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Una cabeza olvidada durante 110 años en un armario tiene la clave de la desextinción del tigre de Tasmania
Tasmania es una pequeña zona insular de Australia conocida por dos cosas: el diablo de Tasmania (que nada tiene que ver con el de los dibujos animados) y el tigre de Tasmania. El primero es interesante porque es el marsupial carnívoro más grande del planeta. El segundo, porque es otro marsupial enorme que se consideró extinto en 1936.
Ahora, una cabeza extremadamente bien conservada encontrada en el fondo de un armario puede tener la clave para revivir a este tigre de Tasmania. Aunque es más fácil decirlo que hacerlo.
Una triste historia. El tigre de Tasmania, también llamado lobo de Tasmania, era un marsupial. Uno espectacular que podemos apreciar en la actualidad gracias al escaso material filmado en el zoológico Hobart de Tasmania. Desgraciadamente, ya no está entre nosotros y, como en tantas ocasiones, tenemos algo de culpa. El tigre de Tasmania fue desapareciendo de la Australia continental antes de la llegada de los europeos, pero aún había una importante población en la isla de Tasmania.
Los nativos de Australia los cazaron y, en Tasmania, los colonos los culparon de las muertes del ganado, por lo que empezaron a ofrecerse recompensas por su caza. La competencia con los perros —también introducidos por los colonos— y la caza de las especies que eran sus presas pusieron la guinda del pastel. Los últimos ejemplares fueron uno que cazó un granjero en 1930 y otro que murió por negligencia en el zoológico de Hobart en 1936, donde se grabaron algunos vídeos.
Traerlo de vuelta. Se declaró como una especie extinta, pero desde entonces nos hemos empeñado en traerlo a la vida. ¿Cómo? Mediante recompensas millonarias para todo aquel que encontrara un ejemplar (nunca se cobró ninguna) y con un proyecto de clonación en 1999. El problema, uno de ellos, era que el material genético de los ejemplares preservados estaba demasiado degradado como para poder utilizarlo.
En 2017, un equipo de la Universidad de Melbourne reabrió el proyecto secuenciando con éxito el genoma de la especie y creando un completo mapa genético. Descubrieron que el tigre de Tasmania tenía un sistema inmunológico débil y, si hubiera sobrevivido, se habría enfrentado a las mismas dificultades ecológicas que el diablo de Tasmania, que está vivo, por otro lado.


La cabeza. Ahora, las tornas pueden cambiar debido a un descubrimiento inesperado: una cabeza con tejido blando en perfecto estado. Como podemos leer en The Guardian, los investigadores del laboratorio de restauración genética integrada del tilacino de la Universidad de Melbourne (un departamento enfocado exclusivamente en la investigación sobre este animal) pensaban que era imposible encontrar algo así, pero lo hicieron.
“Era literalmente una cabeza en un jarro con etanol. Estaba en la parte trasera de un armario y había sido olvidada ahí, con la piel retirada, desde hace unos 110 años”, comenta Andrew Pask, líder del laboratorio. Afirma que “es bastante repugnante, una visión macabra, ya que la gente había cortado grandes trozos”, pero más allá de la estética, se trata de algo con muchísimo potencial.
“Milagro” La cabeza apareció hace un año y, desde entonces, el equipo ha seguido trabajando descifrando el mapa del genoma del animal. El motivo es que contiene material como secuencias largas de ADN, pero también largas moléculas de ARN, cruciales para reconstruir el genoma de un animal extinto, algo que Pask describe como un milagro. Además, ha permitido que el equipo avance más rápido de lo esperado gracias a esta cabeza.
“Estamos más avanzados de lo que pensé que estaríamos. Hemos completado muchos pasos que creíamos que serían muy desafiantes y que otros calificaban como imposibles”, afirma.
El ARN. El ADN es importante, claro, pero el ARN fue la verdadera sorpresa para el equipo. Es mucho menos estable que el ADN y varía entre los tejidos, por lo que tiene la información para que un tejido concreto funcione correctamente. En el caso de la muestra encontrada, los investigadores obtuvieron información relacionada con la nariz, ojos, lengua y tejidos faciales del animal, así como una visión al funcionamiento del cerebro para descodificar los datos del sabor, olfato o visión del tigre de Tasmania.
