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Hace cuatro años descubrimos un parásito capaz de vivir sin oxígeno, es solo la punta del iceberg

Recientemente ha vuelto a la actualidad informativa un pequeño organismo, un parásito del salmón llamado Henneguya salminicola. El motivo es que este ser vivo, que ha sido descrito como el primer animal que puede vivir sin oxígeno y, aunque es un hallazgo importante, la historia cuenta con algunos matices importantes.
Un hallazgo no tan reciente. Hace cuatro años, un equipo de investigadores anunciaba el hallazgo de un organismo que no necesitaba de oxígeno para sobrevivir. H. salminicola era un parásito del salmón perteneciente a la filo de los cnidarios (Cnidaria), el cual engloba a medusas y otros organismos similares.
El hallazgo, publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), tenía el potencial de hacernos replantear algunas de nuestras concepciones clave sobre estos y otros animales. Desde entonces hemos ido descubriendo que, quizás, este curioso organismo podría no ser tan extraño como a veces se indica.
Sin mitocondrias. Este La clave del hallazgo estaba en el hecho de que H. salminicola carecía de genoma mitocondrial, lo que implica que no solo no necesita respirar, sino que es capaz de vivir una existencia al margen de este gas. Nuestra dependencia del oxígeno comenzó hace unos 1.450 millones de años, cuando una célula arquea “engulló” y asimiló una bacteria. Estos dos organismos se hicieron uno, la bacteria como orgánulo de la arquea.
Esta unión dio pie a la evolución de las células complejas ya que este nuevo orgánulo, la mitocondria, dotaba a la célula de una nueva fuente de energía. Nacieron así las células eucariotas, que no solo contaban con una mitocondria sino también con un nuevo núcleo en el que alojar su código genético (o al menos la mayor parte de él).
Las mitocondrias son las encargadas de “romper” las moléculas de oxígeno y producir adenosín trifosfato (ATP), una molécula que a su vez permite al resto de la célula obtener la energía necesaria para funcionar adecuadamente.
Una excepción, ¿entre otras? Hace unos meses, el que fuera Catedrático de Biología Animal de la Universidad de Málaga, Ramón Muñoz-Chápuli Oriol, incidía en un artículo para The Conversation en algunos aspectos importantes a la hora de interpretar este hallazgo. Especialmente en uno: quizás este no sea el único organismo conocido que puede vivir sin recurrir al oxígeno.
Existen otros candidatos conocidos, el matiz es que solo en el caso de H. salminicola tenemos pruebas de que se trata, efectivamente, de un organismo complejo pero anaeróbico. Los principales candidatos a esto son los loricíferos de la cuenca de L’Atalante.
L’Atalante, es un lago hipersalino submarino situado en el Mediterráneo. Estos lagos son lugares hostiles a la vida en los que solo pueden campar a sus anchas microorganismos extremófilos como algunas bacterias. Estos lagos carecen de oxígeno porque su agua es tan salina que no se mezcla con el agua de su entorno. El agua del mar requiere de estas mezclas para oxigenarse ya que este oxígeno suele producirse (generalmente) en las capas superiores donde algas y cianobacterias lo expulsan como remanente de la fotosíntesis.
Tres loricíferos. El motivo por el que no sabemos si las tres especies de loricíferos descubiertas en L’Atalante viven exentos de oxígeno es porque existen algunas dudas sobre si fueron hallados en un ambiente realmente anóxico. Sí sabemos, sin embargo, que al igual que H. salminicola las células de estos animales carecen de mitocondria.
En su lugar cuentan con unos orgánulos similares, probablemente evoluciones más simples de la mitocondria. En el caso de H. salminicola, se sospecha que la evolución llevó a este “pariente” de las medusas a simplificar el funcionamiento de su mitocondria al poder extraer la energía que requería de la bioquímica del salmón, el huésped al que parasita.
Los loricíferos de L’Atalante pueden servirnos para comprender los mecanismos empleados por otros posibles animales anóxicos. Según explicaba Muñoz-Chápuli Oriol en su artículo, estos animales “utilizan protones en lugar de oxígeno como aceptores de electrones para generar hidrógeno molecular y ATP”.
Catalogando lo inclasificable. La naturaleza escapa con gran facilidad a nuestros intentos de catalogarla. Los matices que hacen a cada especie única pueden dificultar nuestra tarea de determinar cuál es la primera especie descubierta en un género o qué otra especie excede en otro sentido.
