nivel nacional e internacional, colándose incluso entre las principales áreas pistacheras del mundo. Los datos del Gobierno autonómico muestran que la región aglutina alrededor del 80% de la superficie total dedicada a plantaciones de pistacho en el país y que al menos en 2023 concentró casi el 75% de la producción: 5.580 t de fruto en seco con cáscara de las 7.550 t del conjunto de España.
Imágenes | Jake Belluci (Flickr)
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El mundo está lleno de jubilados que vigilan obras en la calle. En Italia los están profesionalizando y fichando

No importa que hablemos de Madrid, Barcelona, Vigo, Miranda del Ebro o la lejana Lombardía. Allí donde haya una obra, una zanja abierta, un albañil con casco y pala, un jardinero podando los cipreses del parque o un gruista subiendo y bajando carga probablemente habrá también un jubilado supervisando. Su figura es casi casi universal, como lo es la curiosidad o el impulso innato de dar consejos que nadie ha pedido. Ahora en un pequeño pueblo de Italia han tenido una idea peculiar: ¿Por qué no sacar partido de todo ese talento desaprovechado?
Por eso han profesionalizado a sus umarell.
¿Obra, quién ha dicho obra? Cuando uno se acerca a una obra espera encontrarse una serie de elementos: albañiles, hormigoneras, andamios, grúas, excavadoras… Desde hace tiempo a esa extensa lista de profesionales y útiles se le añade algo más: jubilados que siguen cada palada, destierre o martillazo con la atención de un director de orquesta. Ocurre en casi cualquier ciudad española, no importa que sea grande o pequeña. Y ocurre en otros países, como Italia, donde se les ha ocurrido que quizás no sea descabellado aprovechar ese talento vetusto.


Con ustedes, el umarell. En Italia incluso tienen un nombre para los jubilados que se mueven de obra en obra examinando y regalando consejos, habitualmente a primera hora de la mañana, tras el desayuno, y en grupos. Los llaman umarell, un término acuñado en 2005 por el escritor Danilo Masotti, quien lo creó rescatando una palabra dialectal de su ciudad natal, Bolonia: umarèl (“pequeño hombre”). La idea gustó y ha ido popularizándose hasta colarse en el diccionario en 2021.
Con el paso de los años la figura del umarell ha calado en la cultura popular italiana. Hace un tiempo en la localidad de Pescara decidieron abrir ventanucos en las vallas que cubren sus obras para que los mayores puedan asomarse a ellas y en 2016, en un guiño a su creciente popularidad, Burger King los incluyó en un cartel publicitario. La palma se la lleva sin embargo el Ayuntamiento de Bolonia, que en 2018 fue un paso más allá y les dedicó una plaza, Piazetta degli Umarells.
¿Por qué no sacarles partido? Así las cosas, hace unos meses Villasanta, una pequeña localidad de 14.000 habitantes de la región de Lombardía, en el norte de Italia, tuvo una idea: ¿Por qué no sacar provecho de la curiosidad, la experiencia y el tiempo de los umarell? Es más, ¿por qué no profesionalizarlos y ‘fichar’ a los mejores? Con ese propósito a finales del año pasado el Ayuntamiento lanzó una convocatoria que se cerró a principios de abril y le permitió crear una pequeña patrulla de ocho umarell, seis de la propia Villasanta y dos de Monza.
Al servicio del pueblo. En las barras de los bares quizás pueda opinar cualquiera. En el equipo de umarell de Villasanta no. Las personas seleccionadas por el Consistorio cumplen ciertos requisitos: están jubiladas, disponen de títulos universitarios y acumulan experiencia laboral en sectores técnicos gracias a sus antiguos empleos en campos como la arquitectura, ingeniería y topografía. ¿El objetivo? que sus indicaciones sean, ante todo, buenas indicaciones.
El servicio lo prestan de forma gratuita, sin cobrar, aunque al estar inscritos en el registro de Voluntarios Cívicos quedan cubiertos por un seguro. Al convertirse en umarell profesionales también asumen ciertas responsabilidades. The Guardian detalla que cada uno de los ocho jubilados (siete hombres y una mujer) tiene una parte de la localidad asignada y el trabajo se organiza en turnos de entre dos y tres horas. Cuando uno falta se coordina con sus compañeros para cubrir la vacante.
Pero… ¿A qué se dedican? Básicamente aumentan el número de ojos y oídos que tiene el Ayuntamiento para supervisar ciertos trabajos y servicios municipales. Durante su turno cada umarell se encarga de visitar obras públicas, comprobar el estado de las calles y aceras y ‘supervisar’ el mantenimiento de las zonas verdes. Y eso entre otras tareas. En abril EuroNews señalaba que la primera misión que les encomendó el Ayuntamiento fue realizar encuestas sobre tráfico.
Gracias a ellos el Ayuntamiento puede tener un control más preciso de las obras públicas, la limpieza de las calles y los aparcamientos, el cuidado de los parques y demás zonas verdes o si el alumbrado y el servicio de recogida de basuras funciona correctamente. “Sobre todo te sientes útil para la sociedad y para ti mismo: estás haciendo algo valioso con tu tiempo en lugar de sentarte frente a la tele o quejarte, como hacen los verdaderos umarell“, explica a The Guardian Roberto Cremona, uno de los ocho jubilados que patrullan las calles (y las obras) de la villa.
Imágenes | Wikipedia (Wittylama) y Salvatore Capalbi (Flickr)
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en Sevilla están clonando voces con IA para mendigar dinero por Bizum