Los vídeos con dibujos animados explicando por qué traer de vuelta al tigre de Tasmania son tan ‘Jurassic Park’…
Toqueteando la genética. Financiando todo esto se encuentra Colossal, una empresa de biotecnología ubicada en Texas que se dedica a la “desextinción y preservación de especies” que no sólo está tratando de devolver a la vida al tigre de Tasmania, sino también al dodo o al mamut lanudo. La financiación es de 235 millones de dólares y afirman que es el mayor paso en esta carrera por devolver a la vida al animal, ya que la muestra tiene sólo 45 vacíos en un plano genético de unos 3.000 millones de piezas de información.
Para cuándo. Esa es la gran pregunta, llegados a este punto. Pask comenta que “el primer ser con apariencia de tilacino” podría nacer en tres o cinco años, pero no lo llamarían, directamente, “tilacino” Cree que podrían crear su cráneo, las patas e incluso las rayas de la espalda, pero que aún hay cosas que no saben hacer.
El objetivo, de la manera que sea, es hacer un tilacino real, no un animal híbrido, aunque para ello tienen que tomar células madre de una especie viva con un ADN similar al del tigre de Tasmania. Un candidato es el ratón de cola gorda, otro marsupial mucho más pequeño, pero que permitiría una primera aproximación a un ejemplar similar al tilacino.
Escepticismo. En el lado menos entusiasta, están los que miran todo esto con recelo. Euan Ritchie es profesor de ecología y conservación de vida silvestre en la Universidad de Deakin y, si bien comenta que ve bien el programa porque puede ayudar a especies en peligro, duda sobre el proyecto de Pask.
“Creo que, probablemente, tendremos un animal parecido a un tilacino, pero no será realmente un tilacino. La pregunta es qué se hará después. Por ejemplo, cómo se comportará en la naturaleza y qué efecto tendría en el ecosistema. No tenemos ni idea de qué pasará porque no hay tilacinos vivos y no tendrá otros animales similares de los que aprender”, comenta Ritchie.
Considera que ese es un desafío tan grande como el propio reto genético y, además, se pregunta por qué tantos fondos para revivir especies cuando hay miles al borde de la extinción. Al final, se trata de un esfuerzo, sobre todo, privado, y todo parece indicar que tanto Colossal como la Universidad de Melbourne seguirán los pasos para resucitar al tigre de Tasmania. O a algo similar.
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Una conflictiva estética está conquistando los pies de miles de españoles: los el calzado “barefoot”
A las siete de la mañana, Fernando se calza sus zapatos barefoot antes de salir hacia el colegio donde trabaja. Son finos, blandos, casi como una segunda piel. “Antes terminaba con llagas en los meñiques; ahora puedo estar de pie todo el día”, nos cuenta en entrevista para Xataka. Hace unos años le habrían mirado raro por llevar unas zapatillas con suela mínima y dedos separados. Hoy, en cambio, no pasa desapercibido por moderno: el barefoot se ha convertido en tendencia.
De un rincón alternativo del mundo del bienestar ha saltado a los pies de miles de personas. Influencers lo recomiendan, las zapaterías se multiplican y hasta la reina Letizia los luce en actos públicos. El fenómeno mezcla moda y fisiología, y promete una cosa tan simple como poderosa: volver a caminar como nacimos, descalzos.
Del nicho al fenómeno. El auge del barefoot ha sido meteórico. En apenas un par de años, el concepto ha pasado de los foros de salud y crianza natural a las pasarelas digitales. “Al principio eran feísimas y casi nadie las usaba”, recuerda Fernando, 39 años, uno de los primeros en probarlas en su círculo. “Pero vi a gente en Instagram hablando de ellas, decían que eran buenas para el pie y decidí probar. Desde el primer momento me sentí muy cómodo”.