Interés persistente. A menudo los estudios dan de qué hablar años después de su aparición. Entender cómo evolucionan las especies para adaptarse a entornos particulares es un saber importante de cara a descifrar la naturaleza de la vida en nuestro planeta, por lo que es lógico que genere interés.
Por si entender la evolución de la vida en nuestro planeta fuera poco, comprender las formas de vida que aparentan desafiar las nociones más básicas de la vida en nuestro planeta nos permiten también adaptarnos, por ejemplo, para la búsqueda de vida en otros lugares del universo.
En Xataka | Esto es una ex-bacteria. Unos científicos acaban de descubrir cómo un alga integra a otra célula menor
Imagen | Lophelia II 2010 Expedition, NOAA-OER/BOEMRE / Danovaro, Dell’Anno, et al. (2010)
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La fuerza de voluntad ha fracasado en la adopción de hábitos, pero el cerebro tiene un truco mejor: automatización personal

Apostarlo todo a la fuerza de voluntad cuando se quiere adquirir un nuevo hábito no acostumbra a funcionar. Eso lo sabía hasta San Mateo: “el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil”.
James Clear, autor del best seller ‘Hábitos atómicos‘ ya avisa que dejar la adquisición de hábitos a la fuerza de voluntad es una decisión que te acerca un poco más al fracaso. Nuestro cerebro no está diseñado para luchar constantemente contra lo que le resulta cómodo y conocido.
Clear apuesta por crear sistemas que conduzcan a la ejecución de los nuevos hábitos que se desean adquirir para lograr tus objetivos sin tener que depender de la disciplina y la constancia. Sin embargo, hay un método que puede simplificarlo mucho más: la automatización personal.
¿Hábito, qué hábito?
Una de las mejores estrategias para adquirir un nuevo hábito sin depender de la fuerza de voluntad es, simplemente, no tener que pensar que existe ese nuevo hábito. Es decir, automatizar el hábito del mismo modo que no piensas cuando te lavas los dientes o qué desayunas a diario.
Un ejemplo de automatización personal puede ser la que empleaba Steve Jobs o Mark Zuckerberg (antes de su cambio de estilo) en la que habían adaptado su vestuario para reducir el número de decisiones que tomaban al día, y así reducir su carga mental.
Ni Jobs ni Zuckerberg se plantaban cada día ante su armario pensando en qué se iban a poner ese día, simplemente abrían el armario y cogían una ropa que ya estaba seleccionada previamente, sin debate mental.


De hecho, el cerebro tiene una tendencia natural a la proceduralización. La creación de hábitos se basa en la plasticidad cerebral o, lo que es lo mismo, el cerebro aprende a realizar una tarea en base a la repetición de la misma, hasta que la aprende, la optimiza y la ejecuta de forma inconsciente e involuntaria.
¿Piensas cada movimiento de los dedos al atarte un zapato, al cepillarte los dientes o al fregar los platos? Obviamente no, porque es algo que has practicado tanto que tu cerebro lo ha automatizado.
Ahora piensa en tu nuevo hábito como esa acción automatizada y cómo puedes asimilarlo sin que ni siquiera tengas que pensar en ello. La clave para generar esa automatización es integrar el hábito en una rutina concreta y en un orden concreto, para repetirlo cada día, del mismo modo que cada mañana te levantas, te duchas, te vistes, desayunas en un determinado orden.
No es habitual cambiar ese orden una vez lo has adquirido porque has automatizado el proceso y lo raro será saltarte uno de esos pasos, por lo que no dependerá de si ese día te levantaste sin ganas de ducharte, o de desayunar. Ni te lo planteas, simplemente lo haces.
Los beneficios de la automatización personal
Tal y como apuntan desde Thinkwasabi, uno de los mayores beneficios de la automatización personal es el ahorro de energía mental. Sin embargo, este sistema ayuda a reforzar la adquisición de nuevos hábitos u objetivos sin dejar ningún resquicio a la tentación de no hacerlo.
Además, la automatización personal puede estimular tu creatividad y capacidad para resolver problemas. Cuando el proceso de automatización de una determinada acción o hábito ya está muy asentado, el cerebro entra en “piloto automático” mientras se realiza ese proceso, lo que deja espacio para el pensamiento creativo fomentando los momentos “Eureka”.
Lo ideal es comenzar poco a poco, eligiendo una o dos cosas que puedas automatizar en tu rutina diaria, para luego ir añadiendo más progresivamente. Por ejemplo, si uno de tus objetivos es comer más saludable o ahorrar, puedes comenzar por integrar en tu rutina del fin de semana la elaboración de un menú para toda la semana. Al tenerlo preparado, no tendrás que pensar en tu dieta a diario ni preocuparte por cocinar durante la semana para comer sano.