La IA lleva tiempo siendo capaz de clonar casi a la perfección voces. Lo que no esperábamos es que este tipo de herramientas empezasen a utilizarse para estafar a una hermandad sevillana.
El suceso. El Arzobispado de Sevilla ha dado la voz de alarma a sus hermandades. La razón: un intento de estafa a nivel andaluz en el que se están empezando a utilizar voces clonadas para intentar hacerse pasar por los obispos. Una de las hermandades de la capital recibió recientemente una llamada imitando la voz de monseñor Teodoro Muñoz, uno de los obispos auxiliares.
La petición. En Xataka hemos podido hablar con la hermandad, y nos confirman que la petición era de lo más rocambolesco.
- Se llamaba a la hermandad haciéndose pasar por el obispo.
- Se pedía una cierta cantidad de dinero a ingresar mediante Bizum.
- Se justificaba la petición para sufragar un impuesto de sucesiones necesario para que la hermandad pudiera cobrar una herencia
La voz. Según nos explica la hermandad, la voz era “un clon prácticamente perfecto”. Además, no se trataba de una grabación de voz, el interlocutor estuvo hablando con el obispo auxiliar hasta que colgó tras su negativa de acceder al pago exigido.
No es un caso aislado. En febrero de 2024, Jaén Hoy se hacía eco de un suceso idéntico. Una quincena de conventos de la provincia recibió a principios de año llamadas en las que se aseguraba ser el obispo, requiriendo también una cantidad económica en este caso para ayudar al Obispado.
El nuevo timo del CEO. Las estafas hiperrealistas no son nuevas. De hecho, llevamos más de cuatro años hablando de ellas. El grupo farmaceútico Zendal era víctima de una estafa por valor de 9 millones de euros en 2020. En este caso ni siquiera había implementación de IA: alguien se hizo pasar por el jefe de la empresa mediante correo electrónico solicitando transferencias de alto valor.
Con el auge de las herramientas de inteligencia artificial, las estafas con voces clonadas con IA son cada vez más frecuentes. Estas herramientas permiten no solo crear grabaciones con la voz simulada, sino imitarla en tiempo real, haciendo la llamada aún más realista.
Sospechar, siempre sospechar. Diferenciar lo que es IA y lo que no cada vez es más complicado, así que el mayor factor protector siempre será la sospecha.
- Si se pide dinero.
- Si se piden datos personales.
- Si no cuadra lo más mínimo.
Cuelga.
Imagen | Archidiócesis de Sevilla y Xataka
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