Como él, miles de consumidores descubrieron este tipo de calzado en redes sociales, recomendados por cuentas de fisioterapia o podología. Mar Oncina, dueña de la zapatería DePeus en Alicante, nos confirma a Xataka el cambio: “Cuando abrí, el 80% de mis clientes eran niños. Ahora casi la mitad son adultos”. En solo año y medio, dice, el interés ha crecido “de forma descomunal”. Los colegios piden descuentos para las AMPAs y las grandes cadenas, desde Inditex hasta Mustang, han empezado a lanzar sus propias líneas minimalistas. “La gente ha entendido que esto no es solo moda, es salud”, asegura.
Caminar ‘natural’. El barefoot propone una idea tan sencilla como radical: volver a caminar sin artificios. La diferencia con el calzado convencional está en la estructura. Estos zapatos eliminan el tacón (el llamado drop), la amortiguación y las plantillas rígidas; en su lugar, ofrecen una suela delgada y flexible que permite al pie moverse y sentir el suelo. Como explican en Podoactiva, el propósito principal del calzado minimalista es fomentar una marcha y una postura más natural, fortalecer la musculatura intrínseca del pie y favorecer la propiocepción. El pie, con sus 28 huesos y más de 100 tendones, está preparado para amortiguar de manera natural; lo que ocurre es que llevamos toda la vida encerrándolo en estructuras rígidas que lo atrofian.
Un estudio publicado en Nature refuerza esa idea: caminar descalzo modifica la forma en que los pies interactúan con el suelo y cómo se reparten las fuerzas al andar. Los investigadores, dirigidos por el biólogo evolutivo Daniel Lieberman, descubrieron que las personas que caminan sin calzado desarrollan callos gruesos, pero sin perder sensibilidad táctil. En otras palabras, las suelas de la piel protegen, pero no desconectan del suelo, mientras que las suelas acolchadas alteran la forma natural de caminar y aumentan el impacto en las articulaciones.
Del calzado infantil al boom adulto. Paradójicamente, la revolución del barefoot empezó por los más pequeños. Mar nos lo cuenta con claridad: “Todo empezó cuando mi hermana, terapeuta ocupacional, decidió que su hija solo usaría calzado respetuoso. Nos explicó que los niños que van descalzos desarrollan mejor la motricidad gruesa, el equilibrio y la fuerza del pie”. De ese convencimiento familiar nació su tienda, y con ella, un nuevo mercado.
Iraia, 36 años, nos explica a Xataka que descubrió el barefoot buscando el mejor calzado para su hija Alazne, que era inestable al dar sus primeros pasos. “Me convenció la idea de que los pies deben moverse libres y sin deformarse. Al poco tiempo empecé a usarlos yo también y me cambió la postura. Los dolores lumbares han desaparecido, y mis dedos, literalmente, se han separado”. Historias como la suya se repiten en las zapaterías y foros online. Y aunque la mayoría empezó buscando salud, muchos se quedan por comodidad. “Ya no tengo ganas de llegar a casa y quitarme los zapatos”, señala Iraia. “Es como ir descalza todo el día”.
La mirada de los expertos. Casi todos coinciden en una misma idea: el barefoot no es para todo el mundo. “Que elimine el dolor de espalda o de cadera es cuestionable”, matiza el podólogo Carles Espinosa entrevistado por RAC1. “Sí hay beneficios si se hace con adaptación, pero no se puede pasar de un zapato con tacón a uno plano de un día para otro”. Desde el portal de podología insisten en la necesidad de una transición progresiva: reducir poco a poco la altura del talón para evitar lesiones en el tendón de Aquiles o sobrecargas musculares. También advierten que las superficies duras, como el asfalto, no son las más adecuadas para empezar.
El doctor Alberto Martínez Oller, de clínica podológica M.O. es aún más concreto: “No es recomendable para personas con pies planos, juanetes, lesiones o neuropatías. Tampoco para deportes de impacto o superficies irregulares”. Su recomendación es clara: consultar a un podólogo antes de hacer el cambio. Aun así, reconoce los beneficios potenciales: mejora del equilibrio, fortalecimiento muscular, mayor movilidad y prevención de deformidades. De hecho, algunos especialistas temen, precisamente, que la viralización convierta una recomendación médica en una moda de consumo rápido. “Caminar natural no significa caminar sin control”, advierten. La fiebre por el bienestar puede llevar a confundir minimalismo con milagro, y cada pie cuenta una historia distinta.
