En 1962, México era un país sumamente conservador. Los jóvenes de esa época estaban en busca de cambiar las reglas, algo ñoñas, que dejaron los 50.  Vestidos largos de vuelo, melodías repetitivas que se bailaban en pareja y políticos pidiéndoles a los rebeldes que se calmaran. Dentro de esa atmósfera enrarecida, un avión aterrizó en el Aeropuerto de México, dentro de ella venía la actriz más famosa, revolucionaria y sensual de esa época, Marilyn Monroe. 

Era una visita inesperada, ella venía por placer y no le avisó a nadie. Vino  a probar el tequila, a comparar adornos para su nueva casa en Los Ángeles y, según los medios de chismes, a pasar algún tiempo con su nuevo amor mexicano José Bolaño Prado, un director y guionista mucho más joven que ella. 

Lo que sí era una certeza para todos es que Marilyn se encontraba en un periodo turbio de su vida. Había hecho una pausa en su carrera tras haber sido despedida de Mistifis por sus desplantes. Llegó a México con una profunda depresión, sin saber que este sería el último viaje público de su vida; solo unos meses después la policía la encontraría muerta en su cama. 

La llegada de Marilyn Monroe  

En la noche de un 20 de febrero de 1962, un avión comercial, que venía Miami, aterrizó en el suelo de la Ciudad de México. Entre todos los pasajeros, que en esa época visitaban nuestro país porque lo consideraban exótico, venía Marilyn Monroe. Idolatrada, reina absoluta del erotismo y la vulnerabilidad. 

Al llegar, el Presidente López Mateos movilizó a su equipo y a un grupo de entusiastas calenturientos para recibirla. 

Nada más puso un pie en el territorio, Monroe dio una conferencia de prensa con un vestido ceñido, más corto de lo usual, y con su clásica melena dorada, más rubia de lo habitual. Entre sonrisas y sonrisas se dieron cita una buena cantidad de periodistas, jefes de redacción y funcionarios públicos. Todos se reían de sus chistes, todos tenían la mirada iluminada. 

Marilyn Monroe en la CDMX

Durante su primer día, una gran multitud de admiradores y morbosos fueron al cruce de avenida Reforma e Insurgentes a darle la bienvenida. Se alojaba en el, ya desaparecido, Continental Hilton que se ubicaba a solo unos pasos del Ángel. Durante esa mañana, la actriz salió a saludar a la congregación y dio un paseo en automóvil  por el Paseo de la Reforma. 

Su siguiente parada, a petición de ella misma, fue Xochimilco. Ahí la recibieron con música de mariachis, se montó en una trajinera llamada “María Bonita” y probó una buena colección de antojitos mexicanos. 

Marylin, Buñuel, los tacos y el Indio Fernández

En los días que estuvo aquí, se dedicó a reunirse con las estrellas del cine de oro de México. Fue a Los Estudios Churubusco; donde se grababa la emblemática película de Luis Buñuel, El ángel Exterminador. Marilyn se dio una vuelta por los foros y conoció al director español y al fotógrafo Gabriel Figueroa. 

También tuvo un famoso encuentro con el Indio Fernández, quien la invitó a cenar a su casa,  una edificación asombrosa de piedra ubicada en el Barrio de Santa Catarina en Coyoacán, que ahora es un museo. Durante la fiesta privada, el Indio le enseñó a tomar tequila, mucho tequila, tanto que se quedó a dormir en una de las habitaciones de la mansión. 

Finalmente, como la gran mayoría de los turistas fue a probar tacos. Marylin lo hizo en el 

Taquito, un restaurante ubicado en el Centro Histórico. La recibió con brazos abiertos el dueño quien años más tarde comentó que  “mientras tomaba margaritas, la gente de las otras mesas le aplaudía.”

El famoso suéter mexicano de Marilyn 

Después de dar una vuelta por Taxco para comprar artesanías y muebles y  

visitar un orfanato, con la primera dama Eva Sálamo, Monroe fue a la playa. En el camino se compró un suéter bordado en Chiconcuac   que le costó 100 pesos y fue el protagonista de algunas de sus fotos más icónicas en el mar. 

Solo cinco meses después, en agosto de 1962, la actriz se suicidó o la mataron, pero esa ya es otra historia. 

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