Si tu objetivo es comenzar a hacer deporte, prepara con antelación tus zapatillas y la ropa de deporte para que solo tengas que calzártelas y salir a correr. Tener que buscarlas bajo la cama puede convertirse en una excusa más que suficiente para que tu cerebro mine tu fuerza de voluntad. No le des esa ventaja.
La clave de esta técnica está en la consistencia y la anticipación. Hacer pequeñas acciones de forma repetida hasta que se conviertan en hábitos automáticos.
Imagen | Unsplash (Isaac Smith)
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La serendipia digital está en peligro de extinción. Internet nos entiende demasiado bien

La serendipia, ese hallazgo valioso que ocurre mientras buscábamos otra cosa, está en vías de extinción si hablamos de Internet. Los algoritmos de recomendación, cada vez más precisos, nos han encerrado en burbujas de conveniencia comodísimas, pero tambien estériles. Ya no nos perdemos en Internet –de ahí venía lo de “navegar”–. Y ese es el problema.
Pienso en mi adolescencia, en la primera década de este siglo. Una noche cualquiera, escuchando Rock & Gol, que combinaba rock y fútbol, quería oír comentarios sobre esa etapa gloriosa del Valencia, pero de repente sonó algo distinto. No era el pop comercial de tardoadolescentes melancólicos (“¡tanto la querííía…!”), ni el primer reggaeton que conocimos. Era ‘E-Pro’, de Beck.
Aquellos cuatro minutos cambiaron mi percepción de lo que podía ser la música. Hoy no me parece nada del otro jueves, pero en ese momento me hizo querer escuchar un tipo de música que hasta entonces desconocía. Fue un accidente, una colisión fortuita con algo que jamás hubiera buscado activamente porque ni siquiera sabía que existía. Simplemente llegó a mis oídos sin que nunca hubiese reproducido nada similar.
Hoy, con Spotify sugiriéndome canciones milimétricamente afinadas a mis gustos –declarados e inferidos, grrr–, me pregunto dónde están esos accidentes transformadores para los adolescentes actuales.
Es una paradoja: cuanto más sofisticada se vuelve la tecnología para “conocernos”, menos oportunidades tenemos de conocer algo realmente nuevo. Nuestros algoritmos han confundido “relevancia” con “familiaridad”, ofreciéndonos variaciones apenas perceptibles de lo que ya consumimos. Como dijo Antonio Ortiz en “Internet fue dopamina, la IA será oxitocina“, hemos optimizado plataformas para mantener nuestra atención, no para expandir nuestros horizontes. Cautivos, no creativos.
¿Cuándo fue la última vez que descubriste algo realmente inesperado en tu feed? No algo tangencial a tus intereses habituales, sino algo totalmente nuevo, discordante, algo que te hiciera replantear ideas y expandirte hacia un nuevo gusto.
El explorador digital de antaño, que navegaba de hipervínculo en hipervínculo hasta el P2P final, ha sido sustituido por el consumidor pasivo que desliza el dedo en un flujo infinito de contenido precalculado. En su perfeccionamiento, los algoritmos han eliminado la fricción, y con ella, la chispa generativa del desencuentro. No es una buena noticia.
Lo cachondo es que este refinamiento algorítmico llega justo cuando más necesitamos el pensamiento divergente. La innovación real, la que cambia paradigmas en lugar de optimizar lo existente, surge precisamente de conexiones inesperadas, de la colisión entre ideas dispares. Silicon Valley se construyó sobre serendipias: Stewart Brand encontrando inspiración en los nativos americanos para crear el Whole Earth Catalog, Steve Jobs cautivado por la caligrafía que acabaría influyendo profundamente en el diseño y el ADN del Mac. Hasta el concepto mismo de hipertexto nació de una analogía con cómo funciona la mente humana: no linealmente, sino por asociaciones inesperadas.
No es solo una cuestión de innovación. También de salud cívica. Antes, los periódicos físicos nos obligaban a pasar páginas donde encontrábamos, sin quererlo, opiniones discordantes con las nuestras. Ahora Discover se encarga de filtrar.
Ahora, nuestros feeds están tan tuneados que pueden pasar meses sin que nos crucemos con una idea que confronte realmente nuestras convicciones. El algoritmo, en su afán por maximizar nuestro tiempo de permanencia, nos sirve sólo aquello que confirma nuestras presuposiciones. O en el caso de X, lo que nos vaya a hacer echar espuma por la boca.