La fiebre digital y el poder del algoritmo. Si algo ha impulsado la expansión del barefoot, ha sido el boca a boca digital. “El papel de las redes ha sido fundamental”, asegura Mar, de DePeus. “Hay gente que lo ha sabido comunicar muy bien, como podólogos o fisioterapeutas que han llegado a miles de personas. El problema es que junto a la información buena, también circulan muchos bulos”.
En TikTok e Instagram abundan los vídeos de “transformaciones”: pies antes y después de meses usando barefoot, comparativas de posturas o retos de 30 días descalzo. El tono va del testimonio personal al evangelio del bienestar. En parte, es la lógica del algoritmo: cada vez que alguien busca “dolor de espalda”, aparece un vídeo que promete una solución en forma de zapato plano y flexible.
El futuro del barefoot en España. País zapatero por excelencia, también se está subiendo al carro. “En Alicante y Elche muchas fábricas estaban a punto de cerrar”, cuenta Mar, “y ahora se han reinventado con el barefoot“. Algunas se han convertido en referentes internacionales gracias a la calidad del producto y su fabricación local. Sin embargo, no todas las marcas sobrevivirán: “Cuando entren las grandes, muchas pequeñas desaparecerán”, admite Mar. “Nuestro valor está en el asesoramiento. Pasamos una hora con cada cliente, algo que una gran superficie no puede ofrecer”.
Por su parte, según el programa Versió RAC1, la industria del calzado prevé que este tipo de zapatos genere hasta mil millones de euros en beneficios de aquí a seis años. Una cifra que demuestra que lo que empezó como una corriente alternativa ha conquistado a las grandes marcas y amenaza con cambiar el mapa del sector.
¿Caminar descalzo con zapatos? Quizá la fiebre del barefoot diga más sobre nuestra época que sobre nuestros pies. En un momento de saturación tecnológica, ultraproductividad y desconexión física, el investigador de Harvard, Daniel Lieberman, señala que “Lo que llevamos en los pies cambia la forma en que caminamos. La naturaleza, en realidad, sería una excelente ingeniera de calzado”.
Y aunque no podamos andar descalzos por la calle, el mensaje parece claro: cuidar los pies —esa base olvidada del cuerpo— es también una forma de cuidarnos a nosotros mismos. Al final, como resume Mar, “esta es la primera moda saludable que ha llegado para quedarse”. Descalzarse, ahora, es tendencia. Pero quizá también sea una forma de volver a pisar tierra.
Imagen | Eyesighter
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No hay nada más francés que una baguette. Y hasta los franceses se han cansado de ellas
Que en Francia la baguete es un símbolo, un icono, una institución (casi), está fuera de toda duda. Hace justo tres años la UNESCO la incluyó en su listado de patrimonio cultural inmaterial y junto con la torre Eiffel, Notre-Dame y un puñado de símbolos más (no muchos) forma parte del acerbo icónico de París. A pesar de todo eso, los franceses parecen cada vez menos interesados en llevarse baguetes a sus casas, lo que coincide con una caída general en el consumo de pan.
Hay quien ya advierte que a la popular barrase le presenta un “futuro incierto” o incluso, yendo más allá, se pregunta: ¿Puede morir la baguete francesa?
Francia, cada vez menos panera. Francia quizás haya convertido a las baguetes en un símbolo patrio, pero ni siquiera eso ha impedido que el pan afronte allí una crisis compleja. Lo muestran con claridad los datos de demanda, como recordaba esta misma semana la CNN en un análisis sobre el tema.
Si tras la Segunda Guerra Mundial los franceses consumían de media 25 onzas de pan por persona y día (unos 700 gramos), en 2015 ese dato había descendido ya a cuatro onzas (113 g). La tendencia no parece haberse invertido en la última década y hoy ese indicador de consumo medio es incluso más bajo, situándose en 3,5 onzas (casi 100 g). En la práctica, eso equivale a menos de media baguete.


¿Hay más datos? Sí. Y la mayoría no son lo que se dice halagüeños para el sector. En 2023 la Confederación de Panaderías y Pastelerías Francesas publicó una encuesta que revela que, del millar de consumidores entrevistados, más de un tercio (36%) reconoció haber reducido su consumo de pan durante los cinco años anteriores. El descenso fue además especialmente pronunciado entre las personas de mediana edad (35 a 49 años). En su caso el ‘pinchazo’ alcanzó el 43%.
En la cohorte inferior, los jóvenes de 25 a 34 años, uno de cada cuatro entrevistados (26%) declaró haber aumentado su consumo de pan, aunque esa tendencia tiene algunos matices importantes. Los jóvenes empiezan a ver el pan como parte de las comidas que realizan fuera del hogar y lo están desterrando de sus desayunos, un momento del día en el que antes era habitual consumir pan de baguete con mantequilla, mermelada o crema de chocolate y avellanas. Entre los menores de 24 años mantienen ese hábito el 57%. Es un porcentaje considerable, pero se aleja del 83% que alcanza entre la franja de población de 55 a 65 años.
“Coucou, tu as pris le pain?” El declive del pan en Francia no es nada nuevo. En 2013 la tendencia era ya lo suficientemente clara como para que los panaderos galos lanzasen una campaña para fomentar su consumo. Su eslogan era “Coucou, tu as pris le pain?” (“Oye, ¿recogiste el pan?”) y se plasmó en vallas publicitarias, marquesinas de bus y escaparates de todo el país con un propósito claro: conseguir que las familias francesas comprasen baguetes de camino a casa. No lo tenían fácil. El cambio de escenario que afronta el sector responde a un cóctel en el que se combinan tanto factores internos como cambios a nivel social y cultural.
¿Y qué factores son esos? Para empezar ha cambiado (y mucho) la oferta. No es el mismo pan el que se encontraban los franceses de los años 50 o 60 que los de 2025. La cadena CNN recuerda cómo hay nuevos profesionales (“neopanaderos”) que están optando por retirar las baguetes de sus estanterías y apostar por otros productos, panes aromáticos de masa madre e integrales, elaborados con cereales, harina ecológica y que se venden al peso. El motivo, más allá de su sabor: aguantan más tiempo frescos, un factor importante para una generación que ha perdido el hábito (o directamente no tiene tiempo) de ir a la panadería a diario.
A eso se suma la popularidad de otros competidores, como el pan de molde procesado llegado de EEUU. Los datos vuelven a ser incontestables. Un estudio de la Federación de Empresarios Panaderos revela que nueve de cada diez franceses (86%) admite consumir plan blanco industrial comprado en los súper. En mayo el medio Sirhafood recordaba que el mercado del pan de molde industrial envasado mueve más de 500 millones de euros anuales, lo que ha hecho que el formato (pan blando) haya despertado incluso el interés de obradores artesanales.
Más allá de la industria. La caída en el consumo de pan entronca también con algo más complejo: cambios a nivel social, cultural y de demanda. Sencillamente los jóvenes cocinan menos y comen más fuera de casa, donde encuentran también una mayor oferta gastronómica, con alternativas en las que el pan no es una pieza central. No es casualidad. Si en 2005 el 88% de los franceses encuestados veían el pan como base de una dieta equilibrada, en 2023 ese porcentaje era ya del 66%.
En su día la baguete ofrecía además una serie de ventajas (un formato fácil de almacenar, disponibilidad, precio y sabor) que hoy quizás se aprecien menos en el mercado. La barra debe consumirse el mismo día en que se compra, lo que obliga a ir a diario la panadería. En una sociedad en la que escasea el tiempo eso supone un hándicap y explica la implantación que ha logrado el pan de supermercado.