Esta sobreespecialización del consumo digital ha creado un extraño fenómeno: nunca habíamos tenido acceso a tanta información y, sin embargo, nuestros mundos mentales son cada vez más estrechos. La variedad ha quedado sacrificada en el altar de la experiencia personalizada. No deja de ser sintomático que algunas de las voces más potentes tras estos diseños no quieran poner en manos de sus hijos sus propias creaciones.
Nos dirigimos hacia un Internet donde cada click está premeditado, donde la siguiente recomendación es predeciblemente interesante. En nombre de la eficiencia estamos sacrificando ese glorioso desorden digital que, como el ADN basura en nuestro genoma, podría contener el germen de la próxima gran innovación o simplemente de esos hallazgos que cambian el consumo cultural del resto de nuestra vida.
Me pregunto cuántos temazos de Beck –no canciones del músico californiano, sino el concepto de música que rompe con nuestras creencias previas– nos estamos perdiendo, sobre todo los adolescentes de hoy, atrapados en bucles de contenido algorítmicamente perfectos pero creativamente estériles.
Quizás sea hora de exigir el derecho a la serendipia digital. De preguntarnos si queremos un Internet que nos comprende demasiado bien o uno que aún puede sorprendernos.
En Xataka | Tímidos del mundo, estamos perdiendo Internet
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pese a ser una de las zonas más afectadas por la desertificación, es más verde que hace 30 años

El 23 de julio de 1972, el primer satélite del programa Landsat salió de la base californiana de Vandenberg con la intención de monitorizar minuciosamente la superficie de la Tierra. Durante estos 50 años, otros ocho satélites más han ido completando el proyecto dándonos la radiografía más precisa de los cambios del planeta.
Hace un par de años, un equipo de la Universidad de Córdoba decidió ver cómo había cambiado Andalucía y sus bosques.
28 años de imágenes. Eso es lo que han podido rescatar del programa Landsat. Porque lo que les interesaban eran imágenes capaces de captar información de ciertos espectros electromagnéticos no visibles para el ojo humano que permiten estudiar la evolución de los cambios fenológicos (es decir, los cambios en la relación entre el clima y los seres vivos).
Esto es importante porque, las ‘mediciones de campo’ tradicionales no son eficaces a la hora de monitorizar regiones extensas. Es decir, que durante años, hemos podido estar tener una imagen distorsionada de la realidad.
¿Y qué han encontrado? Para empezar, que Andalucía está más verde que hace 30 años. Es algo que puede chocar, teniendo en cuenta que los procesos de desertificación parecen que están avanzando a un ritmo rapidísimo en esa misma región del país. Pero, por otro lado, es algo que hemos visto en todo el mundo.
¿Y por qué pasa esto? Según Rafael Villar, investigación principal del trabajo que se acaba de publicar en Ecological Indicators, “las razones son diversas y complejas”. Cosas como “el abandono de los campos tras el éxodo rural, la propia adaptación de las plantas a condiciones climáticas adversas (como Pinus halepensis y Quercus ilex), los efectos de la fertilización atmosférica con CO₂, la gestión forestal y los cambios en las políticas de conservación” podrían ser algunas de ellas.
Sin embargo, como señalan los investigadores, es un artefacto estadístico. Es decir, Andalucía es más verde de media; pero si nos fijamos en zonas concretas (como Almería) este fenómeno no se da o se da muy sutilmente. La aridez y la desertificación también se dejan ver en las imágenes de la NASA.
El ejemplo del pino silvestre. Los datos de los investigadores cordobeses muestran cómo la aridez acorta la temporada de crecimiento del pino silvestre. También ha causado cambios estacionales significativos en el alcornoque, el pino piñonero y el piño carrasco. E, incluso, las temporadas de crecimiento se han acortado en el olivo y el eucalipto. Pero con el pino silvestre la situación ha sido especialmente drástica.
Parece mentira, pero mientras Andalucía se vuelve más verde, buena parte de ella está sufriendo (y mucho).
¿Y para qué sirve todo esto? Sobre todo, para entender qué está pasando en nuestro país y, de paso, comprender que la realidad es profundamente paradójica. No sólo porque dos resultados aparentemente contradictorios pueden estar ocurriendo en vivo y en directo, sino porque no sabemos qué va a pasar en el futuro.
Solo mirando de cerca el mundo en que vivimos y viendo cómo cambia podemos ir preparándonos para el futuro. En ese sentido, el “verde” siempre es sinónimo de esperanza.
Imagen | Pilar Flores
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