Más allá de Francia. El fenómeno no es en cualquier caso exclusivo de Francia. En España ocurre algo similar. Los datos del Ministerio de Alimentación muestran que el consumo per cápita se ha desplomado en las últimas décadas: de 56,4 kilos anuales en 1990 hemos pasado a 27,4. Lo más curioso es que la caída vuelve a centrarse en el pan fresco, que (si bien se mantiene como el más popular) es el que ha sufrido un mayor ‘pinchazo’ El consumo de pan industrial ha crecido, aunque no lo suficiente como para compensar el desplome de las barras tradicionales.
Imágenes | Sergio Arze (Unsplash), Mohamed Jamil Latrach (Unsplash) y Shalev Cohen (Unsplash)
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Hay gente poniendo los cuernos con una IA. En serio
Las infidelidades están a la orden del día, y si no que se lo digan a aquel CEO que fue pillado en el concierto de ColdPlay. Hasta tenemos programas de televisión que hacen de los cuernos su principal entretenimiento. Lo que no es tan habitual, o eso creíamos, es que las infidelidades no sean con otra persona, sino con una IA.
Qué está pasando. La IA está rompiendo matrimonios. Hace unos meses hablamos de una tendencia en aumento: hay personas en relaciones con chatbots IA, enamorados hasta las trancas. Si los humanos estamos conectando emocionalmente con IAs, el paso siguiente era lógico: que también se produzcan infidelidades. Una abogada especializada en divorcios cuenta en este reportaje de Wired que cada vez se están dando más casos en los que la IA es el motivo de la ruptura, sobre todo en matrimonios que ya estaban atravesando dificultades. Los resultados de la encuesta realizada por Divorce-online en Reino Unido coinciden: el número de peticiones de divorcio que mencionaban el uso de chatbots está aumentando.
Al mismo nivel. ¿Es igual de grave ser infiel con una IA que con una persona? El debate está servido, pero la mayoría opina que sí. Según esta encuesta, un 64% considera que sí es una forma de infidelidad y un 22% lo califica como “traición emocional”. En esta otra encuesta, el 60% respondieron que era una infidelidad igual de grave, no sólo un poco. Lo cierto es que, aunque no haya un contacto físico, a menudo la conexión emocional que se desarrolla puede ser tan intensa como en una relación real.
Infidelidades. En Reddit encontramos bastantes casos, como el de esta mujer que rompió su matrimonio de 14 años después de descubrir la “sexy latina baby girl” con la que chateaba su marido. Era una IA, una en la que por cierto se había gastado miles de dólares. O este usuario que confesaba sentirse mal por estar engañando a su novia con un chatbot IA. Y hay muchos más ejemplos.
Marco legal. En España, el motivo del divorcio no importa a nivel jurídico, por lo que una infidelidad no debe afectar el resultado en aspectos como la custodia de los hijos. Sin embargo, tal y como cuentan en el reportaje de Wired, en EEUU hay 16 estados en los que la infidelidad está considerada un delito menor, claro que para eso se tendría que considerar la IA como una persona y ahí no hay un marco legal claro; las primeras leyes relacionadas con las relaciones con la IA la clasifican como “tercera parte”, no una persona. Lo que sí puede jugar en contra del infiel es si, como en el caso que mencionábamos arriba, hay un gasto de dinero común asociado a esa infidelidad con la IA.
Enamorados de la IA. Los humanos estamos usando la IA como si fuera nuestro psicólogo, le hablamos como si fuera nuestra amiga y también estamos desarrollando vínculos románticos. Hay muchas apps de ‘compañeros IA’ que potencian esa conexión emocional como Replika o Character.AI, pero también hay casos de personas que conectan con chatbots “normales” como ChatGPT. De hecho, lo vimos cuando lanzaron GPT-5, muchos los usuarios montaron en cólera porque querían seguir chateando con GPT-40. El motivo es que el modelo era más cálido y juguetón; muchos usuarios habían desarrollado vínculos emocionales y lo echaban de menos
Imagen | Vitaly Gariev en Unsplash
En Xataka | “No puedo parar”: la adicción a hablar con la IA ya está aquí y hasta existen grupos de ayuda para dejarla
